ROMA 1962-1963: El Clima litúrgico conciliar

Por Dom Gregori Maria


Capítulo 6º: La conferencia de Dom Philibert Schmitz (19/12/2009)

Sigamos con el relato de Martín Descalzo acerca de  los hechos acaecidos en aquel final de octubre de 1962. Es la mañana del día 25 de octubre. Y nuestro cronista da testimonio de una bien organizada conferencia de Dom Philibert Schmitz, benedictino de la Abadía belga de Maredsous y docente de Historia de la Iglesia en la Gregoriana. Schmitz no es liturgista sino experto en la historia de la orden de San Benito, a pesar de ello es perito en la comisión litúrgica conciliar. Tampoco es holandés sino belga, aunque el hecho de que sea de origen flamenco justifica el comprensible error de don José Luis, un tanto deslumbrado por la “naturalidad y el aperturismo” del políglota benedictino. Él mismo glosa a modo de decálogo las principales ideas transmitidas. Las comento brevemente una por una.

“La mañana de este jueves -vacación en el Aula conciliar, como en todas las aulas- la ha llenado la estupenda conferencia del P. Schmitz. Holandés, perito en la comisión conciliar, profesor en la Universidad Gregoriana, ha impresionado a todos los periodistas por su naturalidad, por la apertura de su espíritu y por su fabuloso dominio de lenguas: ha respondido en, al menos, cinco lenguas, sin que se le notase el menor esfuerzo. He aquí algunas de sus respuestas:

1º-Es necesario que vosotros, periodistas difundáis, para evitar desilusiones momentáneas de los fieles, la idea de que, casi con toda seguridad, el Concilio no decidirá reformas concretas, sino que solo trazará normas generales, que luego comisiones de expertos aplicarán a lo largo de cuatro o cinco años.

Importante peso de la opinión pública en la marcha del Concilio. No hay que ser ansiosos: ahora se abrirán puertas, las reformas se concretarán en 4 o 5 años.

2º-Hoy nadie duda de que hace falta una profunda reforma litúrgica. En las reformas hechas en los últimos años se han tocado detalles, pero no se ha hecho la reforma profunda y completa que es necesaria, sobre todo teniendo en cuenta que el ideal de la liturgia en estos cuatro últimos siglos, en lugar de haber sido la "vida" litúrgica, ha sido la "estaticidad" litúrgica.

Esta reforma no es como las anteriores (detalles) de una liturgia estática, es una revolución (reforma profunda y completa): se auspicia una liturgia dinámica.

3º-El problema litúrgico es simplemente un ángulo más del problema de la Iglesia frente al mundo moderno. Nuestra liturgia es bellísima, pero es extranjera al mundo moderno y a la realidad social contemporánea y, por tanto, no puede ejercer influjo en las masas.

La revolución litúrgica es la antesala de una revolución en la Iglesia: un cambio de planteamientos ante el mundo moderno y la realidad social contemporánea bajo pretexto de un mayor influjo “en las masas” (¿?)

4º-Los principales problemas que esta reforma tiene que plantearse son -a mi modo de ver- éstos: ¿Ha sido un acierto introducir en los países de misión la liturgia romana? ¿No hubiera sido más apropiada la liturgia oriental para los pueblos de cultura oriental? ¿Es conveniente mantener en la liturgia romana el criterio de uniformidad o debe tenderse hacia una multiformidad de ritos como en Oriente? ¿En la liturgia ha de prevalecer el espíritu "rubricista", detallista, que ha imperado hasta hay, o más bien un espíritu de contacto vital entre los sacerdotes y los fieles? La liturgia romana es hoy una liturgia hierática, clerical, ¿no habrá que buscar unas formas típicamente populares? Frente a una espiritualidad típicamente individualista, que en el fondo sólo nace del egoísmo, ¿no habrá que respirar en nuestro siglo una piedad más colectiva, más social, más eclesiástica, más católica?

Insistencia en la inculturación de la liturgia, en su  pluriformidad y en la necesidad de secularización comunitarista de la liturgia.

5º-Es un error confundir "la lengua de la Iglesia" con "la lengua de la liturgia de la Iglesia". La Iglesia puede tener una lengua oficial, pero esto no implica que sea la única lengua oficial de la liturgia. Aparte de que decir que el latín es la lengua oficial de la liturgia es un error histórico, no solo por lo que se refiere a los ritos católicos orientales, sino también con referencia al rito latino. En muchos documentos "oficiales" se aceptan otras lenguas para la liturgia en grandes partes de la misa y sacramentos.

Eliminación del latín como lengua litúrgica única.

6º-La reforma del breviario hecha hasta ahora no ha sido una verdadera reforma litúrgica. Se han modificado algunas rúbricas, pero el breviario sigue necesitando una revisión completa de su estructura, que sigue siendo monástica cuando la mayoría de los que lo rezan no son monjes.

Eliminación del paradigma monástico en la estructura del breviario romano, evidente paso previo para desechar y abolir toda influencia monástica medieval en la estructura litúrgica de la Iglesia.

7º-No puede decirse que haya hoy dos corrientes entre los liturgistas, unos que miren hacia el futuro y otros hacia el pasado. Hoy todos los que piensan en liturgia toman la postura que señaló el Papa en su discurso de apertura del Concilio: "desde las raíces del pasado construir el presente". Así, pues, sólo hay un "movimiento" litúrgico. Aunque, naturalmente, fuera de este "movimiento" están los que no se mueven.

Negación de pretendidas desviaciones en el Movimiento Litúrgico actual, un día iniciado por Dom Guéranger. Los que así acusan a los aperturistas son inmovilistas: son ellos los que se han apeado del “movimiento”.

8º-Sí, habrá que dar un mayor puesto a la mujer en la liturgia. Observen que en este problema hay cosas que no son realistas en la liturgia de hoy: está prohibido que las mujeres canten en el coro. Y todos sabemos que cantan en todas las iglesias. Está prohibido que ayuden a misa, pero, en cambio, pueden contestar desde su banco. Y todo esto no es de la tradición antigua cristiana, sino de los siglos en los que la mujer era menospreciada. Recuerden que en la Iglesia primitiva existían las diaconisas, que tenían también funciones directamente litúrgicas.

Hay que “desclericalizar” y “desjerarquizar” la liturgia y ponerla en manos de los seglares (secularizarla) y poniéndola a la altura de la nueva mentalidad igualitarista. El “feminismo” enarbolado como bandera será un instrumento.

9º-Debemos estudiar a fondo las liturgias de los cristianos separados. No hay ninguna dificultad en admitir que es posible que determinadas tradiciones se hayan conservado mejor entre ellos que entre nosotros y que en ciertos puntos se hayan adaptado mejor ellos a la realidad que nosotros, Así los protestantes; nos han dado una lección en su culto litúrgico a la Biblia y en su adaptación de salmos y cantos. Y los ortodoxos han conservado la pura tradición evangélica de la comunión bajo las dos especies, que entre nosotros sólo conservan los orientales.

Toda los cambios de la pretendida reforma litúrgica conciliar tienen que ser hechos bajo una óptica ecuménica. Aprender de ellos y al mismo tiempo agradarles.

10º-No hace falta señalar que todas éstas son opiniones personales. Pero no les quepa duda de que todos estos son problemas que se planteará el Concilio y que en todos ellos se dará un gran paso adelante. Porque los tiempos están maduros.

Opiniones personales pero lanzadas a la Prensa, y dispuestas ya a ser presentadas en el Aula Conciliar como una maduración y un progreso de los tiempos.

¿Alguien quiere las cosas más claras? ¿Alguien piensa que todo esto era improvisado?

Veamos el “corpus ideologicum” al que obedecía y del que sigue siendo estructura ideológica fundamental.

1º Secularización comunitarista de la Liturgia:

Según el miembro del “Consilium para la reforma litúrgica”, Mons. Emil Joseph Lengeling, la Constitución sobre la liturgia del Vaticano II es un «giro copernicano» y significa «el final de la Edad Media» y no sólo concluye el período postridentino, sino que tiene como objetivo el eliminar el entumecimiento postridentino: la reforma tiene que acometer valientemente lo que ya muy anteriormente se había omitido en el ámbito de la Iglesia occidental por varios condicionamientos históricos (culturales y también políticos): su secularización.Para el prof. Klemens Richter, docente de Liturgia en Erfürt y Munster el «paso definitivo más allá de Trento» es el hecho de que el Vaticano II, por primera vez oficialmente, constató «que ya no sólo el sacerdote, sino la comunidad en su totalidad es el sujeto y la portadora de la acción litúrgica, porque todos los creyentes participan del sacerdocio de Cristo» entendido como el sacerdocio real «que, en virtud del bautismo, está autorizado y obligado a la liturgia»

2º La liturgia reformada tendrá un carácter dinámico:

Como consecuencia la secularización de la liturgia, el benedictino Angelus Albert Häußling, profesor de liturgia en la Universidad suiza de Friburgo eleva la “participatio actuosa” de todos los circunstantes a criterio formal de la adecuación esencial de la liturgia en general y considera que la reforma litúrgica del concilio Vaticano II se distingue, fundamentalmente, de todas las demás reformas del servicio divino a lo largo de la historia y está, por principio y definición, inconclusa: «El Concilio le ha encomendado a la Iglesia la "reforma litúrgica" como una misión perdurable, jamás concluida, tal como la entendió a pesar de las dificultades no previsibles. Parece -suponiendo que la Iglesia permanezca fiel al Concilio- que las reformas litúrgicas precedentes sólo fueron un preámbulo»

3º Siguiendo el análisis marxista, en la reforma litúrgica, como en todo proceso histórico se ha formulado a) una tesis, a la que ha seguido b) una praxis concreta, c) una antítesis que finalmente precederá a la d) síntesis final

  1. la tesis: es la Constitución Sacrosanctum Conccilium con las 49 normas jurídicas emanadas.
  2. la praxis: ha sido la práctica de la comunidad donde se han detectado algunas “enfermedades propias de la infancia” cuya causa, ciertamente, se debe buscar más en el espíritu de aquellos años que en los mismos esfuerzos reformistas. Fischer cuenta entre ellas una «alergia a la solemnidad», unida a una «alergia al latín», un «malentendido ecumenismo» que, a veces, se avergonzaba abiertamente de lo católico, un «libertinaje», unido a la «mentalidad de la factibilidad», frente a todo lo preexistente, así como la “sermonitis”, el vicio de comentarlo todo y cada cosa, y de poner el acento sobre la no siempre iluminada palabra del hombre.
  3. La antítesis: la renovación de la liturgia no se quedó sin oposición. Ya durante el mismo trabajo de renovación mostraron su oposición algunos círculos de la curia. Después del Concilio se convirtió en la causa de diversos grupos tradicionalistas . La oposición a la liturgia renovada llegó a ser de hecho la más llamativa, pero no la única discordancia del grupo cismático fundado por Mons. Lefebvre contra el Vaticano 1I. A fin de hacer concesiones a los tradicionalistas, el 3 de octubre de 1984, mediante la Congregación para el Culto Divino -basándose en un indulto del Papa- se les concedió a los obispos la posibilidad de consentir a los partidarios del erróneamente llamado «rito tridentino» la celebración de la misa según el Missale Romanum del año 1962. “No obstante - piensan- no se puede desacreditar por ello la misma renovación litúrgica; con este indulto se trata de la expresión de la preocupación por la unidad de la Iglesia”. El Motu Proprio “Summorum Pontificum” de Benedicto XVI, tanto en sus principios como en los contenidos en la carta explicativa dirigida por el Santo Padre a los obispos ya no lo pueden digerir.
  1. Síntesis: Entre los dos polos de la rigidez tradicionalista en la erróneamente calificada como «liturgia tridentina» y la pervivencia, la continuidad incluso, del efecto de las que el profesor B. Fischer llamó «enfermedades infantiles», se mueven tanto la práctica y la ciencia litúrgica de nuestros días cuyos principios son los siguientes:
    1. La reforma litúrgica debe tener carácter permanente.

      En opinión de Häußling, el concilio Vaticano II no ha elevado a máxima la reformación (re-formatio) de la liturgia “secundum normam sanctorum patrum”, sino la completa y fructífera participación de todos, es decir, la de aquellos hombres que hoy en día viven en un entorno ateo de hecho. De ello resultan los campos de actuación de la ciencia litúrgica: en el cambio de una «dimensión cósmica numinosa a una realidad social desacralizada» la reforma litúrgica tiene que asumir un profundo «cambio paradigmático de la modernidad» y juzgarlo adecuadamente. El criterio de la actuosa participatio conducirá a una reforma litúrgica permanente y «cambiará la liturgia de la Iglesia de una forma todavía no previsible» . La dirección hacia ese punto es indicada como «reducción», como «concentración en 1as acciones religiosas y litúrgicas primigenias, en los gestos y fórmulas originales, en las palabras y estructuras fundamentales» También Rennings relaciona el principio de la Ecclesia semper reformanda con la liturgia de la Iglesia: las reformas del Concilio no querían, en realidad, relevar la rigidez de la liturgia «antigua» mediante una liturgia nueva, nuevamente instaurada por muchos años/siglos, «sino ir a parar a una "liturgia abierta" básicamente , con lo que «la búsqueda de la autorrealización, óptima en cada caso, de la Iglesia en la actividad de la misa sigue siendo misión perpetua de la liturgia».

    1. La liturgia debe ser una liturgia abierta: continuamente sometida a un análisis de los paradigmas sociológico-antropológicos:

      Para ello, son necesarios amplios trabajos de investigación no sólo de todos los campos de la teología, sino también de las humanidades, es un hecho que subraya el Dr. Heinrich Rennings, actualmente docente del “Deutschen Liturgischen Institut” y perito litúrgico del Concilio mediante una cita de Rahner: «Pues sólo si se sabe cómo son los cristianos en tanto que hombres de hoy en día,... se puede responder a la pregunta sobre cómo tiene que ser la liturgia actual de la Iglesia».

      Además de esa aportación de las humanidades, son necesarios también de ahora en adelante, trabajos de historia de la Iglesia y de sistemática teológica.

    1. Eclecticismo sincretista solapado de ecumenismo.

      Confiesan: La ciencia litúrgica de hoy en día —y sobre todo la de mañana— no se puede entender de otro modo que no sea ecuménico. Tiene que traspasar las fronteras de lo católico, ver más allá de los entornos pre y postconciliares a fin de no ser presa de las insidias de sus propias angosturas y principios erróneos. A través del juicio equilibrado de las disciplinas humanísticas, y también a través del espacio intermedio que envuelve al hombre entendido como espíritu corporeizado (del cuerpo y de sus acciones, incluida la forma litúrgica de espacio y tiempo, en la cual debe tener su sitio la “anábasis”, la comunicación con el Dios vivo) se demostrará que ese elemento humano no es, en absoluto, tan distinto en su relación con Dios en la actualidad de la liturgia más allá de los límites de las confesiones y las distintas épocas y culturas. 


Capítulo 5º: Un sofisma: buscar lo moderado entre dos extremos (12/12/2009)

Una de las falacias que empezaron a difundirse en el clima litúrgico conciliar de aquel otoño de 1962 fue la existencia clara de dos tendencias extremas, que además pretendidamente se identificaban con las ya advertidas por Pío XII en la Mediator Dei (apego ciego-ruptura total) y que obligaría al Concilio a buscar una postura moderada y conciliadora. Afirmaba Martín Descalzo:

“En el Concilio han comenzado a diseñarse dos tendencias: una que apoya el esquema y que aun desearía que se ampliasen las reformas que en él se dibujan, y otra, que estima que el esquema no es necesario, ya que lo verdaderamente importante que habla que reformar en liturgia ya está hecho por la labor reformista de los últimos años. En la Primera sesión dieciséis intervenciones defendieron el esquema porque abría puertas a la reforma y las abría con moderación. Cuatro Padres, en cambio, se mostraron opuestos al esquema como demasiado innovador. Representante de esta tendencia fue sin duda el más vigoroso monseñor Dante, secretario de la Congregación de Ritos, que movió doce ataques contra el esquema en general.”

En la línea defensora destaquemos al cardenal Feltin,  Arzobispo de París, que expuso la necesidad de la reforma litúrgica como Pastor de una gran ciudad en la que, por su composición sociológica extraordinariamente diversa, podía comprobarse que la liturgia en su estado actual resulta incomprensible para las mayorías.

Como podemos pues ver, la presentación de las posturas subraya la toma de posición de un polo con una exigencia absoluta de reformas e incluso la necesidad de su ampliación aún más allá del esquema presentado, y por otro lado un polo inmovilista opuesto al esquema.

La línea media y centrista, defensora del esquema la representaría el cardenal de Paris, Mons. Feltin (y con el todos los liturgistas francófonos que estaban detrás) que prácticamente lo único que exigiría sería mayor comprensibilidad de la liturgia.

Pero para que todo ello pudiera surgir efecto había que presentar las opiniones extremas de aquellos que representaban lo estrafalario y novedoso. Y aquí llegó la conferencia de Prensa en la sede de “L´Osservatore Romano” del obispo holandés de Ruteng en Indonesia y al parecer “prestigioso liturgista” Mons. Willem Van Bekkum, la tarde del 24 de octubre, en la que declaraba haber adoptado ritos y danzas paganas en las celebraciones cristianas celebradas por él. Era la tesis de la inculturación:

“Nosotros, en Indonesia -comenzó diciéndonos- nos encontramos con un hecho indiscutible: los indígenas de nuestras islas tienen una bellísima liturgia pagana. Ellos rinden a Dios y a los espíritus sacrificios de expiación, acciones de gracias, alabanzas, súplicas. Y todos estos cultos son muy ricos, solemnes, comprensibles para toda la población, que los celebra en masa con viva participación, Naturalmente, esta su religiosidad pagana está mezclada con muchas oscuridades, incertidumbres, supersticiones, terrores; pero esto no quita nada a que su religiosidad sea profunda y bien nutrida, ya que sus celebraciones sagradas son siempre populares, mezcladas con danzas, cantos, plegarias en lengua local y con acciones colectivas de simbolismos muy accesibles, procesiones y aclamaciones comunes. Para los paganos de nuestras islas el espíritu religioso se manifiesta, pues, en acciones de carácter social que mantienen unida a la comunidad y representan la más alta expresión de la cultura local.

-¿Y esto plantea evidentemente problemas muy graves para la liturgia católica?

-Naturalmente. Porque ¿qué sucede cuando un pagano se hace cristiano? Ante todo él pierde el patrimonio religioso-cultural-social que había heredado y que representaba para él todo el fundamento de su vida, de todas sus convicciones y acciones. Desgraciadamente ni siquiera nosotros, los misioneros, nos habíamos dado cuenta suficiente del valor de lo que un pagano deja al hacerse cristiano. Nosotros le damos a cambio la Fe, es cierto, pero no nos hemos preocupado de sustituir toda la riqueza cultural y artística del paganismo. Y así el convertido y la comunidad de convertidos tienen que empobrecerse humanamente si no pueden rezar y cantar juntos, si no encuentran en nuestra liturgia elementos semejantes a los que han dejado, elementos que satisfagan también su sentido estético y cultural.

-El problema es grave, ciertamente.

-Y verán que lo es mayor aun si piensan que la mayoría son analfabetos. Y nunca podremos comprender los occidentales lo que para una comunidad de analfabetos significan la danza, la oración en común, las procesiones, las solemnidades externas, los simbolismos. El hombre culto puede prescindir de estas cosas externas, pero estas comunidades primitivas, no.

-¿Qué posturas tomaron ustedes ante estos problemas?

-Comenzar a hacer experiencias. Sustituir las fiestas paganas por otras cristianas tan solemnes como las que ellos tenían. Así hemos comenzado a tener fiestas para el bautismo, la bendición de los campos, el año nuevo, los nacimientos, los matrimonios, las muertes...

-¿Cómo son estas fiestas? 

-Son fiestas que a veces duran dos o tres días, fiestas de pueblo, con cantos, danzas, representaciones teatrales, juegos. Pero todo con sentido religioso, con oraciones públicas, sermones, ofrecimientos de dones a Dios, etc. Prácticamente son las mismas fiestas, que siempre han celebrado, pero quitándoles los elementos inmorales que tenían, añadiéndoles oraciones cristianas y dando a ciertos gestos simbolismos cristianos.

-¿Y Su Excelencia presidía estas fiestas?

-Naturalmente, y muchas de ellas con báculo y mitra.

-¿Incluso cuando se trataba de danzas?

-¿Por qué no? La danza expresa los sentimientos del corazón humano. Pero no deben pensar ustedes en las danzas occidentales. Para el oriental la danza es una cosa muy seria, profundamente religiosa, ¿Por qué no habíamos de usarla también los católicos?

Mons. Van Bekkum que rigió desde 1961 a 1972 la susodicha diócesis indonesia, dimitió como tal a la edad de 61 años, pasando a ser su emérito hasta el año 1998 en el que falleció a los 80 años de edad, dejándola hecha un desastre como fácilmente se puede intuir.

Después de ese asombroso testimonio a favor de una “liturgia inculturada” se pasó a un ataque al latín, lengua litúrgica de la Iglesia y nadie mejor y con testimonio más incontestable que un oriental: el Patriarca de Antioquia Máximos IV. En su intervención en el Aula empleó el francés, a pesar de estar mandado que se hablase en latín. En esa intervención no sólo hizo una defensa de su derecho, como orientales, a no usar el latín (que sin duda nadie les había impuesto jamás) sino que presentó una historia de la lengua litúrgica empleada por la Iglesia llena de inexactitudes y falacias:

Me parece -ha dicho- que el valor casi absoluto que se quiere dar al latín en la liturgia, en la enseñanza y en la administración de la Iglesia latina, representa para la Iglesia Oriental algo muy anormal Porque, en resumidas cuentas, Cristo habló el lenguaje de sus contemporáneos. Fue en la lengua comprendida por todos sus oyentes, el arameo, como ofreció el primer sacrificio eucarístico. Los apóstoles y los discípulos hicieron lo mismo. Jamás se les hubiera ocurrido la idea de que, en una asamblea cristiana, el celebrante pudiera hacer las perícopas de la Escritura, o cantar los salmos, o predicar, o partir el pan utilizando otra lengua que la de la asamblea. San Pablo nos llega a decir explícitamente: "Si tú no bendices más que con el espíritu (es decir, hablando una lengua incomprendida) ¿cómo aquel que está en las filas de los no iniciados responderá "amén" a tu acción de gracias, si no sabe lo que dices? Tu acción de gracias, es cierto, es excelente, pero el otro no queda edificado con ella... En la asamblea, prefiero decir cinco palabras con mi inteligencia, para instruir también a los otros, que diez mil en lengua (incomprendida)". (I Corintios, XIV, 16-19.) Todas los razones invocadas en favor de un latín ininteligible -lengua litúrgica, pero lengua muerta- parece que tienen que ceder ante este razonamiento claro, neto y preciso del apóstol.

Además, la Iglesia romana empleó también, por lo menos hasta la mitad del siglo III, en su liturgia, el griego, porque ésta era la lengua hablada por sus fieles de entonces. Y si en esta fecha empezó a abandonar el griego para utilizar el latín, es precisamente porque el latín había venido a ser, entre tanto, la lengua hablada por sus fieles. ¿Por qué tiene que cesar hoy de aplicar el mismo principio?

La lengua latina -prosiguió- está muerta; pero la Iglesia sigue viva. Y la lengua, vehículo de la gracia y del Espíritu Santo, debe ser también viva, porque es para los hombres y no para los ángeles: ninguna lengua debe ser intocable.

Admitimos, sin embargo, que, en rito latino, la adopción de lenguas vulgares debe hacerse progresivamente y con las precauciones que pide la prudencia.

La osada defensa y difusión de esos postulados, que sin duda alguna resultaban chocantes para la gran mayoría de Padres conciliares, serviría sin embargo para que la tendencia considerada como ponderada y conciliadora, la dibujada por el esquema general que Larraona como ponente debía presentar, se hiciera camino sin dificultad. “In medio stat virtus” debieron pensar los Padres, abramos la puerta pero con moderación. Sin embargo, todos los progresistas que estaban detrás debieron pensar: “abridla que después ya haremos transitar todo lo demás”.

Acabado el discurso de Máximos IV, los obispos africanos se apuntaron al carro. El congolés Mbuka-Nzundu dijo que los obispos negros “llevaban varios días reunidos para adoptar posturas comunes”. En este sentido se pronunció el cardenal Ruganwa hablando en nombre de todo el continente africano. ¡Que pretensiones, santo Dios!

Siendo así como no iba a aclarar Van Bekkum:

“Yo vine aquí creyendo ser un peligroso innovador. Pero ahora estoy optimista al ver que lo que nosotros estamos haciendo en Indonesia no es una cosa rara, sino que es una experiencia que se ha hecho ya cientos de veces en Asia y en Africa. Y es también consolador ver cómo somos comprendidos por los expertos liturgistas occidentales, aún estando como están tan lejos de nuestros problemas".

Además a partir de esas intervenciones se empezó a introducir una cuestión importantísima: la reforma que la hagan las Comisiones Episcopales Nacionales. Así lo narraba Don José Luis:

“Un segundo punto ha empezado a entrar ya en juego en las discusiones: ¿La reforma litúrgica ha de hacerse desde las congregaciones romanas o han de llevar la iniciativa las comisiones episcopales nacionales? No creemos lanzar un globo deshinchado afirmando que éste será uno de los grandes temas de este Concilio: ¿centralización o una relativa independencia a las comisiones episcopales? Como es lógico se dibujan también dos posturas ante este problema, posturas que van a coincidir casi literalmente con las dos que hace poco diseñamos. ¿Con cuál coincidirá la mayoría?

“Alea jacta erat”. La suerte estaba echada y ¡ay de los vencidos! Vae de victis.


Capítulo 4º: La Comisión Preparatoria, el esquema general y la Comisión Litúrgica Conciliar (5/12/2009)

El 6 de junio de 1960 se había creado la Comisión litúrgica preparatoria y era nombrado presidente de la misma el prefecto de la Congregación de Ritos, cardenal Gaetano Cicognani (a la izquierda), el 11 de julio  se nombró secretario  al padre Anibal Bugnini (en el centro) y también se nombraron todos los miembros de la Comisión y los peritos de la misma, en un total de 65.

Después de la reunión de la comisión, se crearon varias subcomisiones: Sobre el ministerio de la sagrada liturgia y su relación con la vida de la Iglesia, la Santa Misa, la concelebración sacramental, el Oficio divino, sacramentos y sacramentales, el Calendario litúrgico, la lengua latina, la participación de los fieles en la liturgia, las vestiduras sagradas, la música sagrada, el arte sagrado, etc. Estos temas fueron sacados de las proposiciones que hicieron los obispos de todo el mundo y otras personas competentes en la materia. La reunión se tuvo del 12 al 15 de noviembre de 1960 y el tema de la primera subcomisión fue propuesto por el padre Bevilacqua. Fue una proposición atinada y luego se convirtió en el tema más importante de lo que sería el proemio y el primer capítulo de la Constitución “Sacrosanctum Concilium” por obra principalmente del benedictino padre Cipriano Vagaggini.(foto de la derecha)

En la primavera de 1961 se reunieron en Roma los componentes de la comisión litúrgica para discutir los trabajos de las respectivas subcomisiones. Todo este rico material se llevó a la mesa del secretario Bugnini, para darle su última forma. Con dicho material se formó un volumen de 250 páginas en ciclostil, que fue enviado a todos los miembros de la comisión el 10 de agosto de 1961, con una carta en la que se decía que remitieran lo más pronto posible al secretario las observaciones que creyeran oportunas. Se pensó, y más o menos así se realizó, que el 10 de septiembre se terminara el plazo para enviar las observaciones; que el 10 de octubre la secretaría de la comisión enviaría el nuevo esquema con las observaciones insertadas; que el 1 de noviembre se terminara el plazo para enviar las observaciones al segundo esquema; que en los días 15-16 de noviembre se convocaría a la comisión para la aprobación definitiva del texto, y que el 15 de diciembre del mismo año 1961 se presentara el texto definitivo a la secretaría general de la preparación del Concilio.

En ese momento comenzaron las intrigas del padre Annibale Bugnini - experto en liturgia de intachable carrera hasta entonces, que ya había colaborado con Pío XII en las reformas emprendidas por este Papa- cuando decidió tener en la casa “Domus Mariae” de Romauna reunión de varios miembros de la comisión, sin llamar a los demás, obviamente llamó a aquellos que eran de su cuerda, con la idea descarada de teledirigir los trabajos del Concilio en tema de liturgia. Esto ocasionó obviamente la sospecha de los demás miembros y consultores de la misma no llamados para esa reunión y creo muy mal ambiente en el seno de la comisión. Esto provocó que el P. Bugnini fuera alejado de los trabajos del Concilio, aunque después se convirtió en el gran fautor de las reformas del postconcilio

Se ha querido camuflar dicha reunión diciendo que el capitulo primero era el más pobre y necesitaba una nueva redacción, siendo así que fue el mejor elaborado, quedando prácticamente igual en sus líneas fundamentales. La reunión se tuvo en los días 11-13 de octubre de 1961. Desde ese momento se miró con sospecha lo referente a la sagrada liturgia por parte no solo de algunos miembros y consultores de la misma comisión sino por muchas personas que pertenecían a otras comisiones y eclesiásticos de relevancia en general. Así apareció luego en el aula conciliar y mucho más en el periodo posterior al concilio. Personas de gran relieve en la Iglesia, ganadas para la causa litúrgica y verdaderamente entusiasmadas, miraron ya con prejuicio lo concerniente a la liturgia.

Todavía recibió el texto del primer capítulo una nueva revisión, provocada por un consultor de pocos alcances que lo deseaba. Se tuvo una reunión el 10 de enero de 1962 con peritos de otras subcomisiones. Pero el texto quedo sustancialmente el mismo después de una acalorada discusión. Todos los demás capítulos recibieron retoques más o menos acentuados. Las observaciones enviadas sobre el texto definitivo del esquema de la constitución de la liturgia se aproximaron a las mil quinientas, muchas se repetían, otras proponían nuevos problemas.

Los problemas más serios vinieron de la música sagrada y de la lengua en la liturgia. El primero fue provocado por el presidente de la subcomisión de música, el catalán Mons. Higinio Anglés, que no se armonizaba bien con las orientaciones de la secretaría general de la comisión. Y el segundo por la cuestión de la lengua latina: la puerta a  la lengua vernácula en la liturgia fue abierta en el pontificado de Pío XII con los rituales bilingües y otras concesiones, difíciles ya de suprimir, y amparadas con entusiasmo por el cardenal Ottaviani, secretario del Santo Oficio. Era una necesidad pastoral que había que afrontar con serenidad, pero los ánimos estaban ya alterados por la nefasta reunión en la “Domus Mariae", antes indicada.

Con todo, el esquema preparatorio con que la Comisión Litúrgica iba a tener que trabajar estaba listo.

El 20 de octubre de 1962 los Padres eligieron a los miembros de la comisión litúrgica: 16 en total, a los que el Papa añadió ocho más, se esperaba que fuesen mayoría de hombres de la Curia pero el Papa no metió ni al Secretario de la Congregación de Ritos, Monseñor Dante (en la foto con Juan XXIII).

Eligió a dos cardenales, a tres superiores religiosos y a los tres Padres que más votos habían sacado en la elección tras los 16 primeros. El Papa se limitó casi simplemente a seguir la línea marcada por la votación. El 21 de octubre el cardenal Larraona, presidente de la comisión, nombró vicepresidente de la mis­ma a los cardenales Giobbe y Julien, y secretario al padre Fernando Antonelli, franciscano. Bugnini quedaba descartado.

El 23 de octubre comenzó a debatirse el esquema general: en menos de dos horas y media hablaron el cardenal Larraona como ponente, el Padre Antonelli como relator e intervinieron nada menos que veintiún Padres conciliares. Por las informaciones podría deducirse que se vislumbraban dos tendencias. De ellas hablaremos en el próximo capítulo.


Capítulo 3º: "Los vientos" anuncian nueve puntos... (28/11/2009)

El mismo día 22 de octubre, aún sin atreverse a pronosticar cuáles iban a ser las cuestiones litúrgicas concretas que el Concilio pretendía tocar, el P. Martín Descalzo creyó intuir que los temas que más iban a interesar en aquellos días se podían concretar en nueve puntos. Veamos como intentaba especificarlos:

Teología de la liturgia.- El esquema presentado por la Comisión Preparatoria no planteará una reforma rubricista, sino algo mayor. Se necesitará pues  un tratado de liturgia, base constituyente de cualquier reforma. Se plantearán problemáticas concretas, pero está convencido que lo que hará el Concilio será marcar las bases fundamentales de la reforma, dejando para las comisiones postconciliares la realización y aplicación de las directivas en los años sucesivos. Hace una advertencia a los ilusos: que no esperen cambios concretos “el Concilio señalará la dirección de la rueda, el camino se correrá después.” (sic)

Don José Luis dio certeramente en la diana. Así lo pronosticó y así fue. Para gloria del Concilio y para ruina de la Liturgia Romana, pues si la Constitución “Sacrosanctum Concilium” es un maravilloso tratado teológico de Liturgia y esa es la gloria, el poder absoluto que será otorgado al Consilium para la reforma será omnímodo, y esa será su ruina.

Era de sentido común y además “vox populi” que los que llevaban las riendas de la auspiciada ni querían ni podían acometerla de manera escandalosamente brusca. Aún a pesar de ello, una vez aprobada la Sacrosanctum Concilium a finales de 1963, a mi entender mostraron demasiada impaciencia: en 1964 y en 1965 no solo elaboraron un boceto de reforma sino que construyeron al menos dos maquetas de lo que iba a ser el llamado “Novus Ordo Missae” creando no poco rechazo entre los Padres consultados a tal fin.

Lengua vulgar en la liturgia.- No hace falta ser profeta –arguía- para saber que este tema será quizá el más debatido en los próximos días. Problema difícil y en el que pueden darse posturas muy opuestas, movidos unos por el respeto a la tradición, empujados otros por las necesidades prácticas y concretas, obsesionados unos, por conservar la unidad de la Iglesia, preocupados otros por la necesidad de llegar a todos los pueblos y culturas. ¿Hace falta ser demasiado sabios para calcular que el Concilio tomará un camino intermedio?

El Concilio quizá sí: conservar el latín en el conjunto de la celebración eucarística y fomentar adecuadas traducciones de las lecturas para que se generalice el uso en ellas, así como en la administración de los sacramentos, de la lengua vernácula. Pero en el diseño posconciliar eso desapareció: ya en las directivas dadas en 1964 quedaba sólo estrictamente el canon en lengua latina, pero la presión de las comisiones litúrgicas de los episcopados nacionales fue tan enorme, que el centro se encontró rebasado por la periferia (¡O no!). Circulaban fascículos y separatas en las diversas lenguas, de todo el Misal, editados por los “Centros de Pastoral Litúrgica” de todo el mundo. El tomo del Misal Romano, como tal, fue abandonado de la noche a la mañana. Parece que todo el mundo necesitase sentirse “moderno” también en ese aspecto.

Adaptación de la liturgia a las diversas culturas.- Pero el problema no es solo de lengua, sino mucho más extenso. Toda la liturgia actual está construida sobre las bases de la cultura latina, occidental. ¿Y deben imponerse las formas de una cultura concreta a quienes viven en otra, haciéndoles creer que al aceptar la fe cristiana tienen que abandonar su cultura y aceptar la de los occidentales? "No debemos permitir de ningún modo -decía anteayer en una conferencia el cardenal Lercaro- que pueda hablarse jamás de colonialismo litúrgico." ¡Qué interesantes van a ser estos días las intervenciones de los obispos africanos y asiáticos!

Era más que evidente que hacia donde se pretendía llegar no era únicamente hacia una traducción completa de todo el patrimonio litúrgico en lengua vernácula ni siquiera caminar hacia una simplificación de los ritos. El diseño rector era la de la  “inculturación” litúrgica: tantas formas litúrgicas como culturas, basado este pues en el principio ideológico de que unidad no significa uniformidad. ¡Qué poco presente tenían los Padres el proceso de las desviaciones litúrgicas a lo largo de la Historia de la Iglesia! Lo confiesa en el siguiente punto

Reforma de la misa y los sacramentos.- Pero la reforma no solo se reducirá a la lengua de la liturgia; hay muchas otras cosas que el tiempo envejeció. "Algunas ceremonias -dice el esquema presentado a los obispos- fueron con el tiempo añadiéndose a los ritos esenciales, quizá agravándoles en modo excesivo y que respondían a gustos y exigencias de particulares momentos históricos, a usos tradicionales de determinados pueblos."
A nadie extrañará por tanto una simplificación en la misa y en los sacramentos, un mayor puesto para la predicación y la Biblia e incluso un reestudio del ayuno eucarístico y una ampliación de las facilidades para las misas vespertinas.

Si así pensaban: ¡Qué poca idea tenían de antropología cultural y de cuán necesarios son sus principios en medio de una sociedad tendente a la globalización y a una despersonalización de la cultura! Nadie como la Iglesia, puede preservar la identidad cultural de los pueblos conservando intacta una liturgia, la latina, que nunca fue un apéndice extraño a las diversas idiosincrasias culturales sino una fuerza que, sin excepción alguna, tendió  a realizar una maravillosa amalgama con las culturas nacionales aportando un sustrato más al rico patrimonio de cada pueblo. Allí donde llegó el catolicismo, este se inculturó con las formas propias de cada pueblo y, aún a riesgo de eclecticismo, engendró con su aportación, una nueva riqueza cultural para cada nación.

Considero sin embargo acertado el mayor puesto para la predicación y un enriquecimiento bíblico (aunque muchas de las lecturas veterotestamentarias del resultante ciclo continuo bianual son prescindibles). Las mismas dudas se presentan sobre la “imperiosa necesidad” los tres ciclos festivos del leccionario litúrgico. En cuanto al ayuno eucarístico se encontraba ya atenuado por Pío XII a tres horas. Creo que la posterior reducción a una hora por Pablo VI lo ha reducido a una caricatura. Nos separa además enormemente de los hermanos ortodoxos que son exigentísimos al respecto. Sobre las misas vespertinas, quizá de acuerdo, aunque quizá no la de los domingos por la noche que no se encuentra en la tradición de la Iglesia y desfigura el sentido del día del Señor.

Reforma del breviario.- La necesidad de esta reforma la conocen bien todos los sacerdotes. Y no se trata de suprimir o aligerar este deber sacerdotal de la oración. Pero si se trata de conseguir que esta plegaria encuentre cauces más provechosos, que esta oración, objetivamente utilísima al ser la oración oficial de la Iglesia, sea también subjetivamente más útil de lo que hoy es. Todos esperan una mayor elasticidad en la estructura del rezo, una forma menos monacal, con mayor entrada de los Santos Padres y del Nuevo Testamento, algo que se aproxime más a la oración meditativa y a la lectura espiritual. ¿Qué realizará en estas líneas el Concilio?

Quizá en la mayoría de estas consideraciones podríamos estar de acuerdo. La única pregunta que queda en suspenso es si se podría haber realizado este auspiciado enriquecimiento patrístico del Breviario sin destruir las lecturas hagiográficas, como se hizo con la edición de la Liturgia de las Horas. Resaltar también que así como la semana cristiana tiene una fuerte personalidad bíblica y con ella toda la tradicional distribución del Salterio en una semana, la distribución en cuatro semanas, aunque pueda tener algún beneficio, desfigura el septenario judeocristiano.

Reforma del calendario litúrgico.- He aquí otro deseo común, un calendario fijo, igual para todos los años, determinada para siempre y no fluctuante la fecha de la Pascua. Esto supondría ponerse, ante todo, de acuerdo con los orientales, que celebran su Pascua en fecha distinta de la nuestra, creando gran confusión en los países en los que coinciden católicos y ortodoxos, y supondría ponerse también de acuerdo con la Unesco, que está ahora estudiando este proyecto de calendario fijo.

Mejor no realizo ningún comentario. No desearía en esta serie faltar a la caridad en modo alguno ni utilizar el sarcasmo y la burla.

Concelebración en el rito latino.- He aquí una de las riquezas que Oriente conserva con celo y que hace siglos se hicieron inhabituales en Occidente. La teología nos enseña que todos los sacerdotes participan en el sacerdocio de su obispo como participan en el de Cristo. ¿Por qué renunciar a esa hermosa ceremonia de la celebración común en la que esta participación en el sacerdocio se simboliza y se realiza? ¿Por qué perder esta hermosa riqueza, que sería tan útil en los grandes congresos con concentraciones de sacerdotes, en las tandas de ejercicios espirituales, en los monasterios, en el Jueves Santo en que tantos sacerdotes no pueden celebrar? Muchas corrientes litúrgicas aspiran a resucitar esta ceremonia. Pero es el Concilio quien tendrá la palabra.

Sin desdeñar la riqueza de esta tradición en Oriente, el comentario revela un desconocimiento supino de la historia del rito romano, donde jamás fue habitual. Y aunque existe un fundamento teológico, e incluso litúrgico para que la concelebración fuese posible en algunas celebraciones, el generalizarla ha empobrecido la vida litúrgica especialmente de catedrales y colegiatas, de monasterios y conventos. Donde antes se celebraban tantas misas al día como sacerdotes residían hoy a duras penas hay una única celebración, extendiéndose la perniciosa idea entre muchos sacerdotes de que no es necesario celebrar cada día. No se puede negar que “a parte post” queda más que demostrado el enfriamiento eucarístico de los sacerdotes en el actual periodo posconciliar.

Comunión bajo dos especies.- Basta abrir el Evangelio para recordar que Cristo distribuyó por primera vez la Eucaristía en pan y vino. Fueron la comodidad y el tiempo quienes buscaron la forma simple de comulgar solo con pan. Teológicamente esto era perfectamente válido, ya que todo Cristo está en todo el pan y en todo el vino. ¿Pero quién duda de que simbólicamente el rito eucarístico se ha empobrecido y que tiene un más vivo esplendor en la liturgia oriental? ¿Por qué no conservarlo al menos en algunas ocasiones más solemnes?

No sólo fue la comodidad y el tiempo empleado para la comunión. Fue también el temor a la profanación del sanguis cuyas gotas se derramaban (recordemos que el pueblo usaba de otro cáliz con la llamada “consecratio” todo vino y un poquito de sanguis) y también las diversas herejías eucarísticas surgidas en el transcurso de la historia. Por otra parte estoy convencido que más que un afán ecuménico para con los ortodoxos lo que existía era una voluntad de complacencia para con los protestantes…

Porque si hubiera existido ese afán, el siguiente punto ni lo hubiera mencionado.

Vestiduras, arte, música sagrada.- He aquí otro capítulo que el Concilio no dejará de tocar. Las aspiraciones a un vestuario más simple, menos barroco, con menor sensación de riqueza y ostentación; los deseos de las iglesias más luminosas, menos recargadas, con mayor importancia a los altares y menor a los retablos; el sueño de una música más popular y a la vez más seria, menos sentimental, más religiosa; todo esto vive y crece en muchas almas, No dejará de vibrar en las de muchos Padres Conciliares.

Esa aspiración ya había recibido un gran impulso desde los años 40 con la difusión de los llamados ornamentos góticos, que usaban de signos paleocristianos para su ornato. También se había generalizado la construcción de templos mucho más en línea con la tradición primitiva de la Iglesia (templos bizantinizantes o de estética lineal), pero no se cuidó bastante el hecho de que la predilección por un estilo o una época  no podía implicar el desprecio por otra. ¿Resultado? Un odio visceral a todo lo renacentista, barroco o neoclásico que llegó a tales cotas que  el posconcilio generalizó una destrucción inimaginable de elementos artísticos. ¿Es católica una reforma que conlleva desprecio y destrucción en alto grado?

“He aquí los temas y las esperanzas que estos días se barajarán en el Aula Conciliar” afirmaba don José Luis en aquel octubre de 1962. Lo más prudente es que junto a esas esperanzas se hubieran intuido los riesgos y que con todo, se hubiese sido más cauto. Pero en los años posteriores llegó a parecer que todo estaba calculado con precisión matemática.


Capítulo 2º: Una conciencia litúrgica llena de prejuicios y errores (21/11/2009)

Un prejuicio es, como lo dice su nombre, el proceso de prejuzgar algo. En general, implica llegar a un juicio sobre el objeto antes de determinar la preponderancia de la evidencia, o la formación de un juicio sin experiencia directa o real. También implica criticar de forma positiva o negativa a algo o alguien.

Veamos cual es el examen que realiza Martín Descalzo de la historia litúrgica. Empecemos por las sentencias sobre la antigüedad cristiana.

Primero: Una imagen idílica de la liturgia paleocristiana, con una fuerte coloración bucólica.

En los primeros días del cristianismo la liturgia nacía fresca entre las manos de los cristianos, hablaban en su lengua cotidiana, dialogaban verdaderamente con su sacerdote, ofrecían a Dios su pan, su vino y sus ofrendas como quien da verdaderamente algo. La memoria de Jesús era aún reciente y la liturgia era diariamente una aventura nueva.

Únicamente es explicable ese juicio teniendo en cuenta la fuerte tendencia arqueologista de la que fueron victimas los estudios litúrgicos de aquella generación, que además ponían de relieve positivamente valores como la improvisación (diariamente una aventura nueva) o la lengua cotidiana. Sabemos en cambio que la ausencia de textos escritos era debida a la ley del arcano y no significaba que de manera memorística no se usasen reglas litúrgicas fijas (canon) y que se emplease una lengua litúrgica (el griego) que sin duda alguna no era la lengua vehicular de los fieles. La realidad era bien diferente de cómo les habían convencido.

Segundo: La inalterabilidad de gestos y palabras lleva a una rutina sin vida. El rito aleja a los fieles del misterio y lo contrapone al culto auténtico (el del corazón).

Mas pasó el tiempo y vino la inevitable rutina. Los gestos se inmovilizaron, las palabras adquirieron peso de siglos, y este peso las dio hondura, pero las dejó pesadas. Más tarde se derrumbó la cultura latina y el latín pasó a ser lenguaje de cultos, mientras la gente vivía y moría en lengua vulgar. La liturgia comenzó a ser un misterio lejano, una isla en la que el clero vivía y que los fieles miraban desde lejos; el culto se convirtió en rito: los gestos de amor se hicieron gestos teatrales; el banquete eucarístico, en el que se confraternizaba, pasó a ser la obligación de la misa que se oía, distraídamente, sin poner el corazón en juego

Estudios antropológicos en la postmodernidad avalan la teoría de la necesidad de ritos (gestos y palabras inalterables que garantizan una identificación de con las raíces del pasado que nos dan un punto de referencia que permite orientarnos al futuro: es el valor de las tradiciones y el positivo peso de la Tradición en la vivencia cristiana)

Tercero: Extrapolación del periodo de decadencia litúrgica de los siglos XVII-XIX a toda la Edad Media.

“…y, entonces, para que los fieles no se aburrieran mucho durante ella, los sacerdotes inventaron otros rezos, y "distraían" a sus fieles predicando, rezando rosarios, novenas, dando recitales de órgano, para que la misa -el sacrificio caliente de Jesús- no les resultara aburrida.”

También Dom Guéranger y cualquier buen liturgista reconoce en esas prácticas tardo-barrocas, que no medievales, una desviación de la liturgia católica.  El mismo San Pío X dio la consigna “No rezar en la misa, sino rezar la misa”. Esos principios estaban siendo vividos desde el inicio del Movimiento Litúrgico y muy difundidos ya, con gran provecho para el pueblo cristiano. La dirección era buena.

Cuarto: Juicio negativo sobre las fórmulas de los sacramentos y el breviario como alejados de la cultura y las nuevas circunstancias y ritmos de vida. Perorata sobre la necesidad de una constante adaptación a los tiempos de sacramentos y sacramentales

Y, como en la misa, fue sucediendo en todo. Las viejas fórmulas de los sacramentos se hicieron arcanas para quienes los recibían; palabras y gestos nacidos en otras culturas y que, en el momento de su introducción, estaban cargados de simbolismos para todos, perdieron con el tiempo su sentido y se quedaron en curiosidades extrañas, recuerdos de un tiempo muerto. El breviario, nacido en los monasterios y construido para largas horas de oración y para ser cantado en coro, se incrustó en la vida agitada de los sacerdotes y poco a poco se convirtió, para no pocos, en una simple carga, carga no tanto por su duración cuanto por su estructura construida para una espiritualidad distinta de la suya, para más circunstancias de vida alejadas de las actuales.

Quinto: Afán de reformas de adaptación, mal comprendidas y peor asimiladas.

Tenía que llegar un momento en el que las ansias de reformas de adaptación, se impusieran. Y esta hora ha sonado. Ya desde la mitad del siglo pasado vienen creciendo en el mundo estos deseos. El sentido comunitario de la misa, el dolor de verla en exclusiva del clero nació entre los grandes teólogos alemanes del siglo pasado, los Sailer, Moelher, Hierscher. La piedad litúrgica, el sueño de la renovación del arte y la música sagrada tuvo su patria en Inglaterra, en las figuras de Newman y Wiesseman. Pero -como observaba el otro día L'Osservatore- "la tierra madre del movimiento litúrgico es Francia, bajo el influjo y la obra del benedictino Dom Guéranger. Desde Francia este movimiento se difundirá de país en país, conquistando particulares especificaciones y aspectos integrantes".

Aquí es necesaria hacer una importantísima distinción. Él hace tres menciones: por una parte los que él llama “grandes teólogos alemanes” del siglo XIX (Sailer, Hierscher y Moehler), por otra   los adalides de la piedad litúrgica y la renovación del arte y la música (los cardenales Wiesseman y Newman) y finalmente alude Dom Guéranger y al Movimiento Litúrgico que él inicia y difunde. Asimilar las tres corrientes constituye  un simplismo grotesco y la evidencia de una falta de profundidad y rigor, sólo  propia de un conocimiento de las respectivas características de cada una de ellas superficial y vacuo. ¿El resultado? Hacer de los tres ámbitos un híbrido contra-natura. Si ciertamente Dom Guéranger es el providencial iniciador y difusor del Movimiento Litúrgico a partir de Francia y por otra parte   Wiesseman y Newman son los impulsores de una piedad litúrgica renovada, en maravillosa amalgama con el arte y la música, en su Inglaterra natal, en nada podemos hallar puntos de encuentro ni nexo alguno con los tres teólogos nombrados: uno casi iluminista (Johann Michael Sailer), otro lanzado hacia una pendiente simbolista (Johann Adam Möhler) y finalmente otro (Johann Baptist von Hirscher) autor de una obra sobre la Misa titulada “De genuina Missae notione” (1821) en la que la idea del sacrificio es relegada a un segundo plano, razón por la cual fue puesta en el Índice de Libros Prohibidos, y de la que nunca se retractó formalmente, causando un grito de alarma entre los católicos germanos que lo acusaban de ser “un enemigo de Roma y de todo lo romano”(sic)

Es más que evidente que estos tres “grandes teólogos alemanes” quizá no eran tan excelentes como lo entiende o presume Don José Luis.

Von Hirscher (izquierda), Möehler (centro) Sailer (derecha)

A mi entender todo ello es falto de consistencia y de rigor. Deseo de ser y sentirse moderno. Y todo lo alemán y lo centroeuropeo  lo era en aquel momento. Veremos más adelante como ese complejo por no estar al día y no participar en todo lo avanzado, hizo mella en aquellos meses conciliares, en la conciencia del P. Martín Descalzo y en muchísimos sacerdotes de su generación.

Por lo demás, en todas las posteriores consideraciones se hace un buen enfoque, aunque sin percibir ni por asomo los casi imperceptibles errores ni las desviaciones de las que a la vez son víctimas y protagonistas algunos de esos teólogos liturgistas. Y entre ellos muy especialmente, como vimos anteriormente, Dom Oddo Casel, que junto a Dom Lamberto Beaudoin serán los iniciadores del cambio de orientación del Movimiento Litúrgico.

Con Pío X el movimiento litúrgico dejará de ser el piadoso deseo de algunos cristianos y recibirá el timbre pontificio. El "motu proprio" Tra le solecitudini, sobre la música sagrada, dará en 1903 la señal de partida para la cadena de reformas que van a conducirnos hasta el Concilio. Los conventos de Solesmes, de Malinas, de Montserrat, de Maria Laach, de Silos mantendrán viva la antorcha del espíritu litúrgico en todo el mundo. La labor de los grandes teólogos liturgistas, los Marmión, Guardini, Von Hildebrand, Jungman, Odo Casel, y tantos otros, profundizará de día en día los nuevos aspectos teológicos y bíblicos de la Liturgia, y Pío XII con su encíclica Mediator Dei pondrá la piedra fundamental de la teología litúrgica contemporánea.

El juicio positivo sobre todos los demás aspectos de la renovación litúrgica del siglo XX es impecable: La comunión frecuente y la edad de primera comunión de los niños, junto a la renovación de la música sagrada y la difusión del misal de los fieles por San Pío X. La recuperación de las misas dialogadas, la introducción de la lengua vernácula en muchas partes de los sacramentos y en las lecturas de la misa, los permisos para las misas vespertinas, la mitigación del ayuno eucarístico, la revivificación de la Semana Santa, la reforma y simplificación  de las rúbricas del misal y del breviario y finalmente el renacimiento del arte sagrado, todo ello logro y aportaciones del gran papa Pío XII.

Pero….

“Todo esto son pasos que marcan los deseos mundiales de una reforma completa y sistemática. El Concilio, pues, no tendrá que andar un camino desconocido. Un siglo de Movimiento Litúrgico ha preparado ya sus pasos. Pero en el Concilio debe darse el marchamo o la corrección a todo esto hasta volver a conseguir una liturgia viva, en la que todos se sientan participantes".

La “lungamano” de Cassel y Beaudoin, y de discipulos como Bugnini, ha sembrado la semilla de la cizaña entre los fecundos campos sembrados de la vida litúrgica de la Iglesia. “Queremos más y no pararemos hasta conseguirlo” parecen exclamar.

Mientras tanto, aunque la inmensa mayoría del mundo católico no percibe los riesgos de esa pendiente, en la conciencia de algunos pocos sacerdotes y obispos y de muchos seglares va naciendo la duda si el camino que pretendidamente va a iniciarse nos va a conducir a algo mejor y más sólido que el patrimonio litúrgico-espiritual del que ya goza y se alimenta la Iglesia.

En 1964 la eminente psicóloga noruega Borghild Krane (en la fotografía) hará un llamamiento al laicado católico. Será el catalizador que hará nacer la Federación Internacional Una Voce.

Pero esta es harina de otro costal…


Capítulo 1: Un Concilio rodeado de esperanzas y temores (14/11/2009)

Parte 3ª: El peligro de un ingenuo y estéril triunfalismo

Tras subrayar las demás alegrías que según el P. Martín Descalzo van a acompañar al Concilio: una autentica representación universal de la Iglesia en la Magna Asamblea unida al hecho de llegar en un momento de fuerte conciencia laical (¡la Iglesia somos todos!) y a una voluntad dialogal  de la Iglesia Romana con respecto a todos los separados, convicciones todas ellas unidas a la conciencia de tener en Juan XXIII un gran Papa y la inestimable asistencia del Espíritu Santo, nuestro cronista pasa a relatar los más que evidentes temores que rodean al Concilio.

En primer lugar, un exceso de triunfalismo: Dios no inspira, sólo está al lado de los Padres conciliares para que no se equivoquen en las decisiones solemnes. El concilio tiene garantizada una infabilidad doctrinal no una infabilidad pastoral, no una máxima eficacia pastoral.

La historia de la Iglesia está llega de lecciones aterradoras en este sentido: concilios en los que todo el mundo esperaba mucho y que no sirvieron para nada, como el Laterano V de 1512. Todos esperaban de él la reforma de la Iglesia y los padres conciliares se encerraron en cuestiones de escuela sobre el alma inmortal quedándose la reforma en los tinteros. ¿Resultado? Seis meses después estalló la Reforma luterana. No fue un Concilio erróneo, fue un Concilio inútil.

Veamos lo que afirmaba en aquellos momentos el sacerdote cronista del rotativo bilbaíno:

 ¿Por qué caminos podría llegar la inutilidad del Concilio? Intentemos dibujar aquí algunos. Por el choque -y no el encuentro- de mentalidades ante todo…¿Quién desconoce que en la Iglesia hay dos tipos de mentalidades que, si coinciden en lo fundamental, se diferencian en casi todo lo accidental y en casi todas las maneras de expresar lo fundamental? Dos mentalidades que podríamos llamar abierta y cerrada, conservadora e innovadora, tradicionalista y moderna, de cien mil maneras, para decir en todas lo mismo. ¿Quién no sabe que este Episcopado es más abierto y aquel es más cerrado, que este es más libresco y aquel más pastoral? ¿Quién no ha visto en las pastorales que han precedido al Concilio los diversos planteamientos, las distintas posturas, las diferentes orientaciones?

Fueron muchas las personalidades eclesiásticas que expresaron ese temor. Escribía el cardenal Feltín, Arzobispo de Paris:

“Entre los que se aferran prudentemente a las formas del pasado  y los que se lanzan temerariamente hasta la punta extrema del progreso, hay una divergencia tan profunda de mentalidad que sus puntos de vista son frecuentemente opuestos y es necesario mucho espíritu de caridad para que no se produzcan choques violentos.”

Sin duda y como consecuencia de este peligro, otros varios subrayados ya en aquel momento: un parloteo vacío, el minirreformismo de quien se conforma en arreglar cuatro cosas y el mayor y más acechante: la precipitación.

Pero, a mi entender el más grave peligro, no fue confundir las Comisiones preparatorias de los tres años precedentes, formadas  por 876 miembros de los cuales 609 europeos y de estos 378 italianos, con el Concilio, como afirma Martín Descalzo. Sino confundir los discursos y las deliberaciones conciliares con el Concilio. Todo ello, en contra del prescrito secreto conciliar, filtrado desde dentro de manera intencionada a la Prensa internacional.

Y todo empezó en la primera sesión, la famosa sesión del 13 de octubre, finalizada, para escándalo general en sólo doce minutos.

Relatemos la escena: el secretario del Concilio, Mons. Felici comenzó comunicando que se iban a distribuir las papeletas de votación.

Se repartió un folleto de grandes dimensiones y 16 páginas. En el encabezamiento de cada una iba el nombre de una comisión y 16 líneas vacías en las que cada Padre había de poner los nombres de sus candidatos para cada comisión. Segundos después el cardenal Liénart, arzobispo de Lille, en nombre de todo el episcopado francés pide la palabra al presidente de la mesa el cardenal Tisserrant. Este se la niega, y ante la negativa, Liénart coge resueltamente el micrófono y expone la dificultad de votar sin haber preparado suficientemente la votación pidiendo se retrasara cuatro días para que se pudieran entablar diálogos entre las comisiones. Unos segundos de pasmo e indecisión y al fin un nutrido aplauso de gran parte del Aula cerró la intervención. Inmediatamente se levantaba  también de la mesa de presidencia, el cardenal Frings. Señaló que hablaba a título personal pero con el consentimiento de Dopkner (Munich) y König (Viena). Apoyaba y recogía la petición de Liénart y quería recordar que en estas votaciones se podían aceptar candidatos cardenales. Un nuevo y más nutrido aplauso. Los diez cardenales de la presidencia (Tisserrant, Liénart, Tappouni, Caggiano, Gilroy, Ruffini, Alfrink, Pla y Deniel, Spellman y Frings) dialogaron unos minutos y comunicaron a la sala su decisión de aplazar la elección.

La cosa dio que pensar en los ambientes periodísticos y a partir de este momento intuyeron que algo gordo se estaba cociendo en la rebotica del Concilio, algo que iba a otorgar al encuentro conciliar un interés mediático de enorme magnitud, especialmente cuando un obispo holandés afirmó. “La cosa no podía comenzar mejor”.

Tres días después, en la sesión del 16 de octubre se comunicó a los Padres una novedad: el primer tema en estudio iba a ser el de Liturgia. Como una “novedad”, así lo entendió Martín Descalzo:

 Digo novedad porque era clásico en los Concilios arrancar de un tema teológico, y teológicos eran cuatro de los siete esquemas que por el momento se han entregado a los Padres conciliares. Pero es bueno este arranque. Por un lado reafirma la tendencia práctica de este Concilio. Por otro, será un buen tema "de rodaje". No conviene arrancar por un problema que pueda provocar tensiones. Y el aire dice que los esquemas teológicos las producirían.

La mañana del sábado 20 de octubre el Papa lanzó un mensaje al mundo en su discurso de apertura con doce definiciones de lo que era el cristianismo, en ellas “todo el nuevo espíritu de la nueva Iglesia” como escribió Martín Descalzo.

El lunes 22 de octubre, terminada la etapa de preparativos, el Concilio empezará a interrogarse sobre su Liturgia.

Nuestro sacerdote periodista lanza los planteamientos y como él y con él, tantos otros:

¿Cómo va la Liturgia entre los cristianos de hoy? ¿Cómo oyen su misa, cómo practican sus sacramentos? ¿Por qué la oyen y practican como lo hacen? ¿Qué podría hacerse para conseguir una liturgia más viva, más verdadera, más auténtica?

La puerta está abierta…


Capítulo 1: Un Concilio rodeado de esperanzas y temores (7/11/2009)

Parte 2ª: ¿Un Concilio sin injerencias?

Tras ingenuamente afirmar, siguiendo la línea marcada por el Cardenal Arzobispo de Milán Montini , que el Concilio nacía en ausencia de errores o desviaciones, el segundo motivo de esperanza para Martín Descalzo, nuestro presbítero-cronista en Roma, es contemplar la ausencia de injerencia del poder.

"Otra felicidad: un Concilio sin injerencias de los poderes civiles y políticos. Es hermoso ver cómo la Iglesia va dejando pesos a lo largo de su historia en los últimos siglos. Un día volverá a pasearse por el mundo sin alforja ni zurrón, con una sola túnica. Por de pronto, esta bendición de las cancillerías ocupadas en sus cosas. Y la otra de unos Padres Conciliares que podrán discutir sin preocuparse de lo que puedan pensar los Ministerios. El Vaticano I fue el primer Concilio sin que las autoridades civiles estuvieran presentes con sus cuerpos. El Vaticano II será el primero en que no estarán ni con sus cuerpos ni en modo alguno. Se gozará por vez primera una libertad sin tensión, una libertad sin lucha, una verdadera libertad."

Resulta sin embargo contradictorio que un periodista como Martín Descalzo consciente del indudable poder que ya en aquellos años ostentaban  los llamados “mass media” (medios de comunicación) llegase a un reduccionismo tal como para obviar el poder de condicionamiento que ya desde el primer día estaba ejerciendo la Prensa sobre el Concilio.

El marco ideológico de rotativos como “La Croix” que desde los primeros días del anuncio del Concilio, con sus editoriales y los artículos de sus corresponsales, fueron marcando las líneas que iban a presidir las tendencias, no sólo del episcopado francés, sino de buena parte del episcopado europeo; la táctica más que hábil de la Prensa comunista italiana que no ignorando que el Papa Juan XXIII era infinitamente popular y que atacarle sería un disparate – como afirma D. José Luis- “elogian del Concilio lo que les gusta, comentan lo que pueden llevar a su molino e ignoran simplemente  lo que no les conviene”; por otra parte, los nervios de la Prensa de ultraderecha, como el semanario  Il Borghese” con  Mario Tedeschi a la cabeza como director, anclado en su inmovilismo y preocupado por las componendas que la Iglesia puede hacer con los regímenes del “Telón de Acero”. Todo ello unido a esa marea de profesionales de los medios, la mayoría muy jóvenes, que enviados a Roma por sus editores, empezaban a ser conscientes de que iban a vivir la etapa periodística más difícil pero quizá más transcendental de su carrera. Además, llamados a interpretar los comunicados de la Oficina de Prensa del Concilio, la primera en la historia de la Iglesia, siempre salpicados paralelamente por conferencias de diversas personalidades eclesiásticas  que fueron enriqueciendo el clima conciliar sí, pero también condicionándolo fuertemente: ahora una nota a la Prensa del episcopado francés, ahora una conferencia del cardenal Montini, o de Mons. Alfrink y Mons. Frings, ahora unas declaraciones de Mons. Spellman, más tarde una conferencia organizada por la “Sala Stampa del Concilio” del teólogo protestante Oscar Cullman… Todo ello resultaba inaudito en la historia de los concilios precedentes de la Iglesia. Eran los nuevos tiempos. También las nuevas injerencias…

Consciente del peso que iban a tener los “mass-media” en el transcurso y desarrollo del Concilio, el P. Martín Descalzo recogió  algunos recortes de la Prensa internacional del día 12 de octubre de 1962, crónicas desde diversos ángulos, acerca de la sesión de apertura del Concilio del día anterior:

"El sentido de la vitalidad de la Iglesia es lo que más sobresale de la lectura del discurso del Papa. Y esto es muy importante, porque si para el creyente la Iglesia es un agua perenne, una fuente inextinguible, el que está fuera de los círculos católicos tiene fácilmente la impresión de que es una institución envejecida, atada al pasado. Pero del discurso del Papa lo esencial son esos fragmentos en los que disiente de los simples alabadores del pasado, y pasa a considerar obra de la Providencia el nuevo orden de las relaciones humanas hacia las que el mundo se encamina, y nos dibuja no sólo la posibilidad, sino también la mayor facilidad de ser buenos cristianos en las nuevas condiciones de vida." (La Stampa, Turín.)

"Este Concilio apenas iniciado nos asombra y nos llena de pensamientos con sus sugestivos presagios. Es aún sólo la aurora, pero la luz ya está viva. Y se encienden muchas esperanzas para la larga jornada." (Il Corriere della Sera, Milán.)

"Este Concilio quiere ser el Concilio de la caridad, de la misericordia. Y no es casualidad el hecho de que en el mensaje sean tan frecuentes las citas tomadas del Evangelio de San Lucas que, como señalaba el cardenal Lercaro, es el Evangelio de la misericordia. Por tanto, nada de polémicas, El Pontífice se dispone a poner el acento en lo que une, en lo que hermana, con preferencia sobre cuanto divide." (Il Mesaggero, Roma.)

"La presencia de algunos obispos de la Iglesia del Silencio en Roma demuestra que la religión, de la que Stalin se reía, está bien viva en aquellos países. En veinte siglos la Iglesia ha atravesado las peores tempestades con la tranquila certeza de tener a su favor la promesa de la eternidad. Ha sobrevivido a los cismas; a la Reforma; a la Revolución francesa; al positivismo. ¿Por qué debería temblar ante el marxismo?" (Le Monde, París.)

"El Concilio se ha abierto con una gran sorpresa: se esperaba un discurso tradicional, de simple bienvenida. Juan XXIII, en cambio, ha pronunciado un discurso verdaderamente histórico, atacando sin términos medios ciertas posturas y doctrinas completamente superadas que no conceden a la Iglesia su derecho a desposar nuestro siglo. Se conocían ya los sentimientos profundos del Pontífice, su apertura de ánimo, su extraordinaria tenacidad. Pero hoy los ha manifestado con singular determinación. No hay duda de que este discurso irá derecho al corazón del mundo católico." (Paris Presse.)

"Lo que se esperaba de esta asamblea no es la proclamación de un dogma nuevo, sino sobre todo que la doctrina cristiana sea clarificada para ayudar al hombre común a afrontar sus preocupaciones cotidianas en la familia, en el trabajo y en los grandes problemas de nuestro tiempo: la guerra, la paz, la amenaza de destrucción nuclear, los problemas de la coexistencia, la ayuda a los países subdesarrollados." (Times, Londres.)

"El Concilio Vaticano II no podrá llegar a compromisos que consintieran la unión orgánica con otras confesiones, ortodoxas y protestantes, que no reconozcan la autoridad del Papa. Pero de todos modos los cristianos deben alegrarse por el hecho de que este Concilio se reúna en una atmósfera de cordialidad y de espíritu de cooperación, como nunca se habían manifestado desde los tiempos de la Reforma entre los que pertenecen a la Iglesia Romana y los que están fuera de ella. La mayor parte del mérito de este acercamiento se debe a Juan XXIII. En el curso de los cuatro años de su pontificado el calor de su personalidad ha despertado la buena voluntad de los jefes religiosos alejados de su sede." (Daily Telegraph.)

"El mundo sigue atentamente a los católicos y a los miembros de otras confesiones cristianas y ortodoxas, y espera las decisiones de Roma. Las puertas entre los cristianos divididos se han abierto ya demasiado para que puedan volver a cerrarse." (Neue Tegeszeitung.)

"Quizá los resultados del Concilio no serán suficientemente comprendidos por nuestra generación. Pero es claro que si todas las ramas de la cristiandad logran olvidar los antiguos odios y sustituirlos por las antiguas verdades, se podrá ciertamente realizar el milagro de la cristiandad unida." (New York Times.)

"El Papa Juan ha demostrado ser un reformador de larguísimas miras, uno de los más activos jefes religiosos. La lucha que hoy sostiene contra el materialismo y el laicismo no se limita a las palabras, sino que entra de lleno en la acción, como lo testimonia el inmenso esfuerzo que está realizando para la unión de los cristianos." (New York Mirror.)

Todos estos fragmentos nos permiten ponderar la influencia ejercida por los medios, que debemos  finalmente completar con una honesta confesión de nuestro analista conciliar: “una vez más extremas derechas y extremas izquierdas tratan de usar el Concilio para sus fines”

Por otra parte, no abría que olvidar que el tiempo histórico en que se iba a desarrollar el Concilio era un momento de fuerte evolución, por no decir convulsión, en las cuestiones políticas y sociales que exigía extrema cautela en su interpretación. Sin embargo, la sucesión histórica ha demostrado que  cada uno de los acontecimientos acaecidos en aquellos años, recordemos las efemérides de 1962  y 1963  iba a tener un sobredimensionado peso en el ánimo de los padres conciliares. Es más que evidente que esas influencias sociales habían estado siempre presentes en la historia de la Iglesia. Justo en aquel momento no debían ser desdeñadas.

Ya no contemplaríamos la figura de egregios monarcas presentes en la Magna Asamblea de Padres con sus claras exigencias y condicionamientos políticos ni descubriríamos maniobras de influyentes cancillerías maniobrando en las trastiendas del Aula de San Pedro. Pero las injerencias relatadas quizá dejarían un peso mayor en el transcurso de este concilio que en ningún otro de la casi bimilenaria historia de la Iglesia.


Capitulo 1: Un Concilio rodeado de esperanzas y temores (30/10/2009)

Parte 1ª: ¿Un momento sereno, sin desviaciones ni abusos?

En aquel mes de octubre del 62 nuestro sacerdote-periodista en el Concilio subrayaba una serie de circunstancias que multiplicaban el interés del Vaticano II. Las especificaré y las comentaré brevemente a grandes rasgos en estos primeros capítulos.

1ª Afirmación: El concilio llega en un momento cristianamente sereno, sin herejías, no se hace pues contra nadie, es un Concilio de reformas y de exhortaciones.

Nuestro enviado especial a la Roma del Concilio, hace suyas las líneas trazadas por el entonces cardenal Montini:

“La característica de este Concilio es que tendiendo abiertamente a una importante reforma, ésta parte más del deseo del bien que de la fuga del mal. Hoy, de hecho, no hay en la Iglesia, por la misericordia de Dios, errores, escándalos, desviaciones o abusos que reclamen la convocación de un Concilio como medida extraordinaria. Será por ello un Concilio de reformas positivas más que de castigos, más de exhortaciones que de anatemas”.

Para Martín Descalzo ese ambiente evitará los llamados excesos de una verdad que en su lucha contra el error va acompañada de unos contornos peligrosos.

Un Concilio, pues, sin herejías. ¿Nos damos cuenta de lo que esto significa? Porque el hereje es causa de dos errores: del suyo propio y del que sus adversarios inevitablemente cometen exagerando la verdad, subrayando demasiado ciertas zonas, o simplemente cargando a la verdad de contextos polémicos. El hereje huye de la verdad, y el que le combate se encastilla en ella. El que está en la verdad se convierte en un "anti", un "anti" que termina imponiendo no sólo la verdad, sino también todos sus contornos, que no siempre son tan verdad como la verdad misma.

Un Concilio sin herejías es, por ello, una ocasión excepcional de casar la verdad con la serenidad (esa hermana gemela de la verdad), en lugar de ese absurdo matrimonio morganático de la verdad con el extremismo (ese hermano gemelo del error). Un Concilio sin herejías es la mayor bendición que el cielo podía conceder a su Iglesia.

Esa aseveración por una parte revelaba una verdad: la ausencia de errores doctrinales  en el conjunto de la marcha de la Iglesia. La inmensa mayoría de los católicos vivía alejada de todo conflicto doctrinal, moral o litúrgico. La condena  por parte de San Pío X, del modernismo y de todos los errores unidos a él, otorgó a la Iglesia un camino expedito para su sano crecimiento y desarrollo.

Pero sin embargo y por otra parte, evidencia el desconocimiento de que las raíces de aquellos errores no llegaron a ser completamente extirpadas. En muchos lugares y  en muchos ámbitos de la vida de la Iglesia, las llamadas “élites pensantes” modernistas permanecieron como en estado de incubación latente a la espera de actuar e influir cuando los tiempos fueran propicios.

En los ámbitos filosófico-teológicos de las Facultades y Seminarios de muchos países europeos (Francia, Holanda, Bélgica, Alemania, etc…) iba desarrollándose la “nouvelle theologie” amparada por la libertad de estudio y reflexión de que gozaban  las diversas órdenes religiosas pero debido muy especialmente a la amistad y simpatía personal que unía a esos teólogos con muchos obispos, encargados en teoría de velar por la pureza doctrinal de sus centros.

(el siguiente relato es síntesis de la anterior serie litúrgica)

Recordemos los pasos del Movimiento Litúrgico ya tratados con anterioridad: en ese ámbito que nos ocupa, no me voy a cansar de insistir que la extraña personalidad de Dom Beauduin, padre del movimiento belga, va a ser de letal importancia.
La Primera Guerra Mundial lo va a arrastrar  por un tiempo, lejos de la liturgia, a las complicas aguas y turbias esferas de un tanto extraño ecumenismo. Hombre de confianza del Cardenal Mercier, Dom Beauduin representa un papel principal en la resistencia belga contra el invasor alemán. Después de una serie de aventuras rocambolescas, se ve obligado a refugiarse en Inglaterra, y allí, primer motivo, hace amistad con numerosas personalidades del anglicanismo.

Más tarde y después del armisticio de noviembre del 18, Dom Beauduin vuelve a Mont-César, donde se encuentra con Mons. Szepticki, metropolita de Lvov, jefe de la Iglesia Uniata, es decir la porción de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana que había entrado de nuevo en el siglo XVI en la comunión de la Iglesia de Roma (Actas de Brest-1595). Este comparte con Dom Beauduin su apasionado amor por el Oriente así como sus concepciones sobre la vida monástica. Nuestro monje, que ya se encontraba muy aprisionado en su monasterio, demasiado "guerangeriano" es decir demasiado conservador, no soñará ya sino con una nueva fundación monástica que restauraría la vida de los monjes llegados originariamente de Oriente.

Recordemos que es entonces cuando su abad, Dom Robert de Kerchove, que estima profundamente a su monje un tanto movedizo, va a darle la posibilidad de "tomar aire" enviándolo como profesor al Colegio San Anselmo de Roma, fundado por León XIII en 1887 para los estudios teológicos de los benedictinos del mundo entero.

El abad primado de San Anselmo, Dom Fidèle de Stotzingen, monje muy conservador, no podrá dominar a su nuevo profesor que entusiasmará a sus alumnos por la causa de Oriente. Esta pasión no hace sino crecer con sus encuentros con Cirilo Korolevsky y sobre todo con el padre jesuita (muy pronto Monseñor) Michel d´Herbigny,  Actuando así, Dom Beauduin se adelantaba a los deseos del nuevo Papa, Pío XI, que en febrero del 22 sucedía a Benedicto XV. En efecto, desde los primeros tiempos de su Pontificado, mostraría su pasión por el Oriente, por esa enorme porción de Rusia, que aún parecía vacilar, en esos años que siguieron a la Revolución de Octubre, en un equilibrio inestable entre los caminos que se internaría.

Espoleado por Mons. d´Herbigny, el ardoroso Pío XI iba a apurar las cosas: el 21 de marzo de 1924, enviaba al abad primado el Breve Apostólico "Equidem verba", en el que el Soberano Pontífice retomaba las grandes ideas de Dom Beauduin sobre el papel capital que representaría una fundación benedictina de un tipo nuevo para el acercamiento con Oriente.

Dom Fidèle no comprendía nada: ¿como el Papa podía apoyar a un monje al que juzgaba sanguíneo, de imaginación extremada, casi despreciativo de la Iglesia Occidental y muy inclinado a la actividad exterior? No comprendía que detrás del Papa estaban Mons.D´Herbigny y el cardenal Mercier quien en esa época, era presa de un "vértigo de unionismo", pues era el año de las Conferencias de Malinas, conversaciones amistosas entre algunos anglicanos y católicos cuyo motor fue Lord Halifax, presidente de la English Church Union, de la Alta Iglesia, deseoso de un acercamiento con Roma. Dom Beauduin preparó para el cardenal Mercier un informe sobre "la Iglesia Anglicana unida pero no absorbida". Allí desvelaba a plena luz sus concepciones más que dudosas sobre el ecumenismo. Lo más grave es que en ese informe se sacaban unas tan radicales consecuencias como la supresión de las sedes episcopales católicas creadas en el siglo XIX con la dimisión de sus titulares.

Todo eso se supo más tarde, hacia 1926. Mientras tanto Dom Beauduin debía fundar su monasterio y no espera más, en 1925, funda el "Monasterio de la Unión" en Amay-sur-Meuse en Bélgica. Y allí redacta sus estatutos. Sólo hace falta leerlos para darse cuenta del calado de sus pretensiones. No penséis que nos estamos alejando del tema, al contrario estamos de lleno en él. Nuestro monje, sin confesarlo, va a hacer pasar sus concepciones ecuménicas al Movimiento Litúrgico, va a trabajar, y sus sucesores más que él, en adaptar nuestra Liturgia a las "urgencias de la unión de las iglesias". ¿Habéis notado cuanto se parece este lenguaje al del tiempo de Juan XXIII y de la Comisión para la Reforma de la Liturgia del Vaticano II?. No es fruto de la casualidad, en 1924 Dom Beauduin traba amistad con Monseñor Roncalli, quien había caído en la diplomacia tras perder su cátedra en el Ateneo Lateranense bajo sospecha de modernismo. El futuro Papa va a ser uno de los más fieles simpatizantes del monasterio de Amay. Pero en 1926 muere Mercier y Pio XI se da cuenta de la pendiente a la que conduce Amay y su revista "Irenikón".De allí el trueno, en los primeros días de 1928, de la encíclica "Mortalium Animos", verdadera carta del ecumenismo católico verdadero.

Dom Beauduin se sintió tocado, renunció a su cargo de prior, viajó por Oriente y se retiró a Tancremont. Luego fue convocado a Roma en 1929 para comparecer ante su viejo amigo D´Herbigny, se le hizo comprender que haría bien en dejar de residir habitualmente en Bélgica, esta fue su partida para Estrasburgo. En la primavera del 32 nuevo proceso en Roma donde se le ordenó no tuviera ninguna relación más con Amay y que se retirara por dos años a un Monasterio alejado: este fue el exilio de Encalcat. Al salir de su retiro en el 34, fue nombrado capellán de las olivetanas en Cormeilles-en-Parisis. Así contribuyó a que se echaran a perder la congregación olivetana y los monjes de Bec Helloin, tan versados en el ecumenismo con los anglicanos. Poco antes de la II Guerra Mundial, en el 39, Dom Beauduin se retiraba a Chalivoy. Fue allí, en la diócesis de Bourges donde Beauduin encontraría a un viejo exegeta, su Arzobispo. Este le encargaría la creación del Centro de Pastoral Litúrgica de Neuilly y de su revista "La Maison Dieu", germen de muchos males.

Más adelante lo volveremos a encontrar trabajando con los dominicos modernistas de las “Éditions du Cerf” inoculando el veneno de " su ecumenismo" entre los fieles por medio de la "Pastoral Litúrgica". Habiendo partido de la liturgia, el ex-prior de Amay, más tarde como veremos de Chevetogne, volverá a ella, pero no ya para servir a la causa de la Liturgia, como lo había hecho en 1909, sino para servirse de ella para sus proyectos ecuménicos.

Entretanto en 1918 en Alemania,  el abad de María Laach, Dom Ildefons Herwegen, crea y lanza la colección “Ecclesia Orans” con la intención de acer volver al pueblo alemán, quebrado por la guerra, a la piedad litúrgica.. No habla del Movimiento sino del “Esfuerzo litúrgico”, pero para ello Dom Herwegen  quiere librar a la liturgia de “todas las escorias con que la ha oscurecido la Edad Media” que ha recargado a la liturgia con  interpretaciones fantasiosas y con desarrollos ajenos a su naturaleza, por ejemplo, “la excesiva insistencia en la presencia real en la Eucaristía” Otra gran idea del abad es que esa funesta Edad Media se ha desviado de un modo objetivo de piedad a un modo subjetivo. Es el tema fundamental de su libro "Kirche und Seele" (La Iglesia y el alma) en el que presenta una oposición entre la piedad de la Iglesia y la piedad del alma como paralela a la oposición entre la “objetividad tradicional y el subjetivismo moderno”.

He aquí la desviación letal del "Esfuerzo litúrgico" alemán: un arqueologismo desenfrenado  que se traduce por el desprecio no solamente de la liturgia tridentina, sino también de la liturgia medieval, así como una tendencia a formar una piedad colectivista.

El nombre de Dom Herwegen ya hace mucho tiempo que ha sido olvidado, pero no el de Dom Otto Casel, monje del mismo monasterio de María Laach, con su teoría del Kultmysterium (el misterio del culto cristiano). La explicación de esa teoría la tenemos  en boca del liturgista Wolfgang Waldstein:
"Dom Casel nos ha hecho salir del callejón sin salida de las teorías postridentinas del sacrificio". Con claridad, Dom Casel nos liberó de la XIIª Sesión del Concilio de Trento sobre el Sacrificio de la Misa.

Dom Casel, precursor reconocido de la Institutio Generalis del Novus Ordo Missae estaba infectado de arqueologismo: rechazando la época barroca como la medieval, consagra un amor apasionado a la época patrística donde la liturgia solamente tiene el sentido de “misterio”.

Otro nombre célebre es el de Pius Parsch,  canónigo agustino de Klosterneuburg (Austria) que inicialmente contribuirá con su "Año Litúrgico" a los sanos esfuerzos en la dirección de Dom Guéranger pero que asumirá más tarde una orientación netamente peligrosa: solapar en el “Esfuerzo Litúrgico” alemán la rémora de todos las desviaciones perseguidas por Roma en el naciente Movimiento Bíblico, pues en sus ideas, en esa renovación bíblica, se supera en mucho la esfera de los métodos prácticos e implica presupuestos teológicos de mayor importancia: cambiar la Eclesiología. La Palabra de Dios, considerada como la Revelación inmediata de Dios en medio de la Asamblea, va a trastocar totalmente la concepción de la Misa: Dios estará presente mucho más por su Palabra que por su Eucaristía. Los fieles "asistentes a la Misa" van a transformarse en “Asamblea del Pueblo de Dios”: la reunión de los creyentes en medio de los cuales sopla el Espíritu.Tal es la nueva concepción de la Liturgia, tal es la nueva concepción de la Iglesia en el Movimiento Bíblico-Litúrgico de Dom Pius Parsch. 

Encontraremos trabajando a estos personajes trabajando en su obra más a la sombra de la II Guerra Mundial, tiempo en que Dom Beauduin tenía un buen número de sacerdotes y obispos discípulos suyos: Mons. Fillion y Mons. Harscouet, obispo de Chartres, Mons. Chevrot, párroco muy liberal de San Francisco Javier de Paris y predicador muy célebre en esa época en Nôtre Dame; otros venían de los ambientes scouts del P. Doncoeur, otros finalmente y tal vez los más peligrosos, llevaban el hábito blanco de los dominicos. Ya existía pues en Paris todo un clero de vanguardia, muy dedicado a la Acción Católica, que valoraba mucho las elucubraciones de ecumenismo litúrgico de Dom Beauduin. Toda esa evolución "socializante" se hizo bajo los episcopados de Verdier y Suhard. La Compañía de Jesús no se quedaba atrás del clero diocesano: ya desde hacía varios años el P. Doncoeur era el alma de un vasto movimiento de scoutismo católico. Como en Alemania esas ideas seran vehiculizadas por los movimientos juveniles. Desde ese momento la liturgia para ese clero se convertirá ante todo en una “pedagogía”, una manera incomparable de educar a la juventud.

Los padres dominicos Congar y Chenu revelaron el estado de putrefacción avanzada de la orden dominicana y en particular del Saulchoir en los años 30 y 40. Las ediciones “Du Cerf” fueron fundadas en 1932, su órgano es "La vie intellectuelle". La revista "SEPT" data de 1934, su tendencia netamente marxista acarrea su desaparición en agosto de 1937 pero renace de sus cenizas con el nombre de "Temps Présent". Todas esas revoluciones intelectuales no dejan de tener repercusión en el campo de la liturgia. Así las fuerzas modernistas francesas, supervivientes de la purga de San Pío X, van a cercar el Movimiento Litúrgico. La guerra será el catalizador que hará brotar de ese caldo de cultivo el Centro de Pastoral Litúrgica de Paris. En 1941 el P. Maydieu publica un álbum litúrgico en unión con "Temps Présent" y la J.A.C. En junio del 41, el P. Boisselot, director de Du Cerf lanza "Fêtes et saissons"(Fiestas y estaciones). En el 42, las ediciones de l´Abeille en Lyon lanzan "La Clarté-Dieu" que será el primer órgano del C.P.L. francés en estado embrionario. El 20 de mayo de 1943, se efectuó en las ediciones du Cerf la reunión fundacional del C.P.L. de Paris. Dom Lambert Beauduin, viejo profeta de 70 años, presidía. Ese día fue su triunfo, veía ahí la consagración de sus ideas por las cuales había luchado casi 30 años. La “primacía de la pastoral sobre el culto” estaba oficializada. Retengamos los nombres de los principales impulsores del C.P.L. de esa época: Duployé, Roguet, Chenu, Chéry, Maydieu, todos dominicos, por supuesto Dom Beauduin, los jesuitas Doncoeur y Danielou, el P. Martimort de Toulouse, sin olvidar el p. Luis Bouyer del Oratorio. En octubre del 45 ve la luz la colección “Lex Orando" ,antes en enero del mismo año, había aparecido el primer número de "La Maison Dieu" órgano oficial del C.P.L. francés. En Alemania estalla el conflicto con Roma. El clero y la juventud recluidos en las sacristías por el nazismo se entregaba a una verdadera revolución litúrgica. Una ola de protestas se alzó en todos los medios católicos. La controversia encontró eco en dos obras de Max Kassipe y Doerner, hostiles al Movimiento. Habrá que apresurarse para evitar las condenas romanas. Una asamblea privada, en Fulda en agosto del 39, designó como jefe del Movimiento al obispo de Passau, Mons. Landesdorfer, benedictino, siendo sus asistentes el P. Jugmannn y Romano Guardini. El comité dirigente no perdió tiempo: la primera necesidad era dominar al episcopado alemán. La maniobra fue hábil,  pero no contaban con el valor y la energía de un gran obispo, Mons. Gröber, arzobispo de Friburgo en Brisgovia. En efecto ese prelado dirigió en enero de 1943 a sus colegas alemanes una larga carta pastoral en tono grave en la que enumeraba en 17 puntos los principales temas de inquietud que le causaban los movimientos juveniles y sus concepciones sobre el sacerdocio general de los fieles. Más tarde el papa Pío XII, impresionado por esa pastoral, se hará eco de la inquietud en las encíclicas “Mystici Corporis” de 1943 y “Mediator Dei” del 1947, condenando la nueva teología del sacerdocio y marcando los límites del Movimiento Litúrgico: con un discernimiento y una habilidad extraordinarios, el Papa va a retener todo lo que hay de bueno en el Movimiento Litúrgico y a condenar enérgicamente sus desviaciones.

Pero esa carta tan hermosa no fue  acompañada de medidas concretas ni de sanciones. Creyó habérselas con intelectuales un poco extraviados, cuando se trataba, al menos para algunos, de verdaderos dirigentes revolucionarios. ¿Y podía ser de otro modo cuando esos dirigentes eran presentados, sostenidos y animados por influyentes prelados?. El Papa era mal informado y sería traicionado: no se retendría de la encíclica sino los estímulos por la renovación litúrgica y se callaron las numerosas puestas en guardia del documento. Meses más tarde, el 18 de mayo del 48, se creaba una “Comisión Pontificia para la Reforma de la Liturgia”, legítima pero muy inoportunamente. Emprender una reforma de la liturgia en un periodo que era atacada por todas partes por sus peores enemigos era concurrir a la ruina de la liturgia desquiciando su estabilidad ya bien comprometida. Al Papa le faltaba la perspectiva de la Historia para darse cuenta de esa situación, esa perspectiva era casi imposible. ¿Quien podía darse cuenta que debajo de una purpura cardenalicia o de un hábito blanco y negro había un discípulo de Loisy ?. Dom Beuaduin había dado en 1945 la consigna en sus "Normas prácticas para la Reforma Litúrgica" (La Maison-Dieu, ed. du Cerf enero del 45): hacer presentar nuestras demandas por los obispos y los sacrificados miembros de la Acción Católica. Se multiplicaron las súplicas a Roma para obtener reformas litúrgicas y suavización de la disciplina sacramental: ayuno, misas vespertinas, reforma de la Semana Santa, introducción de la lengua vernácula para los sacramentos. Las necesidades pastorales eran a menudo reales y Pío XII se creyó con el deber de aceptar esas demandas. Las emprendió con pureza de intención, sin darse cuenta de quienes  estaba detrás: las “desiderata” presentadas por el cardenal Bertram eran elaboradas por Beauduin: ese era el complot. Para el Papa se trataban de concesiones legítimas a las exigencias de la salud y de la vida moderna, mientras que para los "neoliturgos" eran las primeras etapas del "cambio".

Vamos a encontrar exactamente esos mismos elementos en la Reforma de la Semana Santa. A partir de 1946 y 1947 el C.P.L. francés multiplicaron sus actividades y publicaciones con el fin de hacer participar a los fieles en las ceremonias de la Semana Santa, “ceremonias interminables –decían- a horas indebidas, ante una asamblea irrisoria de fieles”. Una vez más un motivo pastoral fue el que hizo actuar a Pío XII: que los fieles puedan asistir en gran número a las más grandes ceremonias de la liturgia. En el 51 se autorizó el cambio de horarios del Sábado Santo, en el 53 se confió a la Comisión el encargo de restaurar los Oficios de Semana Santa, concluidos en el 55. Pero no se restauraron sólo los horarios con el fin de facilitar la frecuentación de los fieles: se hicieron pasar en los ritos los descubrimientos arqueológicos y sus concepciones de la Liturgia. Los "expertos" utilizaron esta reforma como un "banco de pruebas": comprobando el éxito lo extenderán a toda la liturgia. Así, esas modificaciones de los Ritos fueron extendidas a toda la liturgia en la Reforma promulgada por Juan XXIII en 1960. Son reformas de una perfecta ortodoxia pero que constituyen la primera etapa de una revolución: la autodemolición de la Liturgia Romana.

La muerte de Pio XII fue recibida con alegría delirante por los descarriados del Movimiento: la ortodoxia implacable que el Papa había mantenido en las Reformas no era de su gusto. Hacía falta un Papa que comprendiera el problema del ecumenismo. Beauduin y Roncalli eran amigos desde 1924 y en 1944 es enviado como nuncio a Paris donde permanecerá hasta el 53, en esa época se reencontraron y no dejaron de tratarse. Beauduin conocía muy bien a Roncalli  ,   sabía desde su ascenso al solio pontificio que él consagraría sus esfuerzos al ecumenismo y que convocaría un concilio que hiciera la síntesis del Movimiento Ecuménico con el Movimiento Litúrgico..

Y la hora del Concilio ha llegado, pero en un principio Juan XXIII quiere terminar la obra de su predecesor y extender sus conclusiones a toda la liturgia, por eso esa reforma del 60-61 es en realidad la conclusión de las reformas de Pío XII. Pese a algunas dolorosas desapariciones y alguna que otra torpeza, la liturgia católica permanece en ella sustancialmente sin cambios. En 1960 el Movimiento Litúrgico descarriado ha ganado ya muchas batallas, pero no ha ganado todavía la guerra.

Pero de pronto Juan XXIII anuncia que la reunión del Concilio Ecuménico tratará, entre otros temas, de los principios de la Reforma Litúrgica. Este tiene que ser el asalto final, este Concilio tiene que ser, como afirma el cardenal Suenens “el 1789 en la Iglesia”. También en Liturgia.

Afirmar pues, que el Concilio nace en un ambiente sereno, sin errores ni desviaciones es de una ilusoria candidez que se pagará, a mi modesto entender, muy cara, extremadamente cara.


Presentación de la nueva sección (24/10/2009)

He concluido la serie “La Misa Romana: Historia del rito” que por espacio de 14 meses ha intentado desmenuzar y examinar históricamente cada una de las partes que fueron formando la liturgia eucarística, con la intención de conocer el origen, la evolución y el sentido de la Misa católica.

Antes de esta recién concluida serie habíamos podido adentrarnos en la historia del Movimiento Litúrgico a través de “El fiador: historia de un colapso”. Primero, y por espacio de casi 4 meses (desde mayo a agosto de 2007) fuimos siguiendo paso a paso todas las etapas del Movimiento Litúrgico  desde Dom Gueranger hasta la publicación del Misal de Pablo VI, pero centrándonos esencialmente en las desviaciones causadas por personajes tan significativos como Dom Lambert Beaudoin y Annibal Bugnini.

En una segunda etapa, y que para que todo ello fuese más comprensible, durante aproximadamente un curso (septiembre 2007-junio 2008) fuimos adentrándonos en todo el camino de formación de la liturgia católica desde sus inicios hasta la restauración católica que a mediados del siglo XIX capitaneó Dom Gueranger, padre del recto Movimiento Litúrgico. Estudiamos todo aquello que él denominó “las instituciones litúrgicas” y que por tanto tiempo  fueron centrando sus estudios y su examen.

Ahora iniciamos otra serie, espero que no menos apasionante para nuestros lectores.

Y esta vez tendremos como compañero de camino a un sacerdote, escritor y periodista fallecido aún no hace dos décadas: se trata de Don José Luis Martín Descalzo que nacido en 1930 en Madridejos (Toledo) transcurrió casi toda su infancia en Astorga, hecho que evoca de manera entrañable a menudo en sus obras. A los 12 años ingresa en el Seminario de Valladolid y mas tarde fue a Roma donde estudió Historia y Teología, ordenándose sacerdote en 1953.

Posteriormente regresó a Valladolid, tierra natal de sus padres y allí vivió gran parte de su juventud, siendo profesor  en el Seminario, obteniendo la cátedra de Literatura por oposición y desarrollando una gran actividad dinamizadora: Director de una compañía de teatro, y de  uno de los focos culturales mas importantes, centro por donde pasaron todas las grandes figuras de la cultura española. 

Trabajó en el periódico “Norte de Castilla” de la mano de Miguel Delibes y fue corresponsal en Roma de “La Gaceta del Norte” como cronista de las sesiones del Concilio Vaticano II.

Más tarde trabajaría en ABC y en la revista Blanco y negro, que dirigió durante muchos años. Viajó como enviado especial por casi todos los países del mundo.

Periodista, poeta, autor dramático y novelista, obtuvo numerosos premios de Literatura:  Premio Nadal de Novela (1956),  Premio Teatral de Autores (1962), Insula de poesía (1952) Periodismo González Ruano (1977), ensayo, etc.

De su prolífica obra literaria destacan: "Vida y misterio de Jesus de Nazaret", y los libros de Razones: "para vivir",  "para la esperanza", "para la alegría",  "para el amor", "desde la otra orilla", que recogen muchos de los artículos periodísticos publicados, y que fueron seguidos por multitud de lectores semanalmente. Basados en hechos reales y cotidianos de la vida, constituyen una manera singular,  que a modo de parábolas, tratan de dar una respuesta de esperanza al dolor humano, utilizando para ello un lenguaje nítido, transparente y a la vez profundo, al alcance del "hombre de la calle", que somos todos.

José Luis Martín Descalzo, padecía una grave enfermedad cardiaca y renal, que le obligó a estar  sometido a diálisis muchos años, en los que tuvo a su lado como ángel custodio a su hermana Sor Angelines. Durante ese tiempo escribió muchas de las mejores páginas de su prolífica obra, además de continuar interviniendo en televisión y escribiendo artículos en prensa. Vivió en todo momento sin dejar de sembrar esperanza y vida hasta su muerte en Madrid, el martes 11 de junio de 1991. 

Su testimonio y su obra permanecen vivos, extendiéndose hoy su semilla por todo el mundo.

Pero son sus crónicas del Concilio Vaticano II, escritas para aquel prestigioso rotativo bilbaíno hoy desaparecido, que ocuparán nuestra atención en esta nueva serie. Estas fueron publicadas posteriormente en cuatro volúmenes bajo el título “Un periodista en el Concilio” por P.P.C. (Propaganda Popular Católica) a partir de 1963. Para mí son trascendentalmente importantes, no sólo porque periodísticamente son  consideradas verdaderas obras maestras sino porque reflejan esencialmente dos cosas.

En primer lugar nos dibujan el prototipo de un joven sacerdote español de 32 años, inteligente, culto e ilustrado, pero no por ello también hijo de su tiempo. Es decir crecido y  formado en aquel ambiente eclesial concreto de la España del segundo tercio del siglo XX. Sus reflexiones plasman por una parte la formación que aquellos sacerdotes de su generación habían recibido (en su caso sea en Valladolid que en Roma) pero también, y a la vista de todo lo estudiado hasta ahora en estas series, las lagunas de formación litúrgica que poseían, por no decir supina ignorancia en muchos ámbitos. Esos males serán casi endémicos del gran conjunto del clero católico.

Pero por otra parte, y en lo que respecta a nuestro tema, nos dan una perfecta idea del clima litúrgico conciliar que se vivió en Roma al menos desde octubre de 1962 hasta la aprobación de la Constitución “Sacrosanctum Concilium” el 4 de diciembre de 1963, promulgada al final de la Segunda Sesión del Concilio. La votación final plasmó el alto grado de consenso que alcanzó: 2.158 votos a favor y sólo 4 en contra, es decir fue aprobada casi unánimemente.

Repetidas veces hemos elogiado en estas páginas aquella hermosa Constitución llamada con razón “la primicia” del Vaticano II.

No hemos hecho lo mismo con la Comisión “ad exsequendam Liturgiam” que posteriormente tuvo el encargo de Pablo VI de llevar a cabo la reforma litúrgica posconciliar. 

El mismísimo Papa Pablo VI al menos en dos ocasiones, el 13 de abril de 1967 y el 14 de octubre de 1968, tuvo que recordar a los miembros del Consilium algunas tristes derivas que iba tomando la liturgia en la Iglesia. Palabras similares dedicaría el 3 de septiembre de 1969, poco antes de la promulgación del Novus Ordo Missae y, en una nueva ocasión, ya en pleno vigor el nuevo Misal Romano, en la alocución del miércoles 17 de marzo de 1976.

El prestigioso historiador y gran amante de la liturgia P. Alberto Royo Mejía nos lo recuerda en un hermoso artículo publicado y que nuestros “amiguitos” de “Església Plural” incomprensiblemente nos ofrecen en su página  

Pero volvamos a 1962, porque de lo vivido, escuchado y escrito en aquellos meses sobre la Liturgia, veremos posteriormente plasmación sin duda alguna en la Sacrosanctum Concilium, pero muy especialmente en los trabajos de la “Comisión” de reforma presidida por Annibal Bugnini. Podemos afirmar, procediendo a una no tan sutil distinción, que la Constitución Dogmática recogió los más sanos principios y líneas rectoras de la Liturgia católica y por otro lado afirmar que la susodicha Comisión, con toda la autoridad de la quedó investida por Pablo VI (por encima de la Sagrada Congregación de Ritos, que desapareció como tal) más tarde se empeñó en dar carta de naturaleza a muchos de los principios litúrgicos que intentaron prevalecer en el clima preparatorio a la Constitución pero que no consiguieron ser determinados ni explicitados por ésta.  

Mientras tanto, y tras la promulgación por el Papa Juan XXIII, el 23 de julio de 1960 del Motu Proprio “Rubricarum Instructum”, nuevo código de rúbricas, no podía hacerse esperar el nuevo Misal Romano. Este anunciaba ya su inminente aparición en los primeros días de abril de aquel 1962 (el jesuita P. Munera dejaba testimonio escrito en la Vanguardia del 4 de abril). Se promulgó el 23 de junio del 62 con decreto firmado por el cardenal Larraona, prefecto de la Congregación de Ritos del 23 de junio de 1962.

La crónica de nuestro apreciado P. Martín Descalzo empezará un día otoñal de 1962. El cuatro de octubre, exactamente.

Yo empezaré a aterrizar sobre aquellas reflexiones, a examinarlas y a ofrecéroslas junto a mis humildes comentarios, en esta nueva serie a partir  del próximo sábado 31 de octubre. Ad majorem Dei gloriam.

P A X