EL FIADOR: HISTORIA DE UN COLAPSO


por Dom Gregori Maria

 

Curso veraniego de Liturgia para víctimas del C.P.L.5: estola y estolón, tunicela, dalmática, casulla y capa pluvial – 06/09/2008

Estola

Según algunos la estola fue al principio una simple toalla que usaban los diáconos en su ministerio, y la de los sacerdotes una bufanda. Otros, los más documentados, que fue desde el inicio una insignia litúrgica en señal de orden y potestad como lo era entre los tribunos y las matronas romanas. Hoy, efectivamente, tiene ese significado de orden y potestad. Se llamó “orarium” (de ore: boca) pues lo utilizaban los oradores y predicadores y aún se llama así entre los griegos: lo usan pues aquellos a quienes está confiada la predicación en virtud de su ministerio: obispos, presbíteros y diáconos. La forma de la estola es la de una tira o faja larga y estrecha con tres cruces, una en cada extremo y otra en el medio, que se besa siempre que se pone o quita la estola. Se pone al cuello y el obispo y el presbítero la dejan caer por delante del pecho sin cruzarla. Los presbíteros hasta la reforma litúrgica del 69 sólo la llevaban así en la administración ordinaria de los sacramentos y cruzada sobre el pecho cuando endosaba la casulla. Los diáconos la llevan diagonalmente colocando el centro de la estola sobre el hombro izquierdo y cruzándola sobre el hombro izquierdo y cruzándola por debajo del brazo derecho. Algunos dicen que este uso proviene de la costumbre que en los banquetes del pueblo romano tenían los que servían la mesa de llevar una servilleta o lito en el hombro izquierdo, por eso el diácono la lleva de esta manera, porque sirve al pueblo en el Divino Banquete. Sólo en el rito ambrosiano la lleva el diácono sobre la dalmática, en el romano, siempre debajo de ella. Como signo de potestad la Iglesia concedió su uso a algunas abadesas de célebres monasterios, como por ejemplo, el de las Huelgas de Burgos, que tenían jurisdicción sobre ciertas iglesias.

Antiguamente los obispos y presbíteros la llevaban siempre y en todas partes, y los diáconos durante el primer año de su ordenación. Hasta los años 60 fue costumbre en España que la llevasen directamente sobre la sotana los misacantanos (recién ordenados) hasta cantar las 3 primeras misas solemnes. Hoy conserva esta costumbre de endosarla en audiencias y actos públicos el Romano Pontífice.

Estolón

Antiguamente se llama de este modo la estola más ancha que el diácono usaba desde antes del Evangelio hasta después de la Comunión en algunos días litúrgicos para servir el altar. Pero hoy en día se denomina de este modo una especie de estola ancha y larguísima (a la manera del estolón griego) con que muchos presbíteros celebran la Eucaristía, endosándola directamente sobre un alba de corte monástico parecida a una cogulla coral, sin cíngulo ni ceñidor alguno y prescindiendo de la preceptiva casulla. Este uso inadecuado debe ser reprobado por contravenir las normas que sobre las vestiduras sagradas da  la “Ordenación General del Misal Romano” de 1969.

Tunicela

En el lenguaje litúrgico se llama hoy así a uno de los ornamentos episcopales y que fue, hasta la supresión del orden subdiaconal, la vestidura propia de este ministro. Consiste en una ropa larga y ancha pues, con mangas más bien cortas y cerradas que se pone sobre el alba. Su uso se remonta al siglo IV y como túnica episcopal se reserva hoy en día como hábito episcopal para los pontificales pues así lo prescribe el “Pontificale Romanum” sea en la edición típica de 1969 como en la última edición del año 2003. En tiempos antiguos la llevaban los niños de coro en algunas catedrales y grandes iglesias abaciales, hoy también se conserva ese uso en España por parte de algunos seglares en algunas procesiones (como la del Corpus) o delante de algunos pasos procesionales.

Dalmática

Se llama así porque esta clase de vestido tuvo su origen en Dalmacia. En origen la usaron los emperadores y magnates, pues era un vestido de mucha riqueza, en seda blanca, recamada de oro y con franjas de púrpura o con una especie de pequeñas rosas rojas que parecían clavos, por la parte anterior y posterior. En la Iglesia es antiquísimo su uso y era más larga y ancha que la tunicela, como sus mangas también eran más anchas y cerradas. Posteriormente las mangas de ambos ornamentos se abrieron y se alargaron, pues antes sólo llegaban al codo. El diácono, tras ponerse la estola en diagonal, la pone sobre el alba. Al principio su uso fue exclusivo de los obispos al celebrar de pontifical y por encima de la tunicela, pero en el siglo IV San Silvestre la concedió a los diáconos romanos que la adoptaron como propia. Los griegos la han conservado en su forma antigua, es decir larga hasta los talones y cerrada de mangas. En España es de uso tradicional añadirle un cuello alzado de la misma factura que se añade al final y se ciñe con fiador de largas borlas.

Casulla o planeta

La casulla proviene de la “pénula” o capa que usaban los antiguos y que era una especie de manto con un agujero central por el cual entraba la cabeza. Una ley del siglo II  la prescribió para los senadores romanos en los días de semana reservando la toga para los festivos. En el siglo III era ya una vestidura litúrgica como podemos ver en muchos mosaicos y frescos paleocristianos. Se le dio el nombre de “casulla” como diminutivo de casa, como si dijésemos “casita”. En Italia adquirió la denominación de “pianeta” del griego “planesthai” que significa girar (y “planetin” girado). La forma primitiva de la casulla era la de un capote o campana que cubría el cuerpo desde el cuello, de alto abajo. Para celebrar los Oficios era algo embarazosa y por eso se levantaba y se recogía de los lados. Después se fue recortando por ambos lados para dejar más libres los brazos. En el siglo XV la mengua llegó hasta la sisa del alba adquiriendo la forma que mantuvo, excepto en muchos conventuales, hasta la reintroducción del corte primitivo con el Movimiento Litúrgico ya en el siglo XX.

En España el recorte, sea en la parte trasera y delantera sea en el ancho de la casulla, llegó a ser de tal envergadura que casi desfiguraba la prenda tradicional, siendo mucho más conformes a la tradición las casullas llamadas romanas,  más anchas y largas.

Ya en el siglo II se adornaron las casullas con bordados y ribetes que se fueron transformando en los actuales galones. Las costuras del medio, por delante y por detrás, y las de las espaldas originaron la cruz en forma horcada, que a veces es casi un tridente. Después vino la cruz horizontal, que llegó a ser la más corriente especialmente en Francia, aunque es la menos histórica. La piedad y el arte cristiano se han manifestado en el adorno de esta sagrada vestidura en donde compiten las telas con los bordados representando símbolos cristianos. En un excesivo alarde de simplicidad se implantaron en las últimas décadas del siglo XX unos materiales de lana y algodón que en nada ayudaron a la belleza y dignidad del culto. En nuestras iglesias hay verdaderas joyas que constituyen un tesoro inapreciable y que inexplicablemente, como si de una ruptura se tratase, han sido olvidadas y su uso abandonado en los últimos tiempos. Afortunadamente el Santo Padre Benedicto XVI, y tras él algunos obispos y sacerdotes, nos ha dado ejemplo de cómo no hay que desdeñar el uso y la conservación de ornamentos antiguos.

Capa pluvial

Es más bien un ornamento de ceremonia, a veces propia del obispo o del celebrante y a veces de ministros inferiores cuando asisten al obispo en los pontificales como porta-insignias o realzan la solemnidad de ciertos oficios corales como por ejemplo unas vísperas.

Proviene de la antigua “lacerna” que usaban los romanos, especie de manto con un capuchón que cubría la cabeza para resguardarse de la lluvia, del cual queda un recuerdo en la capucha o en el trozo de tela cuadrado llamado “capotillo” y que cae sobre las espaldas. Su nombre así lo indica.

Se usaba ya en el siglo VII y hoy en día se utiliza en todas las funciones litúrgicas en que celebra el sacerdote fuera de la Misa como Exposición y Reserva del Santísimo, bendiciones y procesiones, administración solemne de algunos sacramentos (bodas, bautizos y exequias) y en ciertos actos que acompañan a la Misa como la bendición de Ramos por poner un ejemplo.

 

 

Curso veraniego de Liturgia para víctimas del C.P.L.: 4. Vestidurasy ornamentos litúrgicos. (Sobrepelliz, roquete, amito, alba, cíngulo y manípulo) – 30/08/2008

En todas las religiones, en todos los ritos de cualquier culto, el que lo celebra se reviste ordinariamente con especiales ornamentos, que sirven para manifestar la grandeza del acto que se realiza, y como dice San Jerónimo “por eso no podían faltar en la Religión divina”.

Es pues sumamente interesante conocer las vestiduras sagradas, su historia y si significado. Y aunque en el transcurso de los siglos hayan sufrido notables modificaciones, siempre se verá la sabiduría y prudencia de la Iglesia en lo que a esto se refiere. Hoy la Iglesia tiene determinado concretamente lo que se refiere a las vestiduras sagradas que usan los ministros del culto en los diversos Oficios divinos. Pero en la Iglesia primitiva sucedió lo mismo que en el primer periodo de la Humanidad y en el de la formación de las diferentes religiones, que el hombre, aún como sacerdote, se acercaba a Dios sin el aparato exterior de especiales vestidos y ornamentos.

Cristo celebró con sus Apóstoles la última Cena llevando los mismos vestidos que usaban ordinariamente aunque con muchísima probabilidad y tal como defienden muchos autores endosó el “taleth”, especie de sobrepelliz que los judíos usan para las celebraciones solemnes y de especial modo para la cena pascual. Pero ni la Sagrada Escritura ni la tradición precisan este punto. Los Apóstoles y los Discípulos del Señor sin duda celebraron los divinos misterios en las casas de los fieles sin cambiar de vestidos. Se acercaban con el vestido limpio, como convenía al decoro y decencia del acto, y así lo hicieron más tarde los presbíteros y diáconos que se ponían ropas blancas y limpias e iban más mudados que el resto de los creyentes.

Es sabido que la túnica larga era el traje corriente de los antiguos griegos y romanos, que en Roma se fue acortando en el siglo VII. La Iglesia conservó para sus oficios la antigua túnica larga blanca, que es el alba, túnica que el sacerdote se ponía sobre la otra túnica corta, que ya se había hecho de uso y era el vestido de calle que los sacerdotes usaban como todos los demás.

También el manto o capa que era de uso común, y del cual consta que usaba el apóstol San Pablo, se transformó después en la actual casulla. El paño que se usaba para ofrecer algún servicio a personas de autoridad (sudor, secarse las manos, etc.…) se transformó en el manípulo, y así puede decirse que sucedió con otros ornamentos, como veremos acto seguido. Fueron la tradición y la costumbre las que han ido fijando la forma de estas vestiduras, aunque en la Iglesia Latina existen tipologías algo diversas, realmente son diferencias verdaderamente accidentales. Existen prescripciones muy concretas sin embargo en cuanto a la materia y el color. El derecho a usar las sagradas vestiduras sólo lo tienen los ministros de la Iglesia, existen sin embargo algunos ornamentos que son de uso multisecularmente tolerado entre aquellos laicos que sirven el altar o participan con su canto en las celebraciones litúrgicas: entre ellos la sobrepelliz para acólitos y niños de coro.

Sobrepelliz

La “línea” o vestido de lino es el propio de los eclesiásticos. La sobrepelliz o cotta –que en griego significa túnica pequeña- es un vestido que antiguamente llegada hasta las rodillas con mangas largas y anchas. Las que hoy se usan en Roma llegan un poco más debajo de la cintura y se ven muchas veces prolongadas por hermosos encajes de puntillas llamados “pizzi”, y aunque son de mangas anchas sin duda son más cortas que las antiguas. Parece ser que es una reducción del alba y se llama sobrepelliz por vestirse sobre los hábitos corales de pieles que usaban los eclesiásticos en el coro para protegerse del frío.

Los sobrepellices han de servir para dar la comunión, para exponer el Santísimo y administrar los sacramentos, para predicar, en las procesiones o exequias, en muchas bendiciones y repito, en algunas funciones eclesiásticas el turiferario, los acólitos y los niños de coro. En España la han llevado siempre los sacristanes al pasar la colecta o servir el altar, famosas son sobrepellices sin mangas de los sacristanes de la Catedral de Valencia, parecidas a una casulla amplia que se repliega en los brazos. En la abadía de Montserrat los escolanes la llevan sin mangas con corte recto en la sisa del pequeño hábito que endosan.

Roquete

Algunos lo confunden con la sobrepelliz; pero es diverso, porque las mangas han de ser estrechas y largas como las del alba. Es propia de los obispos, canónigos y religiosos que tienen facultad para ello aunque se llegó a abusar y la llevaron hasta los monaguillos. La palabra roquete sin duda deriva de las palabras hebreas “rah” y “chutan” que significa “vestido hermoso de lino”

Amito

Es la vestidura sagrada con la cual se cubre el cuello. Algunos creen que procede de la bufanda que usaban los romanos, del velo con que se cubrían las vírgenes o del “efod” que usaba el Sumo Sacerdote de loa judíos. El amito se elevó con el tiempo, de una pieza de uso ordinario a una prenda aristocrática y hasta un distintivo del Romano Pontífice. El fánon, que el papa solía usar en las Capillas Papales además del amito, es el amito primitivo.

La Iglesia lo prescribió después del siglo VIII. Hoy el amito es un paño de lino, no de seda ni algodón, blanco, sencillo, bordado o calado, con una cruz en medio, que el celebrante besa al ponérselo, y dos cintas con que se sujeta a la cintura. Desde el siglo XI se cubría primero con el la cabeza y al terminar de revestirse el celebrante lo recogía sobre el cuello, como aún se hace en el rito ambrosiano y algunos liturgistas de corte arqueologista recuperaron en la década de los años 50, adornando la franja superior con ricos bordados que al caer por encima de la casulla deja ver un cuello vistoso parecido a los collarines o sobrecuellos que usaban (y aún usan en algunos lugares) en España los diáconos y subdiáconos en sus dalmáticas y tunicelas.

El amito monástico tiene la forma de una capucha y de esa manera cubre perfectamente la capucha de su hábito monacal al endosarlo y así lo deja hasta llegar al altar que es cuando lo deja caer sobre la casulla, como si se tratara de un bonete.

En los últimos decenios se ha tomado la costumbre de confeccionar albas anchas con corte de cogullas monásticas unidas a amitos monacales prescindiendo del amito y también del cíngulo. Más modernamente los cuellos de esas “albas-cogullas” se han convertido en amplios cuellos de pico para replegar sobre la casulla. A mi entender resulta una moda de gusto dudoso que debería ser arrinconada.

Místicamente el amito simboliza el casco de salvación del guerrero -galea salutis- y al ponérselo el celebrante dice: “Impón, ¡oh Señor! en mi cabeza el casco de la salvación para defenderme de los asaltos diabólicos.” Significa también el cuidado que se ha de tener en el hablar, porque es señal de sabiduría y prudencia saber hablar y saber callar.

Alba

Es la túnica romana o el “chitón” griego, es decir el vestido corriente. Los griegos actualmente la llaman “póderis”, que significa “pié” porque llega hasta los pies. En el siglo IX aparecieron albas adornadas que se hicieron habituales a partir del XII, llenas de aplicaciones y bordados por delante y por detrás, en el cuello y en las mangas. En el siglo XVII eran corrientes las adornadas con puntillas primorosas, costumbre que ha pervivido hasta nuestros días. En Italia y con la intención de resaltar aún más esos trabajos de encaje, además de los obispos, también los diversos prelados curiales y los párrocos tienen el privilegio de colocar un paño de seda roja como trasfondo que la hace más vistosa.

Cíngulo

Es un ceñidor del alba para que esta no arrastre y así deje libres los movimientos del que la lleva, sin peligro de tropezar. La usaban los senadores romanos para ceñir la túnica “lacticlavia”. La forma usual es la de un cordón, pero también hubo y hay aún en forma de fajín o cinturón. La materia corriente es el lino, los hay también de seda, lana y algodón. Ordinariamente es de color blanco, pero se pueden usar del color litúrgico del día. Los había con hebillas, para sujetarlos como ceñidores, y muchos acaban hoy con hermosas borlas de flecos con hilos de plata y oro. Las hubo con piedras y perlas engarzadas. El cíngulo denota la prontitud que deben tener los ministros de la Iglesia para cumplir sus deberes. Cristo dijo a sus discípulos: “Ceñid vuestros lomos” con lo cual dio a entender esa virtud de estar siempre dispuestos a esperar a su Señor para cumplir ordenes y servirlo. Es símbolo de penitencia y mortificación, de fe y justicia, de castidad y de humildad, de vigilancia y de fortaleza.

Manípulo

Aunque la Ordenación general del Misal Romano de 1969 al hablar en el capítulo VI de los Requisitos para la Celebración de la Misa y muy concretamente en el epígrafe IV dedicado a las Vestiduras Sagradas (nn. 297-310) omite el uso del manípulo, por el hecho de haber entrado en vigor en el año 2007 el Motu Proprio de Benedicto XVI “Summorum Pontificum Cura” que regula la celebración de la llamada forma extraordinaria del Rito Romano y el uso del Misal Romano publicado en 1961 por Juan XXIII, debemos hablar de él, pues su uso es prescrito.

Algunos creen que su denominación procede de “mappa” y su diminutivo “mappula” (pequeña servilleta o toalla). Servía pues tanto como para servir en los banquetes como para limpiar el sudor y las manos. Después fue una prenda de ceremonia que por ejemplo el emperador se ponía al inaugurar los juegos del circo. En Roma fue al principio distintivo de los diáconos, después ya también de los presbíteros. Fuera de Roma no se encontró entre los ornamentos litúrgicos hasta después del siglo IX. En la Edad Media se agrandó en demasía, pero poco a poco se fue reduciendo de nuevo. En su primitivo uso era de lino, aunque los de los diáconos romanos eran de seda preciosa. Hoy en día es parte de un todo homogéneo junto con la casulla y la estola y se lleva en el antebrazo izquierdo durante la celebración de la Misa. De su antiguo uso para limpiarse el sudor algunos vieron en el manípulo el símbolo del trabajo, porque el sustento se ha de ganar con el sudor de la frente. Y esto parece significar el nombre de manípulo o gavilla (haz o manojo de espigas). Cuando el celebrante se lo pone dice “Señor, merezca yo llevar el manipulo del llanto y del dolor, para recibir después con alegría el premio de mi trabajo”. El que se lleve en el brazo izquierdo, que es el más inferior, designa esta vida mísera y mortal, en contraste con el brazo derecho, que es símbolo de vida eterna.

Próximo capítulo: Estola y estolón, tunicela, dalmática, casulla, pluvial, humeral, gremial, mitra, quirotecas, sandalias, anillo, báculo, pectoral y palio.

 

Curso veraniego de Liturgia para víctimas del C.P.L.: 3. Los vasos sagrados (Cáliz, patena, copón, custodia y crísmeras) – 02/08/2008

Entre los vasos litúrgicos que hoy mencionamos son dos los principales: el cáliz y la patena. Inútil hacer resaltar la devoción y el respeto con que han de ser tratados estos vasos sagrados y todos los demás que sirven para tan augustos misterios, la belleza y la dignidad de materiales para su elaboración y el cuidado y aseo con que se han de tener y guardar.

Caliz

El cáliz es el principal y primero de todos los vasos sagrados y sirve para la consagración del vino que se ha de transformar en la sangre de Nuestro Señor Jesucristo. El Redentor en la Última Cena usó un cáliz para instituir la Eucaristía. Se discutió de qué materia era ese cáliz que sirvió a Cristo. Si fuese cierto que ese cáliz es el que se venera en la catedral de Valenciacaliz , se sabría esto. Algunos opinan que usó dos, el segundo fue en el que consagró su sangre y en el primero celebró el rito de la cena pascual.

En los siglos II y III se usaron cálices de vidrio y también de plata y oro. Tertuliano ya nos habla de cálices decorados con la figura del Buen Pastor. Luego que la Iglesia disfrutó de la paz, se vio agasajada por Constantino con ricos dones, entre los que se cuentan preciosos cálices de plata y oro. Los sumos pontífices prodigaron estos vasos sagrados y preciosos a manos llenas y lo mismo hicieron otros grandes personajes. Así que en el siglo ya era regla general que los vasos sagrados fuesen de metal precioso. Recaredo, rey de España, regaló al Papa San Gregorio Magno un cáliz de oro adornado de piedras preciosas, al mismo tiempo que le anunciaba su conversión y la de todo el pueblo español del arrianismo al catolicismo.

En la Alta Edad Media, que fue de invasiones bárbaras, había cálices de cobre y aún de madera. Pero estos últimos los prohibieron diversos sínodos en el siglo IX. En el siglo VIII se permitió a las iglesias muy pobres que pudieran tener cálices de estaño para celebrar; pero no de vidrio o de madera, ni tampoco de latón o cobre, para que no se formase cardenillo (verdet) y pudiese provocar el vómito. Hoy se permite el metal, pero la copa tiene que ser plateada o dorada por dentro.

Mabillón cuenta en su “Musaeum Itálicum” que el cáliz que había pertenecido a San Malaquías (arzobispo de Armagh en Irlanda, muerto en 1148) y del que pendían unas campanillitas, se conservaba en la célebre abadía de Claraval.

Como en los primeros siglos de la Iglesia los fieles participaban de las dos especies en la Comunión, los cálices eran de mucho mayor tamaño que los actuales y aún se usaban dos o tres cálices. En el grande y al momento del Ofertorio se echaba el vino para el pueblo, y a la Comunión se mezclaba en él algo del vino consagrado en el cáliz del sacerdote. Y todos bebían de este vino ya consagrado, ora acercando los labios al cáliz, ora valiéndose de una cañita preciosa llamada fístula, para sorber por ella. Aún hasta hace relativamente poco, el Pontífice y los dos ministros que le asistían, bebían de esta manera en el mismo cáliz que aquel consagra. Los griegos nunca usaron la fístula porque administran la Comunión del pan mojado en el vino mediante una cucharilla.

Los cálices grandes que servían para la comunión de los fieles se llamaron ministeriales; los que servían y sirven para el sacerdote se llamaban consagrados.

Había otros cálices llamados bautismales y eran aquellos en que se daba a los recién bautizados leche y miel tras recibir el Bautismo.

Aún después de haberse prohibido en la Iglesia occidental la Comunión bajo las dos especies para los fieles, debido al engorro que causaba (y sigue causando ahora que se ha restituido…) y a la necesidad de afirmar contra los protestantes la doctrina según la cual, en la sagrada forma se recibe a Cristo todo, en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; se continuaron usando los cálices para dar a los que comulgaban un poco de vino sin consagrar para purificarse.

El arte cristiano, al enriquecer los cálices con dibujos, esmaltes y piedras preciosas, no dejó de expresar en ellos ideas altamente teológicas, representando unas veces los misterios de la vida de Cristo, especialmente su Pasión; otras, símbolos de la divina Escritura, como el maná del cielo, la serpiente de bronce, el agua que brota de la roca, el racimo de uvas de la tierra de promisión, el cordero pascual, los panes de la proposición; otras, las virtudes cardinales o teologales, etc. ,etc.

Patena

Al igual que el cáliz, la patena, es un principalísimo vaso litúrgico. Las mismas disposiciones rigen para aquel que para ésta, y ambos pasaron por vicisitudes semejantes. Es ya antiquísimo el uso de la patena, y de ella hacen mención las liturgias primitivas. Como la costumbre en los primeros siglos de la Iglesia era que los fieles comulgasen dentro de la Misa, por eso las patenas eran entonces grandes y más hondas que las actuales. En ellas se colocaba el Pan eucarístico y se fraccionaba y repartía la Comunión. Por eso se les llamaba, como a los cálices, ministeriales. Para manejar esas patenas muchas de ellas tenían asas, y resultaban una especie de bandejas. Había patenas no sólo de oro y plata, sino hasta de vidrio. En la catedral de Génova se custodia el llamado Santo Catinocatino , la gran bandeja de esmeralda que presuntamente sirvió de patena a Cristo en la Última Cena. Los griegos llaman “diskos” a la patena y es más grande y más cóncava que la que se usa en la Iglesia latina, y algunas están cubiertas con una tapa con bisagras. De estas grandes patenas con tapa evolucionaron los copones o ciborios que hace derivar su nombre de “cibus” (comida) porque contiene el pan del cielo. Los copones, altos a la manera de cálices pero con tapa y cubiertos de conopeo recuerdan las antiguas torres eucarísticas que servían de tabernáculo o sagrario. Los orientales no conocen sin embargo el copón ya que el Santísimo se reserva o en una caja de plata en la sacristía o dentro ésta caja de un saquito de seda suspendido del baldaquino que cubre el altar.

Custodia

Para exponer el Santísimo Sacramento a la adoración de los fieles y para llevarlo en procesión se usa un vaso que se llama custodia porque guarda la Hostia Santa. También se llama ostensorio, de osténdere (mostrar) porque en él se manifiesta, se expone a la vista y se muestra la Sagrada Eucaristía al pueblo. La costumbre de exponer el Santísimo data de la Edad Media tras la negación de la presencia real de Cristo en la Eucaristía por Berengario en el siglo XII. La Iglesia, no sólo condenó la herejía de Berengario, sino que introdujo el rito de la elevación después de la consagración, y el pueblo se postraba en adoración. Después de la institución de la fiesta del Corpus Christi por Urbano IV ya se exponía públicamente la Eucaristía fuera de la Misa.

Al principio se exponía en los mismos copones, y así no era visible la Hostia, sino el vaso en el que estaba, como se hace hoy con la exposición menor. En el siglo XV ya las custodias fueron definitivamente de la forma actual. Varias son las formas de custodia: unas figuran un sol con brillantes rayos, otras una cruz fulgurante de piedras preciosas, una torre o edificio esbelto y varias formas; pero siempre en el centro y en un circulo de oro la Hostia consagrada.

En Marsella servía de custodia para la procesión de Corpus la estatua de la Virgen conocida como Notre-Dame de la Garde notredame. La Hostia se colocaba dentro de una caja de plata que tenía un cristal y se la colocaba entre las manos del Niño Jesús. Los franceses consideraban este privilegio como único en el mundo. El Santo Cristo de San Juan de las Abadesas aún lleva en la frente las sagradas formas incorruptas; y en las Descalzas Reales de Madrid se hace todos los años la procesión del Santo Entierro, y en el costado de la imagen de Cristo yaciente va la Hostia consagrada en la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo.

La custodia, aunque tiene su bendición en el ritual no es un vaso sagrado rigurosamente hablando. Se dice que la custodia más rica del mundo es la de la catedral de Aischet en Alemania, la cual es toda en oro y está enriquecida con 350 diamantes, 1200 perlas, 250 rubíes y muchas otras piedras preciosas. Pero ninguna otra nación tiene custodias iguales a las que tiene España y que se usan para la solemne procesión de Corpus. Las célebres custodias de Arfe y de otros orfebres geniales, ricas por el oro, la plata y la pedrería y aún más por el arte insuperable con que están hechas, son el tesoro más preciado de nuestras catedrales e iglesias, que revelan al mundo entero nuestra fe y la de nuestros padres y la devoción de todos los españoles al augusto Sacramento. ¿Hay nada más hermoso que la procesión de Corpus en nuestras ciudades y pueblos?

Crismera

Es el vaso de plata que contiene el crisma sagrado y por extensión los otros dos con el óleo de catecúmenos y de enfermos.

Pueden ser jarrones grandes con tapa como en las catedrales o iglesias arciprestales, y que sirven para distribuir los Santos Óleos a las iglesias menores, o bien pequeños vasos también de plata, con una cubierta que en muchos de ellos tiene adherida una espátula con la cual se colocan un poco del santo óleo en cuestión o del crisma, impregnando un sustrato-base de algodón para que el dedo pueda proveerse de este en las unciones.

 

 

Curso veraniego de Liturgia para víctimas del C.P.L.: 2. El altar y el sagrario – 12/07/2008

El altar, parte principal del templo o iglesia, es un ara elevada sobre la cual se ofrece el sacrificio. Así la define San Isidoro en el libro XV de sus Etimologias (L. XV, cap. 14, nº 4): “Altare autem ab altitudine constat esse nominatum, quasi alta ara”.

En el templo cristiano el altar ordinariamente es de piedra, y simboliza a Jesucristo, que es la piedra angular de la Iglesia. Recuerda también el Calvario, donde se inmoló el Cordero divino para la redención del género humano. Cuando el obispo consagra un altar hace sobre él muchísimas veces la señal de la cruz, porque la idea predominante es la del sacrificio del Dios-hombre. Sobre la piedra se graban cinco cruces, recuerdo de las cinco llagas. Lo unge con el santo crisma, que es el emblema de Cristo, ungido por el Espíritu Santo. En medio del altar, en un sitio que se llama sepulcro, se colocan algunas reliquias de los Santos, de las cuales alguna tiene que ser de un mártir. Este uso tiene su origen en la práctica de los primeros siglos de la Iglesia de construir los altares sobre los sepulcros de los mártires o cerca de ellos.

El altar es, por consiguiente, la parte más sagrada del templo, el verdadero Sancta Sanctorum; es el mismo Jesucristo, según frase de la Iglesia: “Altare sanctae Ecclesiae ipse est Christus”. Y así, cuando el sacerdote lo besa, lo hace para dar al pueblo el saludo de paz o la bendición, que proceden de Jesucristo Señor nuestro.

El primer altar cristiano fue la mesa del Cenáculo en que se instituyó la Eucaristía, y el ara en que se consumó el sacrificio de la Víctima fue la Cruz. Por eso los altares en la Iglesia primitiva eran de madera. El altar en que San Pedro celebraba en la casa de San Pudente es de madera y se conserva en San Juan de Letrán. En Oriente estuvieron en uso hasta el siglo IV, y hasta el V en las iglesias de África y Egipto, como consta por San Atanasio, San Agustín y San Optato de Milevi. Pero desde el Papa San Silvestre, la Iglesia prohibió fuesen de madera por lo deleznable de la materia y mandó que fuesen de piedra, por el significado místico de que la piedra es Cristo. El primer documento que poseemos de tal prohibición procede el Concilio Epaonense, de las Galias, celebrado en el año 517, bajo la presidencia de San Avito, obispo de Vienne.

El altar, unas veces está aislado en el centro del presbiterio, y el sacerdote celebra vuelto hacia el pueblo, como parece actualmente lo más frecuente por entender que ese “altar exento” de la pared del presbiterio lo exige. En verdad, la razón de la recomendación conciliar de construir altares exentos era poderlos rodear por entero para su incensación.

Otras veces, y no existe ninguna prohibición al respecto, el altar está en el fondo del ábside, y el celebrante tiene las espaldas vueltas hacia los fieles. Así lo hizo Benedicto XVI en la Capilla Sextina en la Fiesta del Bautismo del Señor de este mismo año.

Hay altares que están cobijados por un dosel o baldaquino, otros adosados a la pared o separados de ella, en la cual hay mosaicos o pinturas, y otros están respaldados por retablos en que se veneran imágenes de los Santos.

Ordinariamente hay tres gradas para subir el altar, y simbolizan las virtudes teologales.

En los primeros años de la Iglesia católica no se reservaba la Eucaristía, porque los fieles recibían la Comunión en la Misa. Más tarde, en tiempos de persecución, ya se la llevaban a sus casas para poder confortarse con el cuerpo de Cristo en los supremos momentos de la confesión de la fe. Guardaban el Pan eucarístico, con gran veneración, en una cajita o dentro de algún armario. No se sabe precisamente la fecha en que empezó a reservarse en las iglesias, pero consta que ya desde muy antiguo se guardaba el Santísimo para llevarlo como Viático a los enfermos. Como desde el Concilio de Nicea, en el 325, se manda que los cristianos lo reciban antes de morir, y este precepto no se podía cumplir si en las iglesias no se reservaba la Eucaristía, calculamos que resale a este periodo el inicio del Reservado Eucarístico en las iglesias. Se guardaba en una caja o arquita, que unas veces se colocaba en el altar o sobre el altar en forma de torre, otras veces en un armario de la pared, ya del coro, ya detrás del altar, ya en el interior, como en el convento de San Damián en Asís. De donde lo cogió Santa Clara para ahuyentar a los sarracenos que escalaban su convento.

Los griegos guardan las sagradas Especies en un saquito de seda, suspendido sobre el altar, el cual está cubierto por las cortinas o velos con que se cubren los altares.

Antiguamente había sagrarios pendientes delante o sobre el altar en forma de palomas, que después, como las torres, fueron prohibidos por varios concilios. Desde la Edad Media el vaso de las Hostias consagradas se empezó a poner sobre una gradilla del altar cubierto con un pabellón de seda de diversos colores. Esta especie de tienda o tabernáculo dio lugar a una caja o cofre de hechura muy variada, con adornos de seda al interior y una especie pabellón exterior a manera de tienda que recuerda la presencia del Arca de la Alianza en el Antiguo Tabernáculo, y pues de la “gloria de Dios” en medio de su pueblo. Simboliza también el fausto de los reyes orientales que guardaban sus lechos, como Salomón o Holofernes, con ricas colgaduras y soberbias mosquiteras para que ni los animales los molestasen ni aún los ruidos exteriores interrumpiesen el reposo y el descanso del sueño. Y así con el tabernáculo en que descansa el supremo Monarca: debe estar adornado denotando la grandeza de su Majestad.

Ya desde el siglo XVI, es de uso corriente el Sagrario en el altar en la forma y manera que hoy se estila, ya sea en el altar mayor, ya en alguno lateral o en una Capilla especialmente reservada al Santísimo, para su adoración y para la comunión de los fieles. En España, especialmente en Cataluña y Levante, es difícil encontrar un templo parroquial que no esté dispuesto de esta manera. Al pasar delante del sagrario debe hacerse siempre una genuflexión, en señal de adoración al Dios que está allí escondido.

En un lugar preeminente del altar debe estar colocado el crucifijo. Como la Misa es la renovación incruenta del sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario, por eso ese instrumento de pasión y de ignominia debe contemplarse como símbolo de redención y de gloria. Las imágenes de Cristo Resucitado no cumplen ese objetivo simbólico. Ya en la época bizantina y en el Románico se representaba a Cristo en forma de majestad, vivo y triunfante, y por esa razón se llamaban esos crucifijos “gaudentes” (gozosos) o simplemente, como en Cataluña, “majestades”. Famosas son las “majestades” aranesas o la famosa “Majestad” de Caldas de Montbuy en la actual diócesis de Tarrasa. A esa tendencia, a partir del siglo XIII siguió la práctica de presentar a Cristo agonizante o muerto, sufriendo como varón de dolores, llegándose algunas veces a exageraciones de un realismo sangriento. En este punto, como en otros, hay que encontrar un justo equilibrio simbólico.

En el siglo XIII se mandó que el crucifijo se colocase entre dos candeleros sobre el altar, y los místicos daban la razón de ello afirmando que eso significaba la mediación de Cristo entre los dos pueblos, judío y gentil. El 16 de julio de 1746 el papa Benedicto XIV ordena definitivamente que se coloque el crucifijo en el altar para la celebración del Santo Sacrificio y que esté más elevado que los candeleros de manera que todos, celebrante y pueblo, lo puedan ver de manera cómoda y fácilmente.

Desde la llegada al solio de San Pedro de Benedicto XVI y de su nuevo Ceremoniero Pontificio Mons. Guido Marini, en las celebraciones papales se ha recuperado la centralidad del crucifijo, y no únicamente en las basílicas o las iglesias de la Ciudad, sino también en los todos los altares en los que el Santo Padre celebra ocasionalmente.

Por lo que parece, en Roma se preparan normas muy concretas a este efecto así como para la orientación del celebrante y del altar durante la celebración eucarística, después de una cierta, sino anarquía o laxitud, si excesiva “plurimultiformidad” en este campo. No podemos ocultar que el Papa Benedicto XVI siente un especial predilección por la celebración “ad orientem” de la Santa Misa.

Nosotros, en esta como en otras ocasiones, trataremos de vivir y aplicar uno de los grandes adagios litúrgicos: “Sicut Roma ita fit”. Lo haremos todo “como a la manera de Roma”. Aunque a algunos les empiece a pesar…

 

Curso veraniego de Liturgia para víctimas del C.P.L.: 1.- La Iglesia – 05/07/2008

Aprovechar el relajado discurrir de los meses de julio y agosto para explicar histórica, mística y teológicamente lo que son: el templo, el altar, los vasos y lienzos sagrados; las vestiduras y los ornamentos litúrgicos; los elementos y utensilios para el culto, para que todos, los laicos principalmente, conozcan los rudimentos de la Liturgia y la razón o porqué de ellos. Este es el objeto del presente curso veraniego alternativo. Y digo alternativo porque se presenta como un discurso a contra corriente de todo lo que estamos acostumbrados a recibir y leer procedente casi al completo del Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona y de sus múltiples publicaciones, entre ellas la revista Phase y los nefastos apéndices de Misa Dominical. Desafortunadamente todo el clero casi al completo y por extensión todo el laicado en España y los países de lengua española se han nutrido y se nutren exclusivamente de lo que sale de esa institución.

Los lectores de Germinans acabado el verano diréis si se ha conseguido el fin a que aspiro: que especialmente todos los que no os lo habías propuesto tengáis una mirada alternativa a la visión que todo el oficialismo litúrgico os había imbuido. Y todo de la manera menos árida posible y sin cansancio, como corresponde a los meses estíos.

La iglesia.

La iglesia es el lugar en el que se reúnen los fieles; es, por lo tanto, la casa común de los cristianos. Allí nacen a la gracia, allí oran, se instruyen en la fe, dan gracias, satisfacen sus deudas delante de Dios, santifican su vida y reciben a Cristo. En tiempos de fe, muchos actos de la vida social (municipal, por ejemplo) se realizaban a las puertas del templo (en el atrio, en el nártex o en la pronave). El templo era la verdadera “casa del pueblo” cristiano.

La iglesia es la casa del sacerdote (viva o no viva allí) porque allí él instruye, bautiza, perdona, casa…Allí él inmola la sagrada Víctima, es la casa jerárquica de los ministros de Dios que están dedicados a su culto.

Es la casa del altar, el edificio construido para contenerlo, la tienda que lo cobija, el lugar de propiciación en el que se ofrece el más grato de los sacrificios.

Es la casa de Dios y la puerta del cielo, el sitio escogido por Él para que allí se le tribute su culto, el lugar santificado de un modo especial con su presencia y en donde se debe guardar todo el silencio, el respeto y la veneración que conviene, pues siendo casa de Dios, de esto ella tiene sus prerrogativas y dignidad.

Es la casa de Jesús eucarístico, de nuestro Salvador y Redentor, vivo y glorioso, que está allí siempre atento a nuestras súplicas y alabanza…

El templo es símbolo de la unidad de la Iglesia. Todos formamos un solo cuerpo con Cristo, cabeza de toda la Iglesia. Es símbolo de unión de todos los miembros y la cabeza visible que es el Papa. Es símbolo de santidad, porqué todo en él es santo o santificado, como santos deben ser los cristianos que son templos vivos de Dios.

El templo es trasunto del cielo. San Juan en Apocalipsis 5,6 narra la magnífica visión de aquel trono de Dios rodeado de majestad, y del altar y ara en que está como muerto el Cordero divino.

La liturgia de la construcción y dedicación de las iglesias contiene y explica todo lo que acabo de indicar. Cuando el obispo pone la primera piedra de un templo, invoca sobre el las bendiciones de lo Alto y se hace notar que Jesucristo es la piedra angular sobre la que se levanta la casa de Dios; las demás piedras de los cimientos recuerdan a los Apóstoles; las que componen sus muros prefiguran a los fieles, unos ocultos, otros a la vista, según el recuerdo que han dejado de sus buenas obras; las columnas simbolizan a los obispos y doctores, que sostienen a la Iglesia con su doctrina; las piedras labradas, a los mártires y a los santos, que sufrieron para conservar la fe y perfeccionarse en la virtud; los cuatro muros, a los Evangelistas; el techo, a los defensores de la Iglesia…

Fue una antigua costumbre edificar las iglesias cristianas en la dirección de la salida del sol en el equinoccio, es decir de oriente a occidente, nacida de la costumbre de orar vueltos hacia el oriente porque el oriente es símbolo de Dios y de Cristo que es el Oriente, el Sol de justicia y la luz increada.

San Basilio dice que al orar hacia el Oriente recordamos el Paraíso, nuestra antigua patria, y hace remontar esta costumbre de orar a los tiempos apostólicos.

A ser posible, en la construcción de las iglesias, convendría seguir la tradición primitiva, de la cual ya se hacen eco las “Constituciones Apostólicas” (Patrología Griega, libro II, cap. LVII)

Próxima entrega: “El altar”.

 

Un nuevo estudio litúrgico a partir de Septiembre – 28/06/2008

Al familiarizarnos a fondo con la historia del rito romano con ocasión de la publicación cada sábado por espacio de 13 meses de “El fiador: historia de un colapso”, muchos lectores y seguidores habituales han agradecido que se haya podido facilitar una visión de conjunto en la que también se incluyera la evolución del Movimiento Litúrgico hasta nuestros días.

El trabajo de este año ha sido un intento de seguir a través de las edades, la evolución de la liturgia eucarística, considerándola siempre en su totalidad, y descubrir por qué y cuándo se ha ido agregando o modificando el rito en su conjunto. No obstante existe la posibilidad de explicar la misa según el orden de sus diversas partes; y dentro de las mismas, el de las distintas ceremonias y oraciones, indicando siempre los datos históricos que explican el sentido que se les iba dando cuando se las introducía o se las modificaba.

Creo que es este pues el momento de realizar ese cometido y de hacerlo después de tener una visión general de toda la historia del rito para poner así de manifiesto la estructuración perfectamente orgánica, comparable al crecimiento de un árbol. En efecto, siglos sucesivos y diferentes han contribuido a la formación de las oraciones y ceremonias de la misa romana. En torno a un núcleo fundamental –la institución de la última cena- se han ido formando, siglo tras siglo, multitud de estratos, comparables a los anillos, que se forman al compás de los años en el tronco de los árboles. Son, lo mismo que en el árbol, consecuencia de un crecimiento orgánico y a la vez defensa del tesoro que se esconde en su interior.

Tras muchos decenios de intensos estudios de las fuentes litúrgicas, hoy aparece cada vez más claro que la misa romana presenta una perfecta simetría en su estructura. Yo desearía explicitarla de manera detallada sin que nadie crea que se trata de un juego más o menos brillante de conceptos. Es demasiado serio el asunto que nos va a ocupar y demasiado triste la experiencia después de leer tantas explicaciones catequéticas (véanse diversas publicaciones C.P.L) de la Misa y ver luego su concreta aplicación en las celebraciones reales. Abrumados por esa realidad experimentamos a veces una gran confusión de ideas. Por eso es imprescindible salvar la visión de conjunto, como único medio de conseguir una mayor inteligencia del alcance de los pormenores de la Misa.

A este objetivo me voy a consagrar a partir de este momento, poniendo mi empeño e ilusión en un trabajo lo más preciso y riguroso al que dedicaré parte de este verano, y que Dios mediante será publicado a partir del mes de septiembre.

Os dejo a todos un pensamiento gratificante que leo en las informaciones que me acaban de llegar de Roma y que me resultan reveladoras de la personalidad litúrgica del Santo Padre Benedicto XVI. El Santo Padre que con motivo de su acceso al solio pontificio e inicio de su ministerio pastoral reintrodujo el “homophorion” (el largo palio griego con cruces encarnadas, con extremos pendientes de manera asimétrica) vista la incomodidad del mismo y tras cuatro años de prueba, ha preferido volver al utilizado hasta hace poco… ¡Qué humildad intelectual y que rigor el del Santo Padre! ¡Si todos hiciéramos igual con nuestros “geniales inventos” y manías litúrgicas después de desastrosas experiencias...!

Amigos, a todos un buen verano y un mejor reinició de curso…

 

 

No estamos orgullosos del C.P.L. – 14/06/2008

Y la celebración de su 50º aniversario está ensombrecida por la constatación de la triste realidad presente que envuelve a esa institución. Nacido como un calco del Centre de Pastoral Liturgique de Paris (1943) nuestro C.P.L veía la luz gracias a la tenacidad del entonces joven sacerdote Pedro Tena Garriga (hoy obispo auxiliar emérito de Barcelona) que en el Seminario había formado parte junto con otros de los llamados “seminaristas de la corda” (de la cuerda) justamente por su afición a hacer ostensión de sus “fiadores” (cuerdecillas de colores diversos con pasadores para estrechar los ojales de la sobrepelliz y por lógica, el cuello de esas prendas litúrgicas). No querían “lacitos” en sobrepellices con cuellos fruncidos y finas puntillas: deseaban sobrepellices bordadas al estilo monástico belga y vistosos fiadores con el color litúrgico de cada ocasión. Eran unos arqueologistas: vindicaban el uso del solideo negro con borla para los tonsurados (a la manera del P. Mañanet) y del bonete catalán (una especie de gorrito negro con el frontal repunteado parecido al de los contables ingleses, como el de Mister Scrooge en la famosa película que versionó el “Cuento de Navidad” de Dickens) y con el que algunas fotos mostraban paseando al cardenal Vidal Barraquer en su “destierro” suizo. Era su manera de distinguirse “de los españoles”, de ser diferentes, de ser nacionalistas. Ellos formaban parte de un linaje escogido, culto y selecto, no eran como los demás: no eran ni becados, ni huérfanos, ni fámulos de ningún de ningún ayo ni superior. Ellos comían dos platos y postre en la mesa “de los de pago”, porque eran de “casa bien” y llevaban pulcras sotanas de cachemir de Casa Jaulent. Ellos tenían en sus manos la misión de conducir al pueblo de Dios hacia la tierra de promisión de la nueva era litúrgica. Y tuvieron el poder, porque el que ellos llamaban en privado “el obispo albañil” (el bisbe paleta, Don Gregorio Modrego) les dio todas las facilidades, porque eran chicos de “cum laude” y prometían mucho. Y los enviaba a Roma a estudiar para provecho propio y de la diócesis, en la cual ejercerían como profesores de algo tan a la moda, desde la aparición de la “Mediator Dei” de Pío XII en 1948, como la Sagrada Liturgia. Pero los Tenas y los Farneses, los más tardíos Gomis y Bellavistas llegaron contagiados del desviado Movimiento Litúrgico, no el de Guéranger y Pío X, no el de Dom Gubianas o Pío XII, sino el engendrado por Dom Lambert Beaudoin y Dom Otto Cassel desde Mont-César a Chevetogne pasando por el Maria Laach de Dom Herwegen.

Su C.P.L. tras los cinco o seis primeros años preconciliares de andadura más bien discreta, del 58 al 64, pues el pueblo fiel seguía prefiriendo las publicaciones del “Foment de Pietat” de la Editorial Balmes, se convertiría en el Canaán del clero conciliar. A partir del 64 todo debía funcionar con suplementos y anexos, con un conjunto de separatas que había que ir coleccionando y usando, guarnecidas con una liviana carpeta de eskay para hacer “moniciones” para todo y en todo momento. Este es el C.P.L. del que ahora se cantan las glorias…

¿Cómo nos va a extrañar que todos los más que vetustos retroprogres de la Unión Sacerdotal llenaran a rebosar el Aula Magna del Seminario en la conmemoración de su aniversario el pasado día 12? Y el Sr. Cardenal presidiendo porque es de ellos, ha nacido con ellos aquí y es de aquí con todos ellos.

Con los “descamisados” de los Fontbona, Lligadas (el cura secularizado de “El Mosquit i el Camell”) con Ignasi Marquès y Aymerich, con el encorbatado Bellavista en la mesa de presidencia. Este es el estanque dorado en el que nada, y no precisamente a contracorriente, nuestro Cardenal Arzobispo. Y tan a gusto. Y que guapos que somos y que bien que hacemos las cosas. I que cofois que estem! (¡Y que pagados que estamos!)

Yo me avergüenzo, y un Cardenal de Santa Romana Iglesia debería avergonzarse, de bendecir con su asistencia el jubileo de una entidad que cada vez, y especialmente desde la muerte del P. Aldazabal, se ha convertido en más sectaria y heterodoxa.

¿Quién con dos dedos de frente puede aguantar sin sublevarse los proyectos de homilía que en la hoja de Misa Dominical prepara Xavier Farrés? ¿Quién puede tolerar las presentaciones “de pega y baratillo” que en la misma publicación edita Aymerich? ¿Y los de Hortet, Romeu y Marquès?

Pues con su pan se lo coman: que traigan y paseen a Don Piero Marini, el ángel caído y destronado como su maestro Bugnini. Que se regodeen con los libretos divulgativos de Lligadas y toda su peña de descamisados.

En ese Centro de Pastoral Litúrgica han nacido y crecido todos los vicios de la liturgia posconciliar malentendida y malinterpretada. Esa institución ha sido la fuente de la que han bebido y han aprendido a corromperse los que han llevado a la ruina la liturgia de la Iglesia. En el C.P.L. de Barcelona se han aparejado todos los que han deteriorado el culto a Cristo. A muchos los cogió desprevenidos, los rebasó y los destruyó haciéndoles beber el veneno de la pretendida modernidad (y digo pretendida porque a lo largo de la serie de artículos de “el fiador” hemos demostrado que sus fabulosas ideas tienen siglos de antigüedad).

A mí no. Siento haberos aguado la fiesta.

P A X

 

Dom Guéranger, paladín de la liturgia romana – 07/06/2008

Nada podemos comprender acerca de la restauración litúrgica en Francia ni sobre el Movimiento Litúrgico sin entender la personalidad y la obra de Dom Prosper Guéranger. Y no lograremos ensamblar nada de la complicada concatenación de eventos de los que él fue protagonista, sin perfilar unos trazos de su carismática figura.

En los últimos años las publicaciones sobre su figura afortunadamente no han dejado de sucederse. Los trabajos realizados por Dom Paul Delatte en 1902 y Dom Louis Soltner en 1974 se vieron hace muy poco tiempo renovados por la abundante documentación que Dom Guy-Marie Oury recoge en la reciente biografía consagrada a Dom Guéranger (“Dom Gueranger, moine au coeur de l´Église”.Editions de Solesmes. 2000, p. 489- Dom Gueranger, monje en el corazón de la Iglesia).

Dom Oury no se detiene en la obra de restauración de Solesmes en julio de 1833, ni siquiera en la figura del maestro espiritual o del interlocutor y amigo del mundo religioso entonces en plena ebullición. Dom Oury en su trabajo no se contenta con poner de relieve la figura de aquel defensor de la Iglesia Romana que fue Dom Guéranger ni en recorrer los pasos dados por él en la empresa de restauración de la liturgia romana. Dom Oury desea que comprendamos al hombre de diálogo con los católicos de su tiempo que están presentes en cada capítulo de su vida. Nos hace ser conscientes de la inmensa red de relaciones tejida entorno al abad benedictino y a la activa participación de este último en la vida de la Iglesia de aquel momento histórico. Un sólido artículo de Dom Antoine des Mazis, casi como prólogo de toda la obra, nos muestra como la primera formación de Dom Gueranger lo predisponía naturalmente a toda su obra.

Nacido en 1805 en Sablé-sur-Sarthe en la región de la Loira, a escasos 2 km. de la destruida Abadía de Solesmes cuyas ruinas tantas veces contempló de niño. Hace sus estudios primarios y secundarios en Angers y entra a los 17 años en el Seminario de Le Mans: era el mes de noviembre de 1822. En 1826 recibió el subdiaconado y fue nombrado secretario particular del obispo de Le Mans, Mons. De la Myre-Mory ha quien admiraba profundamente. A lo largo de su vida, únicamente la admiración que sentía por otro gran prelado, el Arzobispo de Burdeos entre 1802 y 1826 Mons Charles François d´Aviau du Bois de Sanzy, que mantuvo con tanto celo la liturgia romana en su diócesis, superará a la que sentirá por el prelado de Le Mans. Ordenado sacerdote en Tours el 7 de octubre de 1827, pedirá permiso a Monseñor De la Myre-Mory para rezar y celebrar la santa Misa según las fórmulas de la liturgia romana y así comenzó a hacerlo el 27 de enero de 1828, fiesta de San Julián. Este mismo oficio sería el último que habría de rezar en la tierra 47 años más tarde.

El joven padre Guéranger sigue a su obispo en sus retiros parisinos a partir de 1827. Toda la vida de Dom Guéranger se urdirá en estos años de estancias en Paris: el gusto por la vida intelectual y por los estudios teológicos e históricos y como no, el contacto con la Liturgia romana, que inició en Le Mans junto a las Damas del Sacré-Coeur. En Paris conocerá a Lamennais, con quien tuvo cierta amistad, y los ambientes mennaisianos con quien comparte las tendencias antigalicanas y que suscitará en él numerosos trabajos. En 1829 con apenas 24 años el joven Guéranger publica en el órgano de la escuela mennasiana el diario “Mémorial Catholique”, cuatro artículos con el título “Consideraciones sobre la Liturgia”. Guéranger ya aparece en esas páginas en perfecta posesión de su vocación: todas las ideas que más tarde expuso con mayor amplitud se encuentran en esos artículos. Con acento retador que, a esa edad podría parecer temeraria presunción, ataca las nueva liturgias galicanas” (Mémorial Catholique 28 febrero 1830). Esos son los primeros pasos hacia la restauración de la Liturgia romana. Un año más tarde, en 1831 publica un trabajo acerca “De la Elección y el nombramiento de los obispos”, en el que aposenta sus profundas convicciones romanas.

En Paris en esa época, Mons. De Quelen le confía la administración de la iglesia de las Misiones Extranjeras donde es rector el P. Desgenettes. Este encargará a su joven vicario predicar sobre el papel del Romano Pontífice en la Iglesia. El encuentro con Gerbet en noviembre 1831 y el mismo Lamennais será decisivo para el joven sacerdote: sostenido por el nuevo obispo de Angers Mons. Carron, se lanza a la restauración de la vida benedictina. Con tres compañeros funda el priorato de Solesmes el día 11 de julio de 1833, bajo el patrocinio de San Benito, por medio de un reglamento precedentemente aprobado por Mons. Carron el 19 de diciembre de 1832. Para muchos, Solesmes constituía la concreción de una manera ortodoxa del gran diseño mennasiano de una orden religiosa en vistas a un despertar de las ciencias eclesiásticas. Eso chocaba profundamente con la mentalidad de aquellos con una idea asentada de la vida monástica que fuese esencialmente oración y penitencia, ascesis y mística, con total ausencia de vida intelectual. No es de extrañar pues, que para los enemigos de la Iglesia de aquel momento, con una gran intuición sobre lo que iba a representar Solesmes (como por ejemplo para los anticlericales del diario “Le Courrier Français”) la erección del priorato de Solesmes en Abadía por el papa Gregorio XVI el 1º septiembre de 1837, les sonase a un regreso a Francia de los jesuitas y los dominicos, ordenes eminentemente intelectuales.

Para Dom Guéranger la restauración de la vida monástica en Solesmes constituirá la primera realidad en el camino de la Restauración Litúrgica. A él, la liturgia le llevará al monacato; y Solesmes y todas sus fundaciones, pusieron la Liturgia como el principio fundamental de toda su espiritualidad. Beuron en Alemania (1863), Maredsous en Bélgica (1872) y todas las congregaciones de ellos nacidos, sobre todo Mont-César (1898), Silos (1880) y Maria Laach (1904) iban a vivir ese mismo espíritu, que de este modo iría penetrando en la intelectualidad católica y luego preparando el ambiente que llegaría al pueblo.

A todo ese movimiento llamamos el sano “Movimiento Litúrgico” del cual inicié su historia hace poco más de un año, así como de los derroteros tomados más tarde.

Además de la obra viva de Dom Guéranger, el restaurador de Solesmes dejó dos obras escritas que no pudo completar: las “Instituciones Litúrgicas” y “El año litúrgico”. Cuando apareció el primer volumen de la primera en 1841, en el que se trazaba la historia de la Liturgia hasta el Concilio de Trento, los aplausos y las felicitaciones fueron unánimes. Pero esta unanimidad se rompió al aparecer el volumen segundo, en el que el autor puso de relieve las desviaciones aparecidas en Francia en los siglos XVII y XVIII y como estas habían conducido a la desaparición en ella del rito romano.

La repercusión fue clamorosa, las adhesiones más sinceras se mezclaron con las injurias y amenazas. Guéranger respondió con moderación y respeto, pero con gran seguridad y firmeza. El resultado fue más halagüeño que el que él mismo había esperado: pronto una diócesis tras otra fueron adoptando la liturgia romana.

Para este que os ha escrito durante 13 meses hasta el presente, ese momento en la vida de Dom Géranger es un momento magistral, digno de ser imitado por todo nuestro grupo, por todos aquellos que formamos Germinans. Y no me refiero sólo a sus principios litúrgicos. Voy más allá. Como todos sabemos, la aparición y la presencia de Germinans en nuestro panorama católico, también ha sido motivo tanto de numerosos adhesiones como de grandes críticas y amenazas. Recae sobre nuestros hombros la responsabilidad moral de responder a todo ello con prudencia y ponderación, con caridad cristiana y comprensión, pero con la misma fortaleza de ánimo y la misma determinación con que lo hizo Guéranger respecto a sus adversarios.

La abundante correspondencia que se conserva entre Dom Guéranger y la priora de las carmelitas de Meaux (Madre Elisabeth de la Croix) de la que fue director espiritual, nos revela como el abad de Solesmes intenta conducir la vocación personal de la carmelita, sometida a muchas tormentas, al cultivo del espíritu de fe y de la generosa entrega de sí misma a través de las profundidades de la oración.
Todo un programa de vida que Dom Prosper vivió para sí en primera persona y que es digno de ser imitado por todos nosotros.

P A X

 

Parisis, obispo de Langres: primer ejemplo de restauración romana – 31/05/2008

Llegados a este punto, resulta necesario subrayar como la llegada de Luis XVIII representó el restablecimiento del uso de la Liturgia romana en las capillas reales: la simple razón de etiqueta lo exigía y es obligatorio resaltar en ese acto valeroso el importante significado simbólico que conlleva.

La época de la Restauración francesa a diferencia del Imperio estuvo marcada por el gran número de operaciones litúrgicas que la significaron. Numerosos misales, breviarios y rituales fueron reimpresos, corregidos, reeditados, incluso creados de nuevo. Todo ello en principio incrementó la confusión ya existente, pero hay que añadir que en medio de ese mismo desorden, se intuía por todas partes los indicios de un regreso a mejores teorías. Para la Divina Providencia no hay mal que por bien no venga, y el regreso a las mejores tradiciones llegará por el hastío y la laxitud que inspirarán cada vez más la abundancia de esas obras particularistas. Por una parte, ya era innegable entre el clero un sentimiento general de malestar por la situación litúrgica reinante: las continuas variaciones y cambios, la disparidad de los libros litúrgicos entre ellos, el retorno a los estudios clásicos, la imposibilidad de fundar una ciencia litúrgica sobre presupuestos tan incoherentes y finalmente la dificultad para satisfacer las exigencias de los fieles, todo ello hacía entrever una gran crisis.

Se comienza a sentir la necesidad, universalmente reconocida, de estar en armonía con la Iglesia Romana, necesidad en continuo aumento, ante la cual se empieza a desdibujar la resistencia de los particularismos locales. Después de todo, resulta natural que se prefiera la Liturgia de San Gregorio y de sus sucesores a la de un sacerdote sospechoso de heterodoxia doctrinal del siglo XVIII. Todo el mundo es capaz de reconocer que si la ley de la fe deriva de la ley de la oración, resulte imprescindible que esta ley sea INMUTABLE, UNIVERSAL y promulgada por una autoridad INFALIBLE.

Por otra parte, la piedad francesa va liberándose cada vez más de las formas frías y abstractas que la habían rodeado durante los siglos XVII y XVIII. Se volvió, como antes de la Reforma protestante, más expansiva, más demostrativa. Empieza a nacer un gusto por las “vías extraordinarias” es decir por los milagros y revelaciones privadas. Así mismo el culto de las reliquias se acrecienta vertiginosamente: los fieles piden a Roma que “hurgando en sus entrañas” retire fragmentos de los santos mártires que celosamente custodia y los envíe a los templos devastados por la Revolución. Roma accederá gustosa: los cofres y los relicarios profanados volverán a mostrar los restos sepulcrales de los antiguos testigos de la fe a un pueblo que ha demostrado su valentía y coraje durante las aún recientes pruebas y persecuciones.

Pero todo ello sería anecdótico sin el paso decidido que diera el que fuera obispo de Langres, Monseñor Pierre-Louis Parisis al restablecer pura y simplemente la Liturgia Romana en su diócesis. Medida valiente que como un gran y solemne ejemplo para muchos, fue explicada en una Carta Pastoral que el prelado envío.

Mons. Parisis fue obispo de Langres desde 1834 a 1851, fundó en 1847 la “Archicofradía para la reparación de las blasfemias” y por tanto fue el primer inspirador de los actos de reparación a Jesucristo por las ofensas recibidas. En 1848 defendió ante la Asamblea Nacional la libertad de enseñanza y fundó y estableció en su diócesis el Colegio de Saint Dizier.

Voy a presentar a continuación algunos fragmentos a modo de resumen de la Carta de este gran obispo, porque las ideas expresadas resultan de una meridiana claridad y porque a la vez constituye el primer ejemplo de restauración romana:

“Queridísimos hermanos: No ignoráis de cuantas divergencias es objeto en esta diócesis la celebración de los oficios divinos. A menudo habéis expresado con dolor esta contradicción y oposición de los ritos entre parroquias vecinas las unas de las otras; de aquí resulta que los fieles a fuerza de ver estas variaciones de cantos y de ceremonias en cada iglesia, se vean obligados a preguntarse si es a un mismo culto que están consagrados los templos cuando se celebran las ceremonias religiosas con una solemnidad tan dispar.

Comprendéis fácilmente el detrimento que sufre por todo esto la Santa Iglesia, esposa de Jesucristo, aquella que no debiera tener ni mancha ni arruga, y particularmente en esta época turbada por tantas tempestades debidas al efecto de las doctrinas impías.

Como efectivamente entre las notas características de la verdadera Iglesia, e incluso antes que otras, la nota de UNIDAD debe brillar y hacerla distinguir de las sectas disidentes, los pueblos que muchas veces juzgan las esencias de las cosas por las apariencias, testigos de estas contradicciones se preguntan si verdaderamente la Iglesia Católica pueda ser “una” por toda la tierra cuando parece contradecirse a sí misma en los límites de una sola diócesis.

Impactados desde hace mucho tiempo por los inconvenientes de una situación tan desafortunada, buscamos en qué manera nos sería posible reunir a todas las parroquias de nuestra diócesis en esta unidad de ceremonias y oficios, tan santa, tan deseada y tan conforme a la unidad y a la edificación de los fieles. Finalmente nos parece que debemos volver a la Liturgia de la Iglesia Romana, nuestra Madre, que siendo centro de la unidad y firme columna de la verdad, nos garantizará y nos defenderá, a nosotros y a nuestro pueblo, contra el vendaval de las variaciones y contra la tentación de los cambios.

Pero con el fin de evitar el daño que pudiera seguirse del uso incluso del remedio que aplicamos, y también a fin que todos se sometan poco a poco a la misma regla, no por violencia, sino espontáneamente, es necesario considerar que la mayor parte de nuestra diócesis estuvo anteriormente sometida al rito romano, mientras que las otras partes segregadas de las diversas diócesis en el momento de la reorganización territorial de las diócesis francesas que llevó a la supresión de un gran numero de obispados, permanecieron ajenas a los susodichos romanos. Hecha esta distinción, declaramos y ordenamos lo siguiente:

A partir del primer día del año 1840, la Liturgia Romana será la liturgia propia de la diócesis de Langres.

Os suplicamos a todos vosotros, que sois nuestros cooperadores en el Señor, de llevéis a cabo la ejecución de esta gran obra en la medida de todas vuestras capacidades, para que igual que entre nosotros no hay sino un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo, haya también en nuestro pueblo un solo lenguaje.

Dado en Langres, en la fiesta de Santa Teresa, el día 15 de octubre de 1839.”

¡Qué admirable celo por la casa de Dios refleja esta Carta verdaderamente pastoral, el mismo que recomendaba el Apóstol San Pablo (Romanos 12,3), idéntico al de San Pío V cuando en el siglo XVI, dio un claro ejemplo a seguir cuando promulgó el gran principio de la unidad litúrgica!

 

 

Primeros esfuerzos para la restauración litúrgica – 24/05/2008

En las postrimerías del siglo XVIII se extinguieron los rigores de la cruel persecución que la Iglesia de Francia había tenido que soportar por espacio de diez años. A partir de 1799 empezaron a reabrirse por todas partes oratorios públicos e incluso iglesias. Los sacerdotes empezaban a dejarse ver en público con mayor seguridad, los altares despojados volvían a ver como una sombra de las antiguas pompas. Salían a la luz y volvían a ser usados en el culto los vasos sagrados, los ornamentos y los relicarios, últimos y raros vestigios de la opulencia del culto católico, sustraídos a la codicia de los perseguidores por el valiente celo y amor de algunos católicos que se jugaron la piel por ello. Nada resultaba tan hermoso como esas primeras apariciones en público de los símbolos de la fe de nuestros padres. Tras el “reinado del Terror”, volvían a celebrarse hermosas ceremonias en las grandes ciudades. En aquellas iglesias devastadas volvía a ofrecerse el dulce Sacrificio del Cordero después de las orgías de las fiestas de la diosa Razón y los discursos de la teofilantropía. Valga el inciso para recordar que la ideología -no es otra cosa- que sostienen Enrique Castro y sus “compañeros no mártires” de la comunidad de Entrevías enlaza perfectamente, aunque con menos “elegancia ilustrada” y más “vulgaridad marxista” con aquel concepto teofilantrópico de los revolucionarios franceses.

Cuando el amor a la belleza y sublimidad del culto católico está arraigado en el corazón de un pueblo como lo estaba en el alma de los franceses, cuando la alianza entre poesía y fe, que constituye el fondo de la liturgia católica, causa en los espíritus una tal atracción y encanto, no existen sufrimientos ni intereses políticos ni siquiera pasiones humanas que puedan hacer olvidar los momentos en los que emociones tan nobles e íntimas han dejado tan profundas huellas en el alma.

¡Cuan culpables o imprudentes aquellos que habían tenido la osadía, durante todo un siglo, de trabajar por todos los medios, para desarraigar los cantos populares y arruinar las piadosas tradiciones que son la vida de los pueblos creyentes! Vuelva a valer el inciso para subrayar que una de las causas de la descristianización actual de España, que no sólo es obra de un gobierno, reside en el masivo traslado de la población rural a las ciudades en la década de los 60, rompiendo las tradiciones religiosas de sus ancestros, quebrando de esta manera los vínculos con las tradiciones populares que son el sustrato afectivo que sostiene el edificio de la fe personal.

Abril de 1802: Dios deja ver su mano en Francia

El Concordato que se estaba redactando desde 1801 y que fue promulgado el día 18 de abril de 1802 tenía un gran contenido litúrgico. Tal concordato garantizaba el ejercicio del culto católico que fue recibido con gozo por una nación que había exultado de alegría viendo el regreso de sus sacerdotes. Nada podía enturbiar el entusiasmo de los parisinos cuando aquel 18 de abril, día de Pascua, el concordato fue promulgado en el transcurso de una bellísima celebración religiosa y cívica. Los fieles celebraban no sólo la triunfante Resurrección del Señor o el paso del Señor cuando los israelitas salieron de Egipto camino de la libertad y la tierra prometida, sino la restauración milagrosa de aquella religión que nueve años antes había sido declarada abolida por un decreto sacrílego. (1791)

Las autoridades se dirigieron con pompa y boato a Notre-Dame donde el legado apostólico Juan Bautista Caprara, Cardenal de la Santa Iglesia Romana, celebró pontificalmente bajo sus bóvedas previamente reconciliadas.

En el mismo mes de abril, un libro de altos vuelos publicado en ese momento había servido para preparar a los espíritus para una restauración tan maravillosa: el “Genio del Cristianismo” de Chateaubriand. En ese volumen el autor se esforzaba en probar como el cristianismo es verdadero porque es bello y hermoso. Sus argumentaciones sirvieron para reconciliar a los franceses con su alma católica y fueron de más valor y peso que cien refutaciones del “Emile” o del “Diccionario Filosófico”.

Sin duda alguna, la nueva poética revelada por Chateaubriand no estaba al alcance de las grandes masas ni incluso de todos los lectores del libro e incluso se puede afirmar que a veces la obra deja algo que desear, pero la parte litúrgica del “Genio del Cristianismo”, es decir la dedicada a la descripción de las fiestas, de las ceremonias, de las ricas pinturas de las catedrales y claustros medievales, lo que en una palabra formaban los capítulos más populares, dejó una huella indeleble en la sociedad francesa.

Un siglo y medio después de Nicolas Boileau poeta que, como un eco de los antiliturgistas jansenistas, en la fe del cristiano únicamente veía “los misterios oscuros y terribles” en los que el creyente vivía inmerso, la proclamación del cristianismo como una religión eminentemente poética constituía una fecunda reacción.

En calidad de “literatos clásicos” como vimos, Foinard y Grancolas con todos sus secuaces, se pusieron a la caza y captura de todos los responsorios y antífonas que hubieren sido compuestos con un latín diferente al de Cicerón, rellenando toda la nueva obra de pastiches al modo horaciano. Ahora Chateaubriand, dando por sentado el hecho de la poética del cristianismo considerado en sí mismo, ejercerá una vasta acción, de la cual ahora no podemos enumerar todos los beneficios; únicamente y entre otros, el de haber llegado en el momento oportuno. El Papa Pío VII atestiguó su satisfacción de manera clara. El crítico Jean-Joseph Dussault , el ilustre escritor Jean-Pierre Louis De Fontanes y el gran filósofo católico Louis de Bonald se unieron al P. Boulogne para celebrar la importancia de esta victoria contra los enemigos del catolicismo.

Los llamados “Artículos Orgánicos”

Pero en medio de este triunfo, obstáculos inesperados ensombrecieron la alegría y el gozo del Papa y de la Iglesia de Francia. Sin duda el Concordato había sido publicado en Notre-Dame, pero al mismo tiempo algunos días antes se habían decretado un conjunto de 77 artículos que bajo el nombre de “Artículos Orgánicos”, la mayoría elaborados con el objetivo de obstaculizar la influencia del catolicismo y frenar el desarrollo de sus renacientes instituciones. Desearía subrayar únicamente algunas de las disposiciones del capitulo III, titulado “Sobre el culto”.

La primera disposición a pesar de su brevedad tenía una importancia relevante: “Sólo habrá un catecismo y una única Liturgia para todas las iglesias católicas de Francia”. Dejando de lado el catecismo detengámonos a lo concerniente a la Liturgia.

Como resultado de las nuevas circunscripciones diocesanas, la Iglesia de Francia se encontraba sumergida en una deplorable confusión litúrgica. Paso a explicarme: el número de diócesis fue reducido a más de la mitad, y consiguientemente los nuevos obispados estaban formados, en todo o en parte, por el territorio de tres o cuatro de las antiguas diócesis. Se daba el caso, debido a los cambios acontecidos durante el siglo XVIII, que la liturgia catedralicia, lejos de agrupar a todas las iglesias diocesanas en la unidad , veía disputar sus formas litúrgicas por cinco o seis Liturgias rivales, la de las antiguas diócesis. Tal extraño espectáculo era insólito en la Iglesia. Jamás en época alguna, en país alguno se había nunca contemplado una tal anarquía de las plegarias públicas y una tal ruptura de comunión…

Fue nombrada una comisión para la redacción de los nuevos libros de la Iglesia de Francia, pero sus trabajos no llegaron nunca a hacerse públicos. Sabemos únicamente que algunos de sus miembros intentaron hacer prevalecer la Liturgia parisina, otros la de tal o cual diócesis, otros finalmente una amalgama formada por todo el conjunto.

¡Aquel “gran hombre” (Napoleón) que hablaba de su “predecesor Carlomagno” tuvo que aceptar y asumir el hecho de no haber podido alcanzar la altura de miras del ilustre fundador de la sociedad europea…!

Llegó 1806, el proyecto de Liturgia nacional estaba en labios de todos, pero la Comisión constituida para esa tarea no producía nada. El proyecto pues se abortó y de él no queda más memoria que la que nos queda en la redacción de esos Artículos Orgánicos.

Por otra parte siendo Napoleón emperador, y emperador consagrado por el Papa, se hacía necesario que tuviese una capilla imperial, y que esta capilla celebrase los oficios divinos siguiendo las reglas de alguna Liturgia concreta. La antigua corte observaba el uso romano desde tiempos de Enrique III. Napoleón celoso de hacer revivir en todo la etiqueta de Versalles, legisló en este punto: abolió la liturgia romana y decretó que fuesen los libros parisinos los únicos a ser usados en su presencia. Gran honor concedido pues a Vigier y Mésenguy, pero una nueva prueba de la antipatía que albergaba el “gran hombre” por todo aquello que pudiera obstaculizar sus sueños de Iglesia Nacional.

La estancia de Pío VII en Francia

La consagración de Napoleón en 1804 fue también un gran acto litúrgico, pero como tal expresaba la enorme distancia que separaba al “nuevo Carlomagno” del antiguo. Napoleón se retrató a sí mismo cuando como respuesta a la generosidad del Papa por acudir a un acto tan solemne y prestar su ministerio para tal ocasión, tuvo la desfachatez de hacer esperar durante una hora entera al Papa, revestido de los ornamentos pontificales y sentado en su trono en Notre-Dame. Y no sólo eso: Napoleón, colmo de los agravios, en vez de recibir la corona del Pontífice, se ciñó a sí mismo la corona y posteriormente con sus manos profanas coronó a una princesa, sobre la cual, es cierto no puedo sostenerse la diadema.

Pero nada podía hacer disminuir el entusiasmo de los fieles de Paris y de sus provincias, durante los cuatro meses que Pío VII pasó en la capital del Imperio. Pero no había nada de oficial ni de ceremonioso en la masiva afluencia que inundaba las iglesias en las que el Papa llegaba para celebrar la Misa. Los fieles se acercaban por miles entorno al santo altar con la esperanza de recibir la comunión de las manos mismas del Vicario de Cristo. Nos cuentan las crónicas que era un espectáculo emocionante el que ofrecía la multitud, cantando a una sola voz el Credo entonado por su párroco, rodeando de una atmósfera de fe al piadoso Pontífice que, en un recogimiento profundo, celebraba el eterno sacrificio a la vez que daba gracias por haber encontrado tanta fe y amor a la religión en el corazón de los franceses.

Repito que habría que hacer un hermoso libro sobre la estancia de Pío VII en Francia, pero éste debería especialmente resaltar y relatar las visitas que el Santo Padre realizaba a las iglesias que mostraban las cicatrices de la devastación que habían sufrido y en las que ahora el Papa celebraba la Misa con el recogimiento angélico que dejaba huella en su noble e impactante figura. Los parisinos, de los que llegó a ser un ídolo, comentaban con su maravilloso genio: “verdaderamente reza como un Papa…”

La permanente negativa del Papa a la voluntad de Napoleón de controlar a la Iglesia francesa provocó la violenta reacción de éste que en 1809 se adueño de los Estados Pontificios y los incorporó al Imperio francés que retuvo en un primer momento al Papa en Savona para finalmente llevarlo prisionero a Fontainebleau donde permaneció cautivo casi cinco años.

En marzo de 1814 el Papa fue liberado, poco antes de que tras una serie de estrepitosos fracasos militares entre los que destaca Waterloo, Napoleón se viese obligado a abdicar.

Finalmente Napoleón, en cuyo estandarte se divisaba una orgullosa y desafiante águila con una gran “N” entre sus garras, cayó así antes de lo previsto abdicando incondicionalmente en abril de 1814. Las profecías de San Malaquías designan al Papa Pío VII bajo el epígrafe de “Aquila Rapax”, a lo que muchos interpretan con esa coincidencia, el reflejo de los sufrimientos que la rapacidad de Napoleón causó al Papa y a la Iglesia.

Con Napoleón Bonaparte acabó el Imperio y de esta manera las iglesias respiraron. Sin embargo la plena libertad del catolicismo y la restauración litúrgica no llegaría hasta el regreso de la antigua dinastía y la Restauración monárquica en la persona de Luis XVIII.

 

 

La Liturgia de la Iglesia Constitucional Francesa – 17/05/2008

El año 1797 es famoso en la historia de los fastos jansenistas por el conciliábulo que convocaron y llevaron a cabo en Notre-Dame de Paris. Estaban presentes todos los restos del jansenismo, diezmado tanto por la apostasía de muchísimos de sus miembros como por la Revolución que no les había ahorrado el cadalso, pero también por la conversión de varios de sus miembros. Eran veintinueve obispos más seis procuradores de obispos ausentes a los cuales había que sumar otros delegados de segundo orden, todos ellos bajo la presidencia del “ciudadano Claude Lecoz”, obispo metropolitano del departamento de Ille-et-Villaine.

La finalidad del conciliábulo era salvar de sus ruinas aquel proyecto jansenista de Iglesia que había sido abortado por la Constitución civil del clero de 1790 y por el decreto contra los sacerdotes refractarios al juramento constitucional de 1791. En sus actas se denominan a sí mismos como “la Asamblea de los Obispos reunidos” y dicen pretender ocuparse del progreso de la Liturgia. Su deseo era que en Francia hubiese únicamente una única Liturgia para lo cual, consideraban los libros de Vigier y Mésenguy como elementos básicos para la consecución de ese objetivo y poder satisfacer de esa manera las necesidades religiosas de la Iglesia Galicana regenerada. El “concilio nacional” de 1797 testimoniaba su veneración por los autores de la reciente liturgia parisina y recomendaba, como Ricci había hecho en el Sínodo de Pistoya, “El año cristiano” de Le Tourneux y “La exposición de la Doctrina Cristiana” de Mésenguy, como los libros más interesantes para la fe y las costumbres.

Sin embargo, “los Obispos Reunidos” no sólo pusieron todo su empeño en recomendar solemnemente la memoria y los escritos de los reformadores litúrgicos parisinos, sino que elaboraron varios decretos concernientes la materia y el culto divino.

El primero comenzaba así: “El concilio nacional, considerando que es necesario alejar del culto público todos los abusos contrarios a la religión y recordar a los pastores la observancia de las santas reglas, decreta:

-Articulo primero: Las misas simultáneas están prohibidas.

Ya vimos el objetivo de esa prohibición en el plan de los antiliturgistas; observemos aquí el afán de imitar a José II y a Leopoldo, muy claro en los obispos republicanos.

En el segundo decreto se dice: “En la redacción de un ritual uniforme para la Iglesia galicana, la administración de los sacramentos será en lengua francesa. Las fórmulas sacramentales serán en latín”

Poco más de tres años después, en 1801, en las vigilias del famoso Concordato, la catedral de Paris vio aún reunidos en su seno a los pontífices de la Iglesia Constitucional, en su segundo y último concilio.

Entre las muchas cosas que centraron la atención y la solicitud pastoral de aquellos prelados, se encontraba el “proyecto de una liturgia universal para la Iglesia Galicana” que parecía revitalizarse de nuevo y para lo cual el tristemente famoso P. Henri Gregoire, sacerdote lorenés líder del clero juramentado elaboró un informe en el cual hizo entrar, según era habitual en él, un conjunto de anécdotas grotescas y detalles superficiales, sin nexo aparente entre unos y otros, pero con la intención de poner en evidencia aquella erudición superficial y mal elaborada que se encuentra en el fondo de todos sus escritos.

No se privó de atacar la devoción al Corazón de Jesús, tildándola de inconveniente; declamó contra las misas privadas y refiriéndose a San Gregorio VII, afirmó: “Por la tranquilidad del mundo y el honor de la religión, que el cielo nos libre de tales santos”. Finalmente se mostró partidario de recitar el Canon en voz alta y propuso la admisión del tan-tan chino para reemplazar al órgano…

Sin embargo el año 1799, tras diez rigurosos años de cruel persecución, la Iglesia de Francia vivirá un cambio: empezarán los primeros esfuerzos para la Restauración.

La Iglesia Constitucional durará desde 1790 hasta la firma del Concordato en 1801 entre Napoleón y el Papa Pío VII. Justamente, como veremos en el próximo capítulo, la estancia durante 4 meses del Papa en Francia, se convertirá en un capítulo importantísimo para la reforma litúrgica en Francia: será el principio del final.

 

El culto al Sagrado Corazón de Jesús – 10/05/2008

Los sectarios jansenistas creían que para perfeccionar al hombre había que arrancarle el corazón, es decir los afectos y sentimientos, causa principal de su caída y de sus males. Por ello, al ver que el Corazón del Hombre-Dios, símbolo y órgano de su Amor, recibía la adoración de la Cristiandad, se apresuraron a negar el corazón en el hombre para de esta manera negarlo en Cristo mismo. “El amor aleja al temor” (perfecta charitas foras mittit timorem 1ª Jn. 4,18) había afirmado el discípulo bien amado, aquel que en la última Cena había reposado su cabeza en el Corazón del Salvador; el culto al Sagrado Corazón de Jesús aleja del horrible destino (la monstruosa idea de la predestinación), ídolo implacable con que la secta jansenista había sustituido la dulce imagen de Aquel que ama todas las obras de sus manos y quiere que todos los hombres se salven…

Subrayar en primer lugar que la fiesta del Sagrado Corazón fue revelada a una humilde religiosa y que esta revelación permaneció en el secreto del claustro antes de que se convirtiese en la gran noticia para la asamblea de los fieles. El venerable Instituto de la Visitación, fundado por San Francisco de Sales, fue el que Dios se escogió para hacer conocer la obra de su dulce poder mediante la venerable Madre Margarita María de Alacoque, como glorificando de esta manera también y mediante ello, la doctrina del santo obispo de Ginebra, tan alejada del fariseísmo de la secta.

Registremos los principales hechos que señalaron el triunfal desarrollo del culto al Amor de Jesucristo por los hombres. Francia, principal escenario de las maniobras jansenistas, se convierte al mismo tiempo en el lugar de origen y en principal teatro del establecimiento de la nueva festividad, feliz presagio de las intenciones divinas que parecen haber hecho de ese reino la antesala de la derrota, a su debido tiempo, del virus impuro que se agita en su seno.

De esta manera pues, en 1688 Charles de Brienne, obispo de Coutances en la Baja Normandía, inaugura en su diócesis la fiesta del Sagrado Corazón. Seis años después, en 1694, el piadoso Antoine-Pierre de Gramont, arzobispo de Besançon, ordena que la misa propia de esta festividad sea inserida en el Misal de su metrópolis. En 1718, François de Villeroy, arzobispo de Lyon, prescribió la celebración en su insigne sede primacial. Esta fiesta, como no podía esperarse de otra manera, desapareció del Breviario de Montazet. Por otra parte, todo el mundo sabe en que circunstancias memorables, el obispo de Marsella Henri de Belzunce, inauguró en 1720 el culto al Sagrado Corazón de Jesús en medio de su ciudad desolada por la peste. La confianza del prelado fue recompensada con la disminución instantánea de la epidemia y al poco tiempo con la extinción definitiva del flagelo.

Sin embargo la Santa Sede tardaba en sancionar la erección de la nueva fiesta. Obstáculos inesperados en el seno de la Sagrada Congregación de Ritos se oponían a esta aprobación que había sido pedida en el año 1697.

En 1726 el obispo de Cracovia, dirigía a este efecto una súplica a Benedicto XIII a la cual se adhirió rápidamente el rey Federico Augusto de Polonia. Un rechazo solemne y famoso, notificado el 30 de julio de 1729 por la Congregación de Ritos, fue una sensible y dolorosa prueba para los adoradores del Sagrado Corazón de Jesús, y para los jansenistas el objeto de un inesperado triunfo.

El ardor de la controversia suscitada por esta materia, la novedad de esta devoción, la ausencia de un riguroso examen sobre las revelaciones que habían acompañado y producido su institución; todo ello era más de lo que se necesitaba para motivar la resolución de la Sagrada Congregación…

Pero el instrumento que la Providencia se había escogido para consumar su obra no tardaría en llegar. El piadoso cardenal Rezzonico fue llamado por el Espíritu Santo para sentarse en la cátedra de Pedro bajo el nombre de Clemente XIII.

El Santo Padre recibió nuevas instancias de parte de los obispos de Polonia, que pedían unánimemente fuese permitida a la Cristiandad la celebración pública del culto al Corazón del Redentor de los hombres.

Muchos obispos de Francia, es verdad, habían tomado la iniciativa estableciendo la fiesta. Pero en ello, a parte del hecho loable en sí mismo, la Iglesia católica aún debía seguir esperando el juicio que sólo de Roma debía venir.

Todo ello aconteció el 6 de febrero de 1765, y se subrayaba entre los motivos del decreto “que era notorio que el culto al Sagrado Corazón de Jesús se había ya extendido por todos los rincones del mundo católico, animado por un gran numero de obispos y enriquecido con indulgencias por miles de breves apostólicos en la erección de innumerables cofradías”.

La Sagrada Congregación con este decreto desistía de la resolución restrictiva tomada el 30 de julio de 1729 y juzgaba deber condescender con los ruegos de los susodichos obispos de Polonia y la archicofradía romana. Finalmente anunciaba la intención de ocuparse del Oficio y de la Misa, cosa necesaria para solemnizar la nueva fiesta.

Una y otra cosa no tardaron en aparecer (misa “Cogitationes”), y realmente fueron dignos de su sublime objetivo, que es, según los términos del decreto: “renovar simbólicamente la memoria de aquel Divino Amor, por el cual el Hijo Unigénito de Dios revistiéndose de la naturaleza humana y haciéndose obediente hasta la muerte, ha manifestado que entregaba a los hombres el ejemplo de ser “manso y humilde de corazón”.

Con el arraigo entre el pueblo cristiano de la devoción y el culto al Sagrado Corazón, el jansenismo tenía los días contados en Francia. La bula “Auctorem Fidei” de Pio VI en 1794 condenando el Sínodo de Pistoya, condenando sus actas y sus doctrinas hará el resto.

Pero de ello hablaremos en la próxima ocasión.

 

Recapitulación de los procedimientos antilitúrgicos - 03/05/2008

Es necesario que llegados a este punto nos detengamos a considerar los insignes ultrajes de los que la Eucaristía ha sido objeto en el seno mismo de muchas naciones católicas. Es en ello donde descubrimos la malicia de Satanás.

Al principio de esta historia de la Liturgia mostramos como los cátaros y los valdenses tendían a eludir la divina misericordia del Salvador presente bajo las especies eucarísticas, predicando por doquier que si el sacerdote no está en estado de gracia, no consagra; de donde se seguía que siendo Dios el único que conoce el corazón del hombre, el fiel no podía conocer ni creer en la presencia de Cristo en la hostia que recibía en la comunión, ya que ello estaba únicamente asociado al conocimiento o ciencia que Dios tiene del interior del hombre.

A nuestros antiliturgistas, que no se atrevieron a negar la divina Eucaristía, les pareció mejor arremeter contra ella de una triple manera.

1º Como objeto de la fe de los fieles

2º Como sacrificio de propiciación por la salvación del mundo

3º Como alimento vivo del cristiano en la tierra

Veamos los detalles.

1º Si hubieran estado orgullosos de ver al Salvador de los hombres recibir el homenaje de la piedad pública en el “Misterio del Amor”, ¿por qué esos edictos, esos decretos sinodales prohibiendo la exposición del Santísimo Sacramento? ¿Por qué esa obsesión por apagar las velas que se consumían en el altar en signo popular de gozo y amor a Dios? ¿Por qué esa manía de servirse del copón, que oculta la Sagrada Forma, en vez de la Custodia que nos la muestra envuelta de una corona radiante, verdadero triunfo para la piedad devocional?

¿Por qué tantos escritos y tantos reglamentos hostiles al rito de la Exposición Mayor del Santísimo en tantos países? ¿Por qué degradar litúrgicamente en tantos breviarios y misales la Fiesta del Corpus Christi, cuando fue instituida en el máximo rango de las solemnidades de la Iglesia? ¡Que oscuros años y terribles personajes los que pensaron que todo ello era un exceso! No querían que la Eucaristía fuese el objeto de la fe de los fieles, predicaban un Evangelio desencarnado del corazón del hombre y un Jesucristo que más que mostrar el camino del Amor infinito de Dios a los hombres, predicaba a las multitudes lo estrecha que es la puerta que lleva a la salvación y cuán pequeño es el número de los elegidos. Jansenismo puro y duro. Como el de nuestros días entre el progresismo: una Iglesia hecha de pequeñas elites que sí han comprendido la “radicalidad del Evangelio y su opción por los pobres”. ¿Piedad eucarística? Cero. ¿Acceso a los sacramentos? Hay que negarlos a todos los que no conozcamos y formen parte militante de la comunidad. Se refieren a su élite, claro está. El pequeño numero de los elegidos típico del jansenismo.

2º En cuanto al Sacrificio en él mismo. ¿Qué no habrán hecho los antiliturgistas para hacer disminuir la noción sacrificial en el espíritu de los pueblos? El altar les molesta, querrían únicamente una mesa. Quitarán la cruz y los candelabros de él como en Troyes y en Asnières; las reliquias y las flores como en Toscana, perseguían así a Cristo incluso en sus santos, deseando que el altar de Dios estuviera desnudo y gélido como sus corazones.

Alrededor de ese altar, sobre los dones sagrados, se llevan a cabo ritos augustos, precedentes de tiempos apostólicos. Ellos conservarán sólo una parte, después de purgarlos de todo simbolismo, hasta convertirlos en usos vulgares y vacíos de realidad.

Una LENGUA SAGRADA envolvía, como si de una nube se tratase, la majestad de ese altar y los misterios que se desarrollaban: ellos prepararán la abolición de ese uso venerable, introduciendo la lengua vernácula hasta las profundas maravillas del santuario mediante sus “traducciones”, invitando al sacerdote en nombre de una quimérica antigüedad, a romper el silencio del canon, esperando la llegada de la abolición total del latín a favor de la lengua vulgar, tal como lo quería Calvino. ¿Acaso no han proclamado que únicamente la Biblia puede ser la fuente de producción litúrgica? ¿Acaso no han introducido la Sagrada Escritura a golpe de martillo queriendo componer un mosaico teológico a su gusto y placer con la Liturgia?

Y lo más grave para destruir la noción de Sacrificio: han repetido una y otra vez hasta la afectación que el “pueblo ofrece junto con el sacerdote”. Peligrosísimo abuso en una época de calvinismo camuflado, resaltando el “sacerdocio común de los fieles”, laicismo hermano del presbiterianismo que aparecería años más tarde con un triunfo inusitado en la “Constitución Civil del Clero”…

3º Vayamos a la Eucaristía considerada como alimento vivo del cristiano en esta tierra. Bajo este aspecto como en tantos otros, las teorías nacerán y cuajarán en Francia pero su aplicación tendrá lugar en muchos otros países. Los volúmenes de “La Comunión Frecuente” de Antoine d´Arnaud y el Ritual de Alet, ejercerán una enorme y sórdida influencia sobre la práctica sacramental de los fieles, procurando una máxima fundamental que perduró durante muchísimos decenios: que la comunión es una RECOMPENSA a una piedad avanzada y no, como de hecho es, el auxilio de gracia para una virtud principiante. No nos podemos llegar a imaginar hasta que punto esta máxima llego a producir innumerables deserciones al Santo Banquete. Los innovadores italianos además no se contentaron con ello: se aplicaron en ponérselo difícil a los fieles decretando que únicamente podían comulgar con hostias consagradas en la misa a la que habían asistido (prohibido comulgar fuera de la Misa, costumbre que abolirán instantáneamente). ¡Qué medio tan ingenioso para alejar de la comunión frecuente a tantos cristianos convenciéndoles que eran indignos de recibirla con frecuencia!

Pero la cólera del jansenismo aún se convertirá en mayor al ver instaurar en la Iglesia y en el corazón de los católicos, la confianza y no el temor en el Corazón de su Salvador…

Por ello en el próximo capítulo trataré de la importancia de la fiesta litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús y de toda la devoción a ella asociada, imprescindible para comprender los primeros pasos de restauración litúrgica en la Francia de los albores del siglo XIX, tras el vendaval galicano-jansenista.

 

 

Siglo XVIII: transformaciones litúrgicas fuera de Francia – 26/04/2008

En Alemania

La Reforma de Lutero del siglo XVI había sido acogida por aclamación en buena parte de los Estados que conformaban el mundo germánico. Para muchos la consiguiente reforma litúrgica protestante había sido una liberación respecto a las molestas e incomodas prácticas exteriores que imponía el catolicismo.

En los territorios que permanecieron católicos, el celo de los antiliturgistas del siglo XVIII no se orientó hacia la falsificación de breviarios y misales sino que se aplicó directamente a las formas del culto católico.

Hacia finales del siglo XVIII, cuando José II de Habsburgo fue revestido de la autoridad imperial, los planes de los antiliturgistas sugeridos por la triple coalición de protestantismo, jansenismo y filosofía, encontraron su apoyo en los poderes del Imperio. De entrada habían conseguido minar al catolicismo en una gran porción del clero alemán, disolviendo en él la noción fundamental de la Iglesia y la autoridad del Romano Pontífice a través de los escritos envenenados de Febronio y más tarde de Eybel.

José II poniendo manos a la obra, inició en 1781 su serie de reglamentos sobre materias eclesiásticas. Empezó, como siempre se ha hecho, declarando la guerra a las órdenes regulares a los cuales les privó de la exención de impuestos y de los medios materiales para su sustento, a la espera de poder echar mano sobre la mismísima jurisdicción episcopal.

Pero dejando de lado ese intrusismo estatal por el cual privaba de su plena libertad a la Iglesia, él sabía que el verdadero medio para resquebrajar al catolicismo en el pueblo era reformar la liturgia. El emperador no perdió el tino y de su mano comenzaron a emanar los famosos decretos para el servicio divino, el detalle minucioso de los cuales, llevó a Federico II de Prusia a denominar a José II como “mi hermano el sacristán”.

Las cosas se pusieron realmente feas. En primer lugar vio la luz una orden por la cual se prohibía celebrar en una iglesia más de una misa a la vez. Posteriormente fue promulgado un decreto según el cual el Emperador suprimía diversas fiestas, abolía procesiones, extinguía cofradías, disminuía las Exposiciones del Santísimo Sacramento, alentaba a servirse del copón y no de la custodia en las bendiciones eucarísticas (es decir a convertir las exposiciones mayores en menores), prescribía el orden de los Oficios, determinaba las ceremonias que debían conservarse y las que debían desaparecer y finalmente, colmo de los ridículos, fijaba el número de cirios y velas que debían alumbrarse en cada oficio. Poco después, José II redactó un decreto de la misma clase, alentando a quitar y a hacer desaparecer las imágenes más veneradas por la devoción popular. Esa fue la obra del llamado “josefinismo” que tanto daño intentó inferir a la Iglesia, especialmente tratando de dañar y destruir la Liturgia en su vertiente más popular.

En Italia

Pero lo que pareció más sorprendente en aquella época fue la aparición de los mismos escándalos en Italia, donde todo parecía ir contra el desarrollo de esa tendencia y contra los primeros síntomas de la herejía antilitúrgica.

Antes de osar reformar el catolicismo en la porción de Italia que desafortunadamente cayó en sus manos, Leopoldo, gran duque de Toscana, necesitaba sentirse apoyado por algún alto personaje eclesiástico de su Estado. Este personaje fue Scipione De Ricci, obispo de Pistoya, el fiel discípulo de los “apelantes” franceses y fanático admirador de todas sus obras, pero muy especialmente de todos sus “brillantes ensayos litúrgicos”.

El 18 de septiembre de 1786 se inició en Pistoya, bajo los auspicios del Gran Duque, aquel famoso Sínodo cuyas actas iban a resultar un explosivo escándalo en la Iglesia, aunque es necesario decir, rápidamente condenado y contenidos sus devastadores efectos…

No voy a tratar aquí del vergonzoso sistema de degradación a la que el Sínodo pretendía someter al conjunto del catolicismo. Sólo nos interesa el apartado litúrgico de sus prescripciones que es digno de ser meditado.

Ya el editor de las “Memorias” de Scipione De Ricci, el volteriano de Potter, nos habla de los planes del obispo de Pistoya: “Sus amigos de Francia, y los italianos que profesaban los mismos principios, no se cansaron de comunicarle sus ideas y sus luces para llevar a cabo una reforma completa del Misal y del Breviario…”

De entrada, la predilección de De Ricci por la escuela litúrgica francesa quedaba clara en la elección de los libros que el Sínodo prescribió a los párrocos. El “Año Cristiano” de Le Tourneux y la “Exposición de la Doctrina Cristiana” de Mézenguy figuraban en el catálogo al lado del “Ritual” de Alet y las “Reflexiones Morales” de Quesnel.

Veamos ya algunas de las prescripciones del que ellos llamaron “Concilio Diocesano”:

1º Evitar en las iglesias las decoraciones demasiado variadas, ricas o fastuosas porque atraen a los sentidos y conducen al alma al amor de las cosas inferiores. Fuera el barroquismo maximalista, todo ha de ser minimalista.

2º Abolir las procesiones que tuvieran lugar para visitar alguna imagen de la Virgen o de algún santo y restringir la duración de la de Rogaciones. El sentido de esta supresión dicen es “evitar los tumultos indecentes y los almuerzos y meriendas que tienen lugar en esas romerías.

3º Que las ordenes religiosas no tengan sus iglesias abiertas al público, que disminuyan los oficios divinos y que no sea celebrada más que una o dos Misas por día en cada iglesia, animando a los demás religiosos a concelebrar. ¿Suena a algo esta prescripción?

4º Se lamentan de la multiplicidad de fiestas que creen “son ocasión para la ociosidad de los ricos y una fuente de miseria para los pobres” por lo que resuelven dirigirse al Gran Duque para que obtener una reducción en el número de días consagrados a los deberes religiosos, es decir una disminución de las fiestas de precepto.

5º Desean eliminar toda sombra de superstición en el culto a la Virgen y a los Santos, como sería “atribuir una cierta eficacia a un numero determinado de oraciones y saludos”. Esta flecha iba dirigida directamente hacia el Rosario y a las diversas Felicitaciones Marianas o Coronillas aprobadas y recomendadas por la Santa Sede.

Así mismo animan a quitar de todos los templos aquellas imágenes que representan “falsos dogmas”, por ejemplo la del Sagrado Corazón o aquellas otras que son ocasión de error, como las imágenes de la Incomprensible Santísima Trinidad (a saber Padre como anciano con barba blanca, su Hijo Jesucristo a su derecha con la Cruz en la mano o los hombros y el Espiritu Santo en forma de paloma que procede de ambos, todo ello en un marco decorativo triangular).

Hay que eliminar también las imágenes a las que el pueblo tributa una confianza singular o invocan como protectoras o poseedoras de alguna virtud especial. El Sínodo ordena desarraigar toda perniciosa costumbre de dar “títulos o advocaciones” a la Virgen, la mayoría consideradas de “índole pueril o vana”.

6º Los “Padres del Concilio de Pistoya” decretan que en las iglesias haya un solo altar y que en este no se coloquen ni flores ni relicarios.

7º Los mismos declaran que la participación en la víctima es una parte esencial del sacrificio de la Misa por lo cual recomiendan comulgar en la misa a la que uno asiste aunque no llegan a condenar la participación sin comunión sacramental en la celebración. Eso sí, “excepto en los casos de grave necesidad los fieles comulgarán con hostias consagradas en la misa a la que han asistido” no con las provenientes del sagrario que serán destinadas únicamente a los enfermos y moribundos.

8º En cuanto a la lengua a emplear en la celebración de los Santos Misterios, las intenciones del Sínodo son claras: “El Santo Sínodo desea que se reduzcan los ritos de la Liturgia a una mayor simplicidad, que se realicen en lengua vulgar y que se pronuncien en voz alta”, porque como dicen los Padres de ese conciliábulo haciéndose eco de su amado Quesnel: “sería en contra de la práctica apostólica y contra las intenciones de Dios, no procurar al pueblo sencillo los medios más simples para unir su voz a la de toda la Iglesia”.

9º Enseña el Sínodo que es un error condenable el creer que la voluntad del sacerdote celebrante puede aplicar el fruto especial del Sacrificio a quien él desee. Esta es una disposición dirigida contra los estipendios e intenciones de Misa que reciben los sacerdotes.

10º Finalmente, el sínodo ordena reducir la Exposición del Santísimo Sacramento a la sola fiesta del Corpus Christi y su octava, excepto en las catedrales donde estará permitida una vez al mes. Pero en las otras iglesias, los domingos y las fiestas, únicamente se dará la bendición con el copón, es decir, lo máximo que habrá será una exposición eucarística menor. Así mismo afirma que el espíritu de compunción y de fervor no puede estar unido a un cierto número de “Estaciones” y a reflexiones arbitrarias y falsas sobre el arrepentimiento y la penitencia, por lo que desaconseja formalmente la práctica del “Vía Crucis”.

En enero de 1786, ocho meses antes de la celebración del Sínodo, queriéndose asegurar la cooperación del clero en su proyecto de reforma religiosa, De Ricci dirigió a todos los prelados de su Ducado, cincuenta y siete artículos a consulta. Los principales artículos giraban en torno a la reforma del breviario y del misal, sobre la abolición de los estipendios para las misas, la prohibición de celebrar más de una misa en cada iglesia, sobre el examen a realizar sobre las reliquias conservadas en los templos, sobre la administración de los sacramentos en lengua vernácula, sobre la instrucción de los fieles con respecto a la comunión de los santos y el sufragio por los difuntos, sobre la urgencia de someter a las ordenes regulares a los obispos diocesanos, etc.…

Se insistía en la necesidad de convocar a menudo sínodos diocesanos en los que el Gran Duque podría encontrar en los sacerdotes el apoyo para sus reformas que no creía tener en sus obispos.

Estos “Puntos Eclesiásticos” con todas las respuestas de los arzobispos y obispos de Toscana fueron publicados en Florencia en 1787. En el frontispicio del libro podemos ver el retrato del Gran Duque rodeado de las figuras alegóricas de la Justicia, el Comercio, la Abundancia y el Tiempo. Todo ello reposando sobre un geniecillo que sostiene un libro abierto sobre el cual está escrita a grandes letras y en francés, la palabra ENCYCLOPÉDIE. Lo suficiente para mostrar las intenciones ulteriores de los antiliturgistas.

 

 

Últimos esfuerzos contra los usos romanos en Francia - 19/04/2008

La liturgia de Rondet

Esperando el aciago día en el que un grupo de laicos presentará a la Asamblea Constituyente francesa la “Constitución Civil del Clero”, he aquí que otro laico, discípulo de Jansenio, un visionario apocalíptico, Laurent-Etienne Rondet es colocado a la cabeza del movimiento litúrgico. Este personaje es llamado por diez diócesis diferentes para dirigir la edición de los nuevos libros que desean concederse. Rondet se convierte en el liturgista de moda. Los pastores de los pueblos, sobre quienes recae la responsabilidad de enseñar la Liturgia, habiendo renunciado a la antigua tradición gregoriana, se inclinan ahora ante un seglar, sectario declarado de unos dogmas que reprueban, y entregan a su censura las oraciones del altar.

En primer lugar hay que subrayar las dos características que tendrá la publicación de todos los misales y breviarios en la que Rondet tomará parte y que los distinguen de los libros parisinos de Vigier y Mézenguy.

La primera característica es el uso absoluto de la versión latina de la Vulgata, eliminando las frases, palabras o sílabas que provenían de la versión llamada Antigua Itálica (esta versión era la traducción latina de la Sagrada Escritura que estaba en uso en la Iglesia antes de que San Jerónimo compusiera la suya y esta se convirtiera en la canónica, por así decirlo, en la oficial), porque recordaba el origen gregoriano de algunos responsorios y antífonas. Esa aversión a la Antigua Itálica era una forma sectaria de cancelar y suprimir cualquier vestigio que nos recordara la antigüedad de las tradiciones litúrgicas gregorianas.

La segundo característica de los libros litúrgicos salidos de la mano de Rondet es el haber compuesto un “Común de sacerdotes”, eliminando el “Común de confesores” (hay que saber que junto al Ordinario y al Propio del Tiempo, los “Comunes de los Santos” constituyen una parte esencial del Misal). Este nuevo apartado en los “Comunes” constituía un deplorable abandono de las tradiciones litúrgicas y conllevaba la supresión absoluta del título de “confesor” (entendiéndose por confesor a aquel que con su vida ha dado testimonio de su Fe, y no al que administra el sacramento de la penitencia), sin el cual es imposible comprender nada del sistema hagiológico de la Iglesia Católica. Dentro del “Común de los Confesores” se encontraban tanto Pontífices (Papas y Obispos), Doctores de la Iglesia, no Pontífices (desde un hermano lego a un simple sacerdote o fundador de orden religiosa), unidos todos ellos por una confesión valiente de su Fe diferente al Martirio o al testimonio de la Virginidad. La reforma litúrgica de 1969 imitó el mismo error, no porque creara como Rondet un “Común de Sacerdotes” sino porque creó un “Común de Pastores” y un “Común de Hombres Santos”, eliminando el de “Confesores”, un sinsentido sin fundamento en la tradición romana.

Las innovaciones en Lyon y el nuevo Ritual de Paris

Pero todos esos desastres no fueron nada comparados al lamentable espectáculo que protagonizó la santa Iglesia de Lyon, sede primacial de la Galia. Después de lo ocurrido podemos afirmar que perdió su antigua belleza pues quedó viuda por una parte de los cánticos de su San Ireneo y de las melodías gregorianas que Carlomagno le impuso. A partir de este momento ya no tendrá nada que mostrar al peregrino atraído aún por el recuerdo de su gloria litúrgica condensada en los imponentes ritos galicanos que aún practicaba con toda solemnidad y pompa. El esplendor oriental de esos ritos hubiera sido suficiente para que el viajero católico continuara  dirigiéndose a Lyon para asistir a la hermosa liturgia si no fuera porque se encontraría con el cruel contraste de una desolación total.

El día 13 de noviembre de 1776 el Cabildo de la Catedral Primada de Lyon substituyó la venerable liturgia galicana por la liturgia parisina, humillando así a la Iglesia de Ireneo ante la Iglesia de Vigier y Mézenguy. En ese momento llegó el ocaso a la iglesia lionesa que se había jactado de “no haber conocido jamás las novedades”. Parecía estar escrito que la desviación sería universal porque por doquier se había desdeñado la regla de la Tradición. Estaba ocurriendo lo mismo que sucedió en la reforma del 69: al producir una mutación tan fuerte en la liturgia romana tradicional (desdeñada pues la regla de la Tradición) todas las liturgias occidentales fueron reformadas con la misma vara de medir. Así pues se hizo una reforma usando los mismos parámetros para las liturgias hispanomozárabe y ambrosiana…

No obstante, como siempre sucede, se reveló una valiente aunque débil oposición. Una minoría del Cabildo Primado hizo escuchar sus reclamaciones y editó un manifiesto titulado “Motivos para no admitir la Liturgia del Sr. Arzobispo de Lyon”. Pero pronto el Parlamento de Paris condenó el opúsculo a la hoguera y siguiendo la sentencia de un tribunal secular pero en última instancia juez de las cuestiones litúrgicas francesas,  los redujo al más absoluto silencio. Se aceptaron sin reservas ya, los breviarios y el misal del arzobispo Antoine Malvin de Montazet y con él  tomó cátedra la herejía antilitúrgica bajo las bóvedas de la catedral de Lyon.

Para acabar de completar su obra, Montazet hizo elaborar una teología para su Seminario que ha quedado inscrita en la historia de la Iglesia como el testimonio de las mayores producciones  de la herejía en el siglo XVIII.

A su vez, en Paris el arzobispo Juigné, aunque no renovó ni el misal ni el breviario, llevó a cabo una obra litúrgica si cabe aún más grave: la publicación de un nuevo Ritual que sobrepasaría todas las osadías vistas hasta entonces. Ya no se trataba de reelaborar himnos, antífonas o responsorios. Ahora era ya cuestión de cambiar las oraciones usadas en la administración de los sacramentos que hasta ahora no habían sufrido ninguna variación. En el Ritual parisino de 1776 fueron modificadas las fórmulas sacramentales unidas intrínsecamente a la enseñanza dogmática de los primeros siglos. Lo más puro y grave, lo más universal tenía que desaparecer para dejar sitio a “las más elegantes” oraciones del canónigo Revers de Saint Honoré, del P. Plinkett, doctor en La Sorbona y del secretario del Arzobispo el P. Charlier.

Sólo faltaba un paso para llegar al Canon de la Misa y verlo desaparecer para dejar lugar a nuevas frases y poder acercarse a los protestantes, librándose así del invencible peso del testimonio de los siglos que el Canon Romano representaba.

Otro paso más y la razón para no admitir la lengua vulgar en la Liturgia desaparecerá, razón fundada en la necesaria inmutabilidad de las fórmulas misteriosas.

Fueron necesarios semejantes hechos para constatar  la extraña desviación que los antiliturgistas habían causado en el espíritu de los católicos franceses sin ningún escrúpulo. Más de cincuenta años tuvieron que pasar hasta que con seriedad y rigor se decidiera volver a las antiguas fórmulas de la Tradición.

 

 

¿Qué hizo Roma ante tantos abusos y desviaciones? – 12/04/2008

Durante estos últimos capítulos que he consagrado a la historia de la Liturgia en la segunda mitad del siglo XVII y la primera mitad del XVIII, casi nos hemos ocupado exclusivamente de Francia. Este país fue el escenario de la triste revolución que he querido describir. El resto de la catolicidad permaneció fiel a las tradiciones antiguas, a la unidad de la Liturgia romana. La Santa Sede continuó reglamentando las formas del culto, sus decretos fueron acogidos obedientemente y los libros gregorianos continuaron sirviendo de expresión a la piedad del clero y de los fieles.

Durante la primera mitad del siglo XVIII la liturgia romana continuó enriqueciéndose. Mientras la Iglesia Galicana procedía a la destrucción, los Romanos Pontífices, celosos del antiguo depósito de San Gregorio, lo enriquecían con nuevos oficios y fiestas, como describiré al final de este capítulo.

Pero el problema es comprender el silencio de Roma sobre las reformas francesas.

No me resulta raro escuchar de personas interesadas en esta historia de la Liturgia que estamos recorriendo, testimoniar su asombro ante esos mismos pontífices, tan celosos por el depósito de las tradiciones litúrgicas y tan tolerantes aparentemente ante las desviaciones.

Me expresa un muy apreciado lector su extrañeza de que los Papas no hubiesen cargado contra las novedades de las que eran teatro las Iglesias de Francia y fulminado a sus culpables autores. Me insinúa también el mismo lector, que tal vez los “innovadores” entendieron que el silencio que mantenía Roma podía interpretarse como una especie de aprobación.

Ya en su tiempo, fue un argumento muy sacado a colación por los innovadores: servirse del aparente silencio de la Santa Sede para autorizar sus sentimientos y sus prácticas audaces. Infinidad de veces se les respondió que no podían interpretar el silencio de la Santa Sede como una aprobación. El Papa ha recibido la misión de enseñar, es doctor universal de todos los cristianos. Cuando Roma habla, la causa se zanja (Roma locuta, causa finita) pero mientras no habla tenemos que abstenernos de interpretar algo de su silencio.

De todas maneras si alguien quisiese tomarse el trabajo de recorrer las colecciones impresas de decretos de la Congregación de Ritos, se encontraría con múltiples pruebas de la intención constante de la Santa Sede sobre la observancia de las constituciones de San Pío V sobre el Misal y el Breviario romanos. Todas las cuestiones dirigidas sobre este tema a Roma se resolvieron siempre en el mismo sentido…

Admitamos que Roma no se puso a especificar nada sobre las nuevas liturgias francesas, pero convengamos al mismo tiempo que no le faltó ni siquiera una ocasión para declarar que las Iglesias particulares no gozaban de la libertad para darse otro Breviario y otro Misal que no fuesen los de San Pío V.

Ese santo monje y restaurador litúrgico que fue Dom Guéranger afirma que las razones por las que la Santa Sede conservó una tal reserva en el asunto de las nuevas liturgias se encuentra en la prudencia, la paciencia y magnanimidad con que Roma actúa en el gobierno eclesiástico. El restaurador de Solesmes añade a tal causa la razón definitiva: la esperanza de evitar nuevas discordias. Como ejemplo pone la actitud de Benedicto XIV que aún declarando que no hay nada más opuesto a la doctrina sobre los derechos del Romano Pontífice que la defensa que Bossuet hace de la “Declaración de 1682”, se abstuvo de censurarla.

¿Cómo explicar esa tolerancia? De la misma manera que se explicó la tolerancia litúrgica.

Pero según mi humilde opinión, a más de 150 años de la de Dom Guéranger, también hay que buscar las causas en el profundo complejo de inferioridad que la Santa Sede experimentaba ante la Ilustración y las filosofías y las ciencias nacidas de ella.

Ese complejo se hacía extensivo también por ejemplo a las monarquías de la época que no supieron enfrentarse con lucidez a los reproches que los ilustrados comenzaban a lanzarles.

Tampoco la filosofía cristiana escolástica se sentó a dar batalla al racionalismo y al idealismo y a la ética kantiana. Cuando estuvo en grado de hacerlo, llegaba tarde a las universidades europeas.

Lo mismo pasó en el siglo XX con las “nuevas teologías” nacidas en la posguerra europea: estas nacían del interior de la escolástica y casi nadie tuvo la gallardía de alzarse a plantarles cara. Cuando el neotomismo quiso hacerlo, las facultades de Teología y los Seminarios volvían a estar infectados de modernismo y este parecía tomar carta de naturaleza al sentarse en la persona de los teólogos-asistentes de los venerables padres conciliares del Vaticano II. (Congar, Chenu, Küng, Rahner, Schillebeeckx,…)

Lo mismo pasó ante la Reforma Litúrgica posconciliar, como bien expliqué en la primera parte de EL FIADOR dedicada al Movimiento Litúrgico: con muy poca formación en historia de la Liturgia (un liturgista preconciliar era ante todo un rubricista) pudieron ser embaucados con facilidad por innovadores mesiánicos como Annibal Bugnini y secuaces, que no estaban haciendo otra cosa, si nos fijamos bien, que reintroducir las “innovaciones” de corte jansenista y galicano de finales del XVII e inicios del XVIII.

Y Pablo VI convencido de que ese era el futuro, y con él casi toda la Iglesia y todos y cada uno de nosotros que estuvimos convencidos que debíamos ir por esos caminos de la Liturgia del 69. Y además ciegamente convencidos que eso era lo pastoralmente adecuado. (Bueno, toda la Iglesia no, una pequeña aldea en la Galia resistía,….)

La vía del enriquecimiento

El grande y piadoso Clemente XI colmó una laguna importante en los libros de la liturgia. Entre las plegarias que la Iglesia eleva a Dios en las diversas calamidades, los siglos precedentes no habían compuesto nada para implorar del Señor el vernos liberados del flagelo de los terremotos.

En el año 1703, habiendo sido desolada Italia por numerosas catástrofes de este género, Clemente XI compuso y colocó en el Misal tres magníficas oraciones encabezadas bajo el epígrafe “Tempore terrae motus” (para el tiempo de terremotos). En el breviario y en las letanías prescribió esta invocación: “A flagello terrae motus, libera nos Domime”

Fue el mismo Papa que extendió a la Iglesia Universal la solemnidad del Santísimo Rosario, con doble rito mayor, en conmemoración de la victoria de Lepanto.

Inocencio XIII instituyó la fiesta del Santo Nombre de Jesús.

Benedicto XIII instituyó la de los Siete Dolores de la Virgen y la de la Virgen del Carmen. Fiestas todas ellas degradadas litúrgicamente por Bugnini en la reforma del 69.

El Martirologio Romano fue especialmente objeto de los trabajos de Benedicto XIV quien preparó una edición que bajo su autoridad vio la luz en Roma en 1748.

 

 

Nuevas liturgias en reacción contra el espíritu jansenista – 05/04/2008

Hicimos referencia en el pasado capítulo a la serie de manifestaciones (“reclamaciones”) del espíritu católico frente a las novedades litúrgicas que se producían en todas partes. Sin embargo, debiera asombrarnos el hecho de que semejantes reclamaciones, inspiradas por una recta intención y un enérgico espíritu, no suspendieron ni atajaron de raíz aquellas innovaciones, lo máximo que hicieron eran ralentizarlas. En el fondo los mismos “reclamantes” compartían algunas convicciones con los jansenistas, signo evidente de lo muy arraigadas que estaban algunas desviaciones entre los católicos franceses. Los unos y los otros en lo más profundo de su espíritu convenían en 4 aspectos:

1º que la Iglesia de los primeros siglos había gozado de una perfección que faltó en los siglos siguientes.

2º que las instituciones eclesiásticas de la Edad Media eran el resultado de principios menos puros que los de los primeros siglos.

3º que se podía hacer algo para encajar y adaptar las costumbres religiosas y armonizarlas con las necesidades de la sociedad del tiempo.

4º que consiguientemente Roma iba con retraso con respecto al movimiento de “aggiornamento” (puesta al día) que estaba siendo preparado y concebido en la Francia ilustrada del siglo XVIII.

Esta libertad para enjuiciar las instituciones contemporáneas de la Iglesia no sólo debilitaba la autoridad de la Santa Sede sino también de todas las diócesis que se habían puesto al lado de Roma en el asunto de Jansenio y Quesnel; esto es lo que explica cómo obispos no jansenistas como De Harlay y Vintimille, se apoyaron públicamente en jansenistas para misiones de alta confianza como las cuestiones litúrgicas.

Muchos obispos sinceros en su ortodoxia proclamaban que nunca un jansenista recibiría encargos litúrgicos y que no aceptarían en su diócesis el Breviario de Paris pero emprendieron una reforma litúrgica llena de novedades sin siquiera preguntarse si esta ruptura con uno de los vínculos externos que unían la Iglesia de Francia a la Sede Apostólica no constituía por sí misma un principio de debilitamiento doctrinal. En una palabra: no entendieron cómo la unidad litúrgica con Roma era un principio de fortaleza doctrinal frente al jansenismo y prefirieron hacer la guerra por su cuenta. Los breviarios renovados por esos prelados animados de un celo sincero por la doctrina de la Bula “Unigenitus”, contenían una confesión enérgica contra los errores jansenistas y pues, contra los nuevos libros parisinos, pero cayeron en la contradicción de romper con la tradición en tantos puntos litúrgicos pero unirse a la tradición en un único punto de doctrina. Es decir: hicieron nacer libros que rompían con el jansenismo pero seguían rompiendo con la tradición romana, la única que podía asegurarles la fortaleza doctrinal en plenitud. En resumidas cuentas: que se podía ser moderno y novedoso al mismo tiempo que antijansenista.

El breviario de Amiens de 1746

El primer breviario que se distinguió por esa petulante estupidez fue el que en 1746 publicó Louis-François d´Orleans de la Motte para la diócesis de Amiens. Ese venerable prelado, celoso en defender la pureza de la fe en su diócesis, a la que dio ejemplo de toda virtud, sin embargo había rendido culto al amor universal por las novedades que conllevaban los tiempos modernos.

Mientras que los jansenistas suprimían las formas romanas de la Liturgia que creían incompatibles con sus máximas, De la Motte creyendo percibir un riesgo en el empleo de una parte de las colectas de los domingos después de Pentecostés que hablaban del poder de la gracia, las suprimió. El obispo temía que los jansenistas las usasen torticeramente en sus predicaciones llegando a causar desviaciones en el pueblo. Era la primera vez en la Iglesia que para defender la verdad alguien utilizaba un medio análogo al que utilizaban los sectarios para combatirla: alterar las fórmulas litúrgicas. Sin embargo en los nuevos libros de Amiens se buscó disimular las intenciones que les habían llevado a la supresión de las citadas colectas. Se habló de una nueva base de edición, de cómo todas las misas de los domingos surgían a partir de la lectura del evangelio del misal romano y como todas las otras fórmulas dependían de ese epicentro temático: los introitos, los graduales y ofertorios, las comuniones y las epístolas, todo había sido renovado siguiendo esa necesidad. Y consiguientemente también las colectas…

El “breviarium ecclesiasticum” de Urbain Robinet

El año 1744 fue memorable para los fastos de la “Liturgia Francesa”. Fue en ese año en el que el Dr. Urbain Robinet publicó su “Breviarium Ecclesiasticum”. Sin duda alguna las intenciones que lo animaron eran puras y rectas. Quería presentar un cuerpo litúrgico, editado en sentido católico, que presentase oposición al Breviario de Vigier y Mésenguy contra el cual había reclamado enérgicamente.

Por lo demás, en los principios generales de la innovación litúrgica, pertenecía a la misma doctrina: siempre la eterna manía de adaptar el lenguaje de la Iglesia a la medida de un siglo en particular y las ideas de un solo compositor; la Escritura admitida como materia única de las antífonas, versículos y responsorios, la obsesión por abreviar el breviario. Pero una vez hechas estas reservas, hay que reconocer en Robinet un honesto católico que seguía la ley de su tiempo y que a la par que veía que había que abrazar con sumisión los juicios de la Santa Sede contra los nuevos errores, no comprendía que era un error el hecho de separarse de la unidad y la universalidad en una cosa que es de tan suma importancia para las entrañas del catolicismo como la Liturgia.

Quiero sin embargo señalar que el breviario de Robinet no tuvo la difusión que tuvo el breviario de Vigier y Mésenguy, principalmente porque este último contaba con el apoyo del partido jansenista y aparecía al publico como el Breviario de la prestigiosa Iglesia de Paris, pero también por el hecho de que el de Robinet a pesar de partir de una mejor doctrina y una ciencia más variada no poseía el gusto por la armonía de formas del que hacía gala el de Vigier y Mésenguy. No es de extrañar que junto a Amiens únicamente lo adoptasen las diócesis de Le Mans, Cahors y Carcasona.

A parte de todo esto, debemos subrayar en todos ellos, el forzado sentido “acomodaticio” que se vieron obligados a utilizar con algunos pasajes para poder sustituir todas las piezas de estilo eclesiástico que eliminaron. Y eso especialmente en el propio de los santos.

Por ejemplo, en la fiesta de la Asunción de la Virgen usan una antífona de vísperas sacada del capitulo XXI de Judith versículo 21: “Tu in domo Nabuchodonosor magna eris et nomen tuum nominabitur in universa terra” (Serás grande en la casa de Nabucodonosor y tu nombre será pronunciado sobre toda la tierra) que son las palabras que Holofernes dirige a Judit para recompensarla por la traición a su pueblo. Ciertamente si este acomodación de las palabras a la Virgen no roza la blasfemia entonces debemos decir que la palabra de Holofernes es la palabra de Dios y la casa de Nabucodonosor el reino de los cielos…

Igual sucede con el común de abades, cuando se utiliza en el capítulo de tercia el vers. 29 del 1er. libro de Macabeos cap 2.: “Descenderunt multi quaerentes judicium et justitiam in desertum et sederunt ibi” (“Y descendieron numerosos hacia el desierto, buscando el juicio y la justicia y se establecieron”) para profetizar el estado monástico. Lo que pasa que el versículo continúa diciendo: (ipsi et filii forum et mulieres forum et pecora forum” (“y sus hijos, y sus mujeres y sus rebaños”), lo cual no encaja muy bien con el estado cenobítico….

Ese el riesgo de obsesionarse con el “Deum de suo rogare” es decir, rogar a Dios únicamente con la misma palabra de Dios, sacando todo exclusivamente de la Biblia…

 

 

La Liturgia de Vintimille (y II) – 29/03/2008

Y posteriormente el Misal

Una vez estrenado el Breviario, se hacía necesario dar un nuevo Misal que reprodujera el mismo sistema de cosas. Se consideraba que el Misal de De Harlay, revisado por el cardenal De Noailles, era demasiado conforme a la liturgia romana si este debía encajar con el calendario y las otras innovaciones del nuevo Breviario. Así pues, resultaba imprescindible redactar un nuevo Misal. El acólito Mesenguy fue elegido para esa tarea. Era el autor de una buena parte del nuevo Breviario y cuando se formó la comisión encargada de responder a las numerosas reclamaciones que este suscitó, no se había tenido la deferencia de invitarlo. Quedaba pues una deuda pendiente pero su cualidad de “apelante” (es decir opositor de la Bula Unigenitus que condenaba el jansenismo) y de hereje notorio había imposibilitado su presencia pública en tal comisión. ¡Qué menos que conservar las formas! Pero en esta ocasión, a pesar que la tarea de redacción de un nuevo Misal es mucho más importante que la del Breviario, ya que se trata del Sacramentario de la Iglesia de Paris, se deposita la confianza en ese hombre herético que ni incluso era sacerdote…

Parece ser que Mezenguy ya había comenzado mucho antes la tarea de confección del misal, de suerte que este se encuentra ya preparado en 1738, fecha en la que fue anunciada su publicación mediante una carta pastoral del arzobispo fechada el día 11 de marzo.

Viniendo al detalle de las modificaciones introducidas en ese libro, el Arzobispo Vintimille habla así: “Casi no se han realizado cambios en los evangelios y epístolas de los domingos y los días feriales. Los cambios se han hecho en las piezas cantadas de las misas del tiempo”. Monseñor Charles de Vintimille confesa pues sin escrúpulo alguno uno las más graves infracciones infringidas a la liturgia desde el punto de vista de su popularidad: el cambio de los graduales, versículos y aleluyas así como los introitos de las misas. ¡Que triste ver privado al pueblo de esos puntos de referencia tan importantes también para la vida social y cultural! Hay que saber que casi sin excepción el pueblo regulaba el año civil llamando a cada día con las primeras palabras del introito de la misa: así para designar el domingo después de Pascua se decía “domingo Quasimodo”, así como domingo Laetare es el IV de Cuaresma o Gaudete es el III de Adviento. El pueblo cristiano sabía muy bien cuando eran las témporas de septiembre y el sábado Sitientes o el domingo de Lázaro. Todos los cambios en ese sentido desconcertaban al pueblo, como desconcertó la reforma del calendario santoral en 1969. Por poner un ejemplo: todo el mundo sabía que los pollos de corral para el ágape navideño se compraban en la Feria de Santo Tomás o que la primavera llegaba el día de San Benito, sin duda muy lejos de los días 3 y 11 de julio en los que ahora se han puesto las fiestas del apóstol “incrédulo” y del padre del monaquismo occidental (en el calendario gregoriano, los días 21 diciembre y 21 de marzo respectivamente).

En su carta pastoral, Vintimille dice haber escogido los pasajes de la Escritura más adecuados para piedad y los más fáciles de adaptar al canto a la vez que más en consonancia con las lecturas de la misa: “No hemos propuesto por encima de todo, buscar lo que pudiera ayudar a elevar el corazón a Dios y a alimentar el fuego sagrado de la fe, la esperanza y la caridad”. ¡Qué presunción! San Gregorio se había propuesto lo mismo y durante doce siglos parece ser que acertó: ahora es un jansenista como Mesenguy el que nos va a procurar una sobreabundancia de unción y de espíritu de oración. ¡Ese hereje apelante se convertirá en el órgano del Espíritu Santo para la Iglesia de Paris! Y no sólo eso, ella tendrá el triste honor de conducir a las otras Iglesias de Francia por la desafortunada senda que había emprendido. Treinta años después de la aparición del Breviario de 1736, la Liturgia Romana había desaparecido de tres cuartas partes de las catedrales de Francia y casi sesenta se declararon a favor de la obra de Vigier y Mesenguy, incluida entre ellas la venerable Iglesia de Lyon.

Conclusiones

Saquemos las conclusiones que de todo ello evidenciamos en los hechos recogidos en este capítulo:

1º Alejamiento de las fórmulas tradicionales. Foinard, Grancolas, el Breviario y el Misal de Vintimille: por doquier se reivindica que es necesario rezar a Dios con las propias palabras: “Deum de suo rogare”.

2º En consecuencia, sustitución de las fórmulas de composición eclesiástica por pasajes bíblicos. Esa es la intención buscada y ejecutada, toda la obra rezumara ese gusto.

3º Elaboración de nuevas fórmulas: los himnos de Coffin, los prefacios de Boursier, es decir una inmensa cantidad de nuevas prosas.

4º Contradicción entre los hechos y los principios: patente en las miles de novedades introducidas por los que hablan de restablecer la venerable tradición de la antigüedad y que sin embargo no cesan de producir y elaborar nuevas oraciones, prefacios, himnos al mismo tiempo que mutilan el Breviario y el Misal eliminando no solo las piezas gregorianas más antiguas sino incluso las sacadas de la Sagrada Escritura.

5º Debilitamiento de aquel espíritu de oración que en el catolicismo llamamos “unción”: todo el mundo está de acuerdo en subrayar como los oficios reformados no poseían el mismo espíritu de piedad que poseían los antiguos códices.

6º Disminución del culto a la Virgen y a los santos: basta con observar los proyectos de Foinard y Grancolás que dieron sus primeros pasos con el calendario y el Propio de los santos del Breviario y el Misal parisinos para convencerse de ello. Los resultados no se hicieron esperar y nadie debe asombrarse: la piedad del pueblo francés disminuyó durante el periodo galicano como disminuyó y sigue disminuyendo el espíritu de piedad y unción tras la reforma litúrgica posconciliar. Nadie puede ponerlo en entredicho.

7º Abreviación de la amplitud de los oficios y disminución de la plegaria pública: es decir, disminuyeron los oficios con participación de pueblo. Se acabaron los oficios de Maitines cantados en las grandes festividades de la Iglesia (Navidad y Semana Santa), el oficio de Vísperas todos los domingos hasta en las parroquias más humildes…Los breviarios pasaron a ser “lecturas de gabinete” para los sacerdotes y poco más.

8º Intento de desaparición de la autoridad de la Santa Sede en materia litúrgica. Recorte de todo lo que en la Liturgia hacia referencia a la jurisdicción universal, directa e inmediata, de Pedro y sus sucesores, en toda la Iglesia: reunificación de las dos fiestas de las cátedras de San Pedro en Antioquia y Roma en una sola, tal como por otra parte se hizo en la reforma litúrgica del 69, así como extinción de la octava de la fiesta de San Pedro….

9ª Desarrollo del presbiterianismo en la innovación litúrgica, es decir, cada sacerdote “se lo guisa y se lo come” a su gusto, ayudado por laicos “bien formados” que van sugiriendo lo conveniente en cada momento y lugar. ¿Os suenan las “comisiones de liturgia” de las parroquias? En una palabra: gran desconsideración por la jerarquía e inmediatamente por todo el orden sacerdotal: la liturgia en manos de los laicos que te sugieren lo que está bien y lo que no.

10º Mutismo general ante este estado de cosas: es escasísima la lista de protestas contra la destrucción de las tradiciones litúrgicas, aunque es necesario nombrar junto al ya mencionado Languet, a De Saint Albin, a Mons. Belzunce, obispo de Marsella, a Mons. Fumel, obispo de Lodève, a los seminarios de Saint Sulpice y de St. Nicolas de Chardonnet, en Paris, a los sacerdotes diocesanos Régnault y Gaillande y sobre todo al heróico jesuita P. Hongnant que confesó que la Compañía permanecería como San Ignacio, fiel a las tradiciones romanas, de las cuales nunca se había separado. ¡O tempora, o mores! (¡Oh tiempos, oh costumbres!)

 

 

La liturgia de Vintimille (I) – 15/03/2008

En el capítulo precedente me he esforzado en detallar los esfuerzos de los jansenistas para ampararse en la Liturgia, sus tendencias hacia el empleo de la lengua vernácula en los oficios y las costumbres calvinistas en el culto.

Mientras la corte de Francia mostró su firme voluntad de apoyar las constituciones apostólicas contra Jansenio y Quesnel, la secta sólo podía esperar breves intervalos de libertad en los que le fuera posible el ensayo de sus teorías culpables.

Únicamente les quedaba una salida: arruinar sórdidamente la unidad litúrgica e intentar en el conjunto de Francia lo que ya habían obtenido en Paris bajo François De Harlay. Si lograba elaborar un proyecto de Liturgia nacional, o al menos quebrar ese “bloque” de ortodoxia que suponían las ciento treinta diócesis de la Iglesia de Francia, entonces podría albergar la esperanza de no ser destruida a partir de las fórmulas litúrgicas que la Iglesia Romana impone a las iglesias en los momentos de gran peligro para la Fe.

Había que preparar ese aislamiento mediante doctrinas heterodoxas acerca de la constitución de la Iglesia y acerca de unas supuestas prerrogativas de las que gozaría Francia en relación con Roma. Intentó lograrlo en primer lugar exagerando los reproches que la crítica histórica lanzaba sobre los antiguos libros y por otra parte acentuando las ventajas que supuestamente un oficio más breve reportaría a los sacerdotes.

Proyectos de nuevos Breviarios: Foinard et Grancolas

Era increíble el trecho que en 40 años el jansenismo había avanzado para la consecución de sus metas desde la reforma litúrgica De Harlay. En 1720 vio la luz, de nuevo en Paris, una obra importantísima. Su autor Frédéric-Maurice Foinard la titulaba así: “Proyecto de un nuevo breviario en el que el Oficio divino, sin cambiar la forma ordinaria estaría elaborado a partir de la Sagrada Escritura, instructivo, edificante, en un orden natural, sin repeticiones y muy corto, y con anotaciones sobre los antiguos y nuevos breviarios”. El autor se había dado a conocer con otra obra, su “Explicación del Génesis” que fue suprimida por las raras y singulares ideas que contenía. Pero no se amedrentó por ello y en 1726, seis años después de aquel “Proyecto” publicó el Breviario ejecutado según su plan, donde toda la Liturgia fue reelaborada con su genio particular…Esa obra, junto con el Breviario de Cluny, es como la despensa de la que se nutrirán todos los breviarios franceses del siglo XVIII. Era casi evidente que no encontrase otro lugar para su impresión que la muy protestante Ámsterdam.

En el año siguiente 1727, el doctor Grancolás en su obra “Comentario del Breviario Romano” anuncia, en todo un capítulo dedicado a ello, el proyecto de un nuevo Breviario.

Deseo exponer los principios que según estos dos personajes, Foisnard y Grancolás, deben prevalecer en la nueva Liturgia. En ellos tenemos un maravilloso ejemplo de dos personajes que tratan de persuadir a la Iglesia católica de que esta se encuentra privada de una Liturgia conforme a las necesidades del momento, es decir, que su Fe carece de una expresión adecuada. ¿Os suena? Increíble pero cierto. No es que digan que la Liturgia peca, por exceso o por defecto en algunos detalles. Lo que hacen esos presuntuosos, como tantos otros ha habido y desgraciadamente hay y habrá, es presentarla a los ojos de todos los pueblos como desprovista de un sistema conveniente en el conjunto de su culto. Y como no, se ponen a diseñar un nuevo plan del conjunto de los oficios, nuevo sea en los materiales de composición, sea en sus orientaciones tanto generales como particulares. Pero que sea “corto”. He aquí el instrumento de un éxito asegurado: simplificar la vida al clero. Con esta estrategia pretenden que Francia recule hasta los tiempos de Quiñones. ¿Y San Pío V y los concilios del siglo XVI? Todo despreciado y olvidado. El clero quiere un breviario breve y sencillo y lo tendrá: los jansenistas se lo proporcionarán.

Veamos algunos de los principios contenidos en el Breviario de Foisnard:

1.- Formar una clase superior de Fiestas de Nuestro Señor que no puedan ser precedidas litúrgicamente por ninguna fiesta ni de la Virgen ni de los santos. La fiesta de Corpus no debe figurar entre ellas. Pasará a ser de 2ª clase junto con la de la Asunción y la fiesta del Patrón. La Natividad de San Juan Bautista y la de los Santos Pedro y Pablo pasarán a la tercera clase que ellos llamarán “solemnidad menor”.

2.- Debe imponerse el principio de la santidad del domingo que impida que se relegue o posponga ante cualquier otra fiesta de la Virgen o de los Santos. Ni siquiera la fiesta de Todos los Santos puede tomar su lugar.

3.- Eliminar todas las fiestas de los santos que caen en Cuaresma, incluso la Anunciación. Hay que dar a la Cuaresma una unidad, conforme –afirmaba él- al genio de la primitiva Iglesia.

4.- Hay que hacer que el clero prefiera el oficio ferial al santoral. Esa teoría estaba empapada de calvinismo y es contraria al uso de la Santa Sede que constantemente enriquece el calendario con la fiesta y la memoria de nuevos intercesores.

Todas esos principios deberían implantarse apoyados en la teoría según la cual el Papa San Gregorio en el siglo VI concedió a San Agustín de Canterbury, el poder legítimo de admitir o rechazar en los usos litúrgicos todo aquello que en las costumbres litúrgicas de los Galos, pudiera facilitar la conversión de los anglosajones.
Si bien es cierto que ese poder le fue concedido al apóstol de Inglaterra, debemos decir que este tenía un carácter tan legítimo y especial como personal.

Finalmente el Breviario y el Misal de Vintimille

La Iglesia de Paris en masa va a proceder a la sustitución de los oficios gregorianos que canta desde el siglo VIII, por un conjunto de oficios nuevos, desconocidos, elaborados desde la nada por tres individuos: un sacerdote, un acólito y un laico. Y este acontecimiento acarreará la ruina de la obra de Carlomagno y los Papas en una buena parte de Francia.

Hacia el año 1725, François-Nicolas Vigier, sacerdote oratoriano, habiéndose entregado a la composición de un nuevo breviario siguiendo las nuevas ideas, se encontró en grado de regalar al público el fruto de sus labores. Este oscuro personaje será el instrumento de la mayor revolución litúrgica que jamás ha contemplado la Iglesia de Francia desde el siglo VIII…

Dios permitió en sus inescrutables designios que encontrase un protector en la persona de Mons. Charles-Gaspard de Vintimille, que acababa de suceder al cardenal De Noailles en la sede de la capital. Este prelado que había ocupado sucesivamente las sedes de Marsella y Aix-en- Provence, ocupó la sede de Paris con una edad de 75 años. Hombre acostumbrado a las componendas, trató de situarse entre los detractores y los partidarios de la Bula “Unigenitus” de Clemente XI. En esa Bula del 8 de septiembre de 1713 el Papa condenaba literalmente 101 proposiciones extraídas del ya mencionado libro de Pasquier Quesnel, “Reflexiones Morales sobre el Nuevo Testamento”. A los que no aceptaron la condena pontificia y que apelaron a un pretendido concilio general se les llamó “apelantes” y a los partidarios, fieles a la ortodoxia romana, se los llamo “partisanos”.

Monseñor De Vintimille rápidamente se dejó persuadir por aquellos que abogaban que la Iglesia de Paris no se situara a la zaga de todas las demás diócesis que ya habían promulgado una nueva liturgia.

Habiendo oído hablar de los trabajos del P. Vigier le encargó el nuevo Breviario ayudado por dos colaboradores: el acólito François-Philippe Mézenguy y el laico Charles Coffin.

Mézenguy que estaba revestido del acolitado no había querido jamás aceptar el subdiaconado. Ya una de sus obras, su “Exposición de la Doctrina Cristiana”, había sido puesta en el Índice y condenada por Clemente XIII en 1757. Era famoso además, por sus escritos contrarios a la Bula “Unigenitus” y favorable a los “apelantes”.

El segundo de los colaboradores de Vigier era un laico administrador de un colegio en Beauvais, también apelante, Charles Coffin. A este le fue encomendada la composición de los himnos necesarios para el nuevo breviario. Coffin era un hereje notorio, era un jansenista contumaz, que iba a ser el encargado de reemplazar los himnos de la Iglesia de Roma que ni siquiera De Harlay ni De Noailles habían osado tocar…

Muchas consecuencias se derivarán de este encargo de Vintimille a Vigier, Mézenguy y Coffin y que vería la luz en 1736. En su prólogo, el Arzobispo De Vintimille afirma que sus predecesores (Péréfixe, De Harlay y De Noailles) deben de ser considerados los autores inspiradores y que el objetivo del breviario es “proporcionar al clero los materiales necesarios para instruir más fácilmente en la ciencia de la salvación a los pueblos que les son confiados.” Es en Paris que nace pues la idea de convertir el Breviario, no en un libro de carácter popular, repertorio de las fórmulas consagradas por la Tradición, instrumento para la alabanza de la Iglesia, sino en un libro de estudios sacerdotales. El Breviario pasaba a convertirse en un ejemplar de gabinete…

Las eliminaciones llevadas a cabo por ese Breviario, tanto como las adiciones o inserciones hechas tenían una finalidad jansenista. Veamos un ejemplo.

Para debilitar el dogma de la muerte de Jesucristo a favor de todos los hombres, se eliminó del oficio de Viernes Santo la antífona paulina: “Proprio filio suo non pepercit Deus, sed pro ómnibus tradidit illum” (Dios no ahorró a su propio Hijo, sino que lo ha entregado por todos nosotros- antífona de Laudes acompañando al salmo 50) Principio jansenista: Jesucristo no ha muerto por todos, únicamente por los predestinados elegidos.

Como sabemos es propio de la herejía proceder mediante equívocos sutiles, siendo así, la supresión de la Capítula de las Vísperas del Domingo (oficio popular donde los haya) “Benedictus Deus et Pater Domini nostri Jesu Christi, Pater misericordiarum et Deus totius consolationis qui consolatur nos in omni tribulatione nostra” (Bendito sea el Dios y Padre de N.S. Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación que nos consuela en todas tribulaciones). Estas palabras de la Capitula tienen como fin recoger la plegaria de acción de gracias del pueblo cristiano en el día del Señor en el que el reposo es a la vez un acto religioso y un consuelo para su pueblo.

Los jansenistas juzgan que la Iglesia no tiene que consolar al pueblo sino poner bajo sus ojos únicamente una cosa: la predestinación, la eficacia de la gracia, la nulidad de la voluntad humana y del poder absoluto de Dios sobre esa voluntad. Por ello, reemplazaron aquella Capitula por otra (“Bendito sea el Dios y Padre de N.S. Jesucristo que nos ha bendecido en Cristo con toda bendición espiritual en los cielos y nos ha elegido en Él antes de la creación del mundo”) que tendenciosamente interpretada les servía para subrayar la necesaria búsqueda que el fiel debe acometer tratando de descubrir si ha sido predestinado o no, búsqueda que sólo puede obtener resultado si va acompañada de un notable rigor moral.

Hoy en día, todos los historiadores convienen en señalar que las causas de la irreligión y la indiferencia religiosa en la Francia del siglo XVIII fueron precisamente el predestinacionismo en el púlpito y el rigorismo en la moral.

La gente se sacudía el yugo de una religión que más que consolar a las almas, desolaba las conciencias.

¿Acaso no se repitió un hecho semejante en el progresismo del siglo XX al acentuar en demasía en la Iglesia el carácter de “pecadora” y en el rigorismo moral que lanzaba sobre “los acomodos de los creyentes a la moral burguesa y capitalista”? Las predicaciones rigoristas de los años 70 se convirtieron para muchos que podían sentirse pecadores en el sentido subrayado por los progresistas, no en un instrumento para levantarse, convertirse y llegar a la salvación, sino para sentirse indignos de esa “nueva Iglesia, que ha roto las estructuras que la ataban y se ha liberado en Cristo Jesús comprometiéndose con los más desfavorecidos e implicándose en una nueva sociedad más justa” (del libro de Jon Sobrino: “Cristo Libertador”).

En contra de lo que proclama, el “rigorismo” progresista, revestido de mesianismo jansenista, ha desolado y oprimido las conciencias y ha arrasado la fe de muchos…

 

 

La secularización de la Liturgia: el racionalismo llega a la liturgia (y II) - 08/03/2008

En el argot litúrgico tradicional llamamos “secularización litúrgica” a aquel proceso mediante el cual y a través de una explicación racional del simbolismo se elimina el misticismo con el que están revestidos los ritos.

Es necesario señalar a Dom Claude de Vert, el tesorero de Cluny, durante el abaciado de De Bouillon, como el principal iniciador de esa oleada desacralizante.

En todas las religiones las ceremonias aportan un suplemento a las fórmulas de culto. El cristianismo que funda sus medios de salvación en los sacramentos, proclama la necesidad de unos ritos sagrados, instituidos por Dios y conteniendo la gracia que significan. “Signo sensible de la gracia que causa aquello que significa” fue la simple y hermosa definición de sacramento que nos enseña la Iglesia por boca del Doctor Angélico. Además la Iglesia ve, en la materia y la forma de los sacramentos, unas circunstancias exteriores, no escogidas arbitrariamente y por comodidad, sino a un mismo tiempo destinadas a significar y a actuar en el alma del cristiano. A esas circunstancias exteriores las llamamos “simbolismo”.

Pues bien, no hay nada más detestablemente perseguido por los antiliturgistas que este simbolismo cristiano que concede un valor místico a cada gesto, a un objeto material, que espiritualiza la creación visible y hace suyo el fin de la Encarnación, expresado maravillosamente por esta oración litúrgica: “ut dum visibiliter Deum cognoscimus, per hunc in invisibilium amorem rapiamur” ( “…para que reconociendo a Dios bajo una forma visible aspirásemos por Él al amor de las cosas invisibles” –Prefacio de Navidad-).

Era fácil prever que el mismo movimiento que había producido las mutaciones litúrgicas en los Misales y Breviarios de Cluny y Troyes, obsesionado con su visión naturalista de la realidad, acabaría despojando de todo misticismo a los ritos litúrgicos.

El error empezó con la actitud defensiva en la que se situaron frente a la llamada Reforma protestante: querían “rebajar” los dogmas, retirando del culto todo aquello que les parecía difícil defender ante los protestantes. No querían “chocar”, deseaban incluso contentar a la razón de los protestantes. En el fondo les concedían la victoria con la boca pequeña, conviniendo de esta manera tácita que la Reforma había tenido ciertos agravios contra la Iglesia que sin duda había pecado de exageración. Esta táctica es siempre imprudente y sus escasos éxitos jamás la justifican…

Si sois sagaces veréis que los hechos se repitieron en el siglo XX. Nihil novum sub sole.

Dom Claude de Vert se encargó pues de “naturalizar” las ceremonias de la Misa. En un viaje que realizó a Roma en 1662, y en el que fue testigo de la pompa de las ceremonias que se practicaban en la capital del mundo cristiano, lejos de saborear los misterios, concibió la idea de redactar una obra en la cual, desdeñando el explicar los símbolos de la Liturgia a través de las razones místicas, como lo había hecho la tradición de los liturgistas de Oriente y Occidente, buscaba únicamente razones “físicas” a través de la cuales se proponía explicar todo.

La doctrina del “tesorero de Cluny” es tan peligrosa como inocente parece de entrada. En el fondo representa consolidar la idea según la cual la Iglesia, instituyendo ceremonias, no tiene por fin la instrucción y edificación de los fieles. Y aunque las razones místicas no necesariamente deben ser rechazadas, lo esencial es conocer la causa natural que ha engendrado cada rito sagrado y guardarse muy bien de afirmar que los ritos son celebrados para proponernos pensamientos morales o místicos…

Veamos algunos ejemplos del “contable y administrador cluniacense”:

a.- la inmersión en el Bautismo tiene su origen en la costumbre de lavar a los niños en el momento de su nacimiento por razones higiénicas.

b.- La unción crismal inmediatamente después del bautismo no es una práctica particular de la Iglesia. Todos los pueblos tienen por costumbre que después de bañarse y para evitar la sequedad e irritación de la piel, se ungen con aceite. Lo hacen también las mujeres después de la colada que se untan con aceite las manos para que no se les reseque la piel.

c.- En la extremaunción se rezaba por los enfermos y para aliviarles los dolores se les aplicaban lenitivos a manera de medicinas en forma de ungüentos. De aquí la práctica sacramental.

d.- Si el sacerdote se reviste la estola cruzada delante del pecho cuando va a celebrar la Misa, lo hace para que no se vea las aberturas de la casulla.

e.- Si al final de cada Nocturno de Maitines, el coro se levanta para inclinarse al “Gloria Patri” no es como dice San Benito “ob reverentiam Sanctissimae Trinitatis” (en reverencia a la Ssma. Trinidad) sino que se levantan porque antiguamente abandonaban los escaños del coro después de cada Nocturno.

Imaginémonos que sensación debió causar en los albores del mal llamado “siglo de las luces” la aparición de una tal obra racionalista. Se imprimieron diversas ediciones. Ya no se podía estar atento al simbolismo místico de la Liturgia sin correr el riesgo de ser calificado como ignorante y persona ligada a las invenciones de los “siglos oscuros del medioevo”.

Absolutamente idéntico de toda identidad a lo que nos sucedió a finales de la década de los 50 e inicios de los 60, y vivido en primera persona por mí mismo: ¿El amito como yugo suave de Cristo y carga ligera? ¡Que va! Sólo para que el sudor no manche el alba. ¿El manípulo como prometida gavilla de la cosecha abundante de Cristo que nos ha confiado su mies? ¡Ni por asomo! Era el pañuelo para sonarse y secarse el sudor durante las celebraciones. ¿Las gotas de agua en el cáliz como símbolo del agua y la sangre que brotaron del costado de Cristo? ¡Bobadas! Puro eco e imitación de las bendiciones judías. ¿El lavabo signo de la humildad con el que sacerdote pide ser purificado de su humana fragilidad? ¡Ñoñeces! Un puro rito higiénico antes del ofertorio. Y así siempre y con todo.

¡Y si únicamente fuese esa la desacralización que vivimos en ese periodo con el horizonte de desmitificar el sacerdocio católico…!

Pero volvamos al siglo XVIII: tenemos que señalar como adversarios de Dom Claude de Vert y del naturalismo del que fue apóstol, al ilustre prelado Mons. Jean-Joseph Languet y al oratoriano P. Pierre Le Brun en su excelente “Explicación de la Misa”.

La nueva Misa del Padre Jubé

El doctor Nicolas Petitpied, el que ayudara con su “ciencia litúrgica” al obispo de Troyes, a su regreso de Holanda, estableció su domicilio en el pueblo de Asnières, a las puertas de Paris. Jacques Jubé, cura párroco de la misma, celoso jansenista, lo acogió con alegría y juntos concertaron el proyecto de una nueva liturgia, que, aun conservando las ventajas del Misal de De Harlay en lo que se refiere a su aislamiento de Roma, ofrecía un modelo vivo y claro de la transformación que planeaban…

En la iglesia había un solo y único altar, decorado con el nombre de “altar dominical” porque únicamente se celebraba la misa los domingos y fiestas. Fuera del momento de la celebración de la misa, el altar estaba siempre despojado de todo revestimiento (denudado como los altares del Jueves Santo después de la Misa in coena Domini). Un momento antes de celebrar la misa se cubría de un mantel y al llegar la procesión de entrada se dejaban allí los ciriales y la cruz de guía (la única que había en el templo). Llegados al presbiterio, el sacerdote decía las plegarias iniciales en voz alta, respondiendo el pueblo. Posteriormente se trasladaba a un sillón al lado de la Epístola y desde allí entonaba el Gloria y escuchaba las lecturas. Entonaba el Credo. No recitaba ninguna de las fórmulas, esa era responsabilidad del coro.

El pan y el vino eran ofrecidos en procesión, junto a cestas de frutas del tiempo que eran colocados sobre el altar. Se llevaba también el cáliz, sin velo. El diácono elevaba también el cáliz junto con el preste y pronunciaban ambos las palabras del ofertorio en voz alta (para subrayar que lo ofrecían en nombre del pueblo). El canon era también en voz alta. El pueblo recitaba el Sanctus y el Agnus Dei. Al recitar las palabras del canon que hacían referencia a la los dones y bendiciones de Dios (“per quem haec omnia, Domine, semper bona creas, sanctificas, vivificas, benedicis et praestas nobis” “por el cual, Señor, creas siempre todos estos bienes, los santificas, los vivificas, los bendices y nos los repartes”) se bendecían las frutas y hortalizas y no los dones sagrados. La comunión no era precedida del Confiteor y el subdiácono comulgaba con los laicos (antesala de la ansiada abolición del sub-diaconado, que deseaban los jansenistas que anhelaban un diaconado femenino que más o menos instauraron en los oficios de vísperas donde una mujer con túnica leía el evangelio del día en lengua vernácula)

Toda esta singular parada jansenista se llevo a cabo en el corazón de Francia contando con la tolerancia prevaricadora del cardenal De Noailles.

A lo largo de los siglos los ecos de toda esta liturgia jansenista tratarán de aflorar repetidas veces y buscar un lugar privilegiado para que sus ideas imperen en el conjunto de la Iglesia.

 

 

La secularización de la Liturgia: el racionalismo llega a la liturgia (I) - 01/03/2008

Los atentados infringidos a la Liturgia durante la segunda mitad del siglo XVII presagiaban los escándalos que llegarían en el XVIII. Los acontecimientos tendrán lugar casi exclusivamente en Francia, patria del racionalismo y único país donde se creyó necesario romper la unidad litúrgica conseguida en Trento. Todas las demás iglesias permanecerán fieles a las tradiciones del culto divino.

Un hecho singular tuvo lugar en los inicios del siglo XVIII y que sin duda afectará al desarrollo de las décadas posteriores: la publicación de las “Reflexiones Morales sobre el Nuevo Testamento” del oratoriano P. Pasquier Quesnel. Era imposible que los principios contenidos en este manifiesto de la secta jansenista no tuvieran una aplicación que afectase a la Liturgia. De hecho en la obra del oratoriano encontramos las doctrinas de Antoine Arnauld sobre la lectura de la Sagrada Escritura. Esas doctrinas ya habían directamente acarreado la traducción jansenista del Nuevo Testamento de 1667 llamada “de Mons” (la ciudad belga donde se imprimió) y la del Misal por Voisin y la del Breviario por Le Tourneaux así como el audaz proyecto de sustitución de todas las fórmulas tradicionales destinadas al canto por pasajes bíblicos…

La importancia dada a la recitación en voz alta

Los anti-liturgistas idearon un medio bastante eficaz para llevar el deseo de la lengua vulgar en los oficios divinos al pueblo. El medio era romper el silencio de la celebración introduciendo la recitación del canon en voz alta. Este hecho aparentemente poco importante a los ojos de aquellos que no están acostumbrados a ver la trascendencia de los detalles en Liturgia (que es una gran mayoría, por cierto), contiene el germen de una entera revolución. Si se lee el Canon en voz alta, el pueblo pedirá que se lea en lengua vernácula; si la Liturgia y la Sagrada Escritura se leen en voz alta, el pueblo se convierte en juez de la enseñanza de la fe en los temas controvertidos, función que compete a los pastores legítimos; si el pueblo tiene que pronunciarse en la cuestión del enfrentamiento entre Roma y Jansenio, los jansenistas conseguirán un mayor apoyo y una mejor difusión de sus sofismas. Al fin y al cabo Lutero, Calvino y los primeros protestantes no habían seguido otra táctica y sin duda esta les había reportado un gran éxito entre las masas. Fue por ese motivo que el Concilio de Trento quiso prevenir a los fieles contra esta seducción con el doble anatema lanzado a la vez contra los partidarios de la lengua vulgar en los oficios divinos y contra aquellos de la recitación en voz alta. (Concilio de Trento. Sesión XXII. Canon 9)

Ya en la época de la Reforma del siglo XVI surgieron doctores que, en parte por amor a la novedad y en parte movidos por la ciega esperanza de reconducir a los herejes, debilitaron la doctrina y los usos católicos. Es por eso que creyeron que atacando la costumbre de recitar en secreto el canon de la Misa se frenarían los efectos de los reformadores. Así pensaban Gerard Lorichius y George Cassander. Lo que estos dos doctores defendían movidos seguramente por un fin tan loable como poco lúcido, volvió a salir a la luz en el siglo XVIII y fue escogido por la secta jansenista tanto para atacar la autoridad de la Liturgia como para crear entre ellos un nexo de unión.

Un gran escándalo no tardó en llegar: en la diócesis de Meaux, el canónigo François Ledieu, encargado de la impresión del Nuevo Misal diocesano que vio la luz en 1709 introdujo por su cuenta y riesgo una increíble novedad.

Despreciando la integridad litúrgica, incluyó una serie de “Amen” precedidas de una R/ en rojo (que en las rúbricas significa: respuesta), después de la Consagración y la Comunión así como también antes de cada uno de los Amén que se encuentran en el Canon Romano.

Su objetivo como es fácil de descubrir era constreñir al sacerdote a recitar el Canon en voz alta para que los clérigos asistentes y finalmente el pueblo pudiesen responder “Amén” en los lugares señalados con la R/ roja. Hay que reconocer los  ingeniosos y sutiles métodos del astuto canónigo Ledieu y su partido.

Pero Dios había colocado al frente de la diócesis de Meaux un pastor ortodoxo y celoso que no tardó en desautorizar la peligrosa obra a la cual se estaba asociando su nombre. Así pues, Mons. Henri de Thyard de Bissy, inmediato sucesor de Bossuet, que se había mostrado firme en su lucha contra el jansenismo, publicó en 1710 un edicto vigoroso de prohibición del uso del Misal publicado en su diócesis hasta que no se corrigieran todos los trazos de las innovaciones, y esto  bajo pena de suspensión “a divinis”.

Además subrayaba que estas innovaciones eran contrarias tanto al uso inmemorial de la diócesis de Meaux como al de la Iglesia Universal y que tendían a favorecer la recitación del Canon en voz alta.

Los derechos de la recta doctrina fueron también sostenidos por Dom Pierre Le Lorrain,  abad de Notre Dâme du Pre en Valmont, en la Alta Normandía. En su obra “Del Secreto de los Misterios o Apología de la rúbrica de los Misales”, volumen un tanto denso y quizá mal presentado, pero en el cual sin duda alguna el autor da sobradas pruebas de sus amplios conocimientos en la materia al demostrar cómo los innovadores quieren hacer prevalecer su sistema contra las más auténticas y venerables reglas de la Iglesia. Y por si las aportaciones del abad de Valmont eran insuficientes, los dos mayores  liturgistas benedictinos del momento, los ilustres Dom Mabillon y Dom Martène, condenaron el nuevo sistema con la autoridad que les confería su vasta erudición en estos sagrados temas. Así mismo el P. Le Brun, oratoriano en Saint-Honoré du Louvre, personaje de conocida fama por su ciencia litúrgica y su irreprochable ortodoxia, entró en la disputa y publicó en 1725 una disertación de más de 300 páginas sobre “La costumbre de recitar en silencio una parte de las plegarias de la Misa en todas las Iglesias y en todos los tiempos”. En esa obra el docto oratoriano trata la cuestión bajo todos sus aspectos examinando con detalle y rebatiendo de la mejor manera cada uno de los argumentos sobre los que se pensaban apoyar los innovadores. El encomiable trabajo del P. Le Brun obtuvo el sufragio no sólo de los sabios de su época sino también de los más rectos y celosos eclesiásticos de Francia.

La reacción de Mons. Languet de Gergy, arzobispo de Sens

Pocos años después de la publicación del Misal de Meaux, Mons. Bossuet, obispo de Troyes (sobrino del famoso Bossuet el “Águila de Meaux”) anunció a su clero la publicación de un nuevo Misal. El Cabildo catedralicio reunido a tal efecto resolvió, por mayoría aplastante de 17 contra 5 votos, interponer un recurso contra el anunciado abuso al metropolitano de Sens. Esta ilustre sede estaba ocupada por Mons. Jean-Josep Languet de Gergy, celoso prelado que como un titán se opuso radicalmente a este Misal.

Paso a detallar esquemáticamente la estructura del Misal de Troyes de 1736 y los argumentos con que Languet rebatió cada novedad.

MISAL DE TROYES 1736
RESPUESTA REPROBATORIA  DE MONS. LANGUET
a.- Cambio de la rúbrica “submisa voce” (voz baja) para la recitación del Canon por “submissiora voce” (voz más baja) a.- La autoridad litúrgica al publicar el Misal (de San Pío V) nunca ha tenido la intención de introducir esa recitación en voz alta  ni del Canon ni de las oraciones llamadas “secretas”. El tendencioso cambio de la rúbrica por “submissiora voce” contradice la Constitución Apostólica y afirma “se trata de una trampa con que los  jansenistas desean  introducir sus principios”.
b.- En el momento de administrar la comunión, supresión del Confiteor con su Misereatur y su Indulgentiam (del tradicional “Yo,pecador” que se rezaba desde antiguo) así como las palabras del sacerdote “Ecce Agnus Dei” y “Domine, non sum dignus” b.- Ante la eliminación del Confiteor antes de la comunión, Languet alega que está prescrita en el Misal y que la costumbre, aunque no se remonta a los primeros siglos de la Iglesia, es venerable y sugerida, al menos en su espíritu por Orígenes y San Juan Cristóstomo, y que en todo caso estando establecida como tal no puede dispensarse. Si hay que suprimir todo lo que no es de los primeros siglos –afirma- habría que suprimir el “Gloria in excelsis” que en tiempos de San Gregorio solo era recitado por el obispo; o suprimir la recitación del Credo que fue introducida en la Iglesia bajo Benedicto VIII. Habría que celebrar la Misa a la hora de la cena como los apóstoles o acabar celebrándola tal como lo describe San Justino en su IIª Apología. (ver FIADOR del 8/9/2007)
c.- Abolición de la rúbrica que obligaba, al sacerdote celebrante en la Misa Solemne o al obispo en el Pontifical, a recitar por su cuenta las lecturas que son cantadas por diácono y subdiácono en el coro. c.- Desde la antigüedad –afirma Languet- existe la prescripción para el celebrante de leer en el altar las lecturas que son cantadas en el coro.
d.- Rúbrica expresando el deseo de ver abolida la costumbre de colocar cruz y candelabros encima del altar; con que estén en el ámbito del presbiterio es suficiente: en el altar únicamente el cáliz y la patena. d.- Languet denuncia que en el deseo de eliminar cruz y candelabros del altar están presentes los instintos calvinistas.
e.- Finalmente, y a imitación del Misal de De Harlay supresión de todos los cantos que no sean escriturísticos y su sustitución por piezas de contenido jansenista. e.- Rebatiendo la voluntad de respetar únicamente lo proveniente directamente de la Sagrada Escritura en las formulas sagradas, el Arzobispo de Sens se pregunta: ¿Acaso  la Tradición no es parte de la Revelación? ¿No es cierto que esta constituye una verdadera “regla de fe”? Y finalmente demuestra con claridad que bajo ese “celoso deseo bíblico” se oculta una negación del valor de la Tradición y de las fórmulas de ella heredadas, apéndice de las doctrinas protestantes.

Además el pueblo sencillo no sabrá interpretar lo que de oscuro contienen los textos escriturísticos y estará sujeto a los arbitrios y abusos del primer innovador que desee corromperles la fe.

 

 

Continuación de las desviaciones francesas del XVII: De Villars, De Harlay, De Bouillon y Santeul - 23/02/2008

Ignoro si los fieles lectores y seguidores de este relato sobre Historia de la Liturgia están convencidos de que ciertos soniquetes aprendidos a modo de letanía sonora son muy útiles para memorizar ciertas cosas. Yo por mi parte debo confesar la gran utilidad de este método. Hace ya muchos años aprendí la lista de los cuatro desviados litúrgicos franceses del siglo XVII y jamás la he olvidado: De Villars, De Harlay, De Bouillón y Santeul. Paso a presentarlos:

Henry de Villars: el Breviario y el Misal de Vienne

El Breviario que abrió el sendero más amplio a los innovadores fue el que publicó en 1678 el arzobispo de Vienne, Mons. Henry de Villars. Fue anunciado en la diócesis como de una gran superioridad respecto al antiguo, ya que reemplazaba las antífonas y los responsorios gregorianos cuyo texto no procedía directamente de la Sagrada Escritura, por pasajes bíblicos que jamás habían figurado en la Liturgia. Lo paradójico es que las necesidades del nuevo plan habían obligado incluso a retirar muchas piezas bíblicas que el antiguo breviario había heredado del Responsorial de San Gregorio. La mayoría de las lecturas no procedían ni del breviario de Vienne de 1522 ni del Breviario Romano de San Pío V. La obra fue realizada en Paris lejos de la diócesis y de sus tradiciones. El arzobispo De Villars delegó esa tarea a tres personajes: el deán Argout, el Dr. Sainte-Beuve, tristemente famoso en los fastos del jansenismo y a Monseñor Du Tronchet, canónigo de la Sainte Chapelle en Paris. Estos tres hombres tuvieron la responsabilidad de la obra por entero y al cabo de tres años estuvieron en grado de presentarla al arzobispo de Vienne que la aprobó y publicó…

Un Misal apareció pronto procedente de la misma fuente. No es este el lugar para insistir en los detalles, únicamente afirmar que la valoración y el uso que tuvieron esas obras no fueron muy generalizados, ya que veinte años después aún la mayoría de los eclesiásticos de la diócesis recitaba el Breviario Romano con preferencia al de De Villars.

El Breviario de Harlay, prototipo de las reformas posteriores

Ningún breviario presentó, en las circunstancias de su reforma y en los principios que la presidieron, una historia más instructiva y un sistema más digno de ser destacado, que el que dio en 1680 a su diócesis, el Arzobispo de Paris Mons. François de Harlay. Es a partir de la publicación de este breviario, de fama bien diferente al de Vienne, que podemos fechar con exactitud el verdadero inicio del periodo de demolición de la obra de Carlomagno y los Romanos Pontífices.

Aún a pesar de ello, es de justicia afirmar que el breviario de De Harlay, presenta en su redacción, un cierto número de pasajes dirigidos expresamente contra la doctrina jansenista de las “Cinco Proposiciones”.

Este arzobispo, como muchos de sus colegas prelados, con sus proposiciones regalistas galicanas (ver art. Anterior) al mismo tiempo que mantenían un obstinado enfrentamiento contra la Santa Sede y su jurisdicción, profesaban un alejamiento enérgico de la doctrina de Jansenio sobre la gracia. Quizá lo más característico de todos ellos es que se servían de los jansenistas cuando les interesaba pero creían saber contenerles.

Pero pasemos a valorar su breviario. De entrada el título rezaba “Breviarium Parisiense”. Simple y llanamente. Sin más subtítulos. Ya no se decía como en las ediciones precedentes: “ad formam sacrosancti concilii tridentini restitutum” (según los decretos del concilio de trento). Este nexo que unía al breviario romano todos los breviarios diocesanos ahora era quebrado por el breviario parisino. La supresión era elocuente y presagiaba lo que iba a contener esa obra: divergencia en el Propio de los Santos, cambios en las antífonas, en lecturas bíblicas y hagiográficas, el oficio de la Santísima Trinidad cambiado por entero, las lecturas de la octava de Corpus reemplazadas por otras. ¿De qué fuente había sido sacado todo eso? ¿Por qué motivo se hicieron esos cambios? El argumento se basaba en la imperiosa necesidad –decían- de sustituir las narraciones hagiográficas (de la vida de los santos) puramente históricas y contestables –afirmaban- por pasajes patrísticos. Es decir, en una palabra: quisieron convertir el breviario más que en un depósito de piedad en un suplemento de tratados de patrística. Así pues, en el breviario de De Harlay el culto a la Virgen disminuyó fuertemente: todos los capítulos de los libros sapienciales que hacen alusión a la divina sabiduría y que la Iglesia atribuye a la Virgen fueron sacrificados, eliminaron la antífona “Gaude, Maria Virgo, cunctas haereses sola interemisti in universo mundo” (alégrate Virgen María porque sólo tú aplastaste a todos los herejes del mundo) y la no menos venerable “Dignare me laudare te, Virgo Sacrata; da mihi virtutem contra hostes tuos” (hazme digno de alabarte Virgen Sagrada; dame fortaleza contra tus enemigos). Y es que eso de la Virgen que “aplasta a los herejes” y a la que pedimos “fortaleza contra sus enemigos” les sonaba mal. Y otro particular nada desdeñable: en contra de la denominación común a las iglesias de Oriente de la fiesta del 25 de marzo como “Anunciación de la Santísima Virgen” por la cual la Iglesia testimonia su fe y su amor hacia Aquella que prestó su consentimiento para el gran misterio de la Encarnación del Verbo, la comisión se opuso a esta denominación y convirtió esa festividad en una fiesta exclusivamente del Señor, pasándola a denominar “Anunciación del Señor”.

Si se ha prestado atención a todos los detalles, se verá como todos estos cambios se han vuelto a realizar en la reforma del Oficio Divino llevada a cabo a raíz del concilio Vaticano II. Pero de manera extremadamente precisa, lo cual no puedo sino deplorar. A manera de ejemplo: en nuestra Archidiócesis de Barcelona se substituyeron las lecturas del III Nocturno de Maitines sobre la vida de Santa Eulalia sacadas de diversas actas martiriales y del Pasionario hispánico, todas ellas de gran antigüedad y entroncadas con la tradición, con una más que tendenciosa colocación de una lecturita del canónigo Carles Cardó (el de “Historia espiritual de las dos Españas”) sobre generalidades entorno al martirio cristiano. Litúrgicamente de vergüenza. Y así casi todo.

Pero volvamos a De Harlay. Para comprender su tarea únicamente subrayar cómo rebajó la categoría litúrgica de la fiesta de San Pedro y eliminó una pieza antigua y venerable como la antífona “Tu es Petrus, pastor ovium princeps Apostolorum; tibi tradidit Deus omnis regna mundi: Et ideo tibi traditae sunt claves regni coelorum” (Tu eres Pedro, Pastor de las ovejas y Príncipe de los Apóstoles; a ti entregó Dios todos los reinos del mundo y te entregó las llaves del Reino de los Cielos). Y es que tanta exaltación petrina ofendía su susceptibilidad galicana.

Por cierto, ¿se prestado atención a cómo en la reforma de 1969, la festividad del 29 de junio ya no es la de San Pedro (seguida el día 30 de la conmemoración de San Pablo) sino de la de ambos apóstoles? ¿Por qué será?

No contento con su reforma del breviario, Mons. François de Harlay, en noviembre de 1684 anunció por una carta pastoral que la comisión litúrgica estaba en grado de presentar un nuevo misal para la Iglesia de Paris. Un Misal que siguió aquella máxima contagiada por el luteranismo según lo cual “todo lo que debe ser cantado debe haberse sacado de la Sagrada Escritura”. Vergonzosas y criminales mutilaciones se llevaron a cabo de casi un veinte por ciento del antifonario gregoriano. Pero aún a pesar de todo ello, la Liturgia de Paris seguía siendo Liturgia Romana, y aunque la unidad establecida por el concilio de Trento y San Pío V había sufrido, no había desaparecido por completo…

Pero los atentados a la integridad de la Liturgia realizados por De Harlay y los condenables principios que prevalecieron en su reforma serían terriblemente perniciosos para el futuro. Nunca uno se detiene una vez ha emprendido esa vía: o se avanza o se retrocede.

Esa es la experiencia que poseemos como bien lo demuestra la situación litúrgica actual en la Iglesia Católica desde hace casi 40 años. Asentados los principios, no hay argumento para detenerse.

De Bouillon: el Breviario de Cluny

La Abadía de Cluny y la pequeña Congregación que en aquel momento dependía de ella bajo el nombre de Orden de Cluny, fueron elegidas por los innovadores para hacer el ensayo de una reforma litúrgica completa y digna de Francia.

La Orden de Cluny tenía entonces como abad general al Cardenal de Bouillon. Este prelado, desgraciadamente célebre por la relajación de sus costumbres y por su colosal vanidad, añadió a sus demás responsabilidades ante la Iglesia, la de haber sido el primero en anular en Francia la liturgia romana y de haber escogido la santa y venerable basílica de Cluny como el lugar para inaugurar un modelo litúrgico totalmente extraño a los libros gregorianos.

La orden de Cluny siempre se había mantenido fiel a sus antiguos usos litúrgicos. El breviario monástico de Paulo V, que no era obligatorio para todos los monasterios, no había sido formalmente aceptado por esta congregación. En el capítulo de la Orden de 1676 se resolvió la reforma del breviario monástico de Cluny. Se delegó la tarea a Dom Paul Rabusson, subsecretario de cámara (vicecanciller) de la abadía y a Dom Claude de Vert su tesorero. Era precisamente el periodo en el que François de Harlay ejecutaba la reforma del breviario parisino, y como aquella fue la expresión de los principios que sacudían a la Iglesia de Francia, era natural pensar que encontrarían algunas aplicaciones en el nuevo breviario de Cluny. Sabemos por el erudito contemporáneo Jean-Baptiste Thiers, autor del volumen “Le Nouveau Breviaire de Cluny”, que los dos monjes Rabusson y De Vert mantuvieron estrechos lazos en su tarea con los comisarios del nuevo breviario de Paris y que asumieron muchos aspectos que realzaron en su Breviario cluniacense.

Entre esos aspectos, hicieron suyo el principio tan apreciado por los anti-liturgistas, según el cual en el Oficio divino únicamente se tenían que emplear fragmentos de la Sagrada Escritura. Ellos lo extendieron y ampliaron a todos los oficios, tanto en el Propio del tiempo, como en el Propio de los Santos y en el Común. De esta manera se demolió una parte notable del Responsorial de San Gregorio, pero incluso reemplazaron antífonas y responsorios gregorianos directamente sacados de la Escritura, sólo con el ánimo de sustituirlos por otros escogidos por ellos con la obsesión de formar una especie de mosaico del Antiguo y del Nuevo Testamento, cuyo plan llevaban en sus “privilegiadas mentes”. Y aún mostraron mayor desfachatez atreviéndose a hablar de la antigüedad, contradiciendo sus propios principios…

Tras haber echado al traste las antífonas y responsorios, los comisarios de Cluny encontraron el modo para acabar con las hagiografías. No ahorraron ni siquiera una, en su lugar pusieron algunos pasajes patrísticos de un tono más o menos histórico…

Fieles al sistema que habían inventado a priori, con la intención de reducir el número y la categoría litúrgica de las fiestas de la Virgen, crearon un “quinteto” de fiestas del Señor, queriendo igualar la Epifanía y la Ascensión al ternario tradicional formado por la Navidad, Pascua y Pentecostés.

De todas estas maneras, pusieron de relieve su manía de innovación y al mismo tiempo sus enormes contradicciones entre esta y su pretensión de conocimiento de la antigüedad…

Ya la reforma parisina había suscitado el gusto por la novedad. Pero esta resultaba insuficiente desde el momento que uno se proponía ir más allá de los límites de la Tradición. Era necesario un modelo para todos los que querían dar a la luz el principio de la creatividad litúrgica. El Breviario de Cluny era todo lo que podían desear pues todo en él era novedad.

Los himnos de Santeul

Tendría que haber mentado a Jean-Baptiste Santeul, canónigo regular de San Víctor de Marsella, a propósito del breviario parisino de De Harlay, para el cual compuso diversos himnos; pero como aún fue mucho mayor el número de los que compuso para el de Cluny, he preferido esperar a este momento para hablar de él…

En otro capítulo fue citada la famosa carta de San Bernardo en la que se detallaban las cualidades que debían reunir un compositor litúrgico y su obra (ver El Fiador del 01/12/2007).

Loa autores del Breviario de Cluny proclamaron como máxima fundamental, la necesidad de expulsar de los libros litúrgicos todo aquello que partía de “palabras humanas”. Pensaron que la eliminación de todos los venerables himnos que la Iglesia de Occidente canta desde la antigüedad constituía una escrupulosa aplicación de ese principio riguroso: pero creyendo eso se equivocaron.

La “palabra humana” de los Santos Padres fue reemplazada por la “palabra humana” de Jean-Baptiste Santeul. El proceso fue muy parecido al que aconteció en el inmediato postconcilio cuando se eliminaron del repertorio de cantos en la mayoría de lugares ciertas composiciones de gran lirismo y belleza, tomadas del repertorio de muchos místicos del Siglo de Oro de la literatura o de versos populares muy conocidos, so pretexto de usar textos bíblicos. Al final lo que se hizo fue sustituir estos, después de un intento fallido de adaptar salmos y cánticos evangélicos, por cancioncillas rítmicas con letras de gusto más que dudoso y melodías más que insoportables…

Pero Santeul era únicamente el compositor de los versos propiamente dichos. El material temático le era suministrado por Nicolas Le Tourneux (el principal compositor del Breviario de De Harlay). Este personaje era el autor de libros censurados por la Iglesia, notoriamente jansenistas. De ambos, de Le Tourneux con sus temas tomados de la mitología greco-latina y de Santeul con su latín de formas paganas del siglo de Augusto (I d. C.), habrá que hablar cuando se narre la deplorable historia del renacimiento del paganismo en las costumbres y en la literatura de las sociedades cristianas de Occidente.

 

Inicio de la desviación litúrgica en Francia – 09/02/2008

Llegados a este punto, debemos comenzar la parte más ardua y delicada de todo este recorrido histórico. Mientras el conjunto de la Iglesia latina permanece fiel a las formas litúrgicas establecidas por San Pío V, siguiendo los deseos del Concilio de Trento, una revolución se prepara en la Iglesia de Francia. En menos de un siglo veremos llevar a cabo los más graves cambios litúrgicos dados hasta el momento. Para poner en relieve con claridad las causas de estos cambios nos será necesario sobrevolar sobre los acontecimientos históricos acaecidos en Francia durante el siglo XVII. Será en esa época en la que arraigarán los gérmenes del protestantismo, sórdidamente implantados en las costumbres francesas, y producirán un florilegio de ideas que van desde aquellas doctrinas heterodoxas que formal y abiertamente fueron bautizadas con el nombre de Jansenismo, hasta aquellas otras que aún siendo menos osadas y más difíciles de encuadrar, se agruparon en una forma de sistema nacional de cristianismo que acabó denominándose, de manera más o menos acertada, Galicanismo. Sin duda la Liturgia acusó los golpes de estos movimientos y tendencias.

El odio por todo carácter mistérico en el culto

Subrayé en otra ocasión como una de las características de la herejía anti-litúrgica era la aversión a todo aquello dotado de carácter misterioso en el culto, y muy especialmente por el empleo de una lengua sagrada desconocida por el pueblo.

Los innovadores franceses del siglo XVII no se alejaron de esa línea de conducta. En 1660 el doctor por la Sorbona Joseph de Voisin publicó su obra en cinco volúmenes titulada “El Misal Romano, según los decretos del Concilio de Trento, traducido al francés, con explicación de todas las Misas”. La Asamblea del Clero de 1660 se mostró en aquella ocasión fiel a las más que venerables tradiciones francesas y condenó sin ambages la traducción en lengua vulgar de Voisin. Y para que nada faltase a aquella solemne reprobación del atentado que acababa de ser perpetrado contra el misterio sagrado de la Liturgia, un Breve de Alejandro VII con fecha 12 de enero de 1661, venía a corroborar con su altísima autoridad aquella sentencia de la Asamblea.

Hoy en día y desde hace más de dos siglos, todos los fieles están a la altura de comprender el canon de la Misa y todas las oraciones de la Liturgia con las traducciones que poseemos así como las innumerables versiones de la Sagrada Escritura que están al alcance de todos. ¿Qué pensar de todo ello?

Pues afirmar, junto con todos los concilios y decretos en estos cuatro siglos, que todas las traducciones que no van acompañadas de glosas o notas sacadas de la tradición patrística o de las enseñanzas magisteriales de la Iglesia son simplemente ilícitas. De la misma manera que cualquier traducción litúrgica que no se vea acompañada de un comentario adecuado o haya sido aprobada por la autoridad legítima.

Los comentarios autorizados son absolutamente necesarios a los ojos de un lector profano que acceda a todo ello y que necesita esclarecer su conocimiento ante las sombras que muchas veces aparecen en su camino.

Los ataques preparatorios: el Ritual de Alet

El Ritual publicado para su diócesis en 1667 por Mons. Pavillon, obispo de la antigua diócesis de Alet en el departamento del Aude fue el vehículo favorecedor de las doctrinas y designios jansenistas. El trabajo fue revisado por el jansenista Antoine Arnaud en persona. Sin negar aún la virtud de los sacramentos, los jansenistas pretendían alejar al pueblo de la frecuente participación en ellos enseñando lo siguiente:

-la Eucaristía es la recompensa a una piedad avanzada y no a una virtud inicial.

-las confesiones frecuentes más que ayudar son obstáculo a la vida espiritual

-la absolución debe impartirse sólo después de haber cumplido la penitencia.

-es necesario reinstaurar las penitencias publicas

Estas ideas se encontraban afirmadas y aplicadas profusamente en el Ritual de Alet, pero con un extremo cuidado en no emplear términos demasiado radicales y evidentes dando así motivo para una condena de la Santa Sede. Sin embargo Roma percibió todo el veneno con el que los enemigos de la fe habían contaminado una de las fuentes más sagradas de la Liturgia: la administración de los Sacramentos.

Clemente IX, desde su publicación señaló con una condena solemne a ese pernicioso libro. En su famoso Breve del 9 de abril de 1668 se expresó en estos términos:

“Últimamente en este pasado año ha aparecido en Paris un libro publicado en lengua francesa bajo el título “Ritual Romano del Papa Paulo V, al uso de la diócesis de Alet, con las instrucciones y las rúbricas en francés” en el cual son contenidas no solamente muchas cosas contrarias al ritual romano publicado por nuestro predecesor Paulo V, sino incluso ciertas doctrinas y proposiciones falsas, singulares, peligrosas en la práctica, opuestas a la costumbre recibida comúnmente en la Iglesia y a las constituciones eclesiásticas…Nos condenamos, por la fuerza de las presentes cartas, el libro francés titulado así. Lo reprobamos, lo prohibimos y queremos que sea tenido por condenado, reprobado y prohibido”

 

 

La liturgia durante la primera mitad del siglo XVII – 02/02/2008

La unidad litúrgica reinaba en Occidente. Medio siglo tendrá que pasar antes que se ose atentar contra ella. Pero en Francia se vislumbraban un conjunto de ataques amenazadores para su futuro. Roma acababa la gran obra de reforma del culto divino: breviario, misal, martirologio, pontifical, ceremonial habían ya aparecido. Sólo faltaba un libro no menos importante: el Ritual Romano.

Hasta ese momento el ritual no había formado un libro litúrgico aparte. Las fórmulas que lo componen hoy en día se encontraban tanto en el Misal como en el Breviario. Pero el Breviario y el Misal de San Pío V creyó oportuno excluirlas (excepto algunas bendiciones propias de algunas fiestas, por ejemplo la de las candelas del día 2 de febrero o la de Ramos); el Pontifical únicamente comprendía los ritos a uso de los obispos, razón por la que era necesario publicar un libro especial que viniera al encuentro de las necesidades del clero.

Paulo V emprendió y consumó esa operación. El Breve de aprobación del Ritual Romano apareció el 17 de junio de 1614. Empieza con las palabras “Apostolicae Sedis”. El Papa recuerda los trabajos de San Pío V y Clemente VIII para la reforma de la Liturgia. El estilo utilizado en el Breve quiere dejar claro que la publicación se lleva a cabo con la misma solemnidad con que se realizaron los otros trabajos de reforma pero no afirma en ningún lugar la expresa obligación de usar ese Ritual excluyendo cualquier otro. El Romano Pontífice sólo se inclina a expresar una simple y urgente exhortación. La razón de esta diferencia reside en la extrema diversidad que se había mantenido hasta entonces en Occidente en lo que a las ceremonias de administración de los sacramentos se refiere. La destrucción violenta de las costumbres locales de esa manera hubiera causado a la vez escándalo entre el pueblo y murmuraciones entre el clero.

Sin embargo, lo que tenía que suceder sucedió: el ritual de Paulo V fue pronto adoptado en la mayoría de diócesis de Occidente. Aquellas diócesis que conservaron algún sustrato de sus usos, al menos adoptaron las fórmulas generales en la administración de los sacramentos y las bendiciones. Por ejemplo: en la publicación del Ritual Romano en España se añadían junto a las fórmulas generales y universales, los apéndices Toledano o al uso de la Tarraconense, con exhortaciones en lengua vernácula y todo de manera sencilla y abreviada como por ejemplo se hacía en los usadísimos “Vademecum”. No se olvidaban antiguas formas ni se destruían bendiciones especiales y propias de algunos lugares: del vino nuevo, de los quesos, de las primicias y diezmos, de las casas y establos (bendición muy popular conocida en Cataluña como “Salpás”)

Urbano VIII: Un Papa con afán de novedades

Trataré de no ser crítico en demasía con la personalidad y obra de ese gran Papa que fue Urbano VIII. La grandeza de ciertas personalidades, especialmente en el pontificado romano, a veces puede verse empañada por ciertas constantes que acompañan, como un destino fatal a ciertas figuras. Creo que es el caso de Urbano VIII. Durante su pontificado, y por el nepotismo que arraigó en la corte pontificia hacia la familia Barberini y su fuertes lazos con los jesuitas, el pueblo romano ideó la frase “quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini” (lo que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini) condenando la destrucción de los restos de la antigua Roma Imperial en aras de la construcción de la Roma barroca de Bernini. Su “expolio” de los bronces del Panteón para construir el baldaquino de la Basílica Vaticana y los cañones del Castel Sant´Angelo fueron decisivos a la hora de ganarse esa fama.

La verdad es que Urbano VIII era un hombre con afán de novedades y reformas. Amaba las letras y cultivaba con éxito la poesía latina, de tal suerte que no podía soportar la falta de clasicismo latino en los himnos del breviario, la mayoría pertenecientes a un estilo latino más tardío y popular. Hay que recordar que los grandes autores de himnarios (como nuestro hispano Prudencio de Calahorra que vivió en el siglo IV), utilizan el latín culto de su época y no el latín de los grandes autores de la Roma clásica del siglo I a.de c.

Estaba convencido que la decencia del servicio divino reclamaba imperiosamente una reforma en ese apartado. No deseaba hacerlos desaparecer, únicamente corregirlos. Y encargó esa tarea a cuatro jesuitas. La obra de esos cuatro comisarios ha sido muy criticada a lo largo de la historia como no podía ser de otra manera. Personalmente creo que resulta terriblemente difícil corregir los versos de otros y sobre todo unos versos y un texto que estaban en la memoria colectiva. Se pedía a los correctores conservar la métrica y el sentido de cada verso, el fondo de cada uno de ellos: en una palabra, el color particular de la composición. Pienso que lo hicieron lo mejor que supieron y pudieron aunque quizá sacrificaron en exceso en aras de una pureza clásica. Tampoco se puede decir que hubo grandísimas oposiciones… Un erudito belga contemporáneo afirmó: “accessit latinitas et recessit pietas” (ganó la latinidad y perdió la piedad). Completamente de acuerdo. Además los chantres romanos afeaban a los correctores el hecho de que estos tuvieran más familiaridad con las musas que con la música. De entrada fue imposible establecer el uso de los himnos corregidos en la Basílica Vaticana. Además, las órdenes religiosas y las congregaciones monásticas conservaron los antiguos. Según mi humilde parecer, sucedió exactamente lo mismo que en tiempos de Pío XII con la nueva traducción de los salmos a manos del cardenal Agustín Bea, también jesuita. La traducción quizás ganó en fidelidad al original hebreo pero no encajaba ni con la musicalidad poética del verso latino ni con el ritmo requerido por los tonos gregorianos. Un auténtico desastre para muchos.

La historia de la liturgia nos enseña que hay que preferir la piedad a la excesiva erudición y sobre todo no dejarse llevar ni por el afán de novedades ni por la tentación de creer que lo que tenemos no es comprensible y que en este sentido hay que acercar aún más al pueblo la inteligencia de la Liturgia, justamente haciendo lo que nunca hay que hacer: cambiarla. La Liturgia exige una labor didáctica pero no debe sufrir cambios didácticos. Tenemos sobradas muestras de ello en estas últimas décadas y el resultado es catastrófico.

 

El canto y el calendario: se completa la reforma tridentina – 26/01/2008

Palestrina salva la música sacra

La situación del canto y la música eclesiástica en el siglo XVI era penosa. Era el resultado de los innumerables abusos que durante los siglos XIV y XV se habían sufrido por parte del “espíritu de novedad”. A pesar de los esfuerzos de la famosa Bula de Juan XXII “Docta Sanctorum”, de la cual hice mención a su debido tiempo, el mal crecía en proporción directa a la relajación de la disciplina. En la mayoría de las iglesias el gregoriano había desaparecido completamente. Una música profana, retorcida, llena de reminiscencias mundanas había invadido hasta las más augustas basílicas. Algo muy parecido a lo que sucede hoy en día: los trazos musicales de las canciones de moda trasladados si no copiados y convertidos en el repertorio habitual de las parroquias, que nada tiene que ver con el popular repertorio religioso tradicional. Se trata de la entrada de los parámetros mundanos en el canto y la música religiosa. En lo que a hoy en día se refiere, el triunfo del ritmo por encima de la armonía.

Aquellos abusos del siglo XVI no podían escapar a la solicitud de Trento. En 1562, en las congregaciones que preparan el decreto sobre el Sacrificio de la Misa se propone prohibir absolutamente la música durante la celebración de los santos misterios. Pero la mayoría de los Padres, los españoles a la cabeza, la defendieron como favorecedora de la piedad, a condición de que el estilo del canto y el texto inspirasen a la devoción.

En su 22ª sesión el Concilio se contentó pues con prohibir toda música, fuese de órgano como cantada, que ofreciese algo de lascivo o impuro.

Así pues, tras dar su aprobación con fuerza de ley a los decretos tridentinos, Pío IV estableció una congregación de ocho cardenales para que velasen por su observancia. Desde sus primeros trabajos se preocupó de la corrección del canto y de la música en Roma y sobretodo en la Capilla Papal.

Esta reforma era vital pues el canto polifónico había usurpado casi por completo el lugar del canto gregoriano. La congregación encargó a los cardenales Vitellozzo Vitellozzi y Carlos Borromeo esa misión y muy especialmente “que cuando se cantase con música se pudiese comprender el texto”. Junto con ocho miembros de la Capilla Papal comenzaron el trabajo viendo que no siempre era posible cumplir ese deseo de comprensión con las composiciones que tenían a su alcance. Los cardenales insistieron y propusieron como modelo las composiciones de Gian-Pierluigi de Palestrina, y muy especialmente sus “Improperios”.

Después de múltiples encuentros acordaron que este ilustre compositor escribiese una misa donde ni el tema, ni la medida, ni las melodías ofreciesen nada indigno y en la cual, a pesar de la armonía y las fugas, se pudiesen entender fácilmente cada una de las palabras del texto.

Los cardenales prometieron que si Palestrina satisfacía sus exigencias, la música continuaría estando permitida en las iglesias; sin embargo, no disimularon su resolución a que fuese proscrita en caso contrario.

El cardenal Borromeo fue el encargado de trasmitir directamente el encargo a Palestrina. La Providencia se sirvió de un hombre de un genio profundamente litúrgico cuyos recursos estaban a la altura de esa gran misión: se puso manos a la obra con vivo y fervoroso ardor. Sabía que estaba en juego la supervivencia de la música sacra. Auxiliado por el Espíritu Santo al que invocó piadosamente desde el inicio, el ilustre maestro compuso tres misas en pocos días, y el 28 de abril de 1563, jornada memorable para la música sacra, los chantres de la Capilla Papal la ejecutaron ante los ocho cardenales…

El juicio fue unánime: admiraron de todas ellas la simplicidad, la unción y la riqueza que el autor había derrochado en ellas. La causa había sido ganada.

El papa Pío IV quiso complacerse en escuchar la obra maestra de Palestrina. Se interpretó el trabajo en la Capilla Sixtina, donde el Sacro Colegio se reúne junto al Romano Pontífice. El santo cardenal Borromeo celebró la Misa; los cantos de Palestrina, ejecutados por un fabuloso colegio de chantres pontificales, emocionaron a todos los participantes y al Santo Padre en primera persona que al final de la misa sentenció que la música no debía ser desterrada ni atacada, únicamente moderado su uso.

El calendario gregoriano

Después de haber asegurado la pureza del Misal y del Breviario, otra gran obra a la vez litúrgica y social requería la atención y la solicitud de los Romanos Pontífices. El calendario, fundamento de la Liturgia, como de las relaciones entre los hombres, había caído en un completo desorden.

En los albores de la Iglesia los Papas habían tenido la misión de fijar la fecha de la celebración de la Pascua. Ahora Europa, mejor dicho todo el mundo civilizado por entero, suplicaba a Roma le diese la llave perdida de “la ciencia de los tiempos”. Gregorio XIII tuvo la gloria de rendir ese servicio a la humanidad. Se rodeó de las mejores luces, formo una comisión de los más célebres entre los estudiosos astrónomos y entre ellos distinguió a dos sobre los demás: al cardenal Sirlet y al jesuita alemán Christophorus Clavius. Un médico italiano, Luigi Lilio que había ya fallecido había dejado un memorando con las indicaciones acerca del más acertado y simple método para llevar a cabo la corrección tan deseada.

Gregorio XIII consultó a los más famosos sabios extranjeros, entre ellos al francés François Foix de Candale. Cuando todas las nociones necesarias para una reforma clara y legítima fueron recogidas, declaró la reforma del calendario de una manera formal mediante la Bula “Inter Gravísimas”.

Todos los Estados católicos adoptaron inmediatamente el calendario gregoriano, las naciones protestantes difirieron la adopción porque venía de un Papa pero al final le reconocieron el servicio que este rendía a la sociedad; en Inglaterra no lo adoptaron hasta el siglo XVIII. No fue sino con el advenimiento de la Revolución Rusa en el siglo XX que se abandonó el calendario juliano oficial en los países de tradición ortodoxa. Aunque aún hoy en día la mayoría de estas iglesias se rigen aún por él.

Conclusión

Aquí se detiene la historia de la Liturgia durante este siglo XVI, que a pesar de sus tempestades y escándalos, debe ser considerado como uno de aquellos en los que la Iglesia de Jesucristo ha atravesado con más gloria. Lo que es necesario ver es la reforma que la Iglesia hizo de si misma: las obras maravillosas que los Romanos Pontífices llevaron a cabo desde Pío V a Clemente VIII: el enérgico e inteligente gobierno que creó las instituciones sobre las que reposaría formalmente el catolicismo hasta bien entrado el siglo XX.

Pío IV publica las reglas del “Índice de Libros Prohibidos” y la célebre “profesión de fe” que mantiene la ortodoxia en el interior de la Iglesia.

San Pío V promulga el Breviario y el Misal y esa maravillosa síntesis de la Fe que conocemos como el “Catecismo Romano”

Gregorio XIII reforma el calendario y publica el “Martirologio”

Sixto V publica la edición corregida de la Vulgata y erige las “Congregaciones Romanas”.

Finalmente Clemente VIII publica el Pontifical y el Ceremonial asegurando de esta manera a perpetuidad la pureza de los libros litúrgicos.

 

 

Promulgación y adopción del Misal de 1570 – 19/01/2008

Tras la publicación del Breviario reformado restaba aún por publicar una porción no menos importante de la Reforma Litúrgica: un Misal corregido que fuese conforme a esta. La comisión romana había expresado su deseo y en 1570, dos años después de la publicación del Breviario, San Pío V estuvo en grado de promulgar el nuevo Misal que acompañaría de la Constitución “Quo primum tempore”. Traduzco algunos pasajes:

“…como era indispensable que el Misal respondiese al Breviario, pues convenía y parecía necesario que en la Iglesia de Dios no hubiera sino un solo rito para salmodiar y un solo rito para la celebración de la Misa, Nos quedaba ocuparNos, lo más rápido posible de la publicación del Misal que nos faltaba.”

“…habiendo escogido a este efecto muchos hombres doctos, Nos les confiamos esa tarea; y estos habiendo consultado con gran celo los más antiguos manuscritos de Nuestra Biblioteca Vaticana, y otros aportados de diversos lugares, siempre los más puros y los mejor corregidos, y habiendo consultado los trabajos y obras de los autores más antiguos, prestigiosos y aprobados, que dejaron escritos conteniendo la ciencia de los ritos sagrados, han restituido el Misal siguiendo la antiguo regla y el rito de los Santos Padres. Este Misal ha sido elaborado y corregido con gran celo, para que todo el mundo pueda gozar del fruto de este trabajo y por ello hemos dado orden para que sea impreso y publicado cuanto antes, en Roma, para que los sacerdotes conozcan qué plegarias, qué ritos y qué ceremonias deben observar para la celebración de la Misa.”

“Prohibimos, para el futuro y a perpetuidad, que se cante o recite la Misa de cualquier otra manera que no sea siguiendo la forma del Misal por Nos publicado…a menos que en virtud de una primera institución o costumbre, anteriores una u otra a doscientos años, haya sido observada asiduamente en las mismas iglesias con uso particular en la celebración de la Misa.”

La aparición de un Breviario y de un Misal reformados causó una gran alegría en toda la Iglesia. Muchas reclamaciones se habían extendido sobre el desorden que había reinado en la Liturgia y se habían hecho escuchar, y con ello se encontraba un remedio eficaz. El Misal de San Pío V había sido extraído de las fuentes más puras de la antigüedad cristiana.

La entera Roma adoptó inmediatamente los nuevos libros. Incluso la Basílica de Letrán se apresuró a adoptar en su seno un Breviario que ya no era estrictamente el de la Capilla Papal o el de los Hermanos Menores, sino el Breviario de la Iglesia Católica, aunque fue la única a la que se le permitió conservar el antiguo salterio itálico.

La Iglesia de Milán estaba entonces gobernada por San Carlos Borromeo, que había mostrado un gran celo por el mantenimiento de la venerable Liturgia Ambrosiana. Sin embargo no se mostró menos observante de la voluntad del Romano Pontífice, procurando la introducción de los libros de San Pío V en todas aquellas iglesias de la ciudad, de la diócesis y de la metrópolis que estaban obligadas, por el derecho y la costumbre, a seguir el oficio romano. Toda Italia fue conformándose sucesivamente a las intenciones de la Santa Sede. Las iglesias de Sicilia, por ejemplo, que mantenían un Breviario particular, se rindieron con prontitud a las determinaciones pontificias y de esta manera, se completó la observancia puntual de los usos litúrgicos promulgados por San Pío V en la Península y las Islas.

También en España y Portugal se cumplieron con esmero las bulas de San Pío V: el amor por la unidad y el celo por la fe pasaron por delante de las susceptibilidades nacionales…

Las iglesias de Francia en esa época tenían una Liturgia formada por la romana introducida por Carlomagno y un conjunto de usos particulares añadidos. Ese conjunto constituía un motivo de orgullo ante toda Europa y podían ser conservados legítimamente según los términos de la Bula. Pero inmediatamente reconoció la superioridad de los libros reformados sobre aquellos que estaban en uso en el reino. Como en aquel tiempo Francia gozaba del derecho de reunirse en concilios provinciales, pronto estos proclamaron la necesidad de someterse a la Bula de San Pío V. Sólo Lyon mantuvo un sustrato de su oficio: una mezcla abigarrada de galicano y romano. De este modo se restableció en Francia la unidad litúrgica, de tal manera que no tenemos ningún otro ejemplo de una constitución pontificia que haya sido libre y voluntariamente reconocida como obligatoria por un conjunto tan grande de concilios provinciales como esta de Pío V. Más de un tercio de las iglesias de Francia estaban en posesión de un breviario, romano en el fondo, pero corregido y reformado por la autoridad diocesana con anterioridad a esos “doscientos años”. Sin embargo, los obispos juzgaron conveniente que en vistas a una unidad más perfecta y creyendo convencidamente en la superioridad de la redacción del nuevo breviario, no sólo no debían poner obstáculos sino que simplemente debían adoptarlo y hacerlo imprimir por entero con el título de diocesano.

 

 

La reforma católica de la liturgia: Trento y S. Pío V – 12/01/2008

El siglo XVI, que había visto nacer en su seno durísimos ataques contra las verdaderas doctrinas litúrgicas, así como reformas malorientadas como las de Ferreri o la de Quiñones, tenía ahora que ver llevar a cabo una verdadera, sólida y legítima reforma; pero será sobre las espaldas del Romano Pontífice que recaerá la responsabilidad de llevar a cabo y consumar esa reforma.

Los trabajos preparatorios: los teatinos

Como siempre el clero regular debía influir en una obra tan importante; pero ya no serían los franciscanos. A la acción insuficiente de estas órdenes mendicantes, se juntó el celo de esta nueva rama que brotó e hizo fructificar del gran árbol de la vida consagrada y que fue designada bajo el apelativo de “Clérigos Regulares”. Los más antiguos de los de esta milicia, los Teatinos, fundados por San Cayetano, unieron su nombre a la primera tentativa de reforma litúrgica que pudo tomarse en serio como tal, preparando así el gran resultado obtenido más tarde por San Pío V.

El Papa Clemente VII, el mismo que encargó a Quiñones la redacción de un nuevo Breviario, había dado la misma misión a San Cayetano y a Gianpiero Caraffa, uno de sus primeros asociados, y que sería más tarde Papa con el nombre de Pablo IV.

En un principio fue preferido el Breviario de Quiñones por su brevedad y por su más elegante disposición. Pero se siguió recomendando el de los Teatinos por el mantenimiento de los usos antiguos, por la depuración de las historias apócrifas, la corrección de las rúbricas, y por la substitución de las verdaderas lecturas de los Padres de la Iglesia por encima de homilías sacadas de autores heterodoxos.

Gianpiero Caraffa subió a la cátedra petrina bajo el nombre de Pablo IV en el año 1555. Se puso a trabajar con entusiasmo en la redacción del breviario reformado. Pero como quería llevarla a cabo él mismo de manera personal e intransferible, y viéndose privado del tiempo requerido por las graves preocupaciones de un pontificado que apenas duró 4 años, al morir con 83 años en 1559, dejó inacabado el trabajo. Su sucesor Pío IV, que puso todo sus desvelos para la continuación del Concilio de Trento, suspendido diversas veces, envió al Concilio por medio de sus legados, los trabajos de Pablo IV. Era esa una manera de trazar la línea de reforma más segura, implicando al Concilio en esa misión. En 1563 la comisión encargada de la Reforma del Breviario concluyó su obra. Para evitar nuevos retrasos, los legados propusieron reenviar la reforma litúrgica del Breviario al Papa, la cual cosa aprobaron en la 25ª Sesión de Trento, de esta manera el Concilio proclamaba, una vez más, la necesidad que toda la Iglesia de Occidente siguiese la Liturgia de la Iglesia Madre y Maestra.

Pío IV dispuso todo, comisarios y doctos personajes de Roma, para proceder a la promulgación. La muerte también sorprendió al Romano Pontífice, recayendo sobre su sucesor San Pío V, esa carga y responsabilidad, después de haber añadido aún un mayor número de comisarios que consumaran la obra.

Los principios que presidieron la Reforma del Breviario partieron de un gran principio rector: no hay que llevar a cabo ninguna reforma que no pase por el acercamiento a las antiguas fuentes, rechazando la distinción entre oficio público y privado. Era necesario consultar los más antiguos manuscritos y restablecer el orden y la disposición que presentaban tanto en cuanto al salterio, como a la distribución de los libros de la Escritura, en los responsorios, antífonas e himnos. Por ese medio, la Iglesia debía recuperar su auténtico semblante…

Cuando todo terminó, San Pío V escribió la Bula de promulgación del Breviario: la "Quod a nobis".

Ese fue el primer acto de la Reforma Litúrgica en Roma. Llevó a la abolición general del Breviario de Quiñones, estableció en todo lugar la forma del oficio contenida en el Breviario Romano, sin perjuicio de aquellas iglesias locales que estuvieran en posesión de un breviario particular por un periodo de tiempo superior a 200 años, dejándoles la facultad de pasar al Nuevo Breviario mediante ciertas formalidades.

Roma no podía aplicar un mejor remedio a la anarquía litúrgica, un remedio eficaz y discreto. Todas las Iglesias de Occidente lo comprendieron y se impusieron como un deber entrar a participar en los objetivos que el Papa y Trento habían atisbado como horizonte.

Paso a dar traducción a los párrafos más importantes de esa Bula:

1º Pío, obispo, servidor de los servidores de Dios, obligado por el oficio de nuestro cargo pastoral a poner todo mis desvelos para procurar, en tanto podamos y por la ayuda de Dios, la ejecución de los decretos del Concilio: ponemos en primera línea a las plegarias sagradas, alabanzas y acciones de gracias que están comprendidas en el Breviario Romano.

2º Esta forma del Oficio divino, establecida con la piedad y sabiduría por los soberanos Pontífices Gelasio I y Gregorio I, y reformado más tarde por Gregorio VII, habiéndose visto por el paso del tiempo, alejado de la antigua institución, se ha hecho necesario volverla de nuevo conforme a la antigua regla de plegaria.

3º Unos deformaron el conjunto armonioso del Antiguo Breviario, mutilándolo en muchas partes y alterándolo con adiciones de muchas cosas inciertas y nuevas. Otros en gran número, arrastrados por una mayor comodidad, han adoptado el Breviario nuevo y abreviado de Francisco de Quiñones….Por otra parte se ha deslizado la detestable costumbre de que en cada provincia e iglesia en la que existía el uso de recitar y salmodiar las Horas canónicas según la antigua costumbre romana, cada obispo se componía un Breviario particular, desguazando de esta manera y por medio de estos oficios entre ellos divergentes, la comunión que consiste en ofrecer al mismo y único Dios, las plegarias y alabanzas bajo una sola y única forma. Por ello se explican en tantos lugares las alteraciones del culto divino, la ignorancia de las ceremonias y ritos eclesiásticos por el mismo clero, de manera que innumerables ministros se alejan de sus funciones con indecencia y gran escándalo de los fieles…

4º Hemos puesto un gran celo en el final de esta obra sagrada, y tenemos la dicha de ver terminado este Breviario Romano.

5º Aquellos que la han llevado a cabo han utilizado el método, previsto por Nos desde el inicio: no alejarse de los antiguos breviarios de las más ilustres iglesias de Roma y los de Nuestra Biblioteca Vaticana, siguiendo así mismo aquellos autores más graves (seguros) en esta materia; estos, rechazando cosas extrañas e inciertas, no han omitido nada de lo que formaba el conjunto del antiguo oficio divino.

6º Por ello hemos aprobado esta obra y dado orden que se imprima en Roma y que sea divulgada en todo lugar…

 

 

Sería para reír si no fuese para llorar… - 05/01/2008

En esta vigilia de la Epifanía, deseo haceros soñar con la completa erradicación de todos los abusos litúrgicos contemporáneos llevados a cabo en el periodo post-conciliar y que subsisten de manera pertinaz en tantos sitios.

Nos los resume, junto a muchos interesantes artículos, la asociación italiana UNA VOX.: http://www.unavox.it

Liturgia comparata 01
Liturgia comparata 02
Liturgia comparata 03
Liturgia comparata 04
Liturgia comparata 05
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Liturgia comparata 07
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Liturgia comparata 09 
Liturgia comparata 10 
Liturgia comparata 11 

Feliz Noche de Reyes...

P A X

 

La herejía antilitúrgica y la reforma protestante – 29/12/2007

En la terminología de Dom Guéranger, la expresión “herejía antilitúrgica” designa aquella hostilidad que uno descubre en todas las herejías propiamente dichas, al respecto de la liturgia católica. Estos términos no definen una herejía particular sino una tendencia constante que empuja fatalmente, de siglo en siglo, a todas las escuelas heterodoxas a transformar primero, a querer destruir después, la Liturgia de la verdadera Iglesia, tratando de infiltrar en ella el genio de la destrucción.

El componente antilitúrgico del Protestantismo

Con la llegada de Lutero, que nada dijo que no hubiera sido dicho con anterioridad, se pretendió liberar al hombre por una parte “de la esclavitud del pensamiento” respecto a la potestad de enseñar de la Iglesia, y por otra, de la “esclavitud del cuerpo” respecto al poder litúrgico.
Pero resulta necesario resumir el camino seguido por los pretendidos reformadores protestantes en estos más de cuatro siglos y presentar el conjunto de sus actos y de su doctrina sobre “la depuración del culto divino”, en 12 puntos:

El primer carácter de la herejía antilitúrgica es el odio de la Tradición en las formulas del culto divino. Cualquier sectario con ánimo de introducir una doctrina nueva se encuentra infaliblemente en presencia de la Liturgia, que es la forma más alta y sublime de la Tradición, por lo que el primer objetivo es acallar su voz y arrancar sus páginas de las que emana el caudal de la fe de los siglos pretéritos. El luteranismo, el calvinismo, el anglicanismo han podido introducirse mediante la rápida sustitución de los antiguos libros y las antiguas fórmulas, por libros y formulas nuevas donde los santos Padres y Doctores de la Iglesia no molestasen, donde podían predicar a su gusto y placer: la fe de los pueblos está entonces indefensa.

El segundo principio de la secta antilitúrgica es remplazar las formulas de estilo eclesiástico (patrística y hagiografía) por lecturas bíblicas. Encuentra así dos ventajas: por una parte acallar la voz de la Tradición que tanto teme y por otra un medio de propagación y apoyo a sus doctrinas, por la vía de la negación o la afirmación. Por vía de negación, recluyendo al silencio, mediante una elección sesgada, aquellos textos molestos que expresan la doctrina opuesta a los errores que quieren hacer prevalecer; por vía de afirmación, sacando a la luz los pasajes amañados que solo muestran un lado de la verdad, escondiendo el otro a los ojos de los simples.

Todo el mundo mínimamente formado conoce que esa preferencia de los contumaces herejes no tienen otra razón de existir que la de hacer decir a la palabra de Dios lo que ellos quieren, poniendo de relieve lo que les conviene o camuflando lo que les molesta…

Habiendo hecho esto, y viendo que no siempre la Escritura se inclina ante su voluntad, el siguiente principio es fabricar e introducir fórmulas diversas, llenas de perfidia, por las cuales los pueblos son solidamente encadenados al error. Así todo el edificio de la reforma impía se consolidará por siglos.

La cuarta necesidad impuesta a los sectarios por la naturaleza misma de su rebelión es una habitual contradicción con sus mismos principios: todos los sectarios comienzan a reivindicar los derechos de la antigüedad. Dicen querer liberar al cristianismo de los errores que la pasión de los hombres ha mezclado con falsedades indignas de Dios. Por una parte no quieren nada de primitivo pero por otra quieren volver a las fuentes del cristianismo. Cuando dicen reparar el culto en su pureza original nos encontramos con una voluntad de elaboración de fórmulas nuevas que son incontestablemente humanas.

Toda secta vive de esa necesidad: se encuentra entre los monofisitas, entre los nestorianos y en todas las ramas protestantes…

Y en el cambio de la Liturgia, no se contentan con hacer desaparecer cosas sino que corrigen y sustituyen lecturas y oraciones, borrando cualquier rastro de la ortodoxia que ha presidido la elección de esos pasajes.

La reforma de la Liturgia camina al mismo paso que la reforma del dogma, de la que es consecuencia. Así pues, si se han separado de la unidad doctrinal que han recortado, también han eliminado todas las fórmulas que expresan alguno de los misterios de la fe católica y han tachado de superstición o de idolatría todo aquello que no les parecía puramente racional, restringiendo así las expresiones de la fe y obstruyendo por la duda o la negación, todas las vías que se abran al mundo sobrenatural: basta de sacramentos (fuera del bautismo), bendiciones, imágenes, reliquias de santos, peregrinaciones, procesiones. Ya no hay un altar, sino una mesa; basta de sacrificio, solo una cena; ya no más iglesias, solo templos como los griegos y los romanos.

La supresión en el culto protestante de todo lo “mistérico” debería producir infaliblemente la extinción total de aquel espíritu que en el catolicismo llamamos “unción”. Un corazón rebelde no tiene amor, y un corazón sin amor lo único que puede producir son expresiones palpables de respeto o temor, con la frialdad propia del fariseo, pero jamás un corazón ardiente de amor y de unción: así es el culto protestante.

Tratando directamente con Dios, la Liturgia protestante no tiene necesidad de intermediarios creados: basta de mediaciones, pues. La intercesión de la Santísima Virgen o la de los santos es una falta de respeto al Ser Supremo. El protestantismo excluye toda esa “idolatría papista” que pide a la criatura lo que únicamente hay que pedir al Creador.

La reforma litúrgica que tiene como uno de sus fines principales la abolición de los actos y de las fórmulas místicas, exige reivindicar el uso de la lengua vulgar en el servicio divino. Este es uno de los puntos más importantes a los ojos de los sectarios. El culto no es algo secreto, dicen. El pueblo debe entender lo que canta. El odio por la lengua latina es innato a todos los corazones enemigos de Roma. El latín –dicen- es la lengua del catolicismo por todo el universo y el arsenal de su ortodoxia (sic).

Habiendo despojado al culto de todo lo que supera a la razón, el protestantismo tenía que liberar al hombre de todas las prácticas fatigosas y molestas impuestas al cuerpo por la Liturgia papista: basta de ayunos y abstinencias, genuflexiones en la oración, obligaciones diarias en la recitación de las horas canónicas para el clero, en nombre de la Iglesia. Esta es una de las fórmulas principales de la gran emancipación protestante: disminuir la suma de oraciones públicas y particulares.

10º Como el protestantismo necesitaba una regla para discernir entre las instituciones papistas aquellas que son más molestas e inconvenientes a sus principios, era obligatorio atentar contra el poder papal. Como escribió Lutero: “Odio a Roma y a sus Leyes”. Por eso fueron abolidas en masa: la lengua latina, el oficio divino, el calendario con sus fiestas, el breviario, es una palabra: “todas las abominaciones de la gran ramera de Babilonia”

11º La herejía antilitúrgica, para establecer su régimen tiene necesidad de destruir, por los hechos y como principio, el sacerdocio en el cristianismo. Donde haya un pontífice, hay un altar; donde un altar, un sacrificio; donde hay un sacrificio, un ceremonial misterioso. Después pues de atentar contra el Soberano Pontífice, hay que atentar contra el carácter del obispo, del cual emana la mística imposición de manos que perpetua a la jerarquía sagrada.

De ahí un vasto “presbiteranismo”, que no es otra cosa que la consecuencia de la supresión del Soberano Pontífice el Papa. A partir de ahí, no podemos decir que haya “sacerdote” propiamente: la simple elección por la comunidad, sin consagración, evita la existencia de un “hombre sagrado”. Es únicamente un servidor, un pastor…. Por ello no hay laicos propiamente en el protestantismo, hay creyentes y basta. ¡Y todo ello porque desaparece la Liturgia!

12º Finalmente, desaparecido el sacerdocio y la jerarquía, el príncipe (es decir la autoridad civil) es el único principio de autoridad entre los hombres y se proclama jefe religioso (el rey en Inglaterra lo es para los anglicanos o la autoridad democrática que regula templos y asuntos religiosos en los países democráticos liberales protestantes).

Así, veremos que los reformadores, después de haber librado a la Religión del yugo espiritual de Roma, conceden poder sobre el culto a las autoridades civiles…

 

 

Alteraciones renacentistas: tentativas desafortunadas de los Papas humanistas – 22/12/2007

El primer intento de corregir esa Liturgia afectada por las primeras alteraciones renacentistas (siglos XIV-XV) fue del Papa León X en un momento en el que la corte romana estaba poblada de poetas y de prosistas cuyo “gusto refinado” no podía soportar la “barbarie del latín eclesiástico” hasta el punto que designaban a Dios bajo el nombre de “Númen”. Uno recitaba las Horas Canónicas en griego o hebreo, otro gustaba en suprimir del Oficio las Epístolas de San Pablo porque creía viciaba la pureza de la recitación coral. Es decir, algo muy parecido a lo que pasa hoy en día en tantos lugares: en una parroquia la comunidad añade en la misa de niños un fragmento de “El principito” de Saint-Exupery, en otra la paz se da antes del Ofertorio porque en la última revista o comentario que ha leído el sacerdote se justifica su traslado a este momento litúrgico, en otra al Acto Penitencial se canta una canción de Bob Dylan, en otra se suprime la Misa del Gallo porque se juzga más conveniente hacer una Celebración Ecuménica de la Palabra invitando a una Pastora Evangélica (protestante luterana) a predicar, y así hasta el paroxismo. Y son ejemplos reales y actuales. Hic et nunc. De aquí y de ahora.

En ese inicio del siglo XVI se juzgaba que el principal defecto de la Liturgia era el estilo, sin preocuparse de los derechos que la antigüedad confiere a las fórmulas sagradas. Nadie velaba para que el respeto a esa venerable antigüedad exigiese evitar las interpolaciones y las adiciones abusivas. Se creía que lo principal a reformar era el Himnario. Nadie tenía presente que lo propio del genio del catolicismo a través de los siglos había sido mejorar, completar y reformar la herencia recibida. En cambio en este momento histórico se elige el camino de la destrucción violenta de usos que habían pervivido durante siglos y su frecuente sustitución por formas del todo novedosas.

Es lo que hubiera sucedido si la Providencia hubiera permitido que el proyecto de León X triunfase. Este Papa dio orden a Zacarías Ferreri, obispo de La Guarda, de componer un conjunto de himnos para todas las fiestas del año, empleando un estilo que fuese digno de la literatura del siglo XVI. El prelado empleó todo su celo en ello; pero León X, sorprendido por la muerte, no pudo gozar de los frutos del trabajo de Ferreri. La obra vio la luz bajo el pontificado de Clemente VII, su sucesor, y como él gran amante de la antigüedad profana. En 1525 se publicó en Roma la compilación tan esperada…

Los himnos que contiene son los que se podían esperar con todo derecho de ese autor en ese siglo: todo es nuevo. Los misterios del nacimiento, de la pasión y de la resurrección del Salvador, los de Pentecostés, o los de Corpus Christi, todo “espléndidamente celebrado” con unas odas que nada tienen en común con los antiguos himnos de San Ambrosio, Prudencio u otros poetas de la tradición católica. Por el contrario, podemos hallar infinitud de imágenes, alusiones y creencias referidas a los usos paganos que bien pudieran encontrarse en Horacio, por poner un ejemplo. Para muestra, citar como relatando la elección del Papa San Gregorio Magno, Ferreri absurdamente dice que los “Flaminios” lo escogieron como Romano Pontífice… (los Flaminios eran sacerdotes de la antigua Roma al servicio de alguna divinidad pagana ante la cual ofrecían sacrificios…)

Por un Breve del 11 de diciembre de 1525, Clemente VII aprobó los himnos de Ferreri. Por esa medida se autorizaba a todos los eclesiásticos a hacer uso de una forma litúrgica no-universal. La potestad de uso recaía en la libre voluntad de cada cual.

En el prólogo del Himnario de Ferreri se anunciaba un nuevo Breviario, elaborado por él mismo y cuya publicación se recomendaba con la intención de “simplificar el antiguo, librándolo de errores” (sic)

Una reforma desastrosa: el breviario de Quiñones

Ferreri murió sin poder concluir su Breviario “abreviado”, por lo cual Clemente VII encargó la consecución de ese proyecto al cardenal franciscano español Francisco de Quiñones , conocido como el cardenal de Santa Cruz, porque era titular de la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén en Roma. Quiñones pudo cumplir su misión y presentar su trabajo a Pablo III, sucesor de Clemente VII. Este lo aprobó y se publicó en Roma en 1535.

La intención de Quiñones (y de todos los Papas que lo empujaron a ese objetivo) era introducir una distinción entre el Oficio celebrado en el Coro y la recitación privada del mismo. Pretendía eliminar todas las repeticiones y las respuestas reservadas a la asamblea de los fieles, tratando así de animar el gusto por la oración en los clérigos, pero destruyendo todo el depósito de oraciones litúrgicas, que una vez alteradas, no tardarían en desaparecer.

La tozudez con que la Sede Apostólica ejercía su influencia para la publicación del Breviario de Quiñones contrasta con todo lo visto hasta aquel momento. Roma parecía querer se abrazase esa forma de Oficio pero se resistía a hacer una ley. Era como un impasse que debía durar hasta la llegada de San Pío V para reformar santamente el culto divino tal como la Iglesia lo necesitaba.

El breviario de Quiñones fue criticado duramente por la Universidad de Paris y sus doctores. Censura que tocaba no sólo a Quiñones sino a la autoridad que parecía lo hubiera consentido, es decir, al mismísimo Papa.

Si se hubiera alargado el reinado de esa extraña Liturgia, hubiera acabado en todos los lugares con las antiguas formas de los oficios romanos y hubiera quebrado el nexo que unía a los siglos de la antigüedad con los tiempos modernos.

Publicación de las Rúbricas

Es necesario subrayar aquí un hecho de singular importancia que marca el final del siglo XV y el inicio del XVI: la publicación definitiva del conjunto de ritos y observancias sagradas conocido bajo el apelativo de “Rúbricas” (porque escritas en rojo- rubrum). Se trata de un conjunto admirable de leyes a la vez misteriosas y racionales. Solo un espíritu que ha perdido el sentimiento de la fe o el gusto por las cosas serias puede despreciarlas. ¡Y cuanto hemos tenido que soportar en este sentido en los últimos 40 años del post-Concilio! ¡Especialmente en los Seminarios!

Las rúbricas, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, ya habían sido recogidas en los “Ordenamientos Romanos” para uso de la Capilla Papal. Faltaba una compilación al alcance de todos los sacerdotes que recogiese las particularidades de esos ordenamientos y todo aquello que había sido trasmitido por la tradición oral.

Esa obra la llevó a término por vez primera el Maestro de Ceremonias de la catedral de Estrasburgo, Jean Burchard y completada por Paris de Grassi.

Sin esos dos hombres, que cierran el siglo XV y reabren el XVI, todo el pasado litúrgico de Roma hubiera corrido el riesgo de perderse, en un tiempo en el que el afán de novedades impregnaba los espíritus. Burchard y Paris de Grassi fueron los personajes imprescindibles para dominar esa tendencia. Su obra, que echaba sus raíces en el pasado, tenía tal solidez que podía exentarse de la anarquía litúrgica que he tratado de describir.

Conclusiones

Para concluir este capítulo me gustaría hacer 8 consideraciones importantes para consolidar el desarrollo de la auténtica doctrina sobre la Liturgia.

1º Nunca llegará a ser una forma litúrgica perdurable aquella que ha sido compuesta para satisfacer pretendidas exigencias literarias.

2º Una reforma litúrgica para perdurar tiene que ser ejecutada no por manos doctas sino por manos piadosas.

3º En una reforma litúrgica hay que evitar el espíritu de novedad y restaurar lo que se ha podido corromper pero jamás abolirlo.

4º Reformar no es abreviar: la extensión de unos oficios no es un defecto a los ojos de aquellos que deben vivir alimentándose de la oración.

5º Leer mucho la Biblia en los oficios no es cumplir todas las obligaciones de la plegaria sacerdotal: leer no es rezar.

6º No hay que hacer distinciones entre oficio coral y privado: no hay dos oraciones que sean a la vez plegaria oficial de la Iglesia. Un sacerdote o un fiel que reza el Oficio lo está haciendo o está uniéndose a la única oración pública de toda la Iglesia.

7º No es un mal necesariamente el hecho que las reglas del servicio divino sean numerosas y complicadas, con tal que sirvan para que el clérigo aprenda con diligencia a servir al culto requerido por el Señor. Cualquiera sátira o caricatura acerca de las rúbricas es propia de hombres superficiales. La Iglesia ante tales actitudes siempre ha replicado proclamando solemnemente su amor por la belleza, unidad y armonía de los oficios litúrgicos.

8º No habrá ni punto de comparación entre la obra del presunto “reformador” Francisco de Quiñones, cardenal de Santa Cruz, editor de un nuevo oficio del todo desconocido por la tradición multisecular y la que llegará a ser la gran obra del San Pío V, la Reforma post-tridentina, que restablecerá solemnemente el antiguo oficio.

En el próximo capítulo conoceremos la obra destructiva del protestantismo y aquellos que la precedieron, punto álgido de lo que Dom Guéranger llama la “herejía antilitúrgica”…

 

 

Primeras alteraciones litúrgicas: siglos XIV-XV - 15/12/2007

Alteración de los textos

A pesar que el antiguo sustrato de la Liturgia Romana permaneció, una anarquía generalizada empezó a proliferar en el siglo XIV. La bienintencionada corrección franciscana, puramente facultativa y adoptada en múltiples lugares, fue asentando el principio según el cual cada orden y cada territorio podían gestionar la Liturgia según sus usos, costumbres, necesidades y gustos. En algunos lugares se cargó el calendario de nuevos santos con oficios más o menos correctos, de misas votivas más o menos curiosas (por los locos, para el tiempo de la matanza del cerdo, para la bendición de los quesos, por el vino nuevo...)

A la espera del nacimiento de la imprenta y de la uniformidad en las ediciones de los libros, abundaban las copias manuscritas llenas de incorrecciones. La causa de esas incorrecciones no únicamente era la ignorancia o la incuria de sus autores, se descubrían con facilidad adiciones malintencionadas, groseras e incluso supersticiosas. Tal estado de cosas lo podemos constatar por la abundancia de concilios provinciales que se lamentan de ese estado de cosas.

Muchos de esos añadidos consistían en historias apócrifas, desconocidas en siglos precedentes, incluso rechazadas por ellos, que se habían introducido en las lecturas (lecciones), las antífonas o los himnos del Oficio. Se introdujeron muchas fórmulas profanas para complacer al pueblo y se fueron sustituyendo las misas ordinarias por misas votivas como las citadas, impregnadas de supercherías pero que aportaban un sustancioso estipendio al sacerdote celebrante. Así fueron apareciendo bendiciones desconocidas en la antigüedad y colocadas furtivamente en los libros eclesiásticos por simples particulares.

En una palabra: en vez de permanecer como la regla viva y la enseñanza de la ley suprema del pueblo cristiano, la Liturgia cayó al servicio de las pasiones populares y muchísimas “ficciones”, fruto de una desmesurada imaginación, reemplazaron a los “Misterios” cristianos. Los libros corales y de altar fueron invadidos de todo eso.

Para comprender toda la dimensión de esos abusos sólo recordar la sangre fría con que el clero abría las puertas de las catedrales para celebrar la “Fiesta del Burro”, añadiendo representaciones teatrales y burlescas. Con situaciones como esa se comprometía seriamente la pureza de la Liturgia. Añadir únicamente que en el fondo, siguiendo por ese camino de degradación, la Liturgia no hacía sino seguir la misma suerte que la Iglesia. La crisis del Papado tras el pontificado de Bonifacio VIII, la estancia de los Papas en Aviñón, el gran cisma de Occidente, explican más que suficientemente los desordenes que sirvieron de pretexto a las empresas que justificaban esas alteraciones.

Alteración del canto

El canto eclesiástico no sólo se transformó en esa época, sino que estuvo a punto de perecer. Acabaron aquellos tiempos en los que, conservando intacto el repertorio gregoriano, se añadían nuevos fragmentos o composiciones con un neto carácter religioso, tomado de los modos antiguos, siempre sublimes y rescatando la belleza de las reglas consagradas a través de siglos. Así se había ido enriqueciendo el repertorio gregoriano con la intención de celebrar las solemnidades locales o acrecentar la majestuosidad de las fiestas universales.

Los siglos XIV y XV vieron como el “Discanto” (así llamado el canto que se ejecutaba en parte sobre un motivo gregoriano) absorbió e hizo desaparecer por completo toda la majestuosidad y toda la unción de los fragmentos antiguos. Y todo en aras a unas inflexiones musicales tan extrañas a la tradición como caprichosas en el gusto. La frase venerable del canto gregoriano sucumbía a los esfuerzos de cientos de músicos profanos que no buscaban otra cosa que innovar formas y resaltar su presunto “talento” para con los acordes y las variaciones.

Pero el Espíritu Santo no escogió en vano a San Gregorio Magno para suscitar las melodías católicas. Su obra, reminiscencia inspirada y sublime de la música antigua, debía acompañar a la Iglesia hasta el final de los tiempos. Fue necesario pues que la voz de la Sede Apostólica se hiciera sentir y que una reprobación solemne fuese lanzada contra los innovadores que pretendían dar una expresión humana y terrenal a los suspiros celestes de la Iglesia de Cristo…

Y llegó la famosa Bula de Juan XXII, dada en 1322, y de nombre “Docta Sanctorum”. En ella se hace una magnífica definición del canto eclesiástico que la Iglesia quiere y desea. Un canto en el que “la gravedad modesta de la salmodia hará escuchar una apacible modulación… (…) sobre un tono pleno y con una gradación distinta en los modos, a fin que esta variedad una y que esta plenitud de armonía sea agradable.”

Seguidamente la Bula arremete contra los “innovadores de espíritu lascivo que se deleitan en modos lascivos o al menos se rebajan a escucharlos frecuentemente”. Prohibiendo acto seguido la ejecución de esos estilos en las Horas Canónicas y en la celebración de Misas Solemnes.

Veremos más adelante, la serie de esfuerzos que hicieron los Romanos Pontífices por la mejora del canto eclesiástico durante la época de la Gran Reforma Católica del siglo XVI. Aquella fue precedida de muchas tentativas infructuosas pero que atestiguan el malestar que se vivía en tantos lugares…

Visión de conjunto y juicio de valor

Desde el siglo XVIII se puso de moda vilipendiar la Edad Media, presentándola como una época de barbarie; hoy en día, y muy felizmente a partir de muchos historiadores como la francesa Regine Pernoud, parece que va arraigando la opinión según la cual hay que exaltar esos siglos como los “siglos de la luminosidad católica”. Yo personalmente me felicito por este progreso. Creo que cuando se avance en la perspectiva de los siglos posteriores, cada vez más los historiadores europeos se convencerán que a pesar de las miserias que tuvieron, fruto de la ignorancia y la superstición, el valor de lo que nos aportaron, los sitúan en un lugar infinitamente superior al de los siglos que les siguieron, degradados por el racionalismo y las doctrinas materialistas.

A los que sois más jóvenes o menos dados a los ensayos históricos y no conocéis los textos de la Pernoud os recomiendo para estos días de Navidad, la lectura de uno de sus libros: “¿Qué es la Edad  Media?” publicado por Magisterio Español o bien “La mujer en la época de las catedrales” publicado por Ed. Andrés Bello, y que podéis encontrar en cualquier librería. Ambos os descubrirán un mundo maravilloso lleno de luz y de ideales.

 

 

El apogeo litúrgico del siglo XIII - 08/12/2007

Aunque el Papa San Gregorio VII había reformado los libros del Oficio Divino para la Capilla Papal, reforma que sería imitada y seguida por la mayoría de iglesias de Roma, ni él ni sus sucesores exigieron a las diversas Iglesias de Occidente que reformasen sus libros en concordancia con la reforma romana. Comenzó a reinar una confusión que se incrementaba debido al oficio de los santos que se añadían por todas partes al antiguo calendario: ese estado de cosas, unido a la pervivencia de unos usos litúrgicos precedentes que aunque minoritarios, amenazaban con romper la unidad litúrgica en el patriarcado de Occidente, al menos en lo que al Oficio Divino (Horas Canónicas) se refiere. Tenemos que recordar que el Sacramentario gregoriano, que pronto iba a cambiar su nombre por el de “Misal Romano”, había permanecido generalmente intacto.

Los franciscanos propagan el Breviario de Gregorio VII

A la espera de las rigurosas medidas que no iban a imponerse sino en el siglo XVI, era de desear que aquel Breviario de la Capilla Papal que había ido imponiéndose por todas las iglesias de Roma salvo en Letrán, se extendiese de facto o de iure (de hecho o por derecho) en el resto de Occidente.

San Francisco de Asís impuso a sus hijos guardar una inviolable fidelidad a la Iglesia Romana, ordenando que observaran en todo el orden del oficio seguido por aquella que es Madre y Maestra de todas las Iglesias.

Eso sucedía en 1210, por lo cual resultaba natural que los franciscanos preguntaran a Roma cual era el Oficio que debían seguir. Roma pidió guardasen y observasen el Oficio de la Capilla Papal y de las diversas iglesias de la Ciudad Eterna.

Así pues, fue el Breviario de Gregorio VII el seguido por los hermanos menores desde el inicio. Ellos titulaban sus libros: “secundum consuetudinem Romanae Curae” (según la costumbre de la Corte Romana).

Además este Oficio, más corto que el antiguo, y por lo cual susceptible de ser trascrito con un coste menor y mucho más cómodo de llevar consigo durante los viajes, fue preferido desde un primer momento.

La propagación de la Orden Franciscana por toda Europa hizo conocer en todos los lugares esa nueva forma de recitación del Oficio. Fue debido a su influencia que los breviarios de todas o casi todas las iglesias de Europa, escritos o impresos desde el siglo XIV hasta la primera mitad del XVI (cuando la Bula de San Pio V reguló finalmente el Oficio) seguían el orden abreviado de Gregorio VII y no los usos anteriores.

Fijación de la Liturgia dominicana

Los frailes predicadores que Dios dio a su Iglesia por el ministerio de Santo Domingo de Guzmán, algunos años antes que los frailes menores franciscanos, merecen un lugar distinguido en los anales de la Liturgia.

Fundados y muy pronto establecidos en Paris por obra del rey San Luis, en el ilustre convento de la rue Saint Jacques (de aquí que se conocieran como los “jacobinos”) observaron unos usos litúrgicos a los que permanecieron fieles que nos permiten conocer cuales eran los de las Iglesias de Francia y en particular de la Iglesia de Paris en el siglo XIII.

Para la Misa, los dominicos conservaron (por lo menos hasta la reforma conciliar del Vaticano II) muchos ritos y oraciones que ya se encontraban en los misales franceses en el periodo que va desde el siglo XIII al XV: el texto del misal es el romano puro, salvo algunas pequeñas diferencias.

En cuanto al Breviario, fue compilado y editado en el convento de Paris por fray Humberto de Romans el año 1253, más tarde general de la Orden. A excepción de las fiestas de la Orden y de algunos pocos ritos, todo lo que parece sobreañadido al breviario romano se encuentra en el antiguo oficio parisino. Los oficios de los santos de la orden en el breviario dominico poseen una prosa mesurada y rítmica, como los franciscanos; pero el acento triunfal y el lenguaje pomposo que utilizan y que son su principal característica, contrasta de una manera visible con la extrema simplicidad de los oficios franciscanos.

Hay que alabar que el breviario dominico se haya defendido durante siglos del espíritu de innovación y que haya conservado su carácter de inspiración litúrgica en la composición que las fiestas de los nuevos santos iban exigiendo. Los oficios de San Pio V, de Santa Rosa de Lima, de San Luis Bertrand, de Santa Catalina de Ricci, están teñidos del mismo estilo del siglo XIII de la misma manera que los santos más antiguos del repertorio dominico.

Además, el Oficio del Rosario, elaborado de manera más tardía, muestra que esta Orden supo conservar sus tradiciones ilustres.

El oficio de Corpus Christi

El siglo XIII fue escenario de un acontecimiento litúrgico de una magnitud irrepetible: la institución de la fiesta de Corpus Christi. Ninguna de las fiestas universales establecidas por la Iglesia en siglos posteriores fue instaurada con las características con que Roma lo quiso para la fiesta del Santísimo Sacramento: una fiesta en jueves, de precepto y con octava. Podemos afirmar que fue con esta solemnidad y en este siglo, que el año cristiano recibió su complemento al menos en cuanto se refiere a las grandes líneas del calendario.

Esta festividad, tan estimada por toda la catolicidad, fue establecida para ser un solemne testimonio de la fe de la Iglesia en el augusto misterio de la Eucaristía.

La herejía de Berengario de Tours, desde el siglo XI, había hecho necesario una especie de “resarcimiento litúrgico” a favor de la fe en la presencia real: el rito de la elevación de la hostia y el cáliz, para ser adorados por el pueblo, inmediatamente después de la consagración. Este signo litúrgico arraigó rápidamente y tuvo una gran difusión.

En el siglo XIII, se elaboran nuevos ataques contra este dogma capital de una religión fundada en el misterio del Verbo encarnado para unirse a la naturaleza humana. Aparecían los precursores de los “sacramentarios”, nombre dado en el siglo XVI a todos aquellos reformados que en el Sacramento de la Eucaristía solo veían un “símbolo sin realidad”.

Los valdenses y los cátaros albigenses prepararían el camino a Wicleff y a Juan Huss, todos ellos precursores de Lutero y Calvino.

Era pues tiempo de que la Iglesia hiciera resonar su voz: la fiesta de Corpus Christi fue decretada por el Papa Urbano IV en 1264. Y no únicamente una fiesta de primer orden fue añadida a las fiestas instituidas por los Apóstoles, sino una procesión espléndida, en la cual debe llevarse el Cuerpo del Señor con todo fasto y pompa. Esta procesión no tardaría en igualar y en cierta manera superar a la procesión del Domingo de Ramos y a la de Rogativas.

Para celebrar un tan grande misterio era necesario componer un nuevo Oficio que respondiese al entusiasmo de la Iglesia y a la grandeza del tema. La Liturgia no decepcionó en nada las esperanzas que el pueblo cristiano había depositado en la Iglesia.

Aquello que llama la atención en este Oficio (tanto en la Misa “Cibavit eos” como en el Breviario) compuesto por Santo Tomás de Aquino es la forma majestuosamente escolástica que presenta. Cada uno de los responsorios de Maitines está compuesto de dos sentencias, sacadas uno del Antiguo y otra del Nuevo Testamento, como si ambas Alianzas diesen testimonio de una misma fe, preanunciada y realizada. Esta idea grandiosa es una novedad con respecto a las composiciones de San Gregorio y de los otros autores litúrgicos de la Antigua Liturgia.

Todo el genio metódico del siglo XIII aparece en la prosa “Lauda Sion”, obra asombrosa de Santo Tomás. Es aquí que la grandísima altura de la escolástica, filosofía no desencarnada y troncada como las filosofías modernas, sino completa y totalizante como ninguna, ha sabido adaptarse sin dificultad al ritmo y a las cadencias de la lengua latina. Nunca jamás se pudo conseguir una exposición teológicamente tan fiel y precisa de un dogma aparentemente tan abstracto, convirtiéndolo en cercano, dulce y fuente de alimento espiritual para los corazones de los fieles. ¡Qué majestad en el inicio de este poema sublime! ¡Qué manera más delicada de exponer la fe de la Iglesia! ¡Con qué gracia y naturalidad son recordadas, al final, las figuras de la Antigua Ley que anunciaban el Pan Angélico, el Cordero Pascual y el Maná!

De esta manera se verifica la tesis que anteriormente había establecido: que todo sentimiento de orden doctrinal se resuelve siempre en armonía. En santo Tomás de Aquino, el más perfecto de los escolásticos del siglo XIII, encontramos el poeta más sublime.

Tenemos una producción litúrgica perteneciente a la misma época y de la cual podemos hacer la misma apreciación: la secuencia “Dies Irae”.

Los autores no se ponen de acuerdo sobre el nombre del poeta inspirado que dotó a la cristiandad de este cántico a la vez tan tierno y tan sombrío, que acompañó a la Liturgia de la Iglesia durante siglos hasta su supresión en la reforma litúrgica del 69, relegándolo como un himno “ad líbitum” para la Liturgia de las Horas de la semana XXXIV del tiempo ordinario.

Esta incomprensible supresión y el abandono de la lengua latina en la liturgia han hecho que ambas composiciones cayeran en el olvido, como por otra parte toda la riqueza poética y musical de la Misa “Cibavit eos” de Corpus Christi, según la opinión de tantos historiadores litúrgicos, compuesta con una asistencia especial del Espíritu Santo.

La supresión civil del jueves festivo en muchísimos lugares, de alto carácter simbólico, el deslucimiento y posterior supresión de la Procesión de Corpus en tantos otros, unido todo ello al olvido del Oficio latino compuesto por Santo Tomás (y sustituido por cuatro cantos machaconamente horribles como “No podemos caminar” y “Una Espiga” en castellano o “El vespre abans” o “Hem begut, Senyor, la teva copa”) han hecho de la fiesta de Corpus algo falto de belleza musical y poética, algo que toque los corazones sensiblemente, más allá de lo estrictamente doctrinal, por otra parte tantas veces rebajado y desvirtuado.

 

 

Preludio del gran apogeo litúrgico: siglos XI y XII – 01/12/2007

San Gregorio VII no debería aparecer solamente en la historia como el celoso propagador de la liturgia romana. Sus trabajos tuvieron por objeto también la reducción y simplificación del Oficio Divino, de las llamadas Horas Canónicas.

Los grandes asuntos que un Papa debía tratar en el siglo XI, los infinitos detalles administrativos a los que debía atender, no le permitían conciliar la asistencia a los largos oficios corales en uso durante los siglos precedentes, con los deberes de una tan gran solicitud.

San Gregorio VII abrevió el orden de oraciones y simplificó la Liturgia a usar en la corte romana. Desde entonces el Oficio pasó a ser lo que era al final del siglo XI. El Breviario (o Abreviado) de San Gregorio VII era conforme a aquel que perduró hasta la reforma de Pablo VI, cuando este paso a denominarse Liturgia de las Horas.

La reducción del oficio divino, llevada a término por Gregorio VII estaba destinada únicamente a la sola capilla del Papa: poco a poco se fue extendiendo a todas las iglesias de Roma. La basílica de Letrán fue la única que no admitió tal uso. Las Iglesias del resto de Occidente permanecieron ajenas a esta innovación. El asunto llegó hasta el punto que muchísimas iglesias en Francia, por ejemplo, y en otras provincias de la Cristiandad, observaban una liturgia (la de las Horas Canónicas) más directamente relacionada con aquella de San Gregorio Magno que con la nueva que Gregorio VII había inaugurado en Roma. De todos modos, todo lo que contenía esta última se encontraba en la antigua, ya que era una abreviación (breviario).

Influencia de la Capilla Real de Paris

Entre las Iglesias de Europa, la Iglesia de Francia ocupaba un lugar destacadísimo debido a la fecundidad de su genio litúrgico y la belleza de sus cantos. En el seno de ella, la Iglesia de Paris, en esa época, poseía y merecía una superioridad incontestable.

Una de las causas que mantuvieron a la Liturgia romano-parisina en ese estado floreciente, fue la influencia de la corte de los Reyes del momento, en cuya capilla se oficiaba con una pompa y una devoción maravillosas. Carlomagno, Luis el Piadoso, Carlos el Calvo, tuvieron todos ellos, dignos sucesores de su celo por los oficios divinos en los reyes de la tercera generación. En cabeza destacaremos las figuras de Roberto el Piadoso y del rey San Luis.

Roberto el Piadoso, asiduo a los oficios y aún si cabe más celoso que Carlomagno, se mezclaba con los chantres (cantores), revestido de su capa y con el cetro en mano. El siglo XI, tan ilustre por la reedificación de tantas iglesias catedrales y abaciales, se abrió bajo los auspicios de este piadoso rey, que fundó en persona 14 monasterios y 7 iglesias. Como era un gran amante del canto eclesiástico, se aplicó a componer muchas piezas de melodía suave y mística…

Tal fue el modo de propagación que empleó Roberto el Piadoso con los cantos que le gustaban, que los hacía ejecutar en la capilla de su palacio, en la Abadía de Saint Denis o en la catedral y de allí pasaban a otras catedrales.

Influencia de la orden benedictina

Para comprender la influencia que adquirió la orden de san Benito desde el siglo VIII al XII, solo hace falta recordar que todos los lugares de influencia de la Iglesia estaban ocupados por ellos, que a la vez eran los únicos depositarios de la ciencia y las tradiciones. Benedictinos fueron San Gregorio Magno, San Bonifacio IV, San Agatón, San León III, San Pascual I, San León IV, San León IX, Alejandro II, San Gregorio VII, Urbano II, Pascual II, Calixto II e Inocencio IV. Asimismo dieron a la Iglesia, doctores sobre la Liturgia y sobre todo género de doctrina.

De esta manera sucedió que muchos de los usos benedictinos acabaron siendo usos de la Iglesia Romana. Así las antífonas “Salve Regina” o “Alma Redemptoris Mater”, el uso de himnos y secuencias; la aspersión y procesión, los domingos antes de la Misa Mayor; todos estos usos, y muchos otros, tienen un origen monástico.

Y como sabemos, por poner un ejemplo, la conmemoración de “Todos los Fieles Difuntos”, el día 2 de noviembre, pasó desde la Abadía de Cluny, donde fue instituido por San Odilón, a toda la Iglesia de Occidente; así como la costumbre de cantar el himno “Veni Creador” a Tercia durante la octava de Pentecostés…(hoy desaparecida).

Principios de San Bernardo acerca la composición litúrgica

“En una augusta solemnidad, no conviene hacer escuchar cosas nuevas o ligeras de autoridad; son necesarias palabras auténticas, antiguas, propias para edificar y llenas de gravedad eclesiástica”

“Si la cuestión lo exigiese, si fuese necesario emplear algo nuevo, me parece llegado este caso, que la dignidad de la elocución, junto con la del autor, convierta las palabras tan agradables como útiles a los oyentes. Que la frase pues, resplandezca por su verdad, haga sentir la justicia, persuada en la humildad, enseña la equidad; que haga nacer la luz de la verdad en los corazones; que reforme las costumbres, crucifique los vicios, inflame el amor y regule los sentidos.”

“Y si se trata del canto, que sea lleno de gravedad, que se aleje tanto de la molicie como de la rusticidad. Que sea suave, sin ser ligero; dulce al oído, para tocar los corazones. Que disipe la tristeza, calme la cólera, que en vez de apagar el sentido de las palabras, las fecunde; pues no es poco detrimento de la gracia espiritual el ser conducido desde la degustación del sentido a la frivolidad del canto, de dedicarse a producir sonidos hábiles más que dedicarse a penetrar las cosas por ellas mismas” (Carta de San Bernardo a Guy, abad de Montier-Ramey)

No creo precisamente que hayan sido estas las indicaciones y directrices seguidas a lo largo de los últimos 40 años. Sin duda no ha sido este el espíritu con el que se han introducido la mayoría de las composiciones del repertorio musical actual en la liturgia católica occidental.

De la gran crisis en la que se encuentra sumida la música sacra católica dan buena cuenta las numerosas intervenciones que la Congregación para el Culto Divino y los Sacramentos ha realizado en los últimos años.

Composiciones provenientes de ambientes profanos (algunas de ellas adaptación de bandas sonoras de películas de éxito, o de grupos famosos en boga) o de tradiciones ajenas a la católica (espirituales negros, himnarios luteranos) o simplemente introducción de canciones de protesta política o de cantautores sociales han empobrecido terriblemente el patrimonio musical de la Liturgia.

Si a ello añadimos la introducción de instrumentos musicales étnicos, guitarras e instrumentos de percusión y baterías, el resultado no nos puede dar un panorama más desolador.

Y aún cuando escuchamos sonar algún órgano, las piezas son tan banales y reiterativas (siempre las mismas corales de Bach, algún "Carol Christmas" inglés, incluso el God Save the Queen) que echamos en falta una buena cultura organística religiosa católica: ¿quién interpreta con asiduidad y soltura los grandes maestros hispánicos del Renacimiento?

En nuestras latitudes, otrora tan amantes del gregoriano y la polifonía clásica: ¿quiénes se esfuerzan en conservar el canto gregoriano e implementar su repertorio polifónico? ¿En qué lugares se interpreta la Semana Santa de Tomás Luis de Vitoria o de Cristobal de Morales? ¿Dónde se canta alguna Misa de Palestrina ?

¿Y esas Misas Pontificalis o "Te Deum Laudamus" de Perosi, o la sencillísima " Misa de Pio X" de Vilaseca que conocían y cantaban todas las parroquias de solera de Cataluña?

Resultan consoladoras las palabras que el Santo Padre Benedicto XVI dirigió este octubre a los miembros del Pontificio Instituto de Música Sacra (cuyo órgano por cierto ha sido restaurado con la contribución de la Generalitat de Catalunya, debido a las gestiones sabiamente realizadas por Mons. Valentí Miserachs) y que os proponemos.

¡Ojalá se den los pasos acertados y decididos en el buen camino! ¡Ojalá podamos contemplar un renacimiento de la Música Sacra Católica en nuestras parroquias y monasterios!

 

 

Abolición de la liturgia hispánica - 24/11/2007

Un gran acontecimiento litúrgico señala la época que trato en este capítulo: la Liturgia hispana (gótica o mozárabe) sucumbe en España bajo los esfuerzos del Papa Gregorio VII de la misma manera que la Liturgia galicana había sucumbido en Francia por la fuerza de los golpes asestados por Carlomagno.

Había llegado el tiempo pues, en el que la España cristiana volviese a contar en el panorama de la gran unidad europea. La celebración del Sacrificio difería tan enormemente en las formas, que llamaba la atención del pueblo fiel; los cantos eran totalmente diversos. Por otra parte la herejía había confiado encontrar apoyo en las palabras de una Liturgia en la que nadie podía garantizar la pureza, ya que emanaba de una autoridad que no vinculaba a la infalibilidad. ( Véase el problema de la herejía adopcionista de Elipando de Toledo secundada por Félix de Urgel).

Romanización de Cataluña

Podemos elaborar un recto juicio en base a lo que aconteció en Barcelona. Ocupada por los musulmanes tras la conquista de la Peninsula en 711, Barcelona es reconquistada el año 801 por las tropas carolingias que fundaran con ella y los otros territorios al norte del LLobregat la llamada Marca Hispánica. Esta Iglesia adopta la Liturgia Romana que es calificada en aquel momento de “galicana”. Este particular explica el hecho de que durante toda la Edad Media en España se conociera con ese nombre a la liturgia romana. Pero no toda Cataluña era feudataria del imperio carolingio y la liturgia gótica original reinaba en muchos sitios. Sin embargo en el año 1068 fue abolida para siempre por el celo del cardenal Hugo Le Blanc, legado del Papa Alejandro II. En un concilio celebrado en Barcelona se consumó esa medida. La Iglesia de Barcelona debe ese gran acontecimiento bienhechor al gran celo de la princesa Adelmodis, esposa del conde de Barcelona, Ramón Berenguer. Ella era francesa, y todas las crónicas  de su tiempo convienen en presentarla como una princesa de gran carácter. Su autoridad, combinada con la del legado papal, decidió el triunfo de la Liturgia romana en Cataluña.

Romanización de Aragón

El año 1063 en un concilio celebrado en Jaca se da cuenta de un decreto prescribiendo que a partir de ese momento ya no se celebrase a la manera “gótica” sino romana. La historia no nos describe cuáles fueron las causas directas que propiciaron esa medida: sin duda la influencia de Roma debió tener un gran peso.

Sabemos que el ilustre sucesor de Alejandro II, el papa Gregorio VII, nada más subió al solio pontificio determinó culminar la victoria de la Iglesia Romana sobre la liturgia hispánica. En una carta que dirige a Sancho I  de Aragón en el año 1074, felicita a este príncipe cristiano por su celo por los usos romanos, en términos tan expresivos, que muestran con claridad el fondo de las disposiciones sobre el importante tema que nos ocupa: “HaciéndoNos participe de vuestro celo y de las órdenes que habéis dado para establecer el Oficio siguiendo el Ordo romano en los lugares de vuestra dominación, os dais a conocer como hijo de la Iglesia Romana; estáis demostrando que tenéis con Nos el mismo espíritu de concordia y amistad que antaño los reyes de España mantuvieron con los Romanos Pontífices. Sed pues constante y mostrad firme esperanza en acabar esta obra que habéis comenzado”.

Romanización de Castilla y León, y de Navarra

El mismo año 1074, el Papa Gregorio VII escribe al rey de Castilla y León así como al rey de Navarra: “Gregorio, obispo, siervo de los siervos de Dios, a Alfonso y Sancho, reyes de España y a los obispos de sus Estados….os exhorto a recibir el Oficio de esta Santa Iglesia Romana y no el de Toledo o de cualquier otra Iglesia”.

Con la intención de urgir más si cabe la eficacia de sus deseos, San Gregorio VII envía un Legado a las Iglesias de España, y escoge para esta misión a Ricardo, abad de San Víctor de Marsella que viajó dos veces a España para cumplir ese encargo. Finalmente en un Concilio celebrado en Burgos en 1085, el Legado, recibiendo apoyo de la autoridad del rey Alfonso VI, promulgó solemnemente la abolición de la Liturgia Gótica, llamada también mozárabe, en todos los reinos sometidos a ese príncipe.

El 25 de mayo de 1085, Alfonso VI entra victorioso en Toledo, y  pone de su parte todos los desvelos inimaginables para restablecer la altísima dignidad de la Iglesia de esa ilustre ciudad. Pero el príncipe cristiano encontró grandes dificultades en su proyecto de abolir el rito mozárabe en Toledo; el clero y el pueblo se sentían forzados contra su conciencia y voluntad a aceptar un Oficio para ellos extraño. El rey acabó forzando la observancia del rito romano, muy presionado por la reina Constanza que era de procedencia franca, surgiendo entre el pueblo el dicho: “Quod volunt reges, vadunt leges” (Las leyes van por donde quieren los reyes)

Únicamente en  algunos humildes santuarios toledanos fue tolerado el venerable rito hispano en reconocimiento a los cristianos mozárabes de esa ciudad que durante tantos siglos conservaron su fe a costa de onerosos impuestos y humillaciones por parte de los sarracenos.

Restauración del rito hispano en Toledo

Pero la Providencia no quiso que la Iglesia de España perdiera para siempre el recuerdo de sus antiguas glorias góticas. Cuando el peligro pasó, cuando España fue liberada por entero del yugo sarraceno y unida a la sociedad europea, cuando mereció con justo título el apelativo de “Reino Católico”, lo que no había acaecido en ninguna otra nación, acaeció en ella: el pasado fue exhumado del polvo, y Toledo se regocijó viendo celebrar de nuevo los augustos misterios según los libros de los santos Isidoro, Leandro y Eugenio. Esa gran personalidad, no sólo de España sino de la humanidad entera, que fue el gran cardenal Francisco Ximénez de Cisneros, arzobispo de Toledo, recogió con gran amor los débiles restos de la liturgia mozárabe, que bajo la tolerancia de los reyes de Castilla habían subsistido, los hizo codificar e imprimir (el canónigo Ortiz fue el compilador) y asignó una capilla de la Catedral, la de Corpus Christi y  seis parroquias de la ciudad para su celebración. Y con el fin de convertir en legítima esa restauración, Cisneros dirige su petición y súplica al Papa Julio II, que con dos bulas instituyó canónicamente el rito gótico (hispánico) en dichas iglesias.

Conclusión: la unidad prima sobre la diversidad

Algunos espíritus superficiales llegados a este punto podrían creer que Julio II entró en contradicción con San Gregorio VII. Si así concluyeran no habrían entendido las diversas razones que dictaron la conducta  de estos dos Pontífices.

La unidad, con todas sus consecuencias, es el más alto bien para la Iglesia; su desarrollo, sus bienhechoras influencias por el bien de la humanidad, la conservación del depósito de la fe, son sus objetivos. Y aunque la belleza de ciertas plegarias son un bien, este no puede ser un bien que entre en contradicción con las necesidades generales de la Iglesia. Bajo la influencia de estas ideas obra Gregorio VII.

Pero por otro lado, cuando la unidad está salvada, nada impide que se den cumplimiento a los legítimos deseos que ya no pueden poner en peligro el bien superior. En las seis iglesias y en la Capilla del Corpus Christi de Toledo, donde el rito ha sido relegado, la liturgia hispánica no es obstáculo para que España permanezca unida al resto de la catolicidad. En el mismo Toledo, la liturgia romana, lejos de ser oscurecida con las sombras del rito hispano, es más bien realzada y puesta en relieve.

Roma nunca ha tenido miedo de la antigüedad: esta es el más firme fundamento de sus derechos, así como de los de toda la Iglesia de la que Roma es la piedra fundamental. Ella se alegra viendo como los ritos ambrosiano e hispano permanecen en pie, como dos monumentos de la edad primitiva del cristianismo.

 

 

Abolición de la liturgia galicana – 17/11/2007

Antes de estos capítulos dedicados a las Liturgias hermanas de la Liturgia Romana, tanto occidentales (ambrosiana, galicana e hispana) como orientales, nos habíamos situado en aquel momento en el que la Liturgia Romana, tras pasar por las manos de San Gregorio Magno, preludiaba sus futuras conquistas con su pacífica introducción en las nuevas Iglesias que los hijos de San Benito fundaban de día en día en Gran Bretaña, Alemania y los reinos del norte de Europa.

Ahora se nos presenta un espectáculo nuevo a nuestra consideración. Una gran Iglesia, que había permanecido ortodoxa desde sus orígenes, la Iglesia Galicana, provista de una liturgia nacional, elaborada por los más santos doctores, pura de todo error, RENUNCIA A ESTA LITURGIA Y ABRAZA LA DE ROMA, a fin de estrechar los lazos que la unen a la Madre y Maestra de todas las Iglesias y asegurar de este modo, en su propio seno, la perpetuidad de una inviolable ortodoxia.

Soberanía temporal de los Papas y liturgia francesa

Francia debe este hecho benéfico a sus grandes jefes, Pepino el Breve y Carlomagno. Pero hay que subrayar que el clero secundó con celo y franca sinceridad, las pías intenciones de sus soberanos.

La raza carolingia había sido destinada por la Providencia para rendir a la sociedad cristiana el mayor de todos los servicios, fundando la independencia temporal de los Romanos Pontífices y prestando el adecuado apoyo de la fuerza pública a la reforma del clero.

La violencia de los Longobardos (Lombardos) que los emperadores de Oriente ya no podían reprimir forzaron a los Papas a buscar el apoyo de los Francos que siempre habían permanecido fieles a la Sede Apostólica y que parecían encontrarse preparados para llevar a cabo, de común acuerdo con la Iglesia, la alta misión de organizar un nuevo imperio romano…Pepino el Breve se encontraba a la altura de esa misión. Acogió la petición de auxilio de Esteban II, oprimido por los Longobardos, y le envió la delegación encabezada por el obispo de Metz para acogerlo. Entrado en Francia y después de haber recibido todos los honores, trató con Pepino no únicamente los temas concernientes a la libertad y la defensa de la Iglesia de Roma contra los Longobardos, sino también sobre las necesidades presentes de la Iglesia de Francia. El Papa pidió al rey, como signo de la fe que unía Francia con la Sede Apostólica, secundar los esfuerzos por introducir en ese reino los Oficios de la Iglesia Romana, dejando de lado la Liturgia Galicana. El rey secundó ese deseo, tan conforme a la franca ortodoxia de su corazón, y los clérigos del cortejo del Papa Esteban dieron a los chantres franceses (cantores capitulares), lecciones sobre la manera de celebrar los oficios.

Las capitulaciones establecidas en Aquisgrán (Aix-la- Chapelle/ Aachen) expresan el acto soberano por medio del cual Pepino el Breve suprime el oficio galicano: “en vistas a una mayor unión con la Iglesia romana, y a fin de establecer, en la Iglesia de Dios, una pacífica concordia”.

Después de haber obtenido este importante triunfo a favor de la unidad litúrgica, el Papa Esteban volvió a cruzar los Alpes y, pocos meses después el Abad de Montecassino depuso sobre el Altar de la Confesión de San Pedro las llaves de las veintidós ciudades que Pepino arrancó a los Longobardos. De esta manera, el poder temporal de los Romanos Pontífices comenzó al mismo tiempo que comenzaba el reino de la Liturgia Romana entre los francos.

Más tarde un monje de Saint-Gall (en Helvetia- Suiza) nos refiere en una crónica que el Papa Esteban satisfaciendo el deseo de Pepino, le envió doce cantores que, como doce apóstoles, debían establecer en la Galia las sanas tradiciones del canto gregoriano.

Carlomagno y la liturgia

Y llegó finalmente Carlomagno. No es mi misión describir en la presente obra, la grandeza, el genio y el sublime empleo que Carlomagno supo dar a esa grandeza y genio; pero es necesario subrayar algunos hechos de su vida, tomados en la perspectiva de los acontecimientos que nos aquí nos ocupan.

Todo el mundo es sabedor del amor filial que Carlomagno tributaba al Papa San Adrián que accedió al pontificado el año 722. Nada más accedió a la cátedra de San Pedro, este expresó al rey Carlos sus vivos deseos de que este imitara los ejemplos de Pepino en la propagación de la Liturgia Romana. Este a su vez, vivió casi como si de una misión providencial se tratase, ese empeño con escrupuloso tiento. En la Pascua del año 787 en Roma, fue testigo de una disputa entre los cantores romanos y franceses, defendiendo estos la pureza de sus interpretaciones respecto a las romanas. Estos últimos, al contrario, apoyados en el interrumpido uso de los Antifonarios de San Gregorio, se reían de la ignorancia y la barbarie de los cantores francos. Llegados a ese punto el rey replicó: “Volvamos a la fuente de San Gregorio, pues resulta evidente que (dirigiéndose a los francos) habéis corrompido el canto eclesiástico”.

Queriendo pues remediar con presteza este obstáculo, Carlomagno pidió al Papa les enviase hábiles cantores que pudiesen orientar a los franceses en la dirección de las santas tradiciones. San Adrián les envió a Teodoro y Benito, educados en la escuela de canto fundada por el mismo San Gregorio, acompañado de los Antifonarios del mismo, con notas marginales escritas por Adrian siguiendo la notación romana.

Carlomagno situó uno de esos chantres en Metz y el otro en Soissons, y dio orden de que todos los antifonarios del reino fueran corregidos en Metz y que a la vez allí se aprendieran las verdaderas reglas del canto. Así, fueron rectificados los antifonarios que cada uno había corrompido según su ingenio y capricho, añadiendo o eliminando, sin regla ni autoridad. A partir de ese instante todos los cantores francos aprendieron la “nota romana” que después fue llamada “nota franca”. Fue en Metz donde el gregoriano se elevó al más alto grado de perfección. Un cronista de Angulema (Angoulême) añade que los cantores romanos instruyeron a los francos en el arte de tocar el órgano.

La superioridad que la Escuela de Metz mantuvo a lo largo de los siglos sobre otras catedrales francas se debe esencialmente a la disciplina que San Crodegango estableció entre sus canónigos, casi de índole regular más que secular, habiéndose demostrado que los regulares tienden a conservar en mejor manera que los seculares las tradiciones del canto eclesiástico.

Pero antes de concluir digamos alguna cosa más sobre esa gran personalidad litúrgica que fue Carlomagno. Él mismo, que es el autor del himno “Veni Creador Spiritus”, asistía fielmente a los oficios tanto diurnos como nocturnos en la Capilla Palatina, no permitiéndose alzar la voz en el canto coral más allá de lo que corresponde a los laicos, y únicamente en aquellos fragmentos en el que los laicos pueden unirse al coro.

Conclusión

Concluyamos este capítulo con las siguientes observaciones:

1º En el siglo VIII, la Sede Apostólica comienza a poner en práctica el principio según el cual se presenta como necesario para las Iglesias de Occidente el hecho de abrazar la Liturgia Romana en su plenitud.

2º La Iglesia Galicana renuncia a sus usos ante los de Roma y abjura de sus tradiciones, sin duda venerables, para abrazar otras aún más sagradas.

3º El objetivo de los Papas y los Príncipes Francos en esta gran obra es estrechar los lazos de unidad, destruyendo una divergencia litúrgica juzgada por ellos como peligrosa.

4º El espíritu francés adopta de buen grado este nuevo régimen litúrgico, pero no tarda en manifestar unos movimientos que tienden a alterar en muchas cosas el depósito de la liturgia romana.

5º Aún a pesar de esa tendencia a la insurrección y a la desviación, el siglo VIII ve nacer un periodo glorioso que por espacio de casi 1000 años llevará a la Iglesia de Francia a gozar de una misma y única regla de oración con la Iglesia Romana.

P A X

 

Breve digresión sobre las liturgias orientales - 10/11/2007

Este es el último capítulo que, a manera de excursus, dedico a las liturgias hermanas de la romana, interrumpiendo el hilo conductor de este trabajo, y que no es otro que demostrar los esfuerzos de Roma a favor de la unidad litúrgica. Unidad que conlleva la unidad de la fe. Nunca tanto como en este ámbito la uniformidad es causa de unidad.

Nuestra historia de la Liturgia nos ha llevado a las puertas del siglo IX, y el progreso de ésta en la Iglesia Latina, lejos de detenerse, promete extenderse y desarrollarse en los siglos siguientes.

En la Iglesia de Oriente, al contrario, a partir del siglo IX todo parece llegar a su fin, tanto en lo referente al progreso litúrgico como a la unidad…

Sin embargo, el punto de partida de la Liturgia en el Oriente Cristiano fue imponente: se trata de las Liturgias Apostólicas. Permitidme que os refiera algo sobre ellas.

La atribuida a Santiago el Menor es la principal y la más auténtica: es la Liturgia de la Iglesia Madre de Jerusalén. Fue exclusivamente seguida por ese venerable patriarcado hasta que el Patriarcado de Constantinopla se impuso en la Ciudad Santa y éste prohibió el uso de esta Liturgia fuera del día 23 de octubre, festividad en aquel calendario de “Jacobo, el hermano del Señor”. Todos los restantes días del año deben emplearse las liturgias en uso en Constantinopla.

El patriarca melquita de Antioquia, así como todo su clero, fue obligado así mismo a partir del siglo XII como lo fue el de Jerusalén, a utilizar la Liturgia de Constantinopla. Deseo recordar el origen del apelativo “melquita”. Cuando se originó el cisma entre los católicos de Antioquia y los discípulos de Eutiques (el hereje monofisita), estos dieron a los católicos el sobrenombre de “melquitas” que significa “partidarios del rey” (del árabe melek que significa rey) porque acataron el edicto del emperador Marciano en lo que se refería a la aceptación de los cánones del Concilio de Calcedonia así como a su publicación. Durante mucho tiempo “melquita” ha sido sinónimo de ortodoxia. Desde el cisma griego paradójicamente designa a los griegos que están unidos al Patriarcado de Constantinopla.

La Iglesia de Alejandría, fundada por San Marcos, se sirvió en la antigüedad de una Liturgia que llevaba el nombre de este evangelista. Desde el siglo XII, el uso de esa liturgia fue completamente abolido en las iglesias que dependen del patriarca melquita de Alejandría. Ese patriarcado esta sometido a la liturgia constantinopolitana.

Las dos liturgias de Constantinopla

Finalmente, la sede principal de la Iglesia griega melquita, Constantinopla, que subyugó litúrgicamente a las iglesias que le fueron fieles, únicamente conoce dos Liturgias, a través de las cuales celebra le Servicio Divino durante todo el año.

La primera, llamada de San Juan Cristóstomo, sirve para todos los días salvo algunas excepciones: es la sola que contiene el orden del Oficio y las rúbricas.

La segunda, la de San Basilio, se usa únicamente para las vigilias de Navidad y Epifanía, los domingos de Cuaresma, Jueves y Sábado Santo y finalmente para la fiesta de San Basilio. Es más larga que la primera, pero no contiene ni el Ordo ni las rúbricas.

La Liturgia de Constantinopla se amplió más tarde, hacia el siglo IX bajo la nueva forma que los santos Cirilo y Metodio le confirieron para los pueblos eslavos. Esos dos valientes misioneros, hermanos tanto por el celo como por la sangre y la profesión monástica, comenzaron el apostolado entre los pueblos eslavos en las orillas del Danubio, y para facilitar sus conquistas, juzgaron útil adoptar la lengua eslava inventando un alfabeto propio. Todos los libros de la Liturgia de Constantinopla fueron traducidos en ese idioma y, bajo esa forma, están en uso en Bulgaria, Serbia, Albania, Dalmacia, y una pequeña parte de Hungría.

Consideraciones a parte merecen las liturgias copta, maronita, armenia y caldea, de tamaña complejidad que nos confundirían en nuestros presupuestos y nos alejarían de nuestro objetivo.

Baste una conclusión a manera de síntesis, con 6 puntos importantísimos:

1º Que la unidad e inmutabilidad de la Liturgia son un bien tan grande que las sectas separadas de Oriente le deben a ella el haber conservado lo que en ellas hay de cristianismo.

2ºQue esta unidad no puede tener frutos importantes sino en tanto en cuanto esta proviene de una conformidad de los usos litúrgicos de las diversas Iglesias con los de una Iglesia Madre principal.

3º Que al destruirse esa conformidad, una Iglesia así aislada, corre grandes riesgos ya que queda sin control y ya no puede hablarse de ortodoxia de hecho.

4º Que la Liturgia cae en manos de las autoridades civiles en la misma proporción que esta se separa de una autoridad eclesiástica de mayor rango.

5º Que una liturgia aislada de la Liturgia de la Iglesia Madre que estuvo en sus orígenes, se vuelve ella misma ajena a la obra de perfeccionamiento y enriquecimiento que se opera en aquella.

6º Que la Liturgia, que posee entre otras misiones, la de proteger la fe de los pueblos, de la que constituye la más alta y santa expresión, algunas veces se convierte en el instrumento maldito que desarraiga esta fe e impide a esa Iglesia separada el retorno a la unidad.

P A X

 

 

Las liturgias primitivas: Hispánica (y II ) - 03/11/2007

La primera y más importante cuestión a dilucidar es saber qué liturgia fue ejercida primitivamente en España después del establecimiento del cristianismo en este país. Muchos autores, entre los cuales se encuentra a la cabeza el P. Lebrun, sostienen que los usos de la Iglesia Romana fueron los primigenios de Hispania, y apoyan esta tesis en el hecho de la fundación de esta Iglesia por obra de los siete obispos enviados por San Pedro, los llamados “siete varones apostólicos”, y sobre algunos cánones de los antiguos concilios de España que muestran en vigor diversas prácticas idénticas a las romanas…

Se puede aún añadir el hecho que la afinidad de los usos litúrgicos tanto de Roma como de España, se encuentra enérgicamente atestado por el envío que el Papa Vigilio hizo en el año 538 al obispo de Braga, del ordinario de la Misa romana. Nunca un papa realizo una consigna similar a los patriarcas de Constantinopla o de Alejandría. Debía haber existido algún tipo de requerimiento por parte de los obispos de España a la Sede Apostólica como fuente de sus tradiciones litúrgicas; esta conjetura es tanto más cierta cuando, treinta años más tarde, vemos a un concilio en España decretar que todos los “sacerdotes deben celebrar los santos misterios en la forma dada por la Sede Apostólica al obispo de Braga”.

Ahora bien, si nos ponemos a examinar cincuenta años más tarde, la Liturgia de las Iglesias de España al estado donde la fijaron los trabajos de San Leandro y San Isidoro, no podemos dejar de impactarnos profundamente por las profundas diferencias con las costumbres de la Iglesia romana. ¿Qué pasó pues en ese intervalo?

El nombre de “visigótica” que ostenta desde un primer momento esa liturgia hispánica atesta un origen completamente diverso. Los estudiosos P. Lebrun y P. Pinius han evidenciado de manera sólida el hecho de una introducción de  ritos orientales en España por influjo de los visigodos que se enseñorearon de la península a inicios del siglo V y que fundaron un establecimiento muy sólido. Ese pueblo a través de su paso por Asia Menor abrazó el cristianismo. El famoso obispo Ulfila, que tradujo los Santos Evangelios a la lengua gótica, vivió en Constantinopla. Allí desgraciadamente asumió los errores del arrianismo que imperaba en esa capital. Pero también asumió la liturgia griega, la sola pues que conocían los pueblos godos ya que su conversión al cristianismo había acaecido en Oriente…

A partir de la consolidación del asentamiento visigótico en España observamos unas relaciones entre la Iglesia peninsular y Constantinopla hasta entonces desconocidas. San Leandro vivió varios años en Constantinopla, y fue en esa ciudad que trabó una sólida amistad con San Gregorio Magno que entonces residía en Constantinopla en calidad de Apocrisiario de la Sede Apostólica. Es a partir pues del periodo visigótico cuando la liturgia hispánica empieza a conocer una grandísima influencia de los usos litúrgicos aportados desde Oriente por los ocupantes godos…

Un gran acontecimiento decidió el triunfo absoluto de la liturgia gótica sobre la antigua: la conversión total de la nación de los godos al catolicismo, llevada a cabo a partir del III Concilio de Toledo el año 589. San Leandro que, por así decirlo, fue el autor de esa gran obra, fue al mismo tiempo el principal redactor de la Liturgia Gótica, que a partir de ese momento se convierte en la única Liturgia de España.

En resumen: España gozó al principio de una liturgia enteramente romana. Los visigodos, que eran arrianos, introdujeron en la península una liturgia a la vez oriental (bien que en lengua latina) y arriana. Pero su retorno a la ortodoxia católica, llevado a cabo por San Leandro, permitió a este extirpar lo arriano de la liturgia hispánica que más tarde se llamo “mozárabe” (nombre que designaba a los cristianos sometidos por la invasión sarracena) por ser esta la liturgia que ellos conservaron durante siglos hasta que en el siglo XI fue reconquistada Toledo, la capital del antiguo reino visigodo. Fue una liturgia única para todo el país, pero de carácter nacional.

Para más detalle y a modo de síntesis adjunto este enlace a una breve visión de conjunto sobre la liturgia hispánica a la que el montserratino P. Jordi Pinell, dedicó buena parte de sus eruditos estudios.

 

Las Liturgias Primitivas: Ambrosiana, Galicana e Hispánica  (I) – 20/10/2007

Las necesidades de la historia que escribo me obligan a suspender el relato para situar aquí algunas nociones sobre las diversas liturgias que han sido y serán nombradas diversas veces, muchas de las cuales subsisten aún. Consagro este capítulo a las Liturgias de Occidente y el siguiente a aquellas de Oriente.

La Liturgia Ambrosiana de Milán

La más antigua Liturgia de Occidente, después de la de Roma, es la Liturgia de Milán, conocida bajo el nombre de Ambrosiana. Si creyéramos a Visconti (Visconti, Jean en su “De Ritibus Missae”) el apóstol San Bernabé que es venerado por los milaneses como su evangelizador, habría dispuesto él mismo el orden de la Misa; San Merocles, obispo de la misma Iglesia, habría reglamentado la salmodia y finalmente San Ambrosio habría completado y perfeccionado el conjunto. Desafortunadamente las pruebas faltan a esta aserción, y es más fácil convenir que el origen de las formas del culto divino en la Iglesia de Milán, se confunde con los orígenes mismos del cristianismo.

Sin embargo, el nombre de Ambrosiana, atribuido siempre a la Liturgia de Milán, prueba ciertamente que un tan grande doctor como San Ambrosio, como de hecho todos los grandes obispos de la antigüedad, debió dedicarse a la corrección y al perfeccionamiento de la Liturgia de su Iglesia. Podemos atribuirle un trabajo análogo al de San Gelasio y San Gregorio en el Sacramentario Romano. También podemos atribuirle con certeza la introducción del canto alterno de la salmodia, así como un gran número de himnos recibidos con entusiasmo por muchas iglesias…

Un hecho digno de mención en la Liturgia Ambrosiana es la frecuente conformidad de este venerable rito con la liturgia romana. No únicamente el Canon es casi por entero muy parecido, sino un gran número de introitos, oraciones, epístolas y evangelios son los mismos en los Misales de las dos Iglesias. El Oficio Divino ofrece un número de semejanzas parecido. Se diría que los libros romanos hubieran sido imitados por los milaneses con una intención del todo especial. Encontramos en el Misal Ambrosiano, por ejemplo, la memoria de Santa Anastasia en la segunda Misa de Navidad, memoria que deriva de la Estación que en Roma se hace en la iglesia de esta santa. También encontramos en su Canon, la adición “Diesque nostros in tua pace disponas” que pertenece a San Gregorio.

¿Tenemos que entender esta conformidad debido a una exigencia de la Sede Apostólica que hubiera querido que la Iglesia de Milán que recaía bajo su Primacía, como por otra parte todas las de Italia, guardase usos comunes al menos en el Canon con la Iglesia Romana? ¿O estas semejanzas en los ritos y plegarias deben explicarse únicamente por una voluntaria  influencia recíproca de ambas liturgias? Es posible que ambas hipótesis encierren algo de verdad…

La Iglesia de Milán se ha mostrado a lo largo de los siglos celosa de la integridad de sus usos. Carlomagno, al concebir su designio de establecer el rito romano en todas las Iglesias de Occidente, quiso extender con rigor esa voluntad incluso en la Iglesia de Milán. Pero tuvo que recular en su empeño tanta era la veneración que se tributaba a la obra de San Ambrosio…

Mucho más tarde, en el año 1440, el cardenal Branda de Castiglione, enviado por Eugenio IV a Lombardía en calidad de Legado, concibió la idea de abolir el rito ambrosiano, hasta el punto que osó robar un Sacramentario que se atribuía a San Ambrosio en persona, y de esta manera obligar a cantar la Misa Romana el día de Navidad de aquel año en la mismísima sede de Milán. El pueblo furioso se lanzó contra el Legado amenazándole con prenderle fuego si no devolvía el Sacramentario en cuestión. El Cardenal, enfadado por esta sedición, lanzó el libro por la ventana, y acto seguido salió de la ciudad.

Cuando San Pío V, por la Bula de la que pronto hablaré, declaró exentas de la obligación de recibir los libros romanos, aquellas iglesias cuyos Breviarios se remontasen al menos a dos siglos, el rito ambrosiano fue indirecta pero seriamente reconocido para Milán y su territorio.

La Liturgia Galicana

La liturgia de Lyon es tan diferente a la romana que difícilmente podemos creer provenga de ella, más bien debemos creer que es de origen oriental. Ella misma presenta muchas analogías con los ritos orientales y si tenemos en cuenta los países de procedencia de muchos de los apóstoles evangelizadores de la Galia entenderemos ese hecho. San Trófimo, fundador de la Iglesia de Arles era discípulo de San Pablo. También allí predicó San Crescencio, de la misma manera discípulo paulino. San Ireneo y San Potino vinieron de Asia, como San Saturnino de Tolosa.

La Liturgia galicana es pues, junto a la ambrosiana, uno de los monumentos preciosos de la primera edad de la Iglesia. Trataré de narrar más adelante el relato de su desaparición por los enconados  esfuerzos de la Santa Sede y de los príncipes carolingios. Únicamente mentar la obra del ilustre Mabillón que en su obra especial “De Liturgia Galicana” ha detallado el esplendor así como ha reproducido también las mutilaciones provocadas en los libros que la contenían.

 

San Celestino y San Gelasio: los predecesores de San Gregorio Magno - 13/10/2007

En el precedente capítulo quedó claro que la obra de los Papas del siglo V iba dirigida a introducir una serie de mejoras en la Liturgia de la Iglesia de Roma que poseía ya muy asentado un cuerpo de fórmulas litúrgicas apropiado a las necesidades del culto divino.

El primero de esos Papas liturgistas del que poseemos datos es San Celestino, que comenzó su pontificado en el año 422: San Celestino estableció el canto del GRADUAL, es decir, un salmo con antífona que debía cantarse en las gradas del altar al empezar la celebración y que más tarde se conocería bajo el nombre de INTROITO. De esta manera la Misa se enriquecía de una introducción solemne, ya no comenzaría por las lecturas de las Epístolas y del Evangelio como en tiempo de San Justino…

A finales del siglo V se sienta sobre la Sede de Pedro el papa San Gelasio que no solo compuso Prefacios y Oraciones sino que publicó un “Sacramentario”, el llamado SACRAMENTARIO GELASIANO que el Pontífice compuso a partir de las fórmulas heredadas de la antigüedad a las que añadió otras de un estilo verdaderamente litúrgico.

Los trabajos de esos dos Papas hicieron del siglo V un momento brillante para la Liturgia al servicio de la cual se emplearon con celo todos los obispos en el afán de perfeccionarla.

Hacia el final del siglo VI resultaba necesario completar la obra de los siglos precedentes enriqueciéndola pero sin cambiarla de una manera fundamental es decir, como deben hacerse todos los procesos de reforma, sin incluir variaciones chocantes de las fórmulas santas que los siglos han consagrado.

San Gregorio Magno, desde el primer instante de su pontificado, emprendió la reforma de la Liturgia Romana.

Walafredo Estrabon (uno de los historiadores de San Gregorio) se expresa así en su tratado “De Rebus Ecclesiasticis”: “…el bienaventurado Gregorio tuvo el celo de reunir aquello que era conforme a la pureza original del texto, y después de abreviar aquello que era demasiado largo y aquellas cosas elaboradas sin demasiado gusto, compuso el libro llamado “De los Sacramentos”.

Ese es el origen del llamado SACRAMENTARIO GREGORIANO que junto con el Antifonario del que pronto hablaré, formará con solo pequeñas modificaciones, el MISSALE ROMANUM que llegó hasta la Reforma de San Pío V.

Gregorio restableció usos caídos en desuso, instituyó otros que le parecieron útiles y escogió de entre los ritos de las Iglesias sometidas a Roma aquellos que le pareció justo adoptar; así mismo profesa el derecho soberano que ha recibido de reprimir abusos, incluso en la sede de Constantinopla y finalmente proclama la sabia disposición, puesta en práctica muy a menudo por la Santa Sede, a imitar lo mejor que se encuentra en los usos de las diversas Iglesias. Veremos constantemente a los Papas, en los siglos sucesivos, seguir esta línea trazada.

La codificación del Canto Eclesiástico

San Gregorio emprendió también la codificación del canto eclesiástico a la melodía majestuosa del cual debía añadir un nuevo esplendor para el servicio divino.

Solo de manera superficial, pues no es este el lugar apropiado, recordar que todos los hombres cultos y doctos que han tratado del origen de la música, han reconocido en el canto gregoriano las raras y preciosas huellas del canto antiguo de los griegos del que tantas maravillas se contaban.

En efecto, esta música de un carácter grandioso y majestuoso a la par que simple y popular, arraigó en Roma desde temprana hora. La Iglesia se apropió sin muchos esfuerzos de ese manantial inagotable de melodías graves y religiosas.

San Gregorio recogió melodías existentes, corrigió muchísimas de ellas y compuso tantas otras en su Antifonario, con un trabajo análogo al que había realizado con su “Sacramentario”.

El “Antifonarium” de San Gregorio de divide en dos partes:

- uno que contiene los cantos empleados en la Misa y que aún es conocido bajo el nombre de GRADUALE

- otro llamado desde la antigüedad Responsorial conteniendo los salmos, antífonas y responsorios del Oficio Divino y que acabó llamándose ANTIFONARIUM

Para asegurarse la correcta interpretación de los cantos, el Papa instituyó una Schola Cantorum con dos casas en Roma: una en los aledaños de la Basílica de San Pedro y otra en el Palacio Patriarcal de Letrán. En este Palacio aún se conserva el lecho en el que reposaba el Santo Pontífice mientras hacía ensayar las modulaciones de los cantos así como la vara con la que amenazaba a los “pueri cantores” y un ejemplar auténtico del ANTIFONARIUM.

Entre las mayores catástrofes contempladas en los años del post-concilio es haber visto la demolición de todo el ingente trabajo que no solo San Gregorio, sino todos los Papas y muy especialmente en el siglo XX San Pío X, acometió con entusiasmo y enormes frutos no sólo musicales sino espirituales, para todo el pueblo cristiano (ver los artículos sobre el P. Altisent del 11 y 18 de agosto de 2007 en esta misma sección de “El Fiador”)

Esa demolición del canto gregoriano no se llevó a cabo únicamente en las parroquias, sino en los mismísimos monasterios benedictinos y cistercienses que, si cabe con mayor razón, estaban obligados a conservarlo y a difundirlo. Haber visto perder el gregoriano en Poblet con fútiles e inadecuadas traducciones a la lengua vernácula de las melodías del pasado y muy especialmente a Montserrat, antaño el gran faro luminoso del gregoriano en Cataluña, produce un dolor inmenso en el alma. Allí subían en otros tiempos familias enteras, y no solo en Semana Santa, para participar en los Oficios Monásticos. Hasta la hora del Canto de Vísperas permanecían la mayoría de los peregrinos para poder escuchar las hermosas cadencias que la antigüedad cristiana nos había legado. Hoy en día, el gregoriano ha desaparecido de Montserrat: únicamente se canta el Ofertorio y el Himno de Vísperas y con suerte. La salmodia compuesta en catalán en los años 60, y que se estaba haciendo popular y conocida (aunque sin la belleza del gregoriano) ha sido últimamente considerada “pasada de moda” por lo cual se ha procedido a un nuevo cambio: melodías compuestas hace 30 o 40 años se han arrinconado por otras de más novedosas. Es el culto a la novedosidad…

Lo mismo sucede en las comunidades parroquiales: la mayoría de los cantos compuestos en las décadas de los 60 y 70 están ya pasados de moda: no busquéis cantos de Espinosa, Lucien Deiss o Albert Taulé: estos son ya considerados “de otro tiempo”. Lo mismo pasa con las comunidades religiosas: adoptaron las composiciones de Domingo Cols, sus cantos de altos tonos dejaron afónicas a muchas monjas, las comunidades han menguado en número y calidad interpretativa y prácticamente el Oficio es rezado en la mayoría de ellas. Raras son las parroquias que, como esa reforma presumía, cantarían en catalán o castellano las vísperas cada domingo o en alguna festividad. Resultado final: cuatro guitarritas con cuatro cantitos ñoños y repetitivos, más azucarados si cabe que los “Dueños de mi vida” y “La puerta del Sagrario” de antaño, y un Iglesia musicalmente desolada y empobrecida en su patrimonio litúrgico.

Pero viajad por el resto de Europa y el mundo: todos los monasterios benedictinos y cistercienses casi sin excepción han recuperado el gregoriano.

En las principales catedrales de Occidente el canto gregoriano y la Polifonía Clásica vuelven a ocupar el lugar que jamás debían haber perdido. ¿Y en Barcelona? Pues ni os cuento porque es mejor no ponerse de mal humor. Si en una ocasión tan única y sacerdotal como la Misa Crismal no se canta nada digno de ser considerado digno de merito musical, imaginaos como debe ser el resto de la Semana Santa o las Misas de los domingos. En la catedral de Barcelona volvemos a tener más que bellas celebraciones, “motines de canónigos”. Eso sí, ahora en lengua comprensiblemente vernácula. Al fin y al cabo, motines son.



La Liturgia durante los siglos V y VI: primeras tentativas de unidad - 06/10/2007

El régimen de paz en el que vivía la Iglesia le permitió ir lentamente reglamentando las formas de su gobierno y de sus instituciones: nada había más urgente que tratar de buscar aquella unidad que había recibido de Cristo como ley fundamental, y gracias a la cual había podido atravesar tres siglos de persecuciones y de tempestades no menos peligrosas como las del arrianismo. El perfeccionamiento de las formas litúrgicas en el horizonte de la unidad debía ser pues un objetivo indispensable.

Debo subrayar que no me refiero a aquella unidad de las cosas esenciales al culto divino, como la materia y la forma del Sacrificio o de los Sacramentos y los ritos que les acompañan. Esa unidad ya había sido perfecta desde el origen de la Iglesia. Se trata aquí de un nuevo grado de unidad en lo que se refiere a las formas no esenciales a la validez de los Sacramentos, a la integridad del Sacrificio, en una palabra en el conjunto de ritos que expresan sea los misterios de la iniciación cristiana que el servicio de culto.

Los primeros apóstoles de las diversas iglesias habían llevado con ellos los usos de las Iglesias Madres que los enviaban. Habían completado e interpretado lo que era necesario interpretar.

Después de ellos, sus sucesores, a pesar de guardar la unidad sobre un fondo inalterable, habían añadido con mayor a menor acierto, nuevas partes a la primitiva obra con vistas a satisfacer las nuevas necesidades.

Pero esta divergencia menos sentida en la época de las persecuciones o de las luchas antiarrianas, se había convertido en un grave inconveniente en el momento en el que la Iglesia debía de ocuparse de las instituciones propias de la era de paz que se abría ante ella.

Tenemos unas admirables palabras del Papa San Siricio, de finales del siglo IV que revelan toda la gravedad de las consecuencias de una unidad observada o violada en la Liturgia: “La regla apostólica nos enseña que la confesión de los obispos debe ser una. Si pues hay una sola fe debe haber una sola tradición. Si hay una sola tradición, una sola disciplina debe ser observada en todas las iglesias. Tal es el axioma fundamental de la catolicidad: una sola fe, una sola forma de una sola fe.

La Liturgia debe ser la expresión auténtica de la fe de esta Iglesia y una definición permanente ante las controversias que se le presentaran al dogma. En una palabra, las formulas sagradas de la liturgia deben ser instrumentos para la consolidación del dogma.

Esta conclusión tan natural pertenece a un papa del siglo V, San Celestino en la carta que escribe a los obispos de la Galia en su lucha contra el error de los pelagianos: “Más allá de los decretos inviolables de la Sede Apostólica que nos enseñan la verdadera doctrina, hemos de considerar los misterios contenidos en las formulas de plegaria sacerdotales que, establecidos por los Apóstoles son repetidos en el mundo entero de una manera uniforme por toda la Iglesia Católica; de manera que la regla de lo qué creer derive de la regla de lo qué rezar” ( …ut legem credendi lex statuat supplicandi)

Un objetivo: poner fin a las innovaciones

El interés de la fe pues, no menos que el orden de la disciplina, demandaba que las medidas para poner fin a las innovaciones fuesen tomadas desde el primer momento. Había que parar aquellas innovaciones que más que unir tenderían a separar a las Iglesias particulares.

En este sentido poseemos en este siglo dos grandes monumentos que atestiguan esta labor.

El primero es un canon del Sínodo de Milevo, que en el año 416 acogería a 59 obispos de la Provincia de Numidia, en el norte de Africa, en medio de las luchas contra el pelagianismo. “Es del parecer de los obispos que no se recitaran sino aquellas plegarias que hayan sido compuestas por hombres hábiles y aprobadas por un concilio, en el temor que no se encuentre en ellas alguna cosa contraria a la fe o redactada con ignorancia o sin gusto”.

Podemos descubrir la misma tendencia a defender la unidad litúrgica en el Concilio de Vannes del 461, que congregaba a los obispos de esa provincia de la Galia: “Creemos que no debe haber más que una sola costumbre para las ceremonias santas y la salmodia….en el temor que la variedad de observancias diera lugar a pensar que existe divergencia alguna en nuestra devoción”. No se puede decir algo más claro y preciso que lo que afirmaron pues los obispos bretones en ese Concilio en vistas a la doctrina de la unidad litúrgica.

Los Romanos Pontífices nada ahorraron en ese sentido en vistas a esa feliz unificación y además aprovecharon todas las ocasiones propicias para someter todas las controversias litúrgicas a su tribunal…

El Papa San Inocencio escribía en el año 416 al obispo de Eugubium: “Si los sacerdotes del Señor quisieran preservar las instituciones eclesiásticas tal como fueron reglamentadas por la Tradición de los Apóstoles, no habría discordia alguna en los oficios ni en las consagraciones. (…) Pero cuando uno estima oportuno observar no lo que viene de la Tradición sino lo que le place, al final llegamos a ver celebraciones diferentes siguiendo la diversidad de lugares y de iglesias. Este inconveniente engendra un escándalo para los pueblos que no sabiendo que las tradiciones antiguas han sido alteradas por presunciones humanas, piensan o que las Iglesias no están de acuerdo entre ellas o que esas cosas contradictorias han sido establecidas por los Apóstoles.”

Después de lo cual el Papa San Inocencio concluye en estos términos: “…tu Iglesia podrá ahora guardar y observar las costumbres de la Iglesia Romana, en la que tiene su origen”.

Sin embargo el Oriente no gozó de los beneficios de esta unidad completa. Demasiados obstáculos impidieron que la acción de los Papas en este sentido surgiera efecto. En este sentido los patriarcados de Alejandría, Antioquia, Constantinopla o Jerusalén tuvieron que contentarse con mantener una unidad más general en lo concerniente únicamente a la integridad de los ritos del Sacrificio, a la administración válida y conveniente de los sacramentos, en el mantenimiento de las horas del Oficio Divino y la salmodia y, más tarde, en el culto a las imágenes sagradas.

De esta manera y siguiendo los tiempos y los lugares, la Sede Apostólica ha sabido aplicar, en diversas medidas, la plenitud de ese poder universal de jurisdicción de la cual ella es depositaria.

Y es bajo este prisma y bajo el peso de esta subrayada tendencia que debo juzgar que la potestad otorgada a las Conferencias Episcopales en el periodo post-conciliar, a la hora de legislar en materia litúrgica (expresada de muchas maneras, por ejemplo: a tenor de lo que disponga la Conferencia Episcopal, a discreción de ésta, adaptado a los usos y costumbres de cada territorio,…) no pretendía, como de hecho ha sucedido, abrir un camino a las divergencias sino más bien enriquecer con algunos usos o costumbres legítimas el patrimonio litúrgico.

Sin embargo, lo que hemos contemplado en muchas de las determinaciones de las Comisiones Nacionales de Liturgia de las diversas Conferencias Episcopales en los años post-conciliares, ha sido un intento de hurtar a la catolicidad la unidad fundamental en las formas de sus ritos.

Es por eso que se presenta como una obligación urgente el revisar el camino recorrido en estos últimos 40 años en este sentido. Muchas de las Comisiones Episcopales de Liturgia se han vuelto rebeldes a Roma: ejemplo concreto es la negativa a Roma de alguna de ellas a cambiar la traducción en las palabras de la consagración que con decreto de la Congregación del Culto Divino y los Sacramentos del 17 de octubre de 2006 debe ser “por muchos” y no “por todos los hombres” (cambio que debe realizarse en las ediciones de los misales antes de dos años a partir del decreto del Cardenal Arinze).
No tendríamos lugar en esta página para detallar las barbaridades que a lo largo de este periodo se han producido en la liturgia de la Iglesia. Ahora más que nunca, y especialmente en este particular, es necesaria una Reforma de la Reforma.

 

 

La liturgia durante el siglo IV (y II) - 29/09/2007

Vigilancio, el primero de los herejes antilitúrgicos.

Es necesario decir que si la Iglesia utilizó las formas de la Liturgia para luchar contra la herejía, no menos cierto es que ya desde el siglo IV la herejía buscó parar el golpe propagando una multitud de pérfidos errores en lo relativo a los ritos sagrados.

A partir del relato histórico siguiente, la desenmascararemos y la descubriremos fiel a ese plan torticero y perverso. Y lo contemplaremos de dos maneras esencialmente:

a) aplicando las formas populares del culto según su propio capricho y al servicio de sus necesidades.

b) o describiendo esas mismas formas como peligrosas, supersticiosas o de invención humana.

Por encima de todo, la herejía repetirá continuamente el sofisma según el cual en la Liturgia todo lo que no está respaldado o se apoya en la Sagrada Escritura debe de ser descartado y considerado como contrario a la pureza del culto divino, desconociendo y despreciando el gran principio que establecimos en capítulos precedentes, según el cual, casi todo en la Liturgia pertenece particularmente al ámbito de la Tradición.

De esta manera, en el siglo IV nos encontramos a Vigilancio. Fue por algunos historiadores y sin mucho fundamento considerado natural de Calahorra, pero tal como afirma rotundamente Menendez y Pelayo en su “Historia de los Heterodoxos Españoles”, realmente su origen debemos situarlo en Aquitania, la posterior Gascuña francesa. Sabemos que fue ordenado sacerdote en Barcelona (¡vaya por Dios!)  Formó parte de un movimiento “pelagianista” link junto con Helvidio y Joviniano que sostenía en el orden doctrinal y entre otras muchas cosas, la superioridad del matrimonio sobre la virginidad. Sin embargo, aquí su predicación no tuvo los frutos esperados (San Paciano nos hace mención de él)

San Jeronimo, entre el 403-405, le dirigió un Tratado, el famoso “Contra Vigilantium”. Podemos calificar al galo Vigilancio como el primero de los herejes antilitúrgicos, y el que encabezó la lista de los continuadores. El hereje aquitano sostenía que el culto se iba recargando cada vez más con prácticas novedosas que alteraban la pureza del culto cristiano.

La pompa del culto exterior, la afluencia de las gentes a los sagrados sepulcros martiriales, el culto tributado a sus reliquias, las antorchas y cirios encendidos en los templos a pleno día para subrayar el gozo de la Iglesia en el transcurso de su numerosas fiestas litúrgicas: todas esas cosas encendieron un furor sin par en el alma de Vigilancio.

San Jerónimo con su elocuencia incisiva (y ciertamente muy ácida y mordaz, pues lo llamaba “tabernero” por su primer oficio, usando argumentos “ad hominem” como descrédito) se propuso confundir a ese nuevo fariseo. Pero lo que realmente cuenta es que los argumentos que San Jerónimo utilizó para reducir sus sofismas, parecen haber sido preparados contra los modernos sectarios antilitúrgicos, de la misma manera que los errores doctrinales de estos últimos no son sino una pálida copia de las declaraciones del hereje gascón.

O acaso, queridos lectores de Germinans y en concreto, seguidores del Fiador, ¿no nos hemos cansado de escuchar en los últimos 40 años al menos, numerosas ridiculizaciones sobre las ceremonias pomposas y solemnes  (incienso, ricos ornamentos, vasos litúrgicos de metales nobles, alto número de ministros en el altar, solemnidad musical, etc…), sobre las procesiones diversas de tal o cual santo, despreciando el culto real y veneración de las reliquias en nuestras iglesias así como la devoción que el pueblo sencillo tiene de encender cirios y velas en los templos?

El nacimiento de la Liturgia Monástica

De todas maneras aún falta aquí por subrayar, queridos lectores, un acontecimiento litúrgicos de otra naturaleza bien diferente y del cual tendremos que seguir su rastro durante toda esta larga historia de la Liturgia. Se trata de las iglesias monacales y de las formas de culto que allí se ejercían. En efecto, en el régimen de paz del que gozaba la Iglesia, el monacato no podía dejar de  reclamar un conjunto de medios para aquellos que habían escogido esa particular forma de vida. Siendo el Oficio Divino la principal ocupación de los monjes, su reglamentación litúrgica especial no podía dejarse de lado. El carácter de sus iglesias, de los altares para el Sacrificio, los ministros de los sacramentos, las máximas y las costumbres en la construcción de los claustros, la necesidad de la presencia de presbíteros y diáconos para la celebración del culto...

La Iglesia no tardó pues, en manifestar sus intenciones a este respecto y los Soberanos Pontífices y decretos conciliares pronto establecieron reglas muy concretas para tales ordenamientos.

Como autoridad del IV siglo, me permito citar la famosa Decretal del Papa San Siricio: “Nos, deseamos y queremos que los monjes más recomendados por la gravedad de sus costumbres y por una vida y una fe santas e irreprochables, sean agregados a los oficios de los clérigos”.

Es pues importante destacar cómo ya desde este siglo, que es el umbral que precede a San Benito y a su Regla, se irán estableciendo prescripciones litúrgicas monásticas que seguirán estando presentes durante toda la historia de la Iglesia hasta nuestros días. La mutua influencia entre la liturgia monástica y la liturgia palatina (capitular y colegial, catedrales y colegiatas por ejemplarizar) irá marcando todo el desarrollo de la liturgia romana hasta nuestros tiempos.

 

La liturgia durante el siglo IV ( I ) - 22/09/2007

Las primeras Dedicaciones

La Iglesia sale por fin de la oscuridad que con sus sombras demasiado frecuentemente había cubierto la majestad de sus misterios. La augusta verdad de sus dogmas y la belleza de su moral le han conseguido la victoria sobre el paganismo, ahora sacará a la luz la belleza de sus ritos rodeados de la pompa y la santidad que le confiere la victoria.

La característica de esta época es el TRIUNFO. La riqueza de culto que antaño le pudo otorgar la generosidad de algunos patricios discípulos de Cristo se verá superada con creces desde el momento que los emperadores atraviesan el umbral de la Iglesia. Es la época de las grandes “dedicaciones”. Por todo el Imperio se empezaron a erigir templos cuya ceremonia de Dedicación se llevaba a cabo con un esplendor siempre creciente: los obispos se congregaban en multitud para tal efecto.

La primera Dedicación después de la paz de Constantino en el 313 fue la de la Basílica de Tiro que tuvo lugar en el año 375. Esta ciudad que tenía por obispo a Paulino había visto destruir su templo cristiano durante la persecución de Diocleciano, y los paganos empeñados en ver desaparecer hasta su emplazamiento habían abocado toda suerte de inmundicias al terreno de manera que se convirtió en un vertedero de basuras. Después del cese de las persecuciones se hubiera podido encontrar otro lugar mejor y más adecuado, pero el obispo Paulino prefirió limpiar el primer emplazamiento y edificar allí la segunda Basílica, con la intención de dejar si cabe aún más evidente la victoria de la Iglesia. Y la gloria de este segundo templo fue mucho mayor que aquella que tuviera el primer templo. Eusebio de Cesárea fue el encargado de pronunciar la homilía de la Dedicación entre una multitud de pueblo que había acudido de todas partes para asistir al evento. En Occidente, las tradiciones de la Iglesia Romana nos enseñan que fue el Papa San Silvestre quien instituyó y reglamentó con detalle y precisión, ya desde el siglo IV, los ritos que aún hoy se practican en la Dedicación de las iglesias y los altares. El mismo tuvo la oportunidad de celebrarlas en persona en la ocasión de la inauguración de las basílicas fundadas en Roma gracias a la munificencia de Constantino.

Pero un tema que emociona especialmente a los cristianos durante este siglo y que dio lugar a los actos litúrgicos quizás de mayor esplendor y boato fue la restauración llevada a termino por Santa Elena, la madre del emperador, de aquellos lugares que en Palestina habían sido testigos de la vida del Salvador. Secundando las piadosas inspiraciones de su madre, el emperador Constantino puso los tesoros del Imperio a disposición de San Macario el obispo de Jerusalén para que el templo que debía construirse sobre el Santo Sepulcro sobrepasara en magnificencia a cualquier otro edificio del mundo entonces conocido.

Nacimiento de la salmodia

Estas grandes y suntuosas basílicas se llenaban noche y día del canto fervoroso del clero y de los fieles, la majestad de los ritos iba creciendo y el canto convirtiéndose en más melodioso: las fórmulas del pasado se revestían cada vez más de grandeza y elocuencia. Grandes obispos consagraban sus trabajos para el perfeccionamiento de los ritos y las oraciones y fecundaban con nuevas inspiraciones las santas tradiciones de la antigüedad. Y como en los planes de la Providencia todo sirve para el mayor bien de su Iglesia, he aquí que llegó la herejía arriana que aunque fue desastrosa en su furibundo ataque contra la fe verdadera, fue la ocasión para nuevos desarrollos de las formas litúrgicas.

La comunidad de Antioquia, siguiendo a su pérfido obispo Leoncio, había sido seducida por el arrianismo pero dos de sus más ilustres miembros, Diodoro y Flaviano se opusieron con una generosidad y una vigilancia infatigables. Queriendo prevenir al pueblo contra la seducción de los herejes y confirmarlo en la solidez de la fe mediante las prácticas más solemnes de la Liturgia, pensaron que había llegado el momento de conferir una nueva belleza a la salmodia. Hasta entonces solo los cantores ejecutaban los cantos en la iglesia mientras que el pueblo escuchaba sus voces en recogimiento. Diodoro y Flaviano dividieron en dos coros la asamblea e instruyeron a los fieles en arte de salmodiar sobre dos coros alternos. Así, desde Antioquia se expandió la costumbre de cantar a coros alternos y por toda la asamblea el salterio de David.

La Iglesia de Constantinopla siguió el ejemplo de la de Antioquía pocos años después; pero en este caso fueron los herejes arrianos los causantes de esa adopción, pues habiendo perdido sus iglesias y sido expulsados de ellas bajo el reinado de Teodosio, tenían la costumbre de reunirse en los pórticos cantando la salmodia a dos coros e intercalando entre los cánticos sagrados sentencias heréticas que expresaban sus dogmas impíos. Los herejes, siguiendo el uso de todas las sectas, buscaron pues todos los medios para traer a la multitud e imaginaron que apropiarse del canto alterno a dos coros que Antioquia había inaugurado era un buen medio. San Juan Crisóstomo, creyendo con razón que algunos pudieran ser seducidos por las nuevas formas litúrgicas y de esta manera ser pervertidos, exhortó a los fieles a imitar esa costumbre en las iglesias. En poco tiempo no tardaron en superar a los arrianos por la melodía y la pompa de sus cantos.

En Occidente, el canto alternado de los salmos había comenzado en la Iglesia de Milán, casi al mismo tiempo que comenzara en Antioquia y siempre con la misma finalidad: rechazar al arrianismo por la manifestación de una feliz innovación litúrgica. San Agustín nos da un hermoso testimonio de ello en el noveno libro de sus Confesiones (Lib. IX, Cáp. VI-VII), describiendo como Justina, la madre del joven emperador Valentiniano, fue seducida por la herejía arriana y perseguía al obispo Ambrosio que refugiado con su pueblo en vela de noche y de día junto a él en la iglesia, mandó se cantasen “ himnos y salmos siguiendo la costumbre de las iglesias de Oriente, temiendo que el pueblo no sucumbiera en su determinación”.

(El próximo día: Nacimiento de la Liturgia Monástica y primeras Liturgias heréticas en el siglo IV)

 

 

La liturgia en los tres primeros siglos – 15/09/2007

Podemos afirmar que en el transcurso de los tres primeros siglos de la Iglesia, el elemento litúrgico se desarrollaba con todo su esplendor. La confesión, la alabanza y la plegaria envolvían la existencia de la comunidad cristiana de esos tiempos. En los escritos de los Padres de esta época primitiva y en las Actas de los Mártires descubrimos a los cristianos ocupados en la salmodia, en la celebración de las alabanzas divinas casi sin descanso, y todo ello no según formas vagas e imprecisas, un tanto caprichosas en cuanto tiempo y lugar, sino más bien siguiendo un esquema bien preciso y misterioso fijado por institución apostólica.

Una de los datos más relevantes y que más nos debería llamar la atención, sea en Oriente como en Occidente, es la antigüedad de las horas canónicas.

Si abrimos las “Constituciones Apostólicas”, compilación litúrgica importantísima fechada a finales del siglo II, descubrimos una descripción minuciosa de cada uno de las plegarias cristianas siguiendo el curso de las diversas horas de la jornada. Tertuliano nos explicará ya el sentido de cada hora canónica y usará el apelativo “officium” para referirse a las plegarias eclesiásticas hechas en esas horas.

En el año 104, el cronista Plinio el Joven escribiendo a Trajano e informándole de los usos y conductas de los cristianos, atestigua que estos “tenían reuniones religiosas antes de la salida del sol cantando himnos a Cristo como si de un dios se tratase”. Sin embargo también tenían lugar esas reuniones en otros momentos porque San Cipriano expone que “se hacía la ofrenda eucarística sea en la mañana que en la tarde, aunque él estima mejor hacerla por la mañana”.

Los días de fiesta observados desde los primeros tiempos de la Iglesia eran la “Conmemoración de la Pasión, Resurrección y Ascensión del Señor, así como el “Descendimiento del Espíritu Santo”, pero descubrimos también celebraciones de la Natividad del Señor en el “vigesimoquinto día del noveno mes” y de su Epifanía en el “sexto día del décimo”. A todas estas celebraciones tenemos que añadir la memoria del “traspaso glorioso de los Mártires” (cada uno en su “dies natalis”).

Así pues podemos certificar la existencia de un auténtico calendario litúrgico desde los primeros balbuceos de la Iglesia naciente.

La Providencia así mismo ha permitido que uno de los actos más característicos de la autoridad pontificia en esos primeros tres siglos fuese al mismo tiempo un acto de ejercicio soberano del poder del Romano Pontífice sobre las cosas referidas a la liturgia.

En el siglo II las iglesias de Asia Menor tenían una práctica diferente a la de la Iglesia de Roma en lo referente a la celebración de la Pascua. En vez de festejar la Pascua en DOMINGO que es el día de la creación de la luz, de la Resurrección del Señor y de la Venida del Espíritu Santo, seguían la práctica judía de hacerlo el día 14 de la luna de marzo (el 14 de Nissán).

Esta divergencia ofendía la unidad del culto que es la primera consecuencia de la unidad de la fe. Además se imponía la obligación de aislar definitivamente y de una vez por todas los ritos cristianos de los judaicos. Todas esas razones llevaron al papa San Víctor a un intento enérgico de conducir a la unidad a los creyentes de Asia Menor. Por esa razón afirmó que la práctica romana de celebrar la Pascua en domingo era admitida universalmente como lo atestiguaban los concilios provinciales llevados a cabo por doquier y amenazaba con penas severas a los que no la admitieran.

San Ireneo de Lyon actuó de intermediario pero sin reprochar jamás al Papa el hecho de extralimitarse en sus funciones o en su poder, sólo apelando a su magnanimidad y clemencia. La clemencia de la Sede Apostólica produjo finalmente el restablecimiento de la paz, pero ese acontecimiento importante es una manifestación del poder incontestado de la Iglesia Romana en materia litúrgica y casi como un preludio de todos los esfuerzos que a lo largo de los siglos esta deberá hacer para reunir a todas las Iglesias en la comunión de unos mismos ritos y de unas mismas oraciones.

Acciones de los herejes sobre la Liturgia

Al mismo tiempo que la Liturgia era considerada una de las principales fuerzas del cristianismo, la herejía, que busca contraponerse a la ortodoxia por todos los medios intentando desviar las tradiciones y consolidarlas de manera viciada y a su antojo, intentaba meter mano sobre esa arma sagrada que es la liturgia.

El precursor de Arrio, Pablo de Samosata, empezó aboliendo todos los cánticos que en su iglesia eran tributados a Cristo y los fue sustituyendo por otros en los que se propagaban las doctrinas sacrílegas de sus sectarios.

Los cismáticos donatistas del norte de África, desde finales del siglo III (como nos lo recuerda S. Agustín) compusieron cantos bajo forma de salmos destinados a extender el veneno de sus errores entre la multitud reunida en oración.

Mucho tiempo antes, Tertuliano nos dice que el “famoso Valentín llevado por una gran imprudencia compuso salmos” y S. Epifanio nos refiere la existencia de un sectario de nombre Hierax que lo imitó con la finalidad de corromper la fe “ mediante una plegaria mentirosa”.

Veremos en diversas épocas de la larga historia de la Iglesia, nuevas aplicaciones de ese pérfido sistema, común a casi todas las sociedades separadas.

En conclusión a este capítulo, podemos afirmar que observamos que desde un principio la Iglesia Romana fue el centro de la Liturgia, de la misma manera como lo había sido de la fe, de tal manera que debemos subrayar las palabras del mismísimo San Ireneo de Lyon a este respecto:

“Ad hanc quippe Ecclesiam, propter potentiorem principalitatem, necesse est omnem convenire Ecclesiam, id est qui sunt undique fideles”
(Es ciertamente hacia esta Iglesia
-refiriéndose a la de Roma-, a causa de su primado y poder que debe toda la Iglesia que está formada por fieles de todos los lugares, volver su mirada).

P A X

 

La Liturgia en el periodo apostólico - 08/09/2007

Al llegar la plenitud de los tiempos el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Él se nos dio a conocer, a ver y a ser tocado por los hombres; bajado del cielo para crear adoradores en espíritu y verdad, él no vino a destruir sino a perfeccionar y llevar a cumplimiento las tradiciones litúrgicas. Es por ese motivo que Cristo, después de su nacimiento, fue circuncidado, ofrecido en el Templo y rescatado. Desde la edad de 12 años lo vemos bajando al Templo en su visita anual, lo vemos frecuentemente ofrecer allí su plegaria al Padre. Él ofrece un ayuno ritual de 40 días antes del comienzo de la vida pública, santifica el sábado, se entrega a la plegaria nocturna. En la Última Cena, donde Él celebra el Gran Acto Litúrgico, en vistas a su cumplimiento futuro en el Calvario, preludia el Sacrificio con el lavado de pies que los Padres de la Iglesia más tarde llamaron un “mysterion”. Todo ese gran acto litúrgico acaba con un himno solemne antes de salir para dirigirse al Monte de los Olivos.

Pocas horas después, su vida mortal que en sí misma fue un gran acto litúrgico, acaba con la efusión de su sangre en el Altar de la Cruz. El velo del Templo rasgado en ese momento abre paso a los nuevos misterios y proclama un Nuevo Tabernáculo y una Arca de la Alianza eterna. Es entonces que la Liturgia empieza su periodo completo en cuanto que culto terreno…

Después de su Resurrección el Señor pasó con sus Apóstoles 40 días donde el Señor continuó explicándoles los misterios del Reino. Ya Eusebio de Cesarea y San León al describir la iglesia-caverna que Santa Elena edificó en el Huerto de los Olivos para mantener viva la tradición de esos encuentros pascuales, describen como la Iglesia mantuvo viva la tradición de un Cristo detenido en muchas particularidades de índole cúltica, así lo aluden en la antigüedad cristiana S. Clemente y S. Justino.

Lo que sí podemos afirmar rotundamente es que Jesucristo dejó en la tierra a sus Apóstoles revestidos de su poder, como Él mismo lo había sido de parte del Padre. De esta manera ellos mismos se anunciaron y presentaron no sólo como propagadores de la verdad evangélica sino como “ministros y dispensadores de los misterios”…

No es de extrañar pues, que desde la más remota antigüedad se afirma que muchas particularidades litúrgicas son de origen apostólico. Los Apóstoles debieron establecer y promulgar un conjunto de ritos, conjunto en todo superior a la liturgia judeomosáica.

Esa Liturgia Apostólica debió contener todo lo que era necesario a la celebración del Sacrificio cristiano, a la administración de los sacramentos, no solo en lo referente a las formas esenciales sino también en lo referente a los ritos exigidos para su adecuada y digna celebración.

Salvo algunas pequeñas alusiones en los Hechos de los Apóstoles o en alguna Epístola, la liturgia apostólica se encuentra fuera de la tradición escrituraria y es del mero ámbito de la Tradición. Lo que sí sabemos es que venia ejercida por los Apóstoles y por aquellos que ellos habían consagrado como obispos o sucesores en las comunidades, y eso incluso antes de la redacción completa del Nuevo Testamento.

Desde antiguo los Apóstoles fueron considerados como los creadores de todas las formas litúrgicas universales, formas lo suficientemente flexibles para adaptarse, en los aspectos accidentales y secundarios, a las costumbres de los lugares y al genio de los pueblos donde se difundía el Evangelio.

La “fractio panis”: su valor litúrgico

Comencemos por el Sacrificio Eucarístico. Nadie duda que todo lo que concierne a su celebración figura en lugar preeminente a la cabeza de las prescripciones litúrgicas. La Fracción del Pan aparece desde la primera página de los Hechos de los Apóstoles. Y san Pablo en la primera carta a los Corintios enseña el valor litúrgico de ese acto.

La primera cosa que sabemos es que ese acto tenía lugar en una sala decente y de hermoso ornato tal como el Señor lo prescribió para la Última Cena (Lc. 22,12). Es evidente que diversa en su riqueza dependiendo de la situación económica de la “domus” que albergaba la celebración. Hemos de ir descartando esa visión romántica pero poco histórica de una celebración continua y frecuente de la celebración litúrgica en las catacumbas. Esas celebraciones debieron ser pocas y poco numerosas. Sin duda se ha exagerado esa circunstancia. A menudo numerosos lámparas suplían la luz del día. Encontramos testimonios antiquísimos de mesas de madera custodiadas desde la época apostólica como auténticas reliquias, por haber sido el lugar de la  celebración eucarística presidida por algún Apóstol. Pero a la vez encontramos auténticos “altares- lápidas”(aras cristianas) de referencia martirial, muy diferentes de las aras sacrificales paganas, también de época apostólica. Por lo cual podemos inferir una doble tradición sobre el lugar instrumental de la celebración.

Sin duda, incluso por una cierta lógica, la “fractio panis” en vida y visita de los Apóstoles estuvo unida a una celebración festiva convivial (el ágape cristiano) pero pronto tendió a separarse del ágape y a estar sin embargo precedida de un servicio eucológico (himnos, cantos y salmos). San Justino a mediados del s. II nos da esa referencia.

Los más preciosos textos que poseemos de esa época son ciertamente “La doctrina de los Doce Apóstoles(una didascália de finales del siglo I con referencias a la celebración del Bautismo, la Eucaristía y la guarda del Domingo) y la Apología de San Justino. Pero también otros que muchos quieren olvidar y esconder porque contradicen sus intereses.

¿Qué sabemos de la celebración eucarística en época apostólica?

Pues en primer lugar sabemos de la existencia de dos partes de la celebración: una catecumenal y otra de los fieles. Y encontramos esa costumbre tan arraigada que debemos entender que los Apóstoles fueron los autores de ese uso. Lectura de las Epístolas de los Apóstoles, de algún fragmento primitivo del redactado evangélico, salmos y cánticos espirituales. Una explicación didáctica de los mismos debía concluir esta celebración catecumenal.

Un saludo al pueblo con las palabras “El Señor esté con vosotros” o “La paz esté con vosotros” como herencia propia del Señor, encabezaba la II parte de la celebración.

Una oración Colecta, resumiendo los deseos de la asamblea de fieles bautizados, antes de la oblación del Sacrificio es ya de primitiva institución. La conclusión “por los siglos de los siglos” es universal y pertenece a los orígenes de la Iglesia, así lo enseña el mismo San Agustín.

Posteriormente y preparando la materia del sacrificio San Cipriano nos enseña que para buscar el origen del simbolismo de la mezcla de vino y agua que tenían que ser consagrados, hay que remontarse a la tradición recibida del Señor. (San Cipriano Epist. 63,II, 1 y IX,11) .

Encontramos posteriormente el Trisagion (Sanctus) conocido por todas las liturgias primitivas que aseguran no puede empezarse el Sacrificio sin haberlo pronunciado (muchísimos testimonios antiquísimos).

A continuación nos encontramos con la Anáfora o Canon. ¿Alguien podrá imaginar que los Apóstoles, tan detallistas en cuestiones secundarias no hubieran tenido un cuidado muy especial en determinar las palabras y los ritos del más central de todos los misterios cristianos? Es cierto que la “disciplina del arcano” en vigor desde la época apostólica en fuerza de la cual se “cubren de misterio solemne los dogmas y la liturgia de la Iglesia”, nos ha privado de disponer de documentos concretos de esas palabras y ritos. Pero ya el Papa Vigilio en su Carta a Profuturo de Braga afirma “haber recibido de la tradición apostólica el texto de la Plegaria Canónica”. (sic)

Realmente podemos afirmar que la aparición de las “formulas litúrgicas” (anáforas) es más o menos tardía según los lugares. Pero al menos en Roma y Alejandría tenemos constancia de fórmulas canónicas desde finales del siglo III y éstas referidas a un origen apostólico. Los grandes liturgistas Muratori, Selvaggi y Dom Gebert nos han hecho llegar fragmentos de la Didaché, de preces de San Clemente I y San Justino, de fragmentos litúrgicos de la Traditio, del Eucologio de San Serapión y de las Constituciones Apostólicas.

El predominio del griego como lengua litúrgica fue total hasta la primera mitad del siglo III y el gran historiador litúrgico Klauser afirma con rotundidad que el uso generalizado del latín no se extendió antes del Papa San Dámaso (+376).

Podemos pues concluir este primer capítulo, referente al periodo apostólico, afirmando que lo que aparentemente podría parecer un periodo de inspiración carismática en el desarrollo interno de las fórmulas litúrgicas, no es tal. El desarrollo de las fórmulas litúrgicas, al menos en su cuerpo central, tiende a precisarse y concretarse en una anáfora (nudo central del misterio celebrativo) profundamente inspirada y referida a lo que Cristo ha fijado y los Apóstoles transmitido desde los albores de la Iglesia.

El desarrollo posterior de las formulas litúrgicas siempre oscilará en torno a ese primer núcleo de origen apostólico. Y no es sino con ánimo cismático, como sucede con la anáfora del sacerdote y posteriormente anti-papa San Hipólito, que pretenderán consolidarse fórmulas heterogéneas ( el texto o anáfora de San Hipólito contenido en la “Afiosiolicae” del 235 se enmarca en esa perspectiva histórica).

El próximo capítulo entraremos de lleno en la Liturgia de los tres primeros siglos.

P A X

 

La liturgia: la más alta y popular expresión del dogma – 01/09/2007

A lo largo de la serie de entregas que fueron hilvanando los momentos históricos del Movimiento Litúrgico tuve la oportunidad de dar una definición sencilla de la Liturgia, considerada como ese conjunto de símbolos, cantos y actos mediante los cuales la Iglesia expresa y manifiesta su unión con Dios. La liturgia es la oración pública y comunitaria de la Iglesia, que adquiere tres formas principales: CONFESIÓN, PLEGARIA Y ALABANZA. Así pues la Liturgia es CONFESIÓN porque es el homenaje que la Iglesia rinde a Dios de la verdad que Ella ha recibido, que Ella custodia (a eso lo llamamos SÍMBOLO DE LA FE), pero escribiendo con el lenguaje de la tierra las verdades que son del cielo. Ese "symbolon" lo repite en las Horas Canónicas, lo desarrolla en el Sacrificio de la Misa a lo largo de todo el Año Litúrgico en el seno del cual está representado, misterio a misterio, y con toda la riqueza de ritos, gestos y lenguajes, el entusiasmo de su Fe.

De aquí la gran importancia dada para la inteligencia y comprensión del Dogma, de las palabras y las acciones litúrgicas. Conocemos el axioma: LEGEM CREDENDI STATUAT LEX SUPPLICANDI (la ley de la oración establece la ley de la Fe). Ella es, por lo tanto, la Tradición en su más alto grado de expresión y solemnidad.

Es a la vez la PLEGARIA por la cual la Iglesia expresa su amor, su deseo de agradar a Dios y permanecerle unida, deseo fuerte y a la par humilde, porque Ella es amada y quien la ama es Dios... Es en la plegaria que viene después de la confesión (como la esperanza después de la fe) cuando la Iglesia eleva sus peticiones, expone sus deseos, explica sus necesidades porque sabe lo que Dios quiere de Ella y cuan lejos se encuentra de ese horizonte...

Finalmente la Liturgia es ALABANZA, porque la Iglesia no sabe contener en silenciosa contemplación todo el patrimonio de amor y admiración que hace nacer en su espíritu todos y cada uno de los misterios divinos. Como María, ella celebra en voz alta las victorias del Señor que son sus propios triunfos. El recuerdo de las maravillas de los tiempos antiguos la reaviva y la exalta: el recuerdo de los portentos de la salvación la enardece y la reanima en su camino.

Estas tres formas o partes principales de la Liturgia se transforman en POESÍA: poesía inspirada por el mismo Espíritu que inspiró los canticos de David, Isaías o Salomón, poesía de los sentidos que es la fuente inagotable de los sentimientos.

Y como las grandes impresiones del alma, la fe, el amor, los sentimientos de admiración, el gozo por los triunfos no solo se cuentan con palabras sino que se cantan. La Iglesia también "canta su alabanza, su plegaria y su confesión", produciendo un canto bello como las palabras, palabras elevadas como el sentimiento, y el sentimiento a la vez en relación con Aquel que es su objeto y su fuente...

Y como la Iglesia es una sociedad no de espíritus sino de hombres, criaturas con alma y cuerpo, que traducen toda verdad en imágenes y signos, en la Iglesia ese conjunto celeste de confesión, plegaria y alabanza, hablado con un lenguaje sagrado y modulado sobre un ritmo sobrenatural, se produce y se lleva a cabo por SIGNOS EXTERIORES, RITOS Y CEREMONIAS que son el cuerpo de la LITURGIA.

Ahora bien, ese conjunto de CONFESIÓN, PLEGARIA Y ALABANZA que constituye la Liturgia, forma la materia de una autentica y verdadera CIENCIA. Ciencia de los Oficios Divinos, ciencia del Sacrificio Eucarístico, de sus ritos y misterios, ciencia de los Sacramentos que son los medios de santificación de la humanidad, ciencia de las bendiciones y sacramentales, y de todos los demás ritos solemnes que la Iglesia emplea. Esa CIENCIA LITÚRGICA exige una enseñanza basada en la explicación y comprensión de los misterios, palabras y ritos de la Liturgia a través de los diversos TIEMPOS y LUGARES.

A través de la Ciencia Litúrgica podemos saber lo que sabían y degustaban los catecúmenos de la Iglesia de Milán, de Hipona o de Jerusalén, imitados por un Ambrosio, un Agustín o un Cirilo. Y como lo vivieron posteriormente nuestra jóvenes Iglesias de Occidente con un Ildefonso de Toledo o un Ives de Chartres.

Tal estudio de la Liturgia predispone a vivir de las cosas de la vida sobrenatural acercándose a los secretos que Cristo y su Iglesia han custodiado en el vasto y profundo depósito de la Liturgia.

No creo exista otro medio para hacer conocer y vivir el Dogma en los espíritus que aquel mismo fue escogido por el Salvador para hacernos llegar su Gracia y santificarnos. El Señor dijo "Mis palabras son espíritu y vida" (Jn 6, 64), ellas conceden luz a la inteligencia y al corazón la caridad que es la vida...

Es por esa razón que debemos considerar a la Liturgia como la más alta y popular expresión del Dogma Católico...

Por ello, durante este año intentaré explicar de manera muy sencilla y popular, en esta serie que comenzará el próximo sábado 8 de septiembre, cómo a través de los siglos la Liturgia ha expresado la Fe de la Iglesia, y cómo todo periodo de crisis de fe se vio reflejado en una crisis litúrgica.

He utilizado un material documental básico y sencillo, a disposición de todos los lectores de manera fácil y sin excesivas complicaciones: los grandes maestros litúrgicos y sus principales obras. En primer lugar, y casi por orden de antigüedad cronológica, Dom Prosper Guéranger con sus “INSTITUCIONES LITÚRGICAS” y su “AÑO LITÚRGICO”, Dom Pius Parsch con su “EL CICLO LITÚRGICO”, Dom Ildefonso Schuster, Cardenal de Milán con su “LIBER SACRAMENTORUM”, el P. Eduardo Cirera y Prat, oratoriano con su “RAZÓN DE LA LITURGIA CATÓLICA”, el “ESPÍRITU DE LA LITURGIA” de Jungmann sin olvidar su “MISSARUM SOLEMNIA” y “LA MISA ROMANA” de aquel otro jesuita alemán que fue Teodoro Baumann.

Cronológicamente más cercanos, diversos autores contemporáneos y entre ellos alguien tan especial como el tristemente malogrado Monseñor Klaus Gamber, fundador del Instituto Litúrgico de Ratisbona, a quien tuve el honor de conocer y tratar personalmente en diversas ocasiones, tan elogiado a su vez por el entonces Cardenal Ratzinger. No puedo olvidar la “HISTORIA DE LA LITURGIA” de Mario Righetti un auténtico manual de erudición, a la vez sencillo y accesible a todos los lenguajes.

Pues con todo ello, esperemos pueda cumplir mi compromiso de guiaros lenta pero eficazmente a una comprensión y vivencia de ese gran tesoro de la Fe que es nuestra Liturgia Católica Romana.

Que San Gregorio Magno que por haber sido elegido un 3 de septiembre tiene en esa fecha su conmemoración, y San Pio X, canonizado por Pio XII en ese mismo día (el Vetus Ordo lo celebra aún ese día pues el día que murió, 21 de agosto, antiguamente era infraoctava de la Asunción) me auxilien ambos con su INTERCESIÓN y FAVOR. Ambos Papas liturgistas, ambos Papas de Reforma, ambos Papas santos...

P A X

 

¡Vamos a contar la historia al revés! - 25/08/2007

Durante estos tres meses y medio, desde que iniciara la larga serie de artículos sobre el Movimiento Litúrgico y que he finalizado en este mes de agosto, permitiéndome además un recuerdo afectuoso al P. Altisent en las dos últimas entregas, he recibido muchos elogios que quiero agradecer de corazón con estas líneas.

También he recibido, a Dios gracias, algunas críticas. Unas las he recibido directamente a través de correo (podéis hacerlo a la dirección de Cartas al Directorio omnesdicamus@gmail.com ), otras las he leído en otros blogs o foros. La mayoría son muy constructivas y además reveladoras. He tratado de ponerlas todas encima de la mesa, de manera sinóptica, como los tres relatos evangélicos de Marcos, Mateo y Lucas, es decir, descubriendo los denominadores comunes entre ellas y las fuentes de las que todas beben. Y he sacado una conclusión reveladora.

Existe un profundo desconocimiento de la Historia de la Liturgia. Y soy magnánimo, pues debería decir ignorancia. No digo que culpable, pero ignorancia. Si preguntáis a la mayoría de sacerdotes que se ordenaron de 40 años a esta parte, es decir, a partir de la segunda mitad de la década de los 60, un altísimo porcentaje os dirán que lo que estudiaron en el Seminario sobre Liturgia fue poco y básico (por no decir deficiente o malo): un repaso de la Sacrosanctum Conciliun (y es mucho decir), la Constitución Missale Romanum que encabeza el Misal de Pablo VI (y ya es exagerado este punto), las Introducciones a los Rituales Sacramentales del 71 y de la Liturgia de las Horas y eso si, repasaron todas las manías, originalidades y obsesiones que los Tena, Farnés, Iniesta Aldazabal, Bellavista y demás prole escribían en el CPL de Barcelona en los 60 y 70. Y de eso bebían y enseñaban todos los profesores de Liturgia en todos los Seminarios y Facultades de España y de, no os sorprendáis, toda Hispanoamérica.

Aún hoy, cuando algún sacerdote hispanoamericano es enviado por su Obispo a Europa para estudiar Liturgia viene a Barcelona al Instituto de Liturgia a hacer eso y más de lo mismo, y poco más. Lo hace mayormente por razón de la lengua y en preferencia a San Anselmo de Roma que tampoco es la panacea universal.

La mayoría de los curas cincuentones para abajo, ordenados en los 70 creen, como muchísimos laicos, que la Liturgia en los primeros siglos de la Iglesia era como una de esas misas de campaña en un Campamento de verano (Colonies d´estiu) a las que acostumbraron a los jóvenes algunos curas hace ya algunas décadas. Porque ahora ni eso.

Se imaginan una liturgia improvisada, a la inventiva del celebrante, vestidos de calle, todo muy de estar por casa y cada uno a su aire según el "soplo del Espíritu" como algunos dicen. No les preguntes cómo se imaginan la "fractio panis" en casa de Gamaliel en Jerusalén o en Roma en casa del senador Pudens, porque son incapaces de imaginárselo. Y de todo ello, sin embargo tenemos constataciones históricas, y pues base científica para una afirmación histórica. Y os puedo asegurar que muchos de vosotros os ibais a quedar de hielo al conocer los detalles precisos de esas celebraciones.

No saben nada, ignoran todo, sobre cómo era la Liturgia Apostólica, cómo la de los 3 primeros siglos, cómo la de Roma, Alejandría, o Bizancio en el periodo constantiniano...

Desconocen todo sobre las acciones de los herejes sobre la Liturgia en tiempos de Arrio o Pablo de Samosata y mucho menos les preguntes quien era el galo Vigilancio, el primero de los herejes antilitúrgicos.

¿Cuantos creéis que saben algo sobre los dos grandes papas liturgistas Celestino y Gelasio? ¿Y sobre la ingente producción litúrgica de San Ildefonso en Toledo?

Siendo así ¿cómo pueden entender el apogeo litúrgico del siglo XIII ?

Y es que todos conocimientos básicos son fundamentales para comprender las alteraciones de la Liturgia vividas en el siglo XIV y XV y por lo tanto, la Reforma Protestante que nos llevó a la Reforma Católica de la Liturgia del Concilio de Trento y a la publicación del Misal de San Pio V con su Bula "Quo Primum Tempore".

Pero si todo eso es fundamental, y es muy fundamental, considero que para comprender todo lo que está pasando con la reforma litúrgica iniciada con el Concilio Vaticano II y con el colapso litúrgico que estamos padeciendo es absolutamente necesario conocer con mucho detalle el inicio de la "desviación litúrgica" en Francia durante la primera mitad del siglo XVII y que a lo largo del siglo XVIII y buena parte del siglo XIX mantuvo a Francia alejada de la Liturgia Romana.

Antes de hablar y opinar, a mi juicio, de manera inconsciente y banal, el joven Abad de Silos, Dom Clemente Serna ¿ha estudiado en profundidad el Ritual d´Alet, los Breviarios de Vienne y Harlay, con su Misal.? ¿Recuerda (si algún día lo supo Dom Clemente de Silos) qué supuso el Breviario de Cluny de 1676 de Dom Rabusson y Dom de Vert? Y es que sin saber eso no puede entenderse a sí mismo. Porque no puede entender porqué tuvieron que ser monjes del nuevo Solesmes, el restaurado por Dom Guéranger, los que llegaron a Silos a refundarlo cuando era un corral de cerdos y gallinas después de la Desamortización.

¿Pero cómo puede Dom Clemente Serna volver a dormir en paz y tranquilidad a pocos metros del sepulcro de Dom Germán Prados, después de las opiniones expresadas contra el Motu Proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI ? Y es que la ignorancia es muy osada. Porque no puede ser otra cosa. No quiero creer que sea por intrínseca maldad.

Y es que uno de las estrategias más comunes en estos últimos 40 años ha sido mantener en la supina ignorancia al clero y a los fieles. Sólo manteniéndolo en la ignorancia de la Historia de la Liturgia podían mantener su poder omnímodo de seducción y la tiranía de sus postulados. Pero Benedicto XVI es mas viejo que ellos, y él fue formado, como por otra parte yo mismo, con el "Sacrificio de la Misa" de Jugmann. Menudo es Papa Ratzinger para que lo enreden...

Haced un experimento a modo de encuesta cómo yo he hecho. Preguntad a todos vuestros amigos sacerdotes (os invito a escribir esta semana a omnesdicamus@gmail.com a mi atención y darme contestaciones aunque sean anónimas) cuántas horas semanales de Liturgia tuvieron durante sus estudios y qué estudiaron. Os puedo anticipar el resultado: el porcentaje más arrollador lo computarían aquellos sacerdotes que tuvieron únicamente una hora semanal durante el cuatrienio teológico. La Liturgia era una asignatura "maría". Y de todo estas cosas que os he enumerado, nadie sabe nada de nada.

Pues, queridos amigos y pacientes seguidores de esta humilde columna, esto se va a acabar. Si tenéis paciencia y Dios me concede la gracia de tener fuerza y luces para llevarlo a cabo, durante este año en EL FIADOR voy a comenzar desde el principio hasta llegar al siglo XX.

Comenzaré el sábado 8 de septiembre, Natividad de la Santísima Virgen, bajo cuyo patrocinio y especialmente ante la imagen de la Moreneta quiero poner este proyecto.

El próximo sábado 1 de septiembre, Dios mediante os daré cuentas de la metodología y del material que utilizaré.

Mientras tanto a todos,

P A X

 

El doloroso testamento espiritual del P. Altisent – 18/08/2007

Su comunidad escolapia de Balmes trataba de hacerle la vida agradable. Su vitalidad había menguado mucho. Últimamente ya no era lo ocurrentemente simpático y bromista que siempre había sido: la falta de salud -fumaba mucho y su corazón no estaba para muchos trotes- y la CRISIS DEL GREGORIANO lo afectaban mucho. Su Rector, el P. Martínez-Soria, hijo de gran actor cómico homónimo, a quien él llamaba "mi Paco" pues había sido discípulo suyo desde jovencito, lo trataba de "mil perlas". Se querían muchísimo. Sobre él cayó la pesada carga de recoger su celda tras su muerte. Hoy en día vive en el monasterio de POBLET y no sé si ha hecho la profesión monástica. Él encontró el texto que ahora voy a transcribir entre sus "papeles". Son palabras de una tristeza desgarradora. Reflejo algunos pasajes, tal como los reporta Joan Trenchs Boada en su libro LES PEDRES VIVES CANTEN de la Editorial Virgili & Pagès:

..."No pretendo hacer mi curriculum vitae, no sabría hacerlo, únicamente dar algunos detalles o experiencias mías que explican en parte mi manera de obrar en estos últimos años. Para entender mejor mi estado anímico, no hay que perder de vista el hecho de cómo a través de un constante esfuerzo, he ido creando mi propia personalidad, la cual me ha sido reconocida aquí y en el extranjero, por mi dedicación a las melodías gregorianas."..."Tengo que agradecer a las Escuelas Pías el hecho de habérmelo permitido, poniéndome en circunstancias para poderlo realizar, de otra manera no hubiera podido quemar gran parte de mi vida, tanto en lo relativo a mis estudios, como en la actividad en el trabajo apostólico en el Seminario, las Scholae Cantorum, el Instituto de Música Ambrosiana, Conservatorio y en tantas diócesis de España."..."El motor principal de toda mi actuación ha sido siempre un verdadero ideal litúrgico, alimentado en las enseñanzas de Pio X, Dom Guéranger, el cardenal Schuster, de Pius Parsch, de Solesmes. Cuando lo he conseguido y he llegado a una edad avanzada, resulta que en la práctica MIS IDEALES Y TRABAJOS SE HUNDEN, a causa de una serie de circunstancias que yo mismo he contribuido a crear, ya que en toda mi constante actuación no he hecho otra cosa que preparar las reformas conciliares."…"Siempre me había preocupado que el pueblo entendiera y sobretodo viviera la Liturgia. Mi actuación y mis escritos en VIDA LITÚRGICA de Tarrasa, son una prueba, así como mis actividades con las scholae cantorum y en el Seminario. LAS COSAS HAN IDO MÁS ALLÁ DE LO QUE YO QUERÍA Y ESTOY SEGURO QUE HAN SOBREPASADO LO QUE PRETENDÍA EL CONCILIO VATICANO II. No sería sincero si no dijese que esta realidad me ha herido el espíritu. Me limito ahora a aceptarlo y a dejar paso a otros. De hecho, soy un fracasado, y a causa de mis años me siento un trasto que hay que arrinconar. Y aunque me digan buenas palabras, los que me rodena piensan como yo y de hecho que arrinconan como cosa inservible....Me limito a callar, pero no puedo dejar de observar, y de hecho esto me hace sufrir. No me queda más que esperar la hora de mi tránsito a la eternidad que, dicho sea de paso, nunca había enfrentado con tan buenas disposiciones de ánimo como ahora. No me queda más que conformarme con su Divina voluntad y decir de corazón: "IN MANUS TUAS, DOMINE, COMMENDO SPIRITUM MEUM. IN HORA MORTIS MEAE VOCA ME, ET JUBE ME VENIRE AD TE UT CUM SANCTIS TUIS LAUDEM TE IN SAECULA SAECULORUM. AMEN."  (enero de 1973).

Con esta oración virtual en el corazón, y con la melodía y las palabras del PADRENUESTRO en la mente y los labios, subiendo a pie la calle Balmes hacia su casa, nos dejó el P. Miquel. "Y COMPLETADO EL HIMNO, SALIÓ..." Pronto nos veremos en el cielo junto a tantos amigos a cantar el SALVE FESTA DIES pascual que nos enseñó y que tantas veces cantamos exultantes.

P A X

 

El Padre Miquel Altisent: In Memoriam - 11/08/2007

Es muy posible que una gran mayoría de los que sois lectores fieles y seguidores del FIADOR no hayáis oído jamás hablar del escolapio Padre Altisent. Especialmente si no tenéis cierta edad y además os habéis formado fuera de Cataluña. Voy a tratar de hacer un esbozo muy sintético. Pero voy a insistir en los sufrimientos y circunstancias de su muerte pues reflejan de manera señera las coordenadas de dolor en las que han tenido que vivir y morir muchos sacerdotes y digámoslo también fieles.

Miquel Altisent i Domenjó nació el 22 de octubre de 1898 en la leridana población de Balaguer, a orillas del Segre. En el Seminario Menor de la Seo de Urgel recibe clases del célebre organista Mosén Marfany i de Mn. Ausàs. Este último lo marcó para toda la vida haciéndole despertar la pasión por el gregoriano. Acabado el Menor, ingresó en el noviciado escolapio de Moyà. En 1915, el año del I CONGRESO LITÚRGICO DE MONTSERRAT, con 17 años comienza la carrera sacerdotal con los estudios de filosofía en Irache (Navarra). La concluye en la Casa de Formación de Alella, donde hace la Profesión de Votos Solemnes (la perpetua), el 23 de mayo del 20. Es ordenado sacerdote el 26 de mayo de 1921, en el convento de los franciscanos de Balaguer. Era la Solemnidad de Corpus, lo ordenó el Obispo de Gagi, vicario apostólico en China. Fue destinado a la escuela de Olot en Gerona, de allí más tarde fue destinado a Cuba, en La Habana y Guanabacoa se dedicó a la enseñanza. Julio de 1936. El P. Altisent está destinado en Tarrasa, 10 escolapios de su Comunidad son asesinados, él se encuentra en la cercana Matadepera, en casa del notario Francisco Badía, que también será más tarde asesinado, como tantos seglares fervorosos. El conseller de la Generalitat, Ventura Gassol, hizo denodados esfuerzos por salvar sacerdotes y religiosos de manos de anarquistas y comunistas. Una de ellas fe el barco TÉVERE que zarpó a primeros de agosto desde el puerto de Barcelona con destino a Génova. Entre ellos, sacerdotes, religiosos, algunos monjes de Montserrat y escolapios, entre ellos el P. José Franquesa y el P. Miquel Altisent. (no confundir un Franquesa con el otro).

El 16 de noviembre de 1936, el P. Altisent es invitado a ejercer como profesor de Música en la SCUOLA SUPERIORE DI MUSICA AMBROSIANA de Milán. El director era el P. Gregori Maria Sunyol. El padre Franquesa, Sch. P. , se queda en Roma, trabajando en el Archivo General de la Orden y es profesor del Seminario escolapio de Monte Mario. El P. Altisent durante su estancia en Milán fragua una gran amistad con el cardenal Ildefonso Schuster, un autentico santo. En mayo de 1938, el Papa nombra director del PONTIFICIO INSTITUTO DE MUSICA SACRA de Roma al Padre SUNYOL. El padre Altisent se queda de director suplente en Milán.

En 1941 deja Milán y se reintegra a su Orden en Cataluña. A partir de aquel momento, y con diversos destinos que ya no son necesarios especificar, en Cataluña, decir Padre Altisent será decir "gregoriano". Y a la inversa. Se convierten en sinónimos. Él hacía suya la conocida anécdota del Papa San Pio X que inmediatamente después de su elección como tal, delante de la inmensa responsabilidad adquirida, dijo simplemente: "FAREMMO GREGORIANO". Muchos de los lectores os estaréis diciendo: "El gregoriano y la liturgia son cosas de contemplativos, no de escolapios, de educadores de la juventud". Os equivocáis. El lema de los escolapios es "Piedad y Letras" (Pietas et Litterae). Y estas cosas son para todos. Pues el padre Altisent, también el P. Franquesa, (José) creían que no había mejor "escuela que la piedad litúrgica". Era el espíritu de Dom Guéranger, el espíritu de Pio X. El P. Miquel hizo muchas veces el elogio del Santo Papa Sarto pero sin duda, el más encendido, el discurso inaugural del Curso 1953-54 del Seminario de Barcelona, del que fue su más insigne Maestro de Música durante toda la vida, cargo que alternaba con el Profesor del Conservatorio Superior de Música de Barcelona y decenas de cosas más. Era un trabajador incansable.

Su ultima preocupación fueron las melodías oficiales de la Misa. Había sido el autor de todas las del Misal en catalán, y en buena parte de las del castellano. (evidentemente de las primeras ediciones de ambos). A finales de 1972 se había reunido en Roma la COMISIÓN DE LITURGIA del episcopado, para la edición del misal castellano. Los miembros catalanes de la Sección de Música estaban presentes, entre ellos el P. Miquel. De vuelta a Barcelona y en ausencia del P. Altisent que marchó a Roma, se propusieron algunos cambios. Surgieron dudas. El presidente de la Comisión encargó a Montserrat que decidieran los detalles dudosos. Y así se hizo. Cuando llegó de ROMA, el Padre Miquel se dio cuenta de las modificaciones hechas y tuvo un gran disgusto. Especialmente en la preferida por él: el PADRENUESTRO (recordemos que en la elaboración del Padrenuestro en catalán el maestro se inspiró en un manuscrito de origen mozárabe de gran belleza).

El 31 de enero bajó a entrevistarse con el Arzobispo de Barcelona, el Dr. Narciso Jubany i Arnau: lo que este le dijo y cómo lo trató, dándole palmaditas en la espalda, lo sabemos muy pocas personas. Y por respeto y IN MEMORIAM del P. Altisent que así lo hubiese querido no lo voy a relatar. Sólo deciros que subió caminando por la Calle BALMES a su Comunidad, se sentó en la cama y cayó desplomado. No tuvo tiempo ni de tocar el timbre de alarma. Al no bajar a cenar suben a la celda, llaman al médico y su Rector, el P. Martínez-Soria, "el meu Paco", hace lo que hizo el Padre Franquesa con el Abad Suñol, le administra los sacramentos y le da la Bendición Apostólica. Lo trasladan al Hospital del Mar, ya sin esperanza, lo devuelven al Colegio donde muere entorno a las 11 de la noche. Como relata el evangelio de San Juan, después de la Última Cena: "ET HIMNO DICTO EXIERUNT"

El próximo día 18 de agosto: EL DOLOROSO TESTAMENTO ESPIRITUAL DEL P. ALTISENT.


P A X

 

Conclusión general del estudio sobre el movimiento litúrgico - 04/08/2007

Se cumple este año un siglo 1907-2007 que los modernistas fueron QUEBRADOS por San Pio X con su encíclica PASCENDI y el decreto LAMENTABILI. Ellos comprendieron que no podían penetrar en la Iglesia por la teología, por una exposición clara de sus doctrinas. Utilizaron entonces la noción marxista de PRAXIS, entendiendo que la Iglesia podía volverse modernista por la acción, y muy especialmente por LA ACCIÓN SAGRADA por excelencia que es la Liturgia.

Las revoluciones como las enfermedades, utilizan la fuerza viva de un organismo, la copan poco a poco y, finalmente, la usan para la destrucción del cuerpo a abatir. El Movimiento Litúrgico de Dom Guéranger, de San Pio X, y de los monasterios belgas, de Montserrat y Silos y de tantos otros de principios del siglo XX, era una fuerza admirable en la Iglesia, un medio prodigioso de rejuvenecimiento espiritual, que produjo maravillosos frutos. El Movimiento Litúrgico estaba llamado a ser el mejor instrumento para la revolución modernista. Les fue fácil a todos los "revolucionarios" esconderse en el interior de esa gran carcasa, como si de un caballo de Troya se tratase.

Antes de la "Mediator Dei" ¿quién se ocupaba de liturgia en la jerarquía católica? Nadie. ¿Qué vigilancia se usaba para descubrir esa forma particularmente sutil de modernismo práctico? Ninguna. Es así como, desde los años 20, y sobre todo durante y después de la II Guerra Mundial, el Movimiento Litúrgico se convirtió en lo que acabó convirtiendo. Dom Beauduin le dio primero una excesiva primacía al aspecto PEDAGÓGICO y APOSTÓLICO de la Liturgia, concibió luego la idea de hacerla servir al MOVIMIENTO ECUMÉNICO al que se dedicó con cuerpo y alma.

También lo hizo más tarde Dom Franquesa trasladado al CENTRO ECUMÉNICO de Tantur en JERUSALÉN. Dom Pius Parsch unió el Movimiento a la renovación bíblica. Dom Casel lo hizo vehículo de un arqueologismo furioso y de una concepción muy personal del "culto cristiano" (KULTMISTERIUM). Esos primeros revolucionarios fueron ampliamente superados por la generación de neo-liturgos de los diversos C. P. L.

Después de la II Guerra Mundial, el Movimiento se había convertido en una fuerza que ya nada ni nadie detendría. Protegidos en las altas esferas por eminentes prelados, los neoliturgos coparon poco a poco la Comisión de reforma de la Liturgia fundada por Pio XII, influenciando las reformas elaboradas por esta Comisión, al final del pontificado del Pastor Angélico y del Papa Bueno (Pio XII y Juan XXIII).

Ya dueños de la Comisión preconciliar de liturgia, los neoliturgos hicieron aceptar a los Padres del Concilio un documento contradictorio y lleno de ambigüedad (pero ORTODOXO), la Constitución SACROSANCTUM CONCILIUM. El cardenal Lercaro y el P. Bugnini, miembros muy activos del Movimiento en Italia, bajo el pontificado de Pablo VI, dirigieron los trabajos del CONSILIUM, que desembocaron en la promulgación del NOVUS ORDO.

No voy a ser yo, quién va a dar una calificación al NOVUS ORDO MISSAE. Lo van a hacer las palabras de Mons. Dwyer, entonces arzobispo de Birminghan, en la conferencia de Prensa que realizó el 23 de octubre de 1967, ("Documentation catholique" 1967 col. 2072) en la que confesaba: "La reforma litúrgica es, en un sentido muy profundo, LA CLAVE DEL AGGIORNAMENTO. No se equivoquen en esto, es ahí donde comienza la REVOLUCIÓN" (sic).

Ya en 1965, en el discurso dirigido a los fieles del 13 de enero de 1965, Pablo VI no había ocultado sus intenciones: "Vosotros probáis con eso que comprendéis cómo LA NUEVA PEDAGOGÍA RELIGIOSA, que la presente renovación litúrgica quiere instaurar, se inserta para tomar el lugar del MOTOR CENTRAL en el GRAN MOVIMIENTO inscrito en los PRINCIPIOS CONSTITUCIONALES DE LA IGLESIA DE DIOS".

Pueda este estudio, en el que he utilizado multitud de textos documentales y referencias, hacer comprender mejor a todos la gravedad de la TRANSFORMACIÓN LITÚRGICA que después ha sido la base del colapso litúrgico que a partir de SEPTIEMBRE relataré y describiré con nuevas entregas a modo de capítulos.

Pero no os soliviantéis ni os preocupéis, nuestra íntegra FIDELIDAD a los principios del impulsor del VERDADERO MOVIMIENTO LITÚRGICO, Dom Prosper Guéranguer y sus continuadores, son ya las prendas de la VICTORIA.


P A X

 

La reacción tradicionalista - 28/07/2007

Como siempre les pasa a cierto tipo de reformadores, en sus trabajos habían ido un poco lejos y un poco "demasiado rápido", lo que produjo una reacción tradicionalista. Y no protagonizada por cualquiera sino por las dos más altas instancias del Colegio Cardenalicio: los cardenales Alfredo Ottaviani y Antonio Bacci. El 3 de septiembre de 1969, Ottaviani y Bacci escribieron a Pablo VI su célebre Carta Abierta acompañándola de su "BREVE EXAMEN CRITICO DEL NOVUS ORDO MISSAE" que os pido leáis tratando de descubrir si, después de casi 40 años de haberla elaborado, aquello que intuyeron y anunciaron pasaría creéis sinceramente que se ha cumplido en algún aspecto. Lo dejo a vuestra conciencia. El Papa Benedicto XVI también se ha hecho esa pregunta. ¿O acaso os pensáis que la promulgación del Motu Proprio SUMMORUM PONTIFICUM es una improvisación de un hoy para mañana? A partir de esa fecha, muchos fieles captaron por fin a donde los llevaban y muchos reaccionaron de una u otra manera. Desenmascarado por esta carta abierta, Bugnini anunció el 18 de noviembre una nueva reacción de la INSTITUTIO GENERALIS para "una mejor comprensión pastoral y catequística" (que manía, ¡por Dios!), una nueva redacción que siguió siendo tan mala como la primera y que dejó sin cambiar el rito mismo. Por su lado, el 19 y el 26 de noviembre, Pablo VI se encargó de tranquilizar a los fieles en las Audiencias Generales en el AULA NERVI. Ya el 20 de octubre la Congregación para el Culto Divino había publicado la Instrucción "DE CONSTITUTIONE MISSALE ROMANUM GRADATIM AD EFFECTUM DEDUCENDA" por la cual la introducción del NOVUS ORDO era diferida al primer Domingo de Adviento de aquel año, el 28 de noviembre de 1971, dejando a las CONFERENCIAS EPISCOPALES la libertad de fijar una fecha ulterior. Varios episcopados europeos aprovecharon esta ocasión para declarar prohibida la Misa anterior. ¿Hizo tal cosa el Papa Pablo VI? El actual Papa Benedicto XVI dice en el Motu Proprio SUMMORUM PONTIFICUM que "nunca fue abrogada". Pero al menos Pablo VI reclamó la "sumisión incondicional en nombre de su voluntad" a toda la Iglesia. (ver CONSISTORIO del 24 de mayo de 1976-link solo en latín o italiano ) Yo, como la inmensísima mayoría de obispos, sacerdotes y fieles, hemos obedecido ciegamente hasta el día de hoy con el grado de obediencia ignaciana que pide la sumisión de la voluntad. Nunca he podido adherir ni con el INTELECTO ni con el AFECTO. Nunca, nunca, lo que se dice nunca, pues NUNCA. (Desde que empecé el FIADOR, he tenido que esperar 2 meses y medio para decirlo ) y me siento orgulloso de poderlo afirmar hoy con santa libertad de espíritu. A continuación paso a daros el enlace y someter a vuestra reflexión la entrevista que fue realizada el Cardenal Alfonso Mª Stickler y que finalmente he encontrado traducida al castellano: “El Concilio, el Novus Ordo Missae y las innovaciones litúrgicas sin fin

En la próxima entrega : CONCLUSIÓN GENERAL del estudio sobre el MOVIMIENTO LITÚRGICO.

 

 

La batalla final: La elaboración y promulgación del NOVUS ORDO (y III) - 21/07/2007

Apenas cincuenta días después de la aprobación de la Sacrosanctum Concilium, el 25 de enero de 1964 (jornada final del Octavario para la Unidad de los Cristianos), Pablo VI publica el Motu Proprio "Sacram Liturgiam" que pone en práctica ciertas disposiciones de la Constitución y anuncia la creación de una Comisión especial encargada de poner en aplicación esta Constitución. El 29 de febrero de 1964, el Papa crea el CONSILIUM AD EXSEQUENDAM CONSTITUTIONEM DE SACRA LITURGIA; confía sus puestos a los más elementos más avanzados del "Movimiento Litúrgico", en particular la presidencia al cardenal Lercaro y la secretaría al Padre Bugnini, obsesionado con el carácter ecuménico que deberá tener la nueva Misa. Este Consilium va a desposeer de casi todos sus poderes a la Sacra Congregación de Ritos. Pablo VI intervendrá personalmente el 20 de octubre del 64 y el 7 de enero del 65 para sostener al Consilium entonces en conflicto con la Congregación Romana. Apenas obtenido ese apoyo, el 19 de marzo el P. Annibal Bugnini declara en el OSSERVATORE ROMANO: "La oración de la Iglesia no debe ser un motivo de malestar espiritual para nadie. Es preciso apartar toda piedra que pueda constituir hasta la más leve sombra de un riesgo de estorbo o de disgusto para nuestros hermanos separados". A partir de entonces y hasta 1969 va a funcionar como un auténtico tribunal de excepción. Dom Botte nos explica en su libro "Le mouvement liturgique" (p. 156) la organización del Consilium: "El Consilium estaba constituido por dos grupos diferentes. Había en primer ligar una cuarentena de miembros propiamente dichos -la mayoría cardenales u obispos- que tenían voz deliberativa. Luego estaba el grupo de los consultores, encargado de preparar el trabajo. Las sesiones se realizaban la mayoría de las veces en el Palazzo Santa Marta, detrás de la Basílica de San Pedro, en la gran sala de la planta baja" Y, ¿no adivináis quien es llamado junto a Monseñor Wagner y Bugnini a ser consultor del episcopado en materia litúrgica? Evidentemente el Padre Adalbert Franquesa. Varios expertos estaban agrupados y trabajaban juntos bajo la dirección de un relator. Dom Botte fue el encargado de la revisión del primer tomo del Pontifical, y a él le debemos, en gran parte por lo menos, la desaparición de la Prima Tonsura y las Ordenes Menores así como el nuevo Ritual de las Ordenaciones y el nuevo Rito de la Confirmación. Monseñor Wagner, director del Instituto Litúrgico de Tréveris, fue el relator del grupo encargado de la reforma de la Misa cuyos miembros más activos fueron: el profesor Fischer, Mons. Schnitzler, el P. Jungmann, el P. Louis Bouyer, el P. Gy, Dom Vaggagini y Dom Botte. Como vimos hace 2 semanas, hasta la promulgación del Novus Ordo Missae en el 69, hubo dos decretos, el del 64 que entra en vigor el 7 de marzo del 65 y la Instrucción "Tres abhinc annos" del 4 de mayo del 67. Ambos van radicalizando cada vez la transformación. Y llegó el 24 de octubre del 67: el cardenal Lercaro y Annibal Bugnini habían logrado en 3 años poner a punto una nueva Liturgia de la Misa, conforme en todos los puntos a las "desiderata" del Movimiento Litúrgico-ecuménico. Se la bautizó como "MISSA NORMATIVA" y fue presentada a los Obispos reunidos en Roma para el Sínodo. Triste mañana de otoño en la Capilla Sixtina. Por una "delicada atención", los productores antes de someter su invento al voto del Sínodo, habían querido ejecutar ante ellos una representación general. Antes de empezar se explicó a los 183 prelados presentes que se tenían que imaginar haciendo el papel de feligreses asistiendo a la Nueva Misa activa, consciente, comunitaria, simplificada. Seis seminaristas harían la schola cantorum, un lector leería las dos lecturas (más la del evangelio reservada al presbítero o diácono). El P. Annibal Bugnini se esforzó por celebrar y también pronunció la homilía. La Misa Normativa MODIFICABA (más bien pulverizaba) TODO, ABSOLUTAMENTE TODO: El Confíteor, el Kyrie, el Gloria, el Ofertorio. Pasaba por alto la intercesión de los Santos, el recuerdo de las almas del Purgatorio, todo lo que expresaba la Ofrenda personal del sacerdote en cuanto a hombre. Proponía 4 cánones de recambio. Corregía las palabras de la Consagración. Y por supuesto, reemplazaba el latín por el idioma nacional. Los Obispos rechazaron esta misa en la votación del 27 de octubre. A la pregunta: "La estructura general de la misa llamada normativa, tal como ha sido descrita en el informe y la respuesta, ¿tiene el acuerdo de los Padres? Resultado: Placet, 71. Non Placet, 43. Placet juxta modum, 62; Abstenciones, 4. El relativo fracaso de la Misa Normativa no desanimó al Consilium. El cardenal Lercaro fue entonces reemplazado por el cardenal Béno Gut (que al decir de Dom Botte "no era una luz"). Entonces PABLO VI pondría su autoridad en la balanza. En efecto el 3 de abril de 1969 el Papa proclamaba la Constitución Apostólica MISSALE ROMANUM por la cual reformaba el rito de la Misa e introducía con cuña la MISSA NORMATIVA apenas retocada. El 6 de abril, la Sagrada Congregación de Ritos promulgaba el nuevo orden de la Misa (Novus Ordo Missae), con su "Institutio Generalis". El nuevo Misal debía entrar en vigor el 30 de noviembre del 69. El Consilium podía desaparecer. El 8 de mayo de 1969, Pablo VI, por la Constitución Apostólica "SACRA RITUUM CONGREGATIO" sustituyó la antigua Congregación de Ritos por dos nuevas congregaciones denominadas una "Para la causa de los Santos" y la otra "Para el Culto Divino", heredando esta última las competencias del antiguo dicasterio y absorbiendo al Consilium. El prefecto de la Congregación sería el cardenal Gut y nuestro amigo Bugnini, el secretario (es decir el instrumento ciego de esta reforma).
Próxima entrega: "La reacción tradicionalista"

 

 

La batalla final: La "Sacrosanctum Concilium" (II) - 14/07/2007

De todos los esquemas preparatorios del Concilio, el único que no fue rechazado fue el de la Liturgia. El ala progresista no podía, en efecto, sino estar satisfecha de un texto cuyo autor principal era el P. Bugnini, secretario de la Comisión preparatoria de liturgia. Recordemos algunos miembros de esa Comisión: Dom Capelle, Dom Botte, el canónigo Martimort, el P. Hängii, entonces profesor en la Friburgo suiza y más tarde obispo de Basilea, el P. Gy y el P. Jounel. El presidente de esa Comisión era el anciano Cardenal Gaetano Cicognani, que se opuso con todas sus fuerzas a ese esquema que él juzgaba muy peligroso. El proyecto del esquema, para ser presentado en el aula conciliar, debía llevar la firma del Cardenal. El se oponía. Juan XXIII lo obligó a firmarlo. Narra el P. Ralph Wiltgen que un experto de la Comisión preconciliar de liturgia afirmó que el anciano cardenal estaba al borde de las lagrimas, que agitaba el documento diciendo: "Vogliono farmi signare questo e non so cosa fare". ("Quieren que firme esto y no sé qué hacer"). Luego puso el texto sobre su escritorio, tomo una pluma y lo firmó. Cuatro días más tarde, estaba muerto. Lo mismo que, en otro orden de cosas, le sucedió a nuestro gran maestro gregorianista el P. Miquel Altisent, Sch. P., la tarde de aquel 31 de enero de 1973, tras volver de Roma y tener un disgusto mortal en Barcelona (nunca mejor dicho). Este mes de agosto y en homenaje al P. Altisent dedicaré un capítulo "IN MEMORIAM" para relatar el hecho.

Pero sigamos con el esquema de la Sacrosanctum Concilium. El esquema preparatorio fue presentado en el aula conciliar el 22 de octubre de 1962. El Papa Juan XXIII murió el 3 de junio de 1963 a las 19.49 h. El 4 de diciembre del mismo año 63, el nuevo Papa Pablo VI promulgó la Constitución Sacrosanctum Concilium. Había sido aprobada por 2151 votos a favor con únicamente 4 votos en contra.

¿Cuales son las características de esta Constitución? Destaco 3 principales:


1. Es una LEY-MARCO: es decir, enuncia solamente las grandes líneas de una doctrina litúrgica en las que se inspirarán sea el CONSILIUM AD EXSEQUENDAM LITURGIAM sea las Comisiones Litúrgicas Nacionales y Diocesanas para elaborar la nueva liturgia .
2. Inaugura una TRANSFORMACIÓN FUNDAMENTAL de la Liturgia: anuncia la revisión del ritual de la Misa, un nuevo rito de la concelebración, la revisión de todos los demás rituales sacramentales.
3. Constituye un COMPROMISO entre el tradicionalismo y el progresismo, pretendiendo equilibrar a uno con el otro.(De aquí la cuasi unanimidad de votos favorables) Pero con trampa. Para satisfacer a la mayoría conservadora se respetarán los principios fundamentales de la liturgia, pero sin ninguna aplicación práctica. Para la minoría progresista batalladora y actuante, se asegurará la evolución ulterior en sentido progresista. Esto en particular en lo referente a las cuestiones de las relaciones CULTO-PEDAGOGÍA y del empleo del LATÍN.

Digamos pues que es UNA LEY MARCO, INAUGURANDO UNA TRANSFORMACIÓN FUNDAMENTAL, INSPIRÁNDOSE EN DOS DOCTRINAS CONTRADICTORIAS. Así se presenta la Constitución Litúrgica del 4 de diciembre del 63. Yo no sé definirla ni mejor ni más brevemente.

Así de esta manera, estaba realizado el deseo de Juan XXIII emitido en el Decreto "Rubricarum Instructum" según el cual: "los Padres del Concilio se habían pronunciado sobre los principios fundamentales concernientes a la reforma litúrgica”. Tienen razón pues, los ancianos redactores del manifiesto de Església Plural esta semana en su artículo "BENEDICTO XVI, RETORNO A TRENTO" en cuanto concierne a la voluntad de Juan XXIII y las expectativas depositadas en la celebración del Concilio. La Reforma del Misal del 62, que ahora vuelve a estar en vigor tras el Motu Proprio SUMMORUM PONTIFICUM, fue promulgada por Juan XXIII, pero los esquemas basicamente los heredó de los realizados en los últimos años del pontificado de Pio XII.

Con la Constitución SACROSANCTUM CONCILIUM se ponían al menos las bases, se dejaban las puertas abiertas de manera virtual, para poner en marcha la TRANSFORMACIÓN LITÚRGICA. Aceptada por una inmensa mayoría de obispos, desgraciadamente en buena parte carentes de una profunda ciencia litúrgica, va a servir para crear el CONSILIUM y llevar a cabo la aplicación práctica de la Constitución creando el NOVUS ORDO MISSAE del 1969.

 

 

La batalla final: los últimos preparativos (I) - 07/07/2007

En 1960 conocimos los proyectos de Juan XXIII sobre la liturgia reflejados en el Decreto "Rubricarum Instructum" del 25 de julio de 1960: ese decreto que disponía una reforma de detalle apuntaba a una reforma de fondo, la discusión de los principios fundamentales concernientes a la reforma litúrgica será confiada a los padres del Concilio. Faltaban pocos meses para la apertura del Concilio, habrá que actuar con rapidez. Los reformadores acrecientan su actividad y publicaciones. El neo-liturgo será Dom Adrien Nocent, monje benedictino de Mared-sous, nacido en 1913, ex-alumno del INSTITUTO DE LITURGIA DE PARIS, nombrado en 1961 profesor en el PONT. INST. DE LITURGIA DE SAN ANSELMO DE ROMA. En esta venerable Universidad fundada por León XIII, donde Dom Beauduin había enseñado, Dom Nocent preparaba el asalto. Su obra:"El porvenir de la liturgia" (L´avenir de la liturgie. Ed. Universitaires 1961) fue publicada ese mismo año con el imprimatur de Mons. Suenens. He aquí un extracto de la introducción, con una caricatura del buen fiel y una descripción llena de caridad del católico progresista, y por fin el trazado exacto de la vía media que tomará el Concilio (sólo primera etapa reformas ulteriores).Mirad lo que decía:


1º No todos los católicos vibran a la espera de un Concilio donde se planteen cuestiones litúrgicas.

2º Hay inmovilistas que se preguntan por qué razón hay que modificar usos antiguos en los que degustan una "maniaca y cómoda satisfacción" y de los que creen sacar provecho espiritual.

3ª Hay en oposición a este inmovilismo, una actitud demasiado impaciente que ama el cambio por él mismo, como manifestación de suprema vitalidad. A veces hay que perdonar su violencia y explicarla por una ATORMENTADORA ANGUSTIA PASTORAL....

4º Declara entonces Dom Nocent que " paralelamente a los PROBLEMAS ECUMÉNICOS, se sabe que en el orden del día del Concilio está inscrita UNA REVISIÓN DE LA LITURGIA y que unas comisiones se han puesto a trabajar. EL PAPEL DEL CONCILIO SERÁ CÓMO TOMAR RESOLUCIONES FIRMES, DAR UN IMPULSO A TAL ORIENTACIÓN PRECISA EN TAL BÚSQUEDA DE ADAPTACIÓN Y CORTAR EL CAMINO A TAL TENDENCIA, LEGITIMA TAL VEZ PERO RECONOCIDA COMO INOPORTUNA.

Me perdonareis el extracto resumido de la introducción a su texto, pero ahí está contenido todo el plan, con dos años de antelación: la oposición tradicionalista es todavía demasiado fuerte en esa época para que se pueda pensar en un trastocamiento violento de la liturgia, será preciso contentarse en un primer tiempo con PRINCIPIOS DE REFORMA aceptables para la tendencia conservadora para confiar luego la APLICACIÓN de estos principios a representantes de la tendencia PROGRESISTA INNOVADORA.

Adrien Nocent sabe bien que el CONCILIO no podrá aceptar de golpe una nueva liturgia para la Iglesia, pero sabe bien que esta nueva liturgia (en la cual ha trabajado) SERÁ PROMULGADA MÁS TARDE EN NOMBRE DEL CONCILIO. Es por eso que toda la continuación de ese texto trata de la liturgia del porvenir. En 1961 la nueva liturgia está concebida en la mente y los escritos de Dom Nocent, es considerada INOPORTUNA en 1963 y promulgada finalmente en 1969.

El profesor de San Anselmo afirma primeramente el principio y fundamento de la nueva liturgia:
"Una gran variedad de celebración sería pues permitida alrededor de un núcleo central siempre respetado y que sería celebrado solo en los días simples" Esa teoría es la que después recogerán en la Introducción a las Nuevas Normas de la Misa, texto publicado por la B.A.C. en 1969, los autores de la presentación al Nuevo Misal para los fieles de lengua española (Martín Patino, Pardo, Iniesta y Farnés)

El altar debe de estar de cara al pueblo, sin mantel fuera de las celebraciones, las oraciones de preparación deben de ser simplificadas, las lecturas multiplicadas, la oración universal restaurada. El ofertorio (después del Credo únicamente recitado el domingo) está muy acortado. El celebrante no ha de elevar sino las hostias en silencio. El cáliz colocado a la derecha de la hostia, la palia facultativa, la incensación rápida. El lavabo no se realiza a menos que el celebrante tenga las manos sucias, "hay que evitar ese simbolismo fácil y sin más interés" (sic). La patena que no se oculte bajo el corporal, permanezca sobre él, el Orate Frates en voz alta, la secreta en alta voz. El Canon despojado de toda plegaria de intercesión, de los Per Chistum Dominum Nostrum, menos señales de la cruz y menos genuflexiones, Canon en voz alta y lengua vernácula, Padrenuestro recitado por todos, apretones de mano en el Agnus Dei, durante el cual tiene lugar la fracción de la Hostia. La comunión bajo las dos especies, de pie y en la mano. Bendición. Ite Missa est y supresión del ultimo Evangelio y de las oraciones de León XIII.

Nuestro reformador pasa después revista a todos los demás sacramentos y propone reformas que sería demasiado largo repetir aquí, pero que son en sustancia la reforma del ritual de los sacramentos que hemos visto en los años 70.

En 1961, Dom Adrien Nocent conocía perfectamente el plan de la Reforma Litúrgica: el CONCILIO va a hacer un esquema tal que abra la puerta a los innovadores y parezca cerrarla a los ULTRARREFORMISTAS, pero solamente por un tiempo. El plan se desarrollará así:

-Tendencia reformista moderada (reforma de 1964: uso de la lengua vulgar en todos los ritos salvo el prefacio y el canon de la Misa, el salmo "Judica me" y las oraciones después de la Misa desaparecen, modificación de muchas rubricas, y poderes litúrgicos confiados a las CONFERENCIAS EPISCOPALES). Entró en vigor el 7 de marzo del 65

-Acento progresivo y radical de la tendencia (Decreto "TRES ABHINC ANNOS" del 4 de mayo de 1967, que autoriza la recitación del canon de la Misa y el Prefacio en lengua vulgar.

Pero eso no bastaba a los innovadores, la Liturgia Romana codificada por San Gregorio Magno y canonizada en la Bula "Quo Primum Tempore" de San Pio V, incluso mutilada y reformada como nos quedó en el 67, seguía siendo la Misa Católica Romana Tradicional y, por lo tanto, un OBSTÁCULO PARA EL ECUMENISMO, para ese cristianismo universal tan deseado. Había que ceder el paso y por fin dar lugar a los ultrarreformistas. En el próximo capítulo veremos como las singulares características de la Constitución SACROSANCTUM CONCILIUM sobre la Liturgia y la creación el 29 de febrero del 64 del "CONSILIUM ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia" bajo la presidencia del Cardenal Lercaro y la secretaría de Bugnini va a desembocar en la Reforma del 69 y cómo esta va a ser el puerto desde donde partirá y se difundirá el colapso litúrgico actual de buena parte de la Iglesia.

P.S.: Dicho sea de paso, recomiendo leer un artículo de 2003 del entonces Cardenal Ratzinger, con el título: "TODOS HACIA EL SEÑOR"

P A X

 

 

Nota explicativa: la hermenéutica de la historia - 30/06/2007

Me es muy grato, amables y pacientes lectores, proceder a una serie de distinciones con el objetivo de esclarecer el camino recorrido y los objetivos perseguidos hasta este punto. He leído pacientemente en los últimos días todas las cartas recibidas, los comentarios publicados en los diversos blogs y foros, sobre el sentido de esta serie de artículos semanales sobre el Movimiento Litúrgico. Nos queda aún entrar en el proceso de Reforma Litúrgica que este llevó a cabo al amparo del Concilio Vaticano II.

En primer lugar, destaco que reconozco que el estilo que uso no posee ningún recurso de belleza, ni siquiera hace gala de compactez literaria. No hago profusión de citas ni excesivas referencias a la documentación utilizada.(tampoco está huérfana de ellas). Si quisiera hacer esto, publicaría un libro. Y les aseguro que material no me faltaría. Pero ¿quién de Vds. se habría tomado la molestia de comprarlo y leerlo? Unos cuantos, quizás si. Pero pocos. Siempre pocos. ¿Saben Vds. cuantos están siguiendo el hilo conductor de esta columna en todo el mundo? Por medio de las Cartas al Directorio, en estos días he llegado a conocer a un destacado escritor y columnista. Sus artículos en la Red los he leído, espero que casi todos. Fantásticos. ¿Saben cuanto tardaré en hacerme con algunos de sus libros? Mínimo entre 2 o 3 meses. Y si tengo suerte. ¿Entendéis el mensaje? Internet no es la Biblioteca Vaticana. En segundo lugar, subrayo que hacer una crítica a algún autor o personaje por sus tesis o sus tomas de posición en materia litúrgica, no invalidan el conjunto de su obra. A modo de ejemplo: puedo estar en contra del partido tomando por Romano Guardini en la Asamblea de Fulda y eso no quita que sus obras espirituales sean maravillosas. Aún leo y recomiendo sus dos volúmenes de "El Señor". De la misma manera y con el mismo peso que Lambert y Angelo (Beauduin y Roncalli) hayan sido amigos durante años no implica que por el hecho que este llegó a ser Papa y éste haya sido elevado al honor de los altares, TODA LA OBRA DE BEAUDUIN esté canonizada (solo nos faltaba eso). En tercer lugar, me pregunto ¿es lícito proceder a una HERMENÉUTICA DE LOS HECHOS HISTÓRICOS? ¿Se puede proceder a una CRITICA HISTÓRICA de los aconteceres de la Iglesia? ¿O todo lo que toca a los Papas, a los Concilios y a la misma Historia de la Iglesia está revestido de una pátina de INTOCABILIDAD?

Voy a dar la respuesta. Cuando era estudiante me impresionó muchísimo la lectura de uno de los historiadores más famosos de la Iglesia: Ludwig Von Pastor. Este fue el primer historiador contemporáneo que obtuvo el permiso del Papa León XIII para investigar en el ARCHIVO SECRETO VATICANO. Fue el gran refutador de las tesis de Leopold Ranke, que no dejó de atacar al Papado durante el siglo XIX. El historiador Von Pastor elaboró una HISTORIA DE LOS PAPAS que dudo haya sido jamás superada por otro historiador. (creo que eran al menos 16 volúmenes, no recuerdo bien) Él procede con un taimado y paciente método a DISTINGUIR entre los aconteceres históricos, lo que forma parte de la acción del Espíritu Santo en el devenir de la Iglesia y lo que no han sido más que trazos del espíritu y mentalidad propios de la época, a los que la Iglesia no pudo o no supo sustraerse. Quien haya asumido intelectualmente ese DISTINGUO CRÍTICO realizado hace más de 100 años por Pastor podrá asumir el hilo conductor de EL FIADOR.

Para hacerlo más inteligible a los más jóvenes: Es muy posible que muchísimos clérigos entre los 45 y 65 años hayan conocido y leído algo de Hans Urs Von Balthasar. Su método, aunque él es ante todo un teólogo, no es otro que el de la crítica histórica. Él es un auténtico hermeneuta de la Historia. Su breve pero muy divulgativa obra "TEOLOGÍA DE LA HISTORIA" quizás haya pasado por las manos por muchos de Vds. ¿Qué nos viene a decir con ese trabajo, en poquísimas palabras? Que necesitamos claves de lectura críticas para comprender el devenir de la historia: que quien tiene esas claves de lectura crítica pero a la vez creyente, gana. Y gana porque tiene más objetividad, más perspectiva, más capacidad de INTERPRETACIÓN y, por lo tanto, puede relativizar lo relativo.

Voy a entrar en las próximas entregas en un terreno muy delicado: voy a proceder a INDIVIDUAR los autores, los mecanismos, las acciones de los protagonistas de la REFORMA LITÚRGICA nacida al amparo del Concilio durante el Pontificado de Pablo VI.

En primer lugar: lo voy a hacer de modo SINTÉTICO como hasta ahora. Trataré, sin embargo, de dar más citas accesibles a los interesados en el tema para que todos los que gusten puedan constatar y contrastar la Documentación utilizada. No usaré florilegios literarios. Esto no es un libro de especialización.

En segundo lugar: La crítica a los protagonistas de la Reforma, muy especialmente a los responsables (Annibal Bugnini y el Cardenal Lercaro) la juzgo lícita. Su cercanía a Pablo VI no les concede IMPUNIDAD CRITICA (y muchos menos, los reviste de INFALIBILIDAD DOGMÁTICA). Tampoco está revestido de ella en este campo, pues no era su voluntad ya que ni la explicitó ni la quiso el Papa Pablo VI cuando aprobó y promulgó el Misal de 1969. El "distinguo" entre la Reforma Litúrgica y los textos conciliares en sí mismos no nos sitúan al borde la comunión de la Iglesia. Faltaría más. Este proceder hermenéutico no será pues ACATÓLICO como vienen insinuando algunos comentaristas. Mostrar la disconformidad con el proceso y los resultados de la Reforma Litúrgica de Pablo VI y descubrir en ella los gérmenes del COLAPSO LITÚRGICO que hoy se vive en buena parte de la Iglesia, no nos coloca fuera de ella. Además, en buena parte del análisis creo coincidir con el realizado por el entonces Cardenal Ratzinger en su obra "El Espíritu de la Liturgia. Una introducción" publicado por HERDER (Friburgo 2000). Y no creo que el Cardenal Ratzinger se situara con ello en una espiral de hermenéutica "acatólica", al borde de la comunión, digo yo.

Voy a utilizar en mi argumentación de las próximas entregas, un ensayo del Cardenal Alfons M. Stickler, como muchos sabrán (o quizás ignorarán) prefecto emérito de la BIBLIOTECA VATICANA y sus archivos. Actuó como especialista y perito en la COMISIÓN DE LITURGIA del Vaticano II. Fue elevado al Colegio Cardenalicio por Juan Pablo II en el Consistorio del 1985. Publicó el ensayo referido DIE HEILIGE LITURGIE en la Ennsthaler Verlag (colección) de las Edic. Franz Breid (Steyr-Austria 1997). Así que los que estén ávidos de documentación y de citas concretas que vayan procurándose un ejemplar para ir contrastando. (Hay que dominar la noble lengua germánica para ello, claro está. Pero es posible que encuentren ahora, después de 10 años de su publicación, alguna traducción)

Así pues, nos damos cita, si Dios quiere, para la próxima entrega del sábado 6 de julio que tendrá como título: "LA BATALLA FINAL"

 

 

Pío XII y la encíclica “Mediator Dei” - 23/06/2007

Ya hemos visto, apreciados lectores, las turbias maniobras del episcopado alemán para hacer prevalecer sus tesis. Maniobras denunciadas en su carta pastoral por el Obispo de Friburgo de Brisgovia Mons. Groëber. Pio XII quedó impresionado por esa pastoral e iba a responder a esas inquietudes con dos encíclicas dirigidas a la Iglesia Universal: la Mystici Corporis del 43 y la Mediator Dei del 47 fueron dos enérgicas iniciativas del genio excepcional y de las grandes cualidades del Pastor Angélico. La Mediator Dei es una de las encíclicas más largas que jamás haya salido de la Cancillería Pontificia. Con un discernimiento y una habilidad extraordinarios, el Papa va a retener todo lo que hay de bueno en el Movimiento Litúrgico y a condenar enérgicamente sus desviaciones.

Esta encíclica es admirable, y recomiendo a todos leerla y meditarla. Es una verdadera "Suma Litúrgica". Un autentico tratado sobre la Divina Liturgia. Tanto es así que son muchos los sacerdotes de una cierta generación, que como yo mismo, en el Seminario la aprendían de memoria siendo el paradigma de todo lo que debíamos aprender, asumir y vivir como sacerdotes con respecto a la Liturgia.

Sólo una pena, y es que esa carta tan hermosa no haya sido acompañada de medidas concretas incluso sanciones. Creyó habérselas con intelectuales un poco extraviados, cuando se trataba, al menos para algunos, de verdaderos dirigentes revolucionarios. ¿Y podía ser de otro modo cuando esos dirigentes eran presentados, sostenidos y animados por influyentes prelados?. El Papa era mal informado y sería traicionado: no se retendría de la encíclica sino los estímulos por la renovación litúrgica y se callaron las numerosas puestas en guardia del documento. Meses más tarde, el 18 de mayo del 48, se creaba una “Comisión Pontificia para la Reforma de la Liturgia” , legítima pero muy inoportunamente. Emprender una reforma de la liturgia en un periodo que era atacada por todas partes por sus peores enemigos era concurrir a la ruina de la liturgia desquiciando su estabilidad ya bien comprometida. Al Papa le faltaba la perspectiva de la Historia para darse cuenta de esa situación, esa perspectiva era casi imposible. ¿Quien podía darse cuenta que debajo de una purpura cardenalicia o de un hábito blanco y negro había un discípulo de Loisy ?. Dom Beuaduin había dado en 1945 la consigna en sus "Normas prácticas para la Reforma Litúrgica" (La Maison-Dieu, ed. du Cerf enero del 45): hacer presentar nuestras demandas por los obispos y los sacrificados miembros de la ACCIÓN CATÓLICA. Se multiplicaron las súplicas a Roma para obtener reformas litúrgicas y suavización de la disciplina sacramental: ayuno, misas vespertinas, reforma de la Semana Santa, introducción de la lengua vernácula para los sacramentos. Las necesidades pastorales eran a menudo reales y Pio XII se creyó con el deber de aceptar esas demandas. Las emprendió con pureza de intención, sin darse cuenta porque no podía ver quien estaba detrás: las desiderata presentadas por el cardenal Bertram eran elaboradas por Beauduin: ese era el complot. Para el Papa se trataban de concesiones legítimas a las exigencias de la salud y de la vida moderna, mientras que para los "neoliturgos" eran las primeras etapas del "cambio".

Vamos a encontrar exactamente esos mismos elementos en la Reforma de la Semana Santa. A partir de 1946 y 1947 el C.P.L. francés multiplicaron sus actividades y publicaciones con el fin de HACER PARTICIPAR a los fieles en las ceremonias de la Semana Santa, Ceremonias INTERMINABLES, A HORAS INDEBIDAS, ante una ASAMBLEA IRRISORIA DE FIELES. Una vez más un motivo pastoral fue el que hizo actuar a Pio XII: que los fieles puedan asistir en gran número a las más grandes ceremonias de la liturgia. En el 51 se autorizó el cambio de horarios del Sábado Santo, en el 53 se confió a la Comisión el encargo de restaurar los Oficios de Semana Santa, concluidos en el 55. Pero no se restauraron sólo los horarios con el fin de facilitar la frecuentación de los fieles: SE HICIERON PASAR EN LOS RITOS LOS DESCUBRIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS y sus concepciones de la Liturgia. Los "expertos" utilizaron esta reforma como un "banco de pruebas": comprobando el éxito lo extenderán a toda la liturgia. Así, esas modificaciones de los Ritos fueron extendidas a toda la liturgia en la Reforma promulgada por Juan XXIII en 1960. Son reformas de una perfecta ortodoxia pero que constituyen la primera etapa de una revolución: la autodemolición de la Liturgia Romana.

La muerte de Pio XII fue recibida con alegría delirante por los descarriados del Movimiento: la ortodoxia implacable que el Papa había mantenido en las Reformas no era de su gusto. Hacía falta un Papa que comprendiera el problema del ecumenismo. Beauduin y Roncalli eran amigos desde 1924 y en 1944 es enviado como nuncio a Paris donde permanecerá hasta el 53, en esa época se reencontraron y no dejaron de tratarse. Beauduin conocía muy bien a Roncalli, sabía desde su ascenso al solio pontificio que él consagraría sus esfuerzos al ecumenismo y que convocaría un concilio que hiciera la síntesis del MOVIMIENTO ECUMÉNICO con el MOVIMIENTO LITÚRGICO.

Pero la hora del Concilio aún no había llegado, Juan XXIII quería terminar la obra de su predecesor y extender sus conclusiones a toda la liturgia, por eso esa Reforma del 60-61 es en realidad la conclusión de las Reformas de Pio XII. Pese a algunas dolorosas desapariciones y alguna que otra torpeza, la liturgia católica permanece en ella sustancialmente sin cambios. El GRAN ERROR DE JUAN XXIII será el de confiar al CONCILIO la reestructuración de los PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DE LA LITURGIA. A partir de ese momento, las reformas estarán animadas por una CONCEPCIÓN NUEVA DE LA LITURGIA. Concepción contenida y dominada por la vigilante ortodoxia de Pio XII.

Todas esas reformas preconciliares nos parecen hoy bien superadas y olvidadas, en comparación con las que vinieron con el Concilio y el Post- Concilio, pero no habría que olvidar que esas primeras reformas causaron ya una considerable perturbación de los fieles. ¿La excusa?: EL REJUVENECIMIENTO DE LAS IGLESIAS. ¿El programa?: HACERNOS VOLVER A UNA IGLESIA PRIMITIVA (concebida de manera falsa y muy protestantizada), NEGANDO QUINCE SIGLOS DE VIDA DE LA IGLESIA. En 1960 el Movimiento Litúrgico descarriado ha ganado ya muchas batallas, pero no ha ganado todavía la guerra. Juan XXIII ha anunciado que la reunión del Concilio Ecuménico tratará, entre otros, los principios de la Reforma Litúrgica.

Ese Concilio, según la expresión del cardenal SUENENS, que no mía, será "EL 1789 EN LA IGLESIA"

P A X

 

El Movimiento va sacándose la máscara - 16/06/2007

La entreguerra europea vio desarrollarse graves desviaciones teológicas en el seno del "Movimiento Litúrgico". Dom Beauduin lo arrastró por los caminos de un falso ecumenismo. Algunos monjes de Chevetogne se convierten a la ortodoxia. También Lev Gillet que entró en contacto con él en esa época. Dom Casel lo perdió en el arqueologismo y fue la primera fuente de contagio de Adalbert Franquesa y de los montserratinos. Dom Parsch ligó su causa a un "Movimiento Bíblico" desviado. Vamos a encontrar a estos personajes trabajando más que nunca, a la sombra de la II Guerra Mundial, en su "obra".

Durante esta II Guerra Mundial Dom Beauduin tenía un buen número de sacerdotes discípulos. Con ellos y bajo la protección de Mons. Fillion y Mons. Harscouet, obispo de Chartres, organiza lo que él llama "sus retiros un poco canallas". Muchos venían de Paris, alrededor de Mons. Chevrot, párroco muy liberal de San Francisco Javier de Paris y predicador muy célebre en esa época en Nôtre Dame; otros venían de los ambientes scouts del P. Doncoeur, otros finalmente y tal vez los más peligrosos, llevaban el hábito blanco de los dominicos. Ya existía pues en Paris todo un clero de vanguardia, muy dedicado a la Acción Católica, que valoraba mucho las elucubraciones de ecumenismo litúrgico de Dom Beauduin, ese clero se ocupaba mucho de la resistencia y conoció entonces a muchos militantes del Partido Comunista convertidos repentinamente en patriotas. Toda esa evolución "socializante" se hizo bajo los episcopados de Verdier y Suhard. La Compañía de Jesús no se quedaba atrás del clero diocesano: ya desde hacía varios años el P. Doncoeur era el alma de un vasto movimiento de scoutismo católico. Nuestro lector recuerda que en Alemania el "Esfuerzo Litúrgico" era vehiculizado por los movimientos juveniles. Desde ese momento la liturgia para ese clero se convertirá ante todo en una PEDAGOGÍA, una manera incomparable de educar a la juventud. En Cataluña el abogado nacionalista Batista i Roca, inspirado por el scoutismo inglés, hacia el año 27 comienza a fraguar ayudado por Mn. Antoni Batlle i Mestre desde el CENTRE EXCURSIONISTA DE CATALUNYA una sección scout masculina, MINYONS DE MUNTANYA, que juntamente con la que la carmelita de Gracia Sor Moliné impulsa (GERMANDAT DE NOIES GUIES) formaran ya en el año 32 el marchamo de un movimiento scout catalán autónomo. La estancia de Mn. Batlle en Suiza durante los 3 años de la Guerra Civil será capital para la fuerte orientación litúrgico-espiritual que este dará en la clandestinidad del régimen franquista a los MINYONS DE MUNTANYA I GUIES SANT JORDI. Y aún a pesar de su autodisolución en el 54 por los obstáculos a su pervivencia, la creación de la DELEGACIÓ DIOCESANA D´ESCOLTISME en 1956 por el Obispo Modrego, casi a las vigilias de la muerte de Mn. Batlle, son su áncora de salvación. Ya dedicaré quizás un día más adelante un apartado especial sobre los influjos del scoutismo catalán en la transformación litúrgica durante las décadas de los 60 y 70: es el periodo KUMBAYÀ.

Los padres dominicos Congar y Chenu revelaron el estado de putrefacción avanzada de la orden dominicana y en particular del SAULCHOIR en los años 30 y 40. Las ediciones DU CERF fueron fundadas en 1932, su órgano es "La vie intellectuelle". La revista "SEPT" data de 1934, su tendencia netamente marxista acarrea su desaparición en agosto de 1937 pero renace de sus cenizas con el nombre de "TEMPS PRESENT". Todas esas revoluciones intelectuales no dejan de tener repercusión en el campo de la liturgia. Así las fuerzas modernistas francesas, supervivientes de la purga de San Pio X, van a cercar el Movimiento Litúrgico. La guerra será el catalizador que hará brotar de ese caldo de cultivo el CENTRO DE PASTORAL LITÚRGICA de Paris. En 1941 el P. Maydieu publica un álbum litúrgico en unión con "Temps Présent" y la J.A.C. En junio del 41, el P. Boisselot, director de Du Cerf lanza "Fêtes et saissons"(Fiestas y estaciones). En el 42, las ediciones de l´Abeille en Lyon lanzan "La Clarté-Dieu" que será el primer órgano del C.P.L. francés en estado embrionario. El 20 de mayo de 1943, se efectuó en las ediciones du Cerf la reunión fundacional del C.P.L. de Paris. Dom Lambert Beauduin, viejo profeta de 70 años, presidía. Ese día fue su triunfo, veía ahí la consagración de sus ideas por las cuales había luchado casi 30 años. LA PRIMACÍA DE LA PASTORAL SOBRE EL CULTO estaba oficializada. Retengamos los nombres de los principales impulsores del C.P.L. de esa época: Duployé, Roguet, Chenu, Chéry, Maydieu, todos dominicos, por supuesto Dom Beauduin, los jesuitas Doncoeur y Danielou, el P. Martimort de Toulouse, sin olvidar el p. Luis Bouyer del Oratorio. En octubre del 45 ve la luz la colección "LEX ORANDI" ,antes en enero del mismo año, había aparecido el primer número de "La Maison Dieu" órgano oficial del C.P.L. francés. En Alemania estalla el conflicto con Roma. El clero y la juventud recluido en las sacristías por el nazismo se entregaba a una verdadera revolución litúrgica. Una ola de protestas se alzó en todos los medios católicos. La controversia encontró eco en dos obras de Max Kassipe y Doerner. Sus dos libros hostiles al MOVIMIENTO llevaron a los dirigentes a poner un poco de orden en sus asuntos. ROMA NO SOPORTA EL DESORDEN. Habrá que apresurarse para evitar las condenas romanas. Una asamblea privada, en Fulda en agosto del 39, designó como jefe del Movimiento al obispo de Passau, Mons. Landesdorfer, benedictino, siendo sus asistentes el P. Jugmannn y Romano Guardini. El comité dirigente no perdió tiempo: la primera necesidad era dominar al episcopado alemán. La maniobra fue hábil. Pero no contaban con el valor y la energía de un gran obispo, Mons. Gröber, arzobispo de Friburgo en Brisgovia. En efecto ese prelado dirigió en enero de 1943 a sus colegas alemanes una larga carta en tono grave en la que enumeraba en 17 puntos los principales temas de inquietud que le causaban los movimientos juveniles. ES PARA LEERLA. Lo que más inquieta a ese gran obispo era la comprobación de que LOS NEOLITURGOS VEÍAN EN LA MISA DIALOGADA, LA EXPRESIÓN DE SUS CONCEPCIONES SOBRE EL SACERDOCIO GENERAL y una manera de insistir sobre los DERECHOS de los laicos a cooperar en el Sacrificio de la Misa. Esa participación "activista" que se fundamentaba en la teoría del sacerdocio universal, eso era lo que hacía temblar al arzobispo Gröber.

Aquí, una vez más, PIO XII se hará eco de la inquietud en la MEDIATOR DEI, CONDENANDO LA NUEVA TEOLOGÍA DEL SACERDOCIO y marcando los límites de la misa dialogada, pero dejemos el análisis de la Mediator Dei para el próximo capítulo.

En España el Movimiento Litúrgico conoció una extinción, consecuencia directa de las matanzas de 1936, desde el comienzo de la Guerra Civil hasta 1954. Sin embargo, Dom Adalbert Franquesa, no lo olvidemos se encuentra en el Seminario de Vitoria formando a los sacerdotes de postguerra. A partir de 1950, los liturgistas franceses y alemanes, utilizándole como palanca de primer orden, conjugan sus esfuerzos para hacer renacer el Movimiento español sobre bases netamente reformistas. Como en todos los países, en esa época, la ACCIÓN CATÓLICA ESPAÑOLA anima igualmente esa "renovación". Para comenzar, en mayo de 1952, el XXXV CONGRESO EUCARÍSTICO DE BARCELONA, reúne a liturgistas del mundo entero. En 1954, el periódico muy progresista "INCUNABLE" concurre a la fundación de los "COLOQUIOS DE PASTORAL LITÚRGICA”, presididos por Mons. Miranda, obispo  auxiliar de Toledo. El mismo obispo dirigirá igualmente, hasta su muerte sobrevenida accidentalmente en 1961, la JUNTA NACIONAL DE APOSTOLADO LITÚRGICO, fundada el 15 de abril de 1956. En 1957 tiene lugar la Primera Semana Nacional de Estudios Litúrgicos donde hay que destacar la presencia de Monseñor Tarancón: como en los demás países, la publicación de un DIRECTORIO DE LA MISA está a la orden del día. Hacéos con algún numero de aquellos (se pueden encontrar en la BIBLIOTECA EPISCOPAL DEL SEMINARIO DE BARCELONA sin dificultad) y veréis las influencias de todo lo que os he contado. Señalemos finalmente y para concluir el capítulo de hoy, el resultado de todos esos "esfuerzos": la fundación en 1958 del CENTRO DE PASTORAL LITÚRGICA DE BARCELONA. En el próximo capítulo, y si Farnés y Tena no me envían sicarios a envenenarme con arsénico en el café, veremos la trascendencia de la encíclica MEDIATOR DEI, cómo cuajaron los esfuerzos para burlarla y hacerla estéril, quién llevó a cabo las reformas litúrgicas bajo el pontificado del Pastor Angélico y como se llegó a la reforma de Juan XXIII en el 61 y la publicación del Misal del 62. Así como la creciente inquietud de los fieles ante todos esos cambios. El huracán del Concilio no está lejos....

PAX

 

El “Esfuerzo litúrgico” alemán: el arqueologismo y el biblismo - 09/06/2007

Alemania, Pascua de 1918: es la creación y el lanzamiento al gran público cultivado de la colección "Ecclesia Orans", por el abad de María Laach, Dom Ildefons Herwegen. Hacer volver al pueblo alemán, quebrado por la guerra, a la piedad litúrgica. Tal era la ambición del abad. No habla del Movimiento sino del “Esfuerzo litúrgico”; no apuntaba llegar a las masas, sino constituir una élite, reclutada de entre los numerosos visitantes de los monasterios. ¿Cuál era la orientación de ese "esfuerzo" de María Laach?. Dom Herwegen no lo oculta: quiere librar a la liturgia de todas las escorias con que la ha oscurecido la Edad Media: la Edad Media ha recargado a la liturgia con sus interpretaciones fantasiosas y con desarrollos ajenos a su naturaleza: INSISTENCIA, DEMASIADO UNILATERAL, SOBRE LA PRESENCIA REAL DE LA SANTA EUCARISTÍA, que ha abierto la ruta al abandono de la liturgia por el protestantismo, y al descrédito y a la negligencia de que finalmente iba a ser objeto por parte de un porcentaje tan grande del catolicismo postridentino. Otra gran idea del abad es que esa funesta Edad Media se ha desviado de un modo objetivo de piedad a un modo subjetivo. Es el tema fundamental de su libro "Kirche und Seele" (La Iglesia y el alma) en el que presenta una oposición entre la piedad de la Iglesia y la piedad del alma como paralela a la oposición entre la OBJETIVIDAD TRADICIONAL y el SUBJETIVISMO MODERNO.

He aquí la desviación letal del "Esfuerzo litúrgico" alemán: UN ARQUEOLOGISMO desenfrenado que se traduce por el desprecio no solamente de la liturgia tridentina, sino también de la liturgia medieval, así como una tendencia a formar una PIEDAD COLECTIVISTA.

El nombre de Dom Herwegen ya hace mucho tiempo que ha sido olvidado, pero no el de Dom Otto Casel, monje del mismo monasterio de María Laach, con su teoría del KULTMYSTERIUM (el misterio del culto cristiano). Para explicarla necesitaría tres páginas, lujo que no me puedo permitir so pena de aburriros, pero que en boca del liturgista Wolfgang Waldstein podríamos resumir:
"Dom Casel nos ha hecho salir del callejón sin salida de las teorías postridentinas del sacrificio". Con claridad, Dom Casel nos liberó de la XIIª Sesión del Concilio de Trento sobre el Sacrificio de la Misa. Ese precursor reconocido de la Institutio Generalis del Novus Ordo Missae peca de arqueologismo: RECHAZANDO LA ÉPOCA BARROCA COMO LA ÉPOCA MEDIEVAL consagra un amor apasionado a la época patrística donde la liturgia solamente tiene el sentido de MISTERIO. Traducido en el arte, ese "arqueologismo caseliano" produjo ese falso bizantinismo desprovisto de alma y de inspiración. ¿Ya os dais cuenta cual fue su influencia tardía en las iglesias barcelonesas de nuestra postguerra? ¡Exactamente! No vais mal encaminados. En contra de la tendencia del "noucentisme" catalán, tendencia que siguió al "modernismo de Gaudí", y que comprende que el gótico es la suma expresión de la fe y el humanismo cristiano para el hombre contemporáneo (las iglesias parroquiales y conventuales eran todas calcadas sobre el patrón gótico: Sagrado Corazón de Pueblo Nuevo, las salesas de Paseo San Juan, sirvan como ejemplo como tantas otras que son el común denominador de la tendencia noucentista). Iglesias "bizantinizantes", tanto en planta como en estilo del presbiterio (baldaquinos, mosaicos y frescos semi-bizantinizantes): la parroquia del Rosario en la Gran Vía es un ejemplo. Ya veremos por donde nos llega la influencia.

Otro nombre célebre de este periodo de entreguerras alemán es Romano Guardini. Italiano trasplantado a Maguncia desde su infancia, sacerdote secular representará un gran papel en el "esfuerzo alemán". El éxito de su obra "El espíritu de la Liturgia" es resonante. ¿Su objetivo? Aportar una INTELIGENCIA Y UNA SENSIBILIDAD MODERNAS PARA LA COMPRENSIÓN Y EL AMOR A LA LITURGIA: interpretar la intuición psicológica de la liturgia. ¿...? ¿....? ¡Preferencia por la experiencia religiosa personal! El cardenal Ratzinger, con su título "El Espíritu de la Liturgia. Una introducción" publicado por Herder en Friburgo, el año 2000, en la página 208 ss. inicia su propia hermenéutica de la evolución histórica de la Santa Misa durante los últimos cien años, partiendo del texto de Guardini. Como a Guardini, también al cardenal Ratzinger le preocupa la "formación litúrgica": la capacidad de comprender y celebrar el culto divino desde su ser más radical. Asimilar "vitalmente" ambos aspectos, teoría y praxis, y la disposición a dejarse transformar por la liturgia, eso es lo que Guardini y Ratzinger definen como "formación litúrgica". Hasta aquí nada que decir. Pero...

Pero llegó Dom Pius Parsch, canónigo agustino de Klosterneuburg (Austria) que inicialmente contribuirá con su "Año Litúrgico" a los sanos esfuerzos en la dirección de Dom Guéranger pero que asumirá más tarde una orientación netamente peligrosa, SOLAPAR en el Esfuerzo Litúrgico la rémora de todos las desviaciones perseguidas por Roma en el naciente Movimiento Bíblico. ¿Por qué y para qué, os preguntareis? Porque el Movimiento Bíblico en sus ideas, en esa renovación bíblica, se supera en mucho la esfera de los métodos prácticos e IMPLICA PRESUPUESTOS TEOLÓGICOS de mayor importancia: cambiar la ECLESIOLOGÍA. La Palabra de Dios, considerada como la REVELACIÓN INMEDIATA DE DIOS en medio de la Asamblea, va a trastocar totalmente la concepción de la Misa: Dios estará presente mucho más por su Palabra que por su Eucaristía. Los fieles "asistentes a la Misa" van a transformarse en ASAMBLEA DEL PUEBLO DE DIOS: la reunión de los creyentes en medio de los cuales sopla el Espíritu...Tal es la NUEVA CONCEPCIÓN DE LA LITURGIA, tal es la nueva concepción de la Iglesia en el Movimiento Bíblico-Litúrgico de Dom Pius Parsch.

Estas ideas fueron el alma de una verdadera revolución litúrgica en la joven Alemania nazi. Fue una avalancha de misas dialogadas de manera más o menos fantasiosa, preludio de la Gran Misa Alemana, especie de Misa Cantada en la que el celebrante canta su parte en latín mientras el coro y la multitud cantan cánticos germánicos. Los movimientos juveniles se declararon en favor del Esfuerzo Litúrgico. El contexto político precipitó los acontecimientos. Escribía el padre Johann Wagner el año 1951: "al verse privada la Iglesia de Alemania de su campo de acción en el exterior (con los jóvenes) las acciones se limitaron a un solo campo: el del culto, la celebración del culto. Los abusos y las exageraciones no faltaron". Abusos litúrgicos tan espantosos que hacían decir a Dom Baumstark de María Laach: "No quisiera vivir ya el día en que el Movimiento Litúrgico llegará a su meta".

En esa época, Dom Adalbert Franquesa, monje de Montserrat apenas ordenado sacerdote, se traslada a San Martín de Beuron a continuar estudios litúrgicos y teológicos y allí traba amistad por una parte con Dom Otto Casel y por otra parte con Johann Wagner.

Unos años más tarde, como tantos de Montserrat a lo largo de ese periodo revolucionario en España, Dom Alexandre María Olivar se encuentra en María Laach. El resto de Europa no sufre todavía la influencia del Movimiento Litúrgico alemán. Pero Dom Adalbert Franquesa ha llegado a Vitoria, en la zona nacional, a ocuparse de la formación litúrgica del que era el Seminario más grande de España, pues recogía a los seminaristas de la perseguida zona roja española. ¡Comenzaba cada curso con 1000 seminaristas!

Dom Franquesa será nombrado en el 44 Sacristán Mayor de Montserrat, organizará la Fiesta de la Entronización de la Virgen (con su nuevo trono y camaril y despojada de vestidos) en el 47 y será uno de los motores de las Directrices Litúrgicas para el Congreso Eucarístico de Barcelona en el 52. De lo acaecido en ese mes de Mayo del 52 en Barcelona la inmensa mayoría de clero y pueblo sólo recuerda el fervor eucarístico. Pero, ¿os podéis imaginar qué sucedió a nivel teórico en las exposiciones, charlas, conferencias que se llevaron a cabo? Exacto: se trasplantaron las ideas del Esfuerzo Litúrgico alemán muy especialmente a jóvenes sacerdotes bien preparados y entusiastas como Pedro Tena Garriga y Pedro Farnés Scherer (el apellido germánico no es una pura casualidad). Seis, solo seis años más tarde, y bajo la influencia del CENTRE DE PASTORAL LITURGIQUE DE PARIS, se fundaba en Barcelona el CENTRO DE PASTORAL LITÚRGICA.

Pocos años más tarde, iniciado el Concilio, Dom Adalbert Franquesa es requerido por Dom Otto Casel, Mons. Annibal Bugnini y Mons. Wagner como consultor episcopal en la Comisión Litúrgica del Concilio. Dom Adalbert Franquesa acude no sólo con la carga de su bagaje litúrgico sino con las APORTACIONES A LA TEOLOGÍA POSITIVA y AL ECUMENISMO que le ha trasmitido en Beuron Hermann Keller.

Pero no anticipemos aún ese periodo. En Alemania las cosas en los 40 han ido tan lejos, (el que fue Nuncio Apostólico en Alemania, Mons. Eugenio Pacelli, las conoce) que estallará una violenta y saludable reacción, signo precursor, como veremos, de la encíclica "Mediator Dei" de Pio XII.

Pero eso, si Dios quiere, lo veremos en la próxima entrega.

PAX

 

Entre las dos guerras europeas y la nuestra - 02/06/2007


He tratado de exponer en la primera entrega los orígenes del Movimiento Litúrgico. Nacido del genio de Dom Guéranger, de la voluntad de San Pio X, y del celo de Dom Beauduin, acogido en temprana hora en nuestro país por Silos pero si cabe aún mucho más por Montserrat, por la más que conocida influencia que la Abadía y Real Santuario tiene en toda Cataluña, ese "renuevo de fervor por la liturgia" conoció un desarrollo prodigioso, y produjo los magníficos frutos que hemos reconocido. Igualmente insinué el precoz germen de futuras desviaciones que Dom Beauduin había colocado en los principios mismos de su "Movimiento". Pero prosigamos nuestro hilo conductor y detengámonos algún tiempo en la extraña personalidad de Dom Beauduin, padre del movimiento belga, antes de trasladarnos a Alemania para encontrar a Dom Casel.
La Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra del 14-18, va a arrastrar a Dom Lambert Beauduin, por un tiempo, lejos de la liturgia, a las complicas aguas y turbias esferas de un tanto extraño ecumenismo. Hombre de confianza del Cardenal Mercier, Dom Beauduin representa un papel principal en la resistencia belga contra el invasor alemán. No solamente redacta él mismo casi íntegramente la famosa carta pastoral del Cardenal Mercier llamando a Bélgica a la resistencia, sino que además se encarga de su difusión, recurriendo a los servicios de su hermano, propietario de las famosas fábricas de azúcar de Tirlemont. Después de una serie de aventuras rocambolescas, Dom Lambert Beauduin se ve obligado a refugiarse en Inglaterra, y allí, HECHO CAPITAL, hace amistad con numerosas personalidades del anglicanismo.

Después del armisticio de noviembre del 18, Dom Beauduin puede volver a Mont-César, donde se encuentra con Mons. Szepticki, metropolita de Lvov, jefe de la Iglesia Uniata, es decir la porción de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana que había entrado de nuevo en el siglo XVI en la comunión de la Iglesia de Roma (Actas de Brest-1595). Este comparte con Dom Beauduin su apasionado amor por el Oriente así como sus concepciones sobre la vida monástica. Nuestro monje, que ya se encontraba muy aprisionado en su monasterio, demasiado "guerangeriano" es decir demasiado conservador, no soñará ya sino con una nueva fundación monástica que restauraría la vida de los monjes llegados originariamente de Oriente.

Su abad, Dom Robert de Kerchove, que estima profundamente a su monje un tanto movedizo, va a darle la posibilidad de "tomar aire" enviándolo como profesor al Colegio San Anselmo de Roma, fundado por León XIII en 1887 para los estudios teológicos de los benedictinos del mundo entero.

El abad primado de San Anselmo, Dom Fidèle de Stotzingen, monje muy conservador, no podrá dominar a su nuevo profesor que entusiasmará a sus alumnos por la causa de Oriente. Esta pasión no hace sino crecer con sus encuentros con Cirilo Korolevsky y sobre todo con el padre (muy pronto Monseñor) Michel d´Herbigny, S.I. Actuando así, Dom Beauduin se adelantaba a los deseos del nuevo Papa, Pio XI, que en febrero del 22 sucedía a Benedicto XV. En efecto, desde los primeros tiempos de su Pontificado, mostraría su pasión por el Oriente, por esa enorme porción de Rusia, que aún parecía vacilar, en esos años que siguieron a la Revolución de Octubre, en un equilibrio inestable entre los caminos que se internaría.

Espoleado por Mons. d´Herbigny, el ardoroso Pio XI iba a apurar las cosas: el 21 de marzo de 1924, enviaba al abad primado el Breve Apostólico "Equidem verba", en el que el Soberano Pontífice retomaba las grandes ideas de Dom Beauduin sobre el papel capital que representaría una fundación benedictina de un tipo nuevo para el acercamiento con Oriente.

Dom Fidèle no comprendía nada: ¿como el Papa podía apoyar a un monje al que juzgaba sanguíneo, de imaginación extremada, casi despreciativo de la Iglesia Occidental y muy inclinado a la actividad exterior? No comprendía que detrás del Papa estaban Mons.

D´Herbigny y el cardenal Mercier quien en esa época, era presa de un "vértigo de unionismo", pues era el año de las CONFERENCIAS DE MALINAS, conversaciones amistosas entre algunos anglicanos y católicos cuyo motor fue Lord Halifax presidente de la English Church Union, de la Alta Iglesia, deseoso de un acercamiento con Roma. Dom Beauduin preparó para el cardenal Mercier un informe sobre "LA IGLESIA ANGLICANA UNIDA PERO NO ABSORBIDA". Allí desvelaba a plena luz sus concepciones más que dudosas sobre el ecumenismo. Lo más grave es que en ese informe se sacaban unas tan radicales consecuencias como la supresión de las sedes episcopales católicas creadas en el siglo XIX con la dimisión de sus titulares.

Todo eso se supo más tarde, hacia 1926. Mientras tanto Dom Beauduin debía fundar su monasterio y no espera más, en 1925, funda el "Monasterio de la Unión" en Amay-sur- Meuse en Bélgica. Y allí redacta sus estatutos. Sólo hace falta leerlos para darse cuenta del calado de sus pretensiones. No penséis que nos estamos alejando del tema, al contrario estamos de lleno en él. Nuestro monje, sin confesarlo, VA A HACER PASAR SUS CONCEPCIONES ECUMÉNICAS AL MOVIMIENTO LITÚRGICO, va a trabajar, y sus sucesores más que él, en adaptar nuestra Liturgia a las "urgencias de la unión de las iglesias". ¿Habéis notado cuanto se parece este lenguaje al del tiempo de Juan XXIII y de la Comisión para la Reforma de la Liturgia del Vaticano II?. No es fruto de la casualidad, en 1924 Dom Beauduin traba amistad con Monseñor Roncalli, quien había caído en la diplomacia tras perder su cátedra en el Ateneo Lateranense bajo sospecha de modernismo. El futuro Papa va a ser uno de los más fieles simpatizantes del monasterio de Amay. Pero en 1926 muere Mercier y Pio XI se da cuenta de la pendiente a la que conduce Amay y su revista "Irenikón"...De allí el trueno, en los primeros días de 1928, de la encíclica "Mortalium Animos", verdadera carta del ecumenismo católico verdadero.

Dom Beauduin se sintió tocado, renunció a su cargo de prior, viajó por Oriente y se retiró a Tancremont. Luego fue convocado a Roma en 1929 para comparecer ante su viejo amigo D´Herbigny, se le hizo comprender que haría bien en dejar de residir habitualmente en Bélgica, esta fue su partida para Estrasburgo. En la primavera del 32 nuevo proceso en Roma donde se le ordenó no tuviera ninguna relación más con Amay y que se retirara por dos años a un Monasterio alejado: este fue el exilio de Encalcat. Al salir de su retiro en el 34, fue nombrado capellán de las olivetanas en Cormeilles-en-Parisis. Así contribuyó a que se echaran a perder la congregación olivetana y los monjes de Bec Helloin, tan versados en el ecumenismo con los anglicanos. Poco antes de la II Guerra Mundial, en el 39, Dom Beauduin se retiraba a Chalivoy. Fue allí, en la diócesis de Bourges donde Beauduin encontraría a un viejo exegeta, su Arzobispo. Este le encargaría la creación del CENTRO DE PASTORAL LITÚRGICA de Neuilly y de su revista "La Maison Dieu", germen de muchos males.

En el próximo capítulo, volveremos a encontrar trabajando con los dominicos modernistas de las EDITIONS DU CERF inoculando el veneno de " su ecumenismo" entre los fieles por medio de la "Pastoral Litúrgica". Habiendo partido de la liturgia, el ex-prior de Amay, más tarde como veremos de Chevetogne, volverá a ella, pero no ya para servir a la causa de la Liturgia, como lo había hecho en 1909, sino para SERVIRSE DE ELLA para sus proyectos ecuménicos.

Por su lado el Movimiento Litúrgico belga que Dom Beuaduin había abandonado en 1920 anda bien. Continuaba fiel al impulso de San Pio X. Las ediciones de misales se suceden así como los trabajos litúrgicos entre 1920-1935. En 1920 Dom Gaspar Lefebvre publica "Liturgia, sus principios fundamentales", considerada verdadera carta del Movimiento Litúrgico católico. El prior de Saint André expone claramente el objetivo del APOSTOLADO LITÚRGICO:

1º Glorificar a Dios por el ejercicio, digno y consciente, del culto oficial que le es debido

2º Santificarse a sí mismo por la participación activa en la Liturgia, que es según San PioX, la FUENTE PRIMIGENIA E INDISPENSABLE del verdadero espíritu cristiano.

Y en Alemania ¿que ha sucedido en este tiempo? Eso lo veremos en la próxima entrega, pues de lo sucedido en Alemania van a "beber" y alimentarse algunos jóvenes monjes de MONTSERRAT, acogidos en este tiempo tanto allí como en otros lugares radicalmente influyentes para el desarrollo de nuestro Movimiento Litúrgico, a causa de la peculiar situación religiosa española sea durante el periodo republicano como durante la persecución religiosa del 36-39. Por favor, no os aburráis, y tratad de comprender lo importante que es asimilar este proceso para entender todo lo que acontecerá a partir de la estancia de Dom Adalbert Franquesa durante casi 8 años en el Seminario de Vitoria como profesor de Liturgia hasta 1944 en el que será nombrado Sacristán Mayor de Montserrat (Rector pues de la Basílica) y muy especialmente de la creación en 1958 del CENTRO DE PASTORAL LITÚRGICA DE BARCELONA.

PAX

 

El movimiento litúrgico: desde los orígenes hasta la década de los 20 - 26/05/2007

Y como lo prometido es deuda, apreciados lectores, enfrentémonos a la tarea de definir y describir las etapas de aquel gran esfuerzo colectivo que supuso el así llamado Movimiento Litúrgico desde sus orígenes a nuestros días. Definiré, junto con el que fuera monje del Monasterio belga de Chevetogne Dom Olivier Rousseau, el Movimiento Litúrgico como "la renovación del fervor del clero y de los fieles por la Liturgia" ("L´Église en prière" obra colectiva publicada por Martimort en 1961).

Esta renovación tiene como principal autor a un monje benedictino justamente célebre: DOM PROSPER GUERANGER. En el siglo XVIII la Liturgia había dejado de ser una fuerza vital del catolicismo. La Liturgia, tan admirablemente restaurada después de la crisis protestante por voluntad expresa de los Padres Conciliares de Trento y compendiada por San Pio V al publicar el Misal y el Ritual Romano, había sufrido los ataques del jansenismo y del quietismo. Los discípulos de Jansenio habían apartado a los fieles de la práctica de los sacramentos. El quietismo, que pretendía llegar a Dios directamente, había desviado a las almas de la liturgia, intermediaria querida por la Iglesia entre Dios y nosotros. Es la época en que el galicanismo triunfante componía sus liturgias diocesanas en las que el único punto de encuentro era el carácter antirromano. En Alemania Febronio, auxiliar de Tréveris, divulgaba estas ideas; en Italia, era el trabajo de Ricci, obispo de Pistoia, condenado con su sínodo por Pio VI en la bula "Auctorem fidei" del 28 de agosto de 1794. En España, en el periodo ilustrado del s. XVIII, tanto por el carácter contrarreformista que asumió la monarquía hispánica por un lado como por las circunstancias civiles que convergieron por otro, ni siquiera figuras como Mons. Félix Amat, heridos si no de parajansenismo sí de pararegalismo (según algún erudito), acometieron ningún tipo de asalto litúrgico más allá de las prescripciones tridentinas. Pero la decadencia era más que evidente tanto en el clero como en los fieles en general.

Toda Europa sucumbía, pues, en la herejía antilitúrgica o se veía influenciada por ella.

Chateaubriand en "El genio del Cristianismo" y en "Los mártires" había revelado a los jóvenes franceses de entonces las maravillas de la liturgia medieval. Una nueva juventud era invitada a inclinarse sobre los manuscritos de la Antigüedad para descubrir en ellos ceremonias de las que la liturgia tan fragmentada de la época no podía dar una idea exacta. Entre esas cabezas estudiosas, hay una que sobresale, es la de Prosper Guéranger (1805-1875). No describiré la vida del fundador de la Congregación Benedictina de Francia; me atendré solamente a destacar las grandes líneas de su inmensa actividad litúrgica, dejando voluntariamente de lado su obra teológica y de restauración del canto gregoriano.

Primeramente con el fin de restablecer en el clero el conocimiento y el amor a la liturgia romana publicará en 1840 "Les institutions liturgiques", ataque al neogalicanismo y manifestación de la antigüedad y belleza de la liturgia romana. Por otra parte asociará a los fieles con la jerarquía mientras ésta celebra el Sacrificio, administra los sacramentos y celebra el Oficio. Para esto, publicará, a partir de 1841, una traducción comentada de los textos litúrgicos distribuidos por el año litúrgico: es su célebre AÑO LITÚRGICO.

Mientras tanto, Dom Guéranger había fundado SOLESMES y su Congregación, que podían continuar su obra. Obra coronada de éxito, puesto que, antes de morir en 1875, tuvo el consuelo de comprobar que todas las diócesis francesas habían vuelto al rito romano y que la piedad litúrgica reflorecía ya entre el clero y los fieles. Para Dom Guéranger, la liturgia es, antes que nada, CONFESIÓN, PLEGARIA y ALABANZA, mucho más que ENSEÑANZA: es lírica mucho más que didáctica. Y es esencialmente TEOCÉNTRICA: "Las almas se elevan para que el culto que rinden a Dios sea menos indigno de Él".

Nacido de padres benedictinos, el Movimiento Litúrgico verá durante mucho tiempo su historia ligada a la Orden de San Benito. El Movimiento nacido y desarrollado en Francia, iba a extenderse más allá de las fronteras francesas. Dom Mocquereau, Dom Pothier y Dom Cagin lo harían desde la casa matriz. Después lanzaba sus primeras fundaciones: San Martin de Beuron en Alemania (1863) Maredsous (1872) y Mont-César (1899) en Bélgica, mientras que Dom Guépin partía para España en 1880 a restaurar Silos.

Después de la expulsión de los religiosos de Francia, el centro de gravedad del Movimiento Litúrgico se iba a colocar en Bélgica. En 1882 Dom Gerard Van Caloen, monje de Maredsous, publica el Misal de los fieles en francés y en latín, así como diversas revistas litúrgicas que logran un gran éxito.

Pero antes de continuar nuestro estudio debemos mirar hacia Roma donde, en 1903, acaba de subir a la sede de Pedro aquel que iba a dar al Movimiento un impulso definitivo, San Pio X. Dotado de una inmensa experiencia pastoral había sufrido mucho por la decadencia de la Liturgia. Es por ello que el 22 de noviembre de 1903 escribe su célebre Motu Proprio "Tra le sollecitudini" por el cual restaura el canto litúrgico. Para este cometido y desde el primer momento contará, en el recién fundado Pontificio Instituto de Música Sacra, con la sabiduría musicológica de Mn. Higini Anglés y como no, de Dom Gregori Maria Sunyol.

En este documento inserta la frase capital que va a jugar ahora un papel determinante en la evolución del Movimiento Litúrgico: "la participación activa" de los fieles en los sacrosantos Misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia. San Pio X no es un veleidoso y realiza enérgicamente su programa de renovación litúrgica. Para San Pio X, como para Dom Guéranger, la liturgia es esencialmente teocéntrica, es decir, culto antes que catequesis; sin embargo ella es educadora del verdadero espíritu cristiano. Pero repito, esta función de la liturgia no es sino secundaria.

Es a Dom Lambert BEAUDOIN (1873-1960) a quien le cabe el mérito de haber comprendido todo el partido que se podía sacar de la enseñanza de San Pío X. Pero ese monje no supo cuidar toda su vida esta JERARQUÍA DE LOS FINES DE LA LITURGIA, como veremos más adelante en la próxima entrega.

En España, los hogares de la "RENOVACIÓN" son las dos abadías de MONTSERRAT y de SILOS. Montserrat publica la "Revista Montserratina", y organiza en 1915 un inmenso Congreso de un resonante éxito. Bendecido por Benedicto XV, animado por la adhesión del Nuncio Apostólico y de los cardenales Serafini O.S.B., Billot S.I., Gasquet O.S.B. y de numerosos obispos, especialmente realzado por la presencia de dos mil congresistas de los que trescientos eran sacerdotes, ese Congreso emite como votos: asociar íntimamente a los fieles con la Liturgia Sagrada y vulgarizar los libros litúrgicos, de ahí el impulso al Foment de Pietat Catalana y a la Balmesiana de Mn Eudald Serra y del jesuita P. Ignasi Casanovas. Dom Germán PRADO publica en SIlos su Misal de los fieles y Dom Alfons Maria GUBIANAS lo hace en Montserrat, en tanto que el Misal cotidiano de Dom Gaspar LEFEBVRE es traducido al castellano. En Cataluña se fundan por doquier "Scholae Cantorum" gregorianas... El Movimiento Litúrgico en España estaba lleno de promesas pero, como lo veremos, fue "desnaturalizado" más tarde después del terrible impacto que supuso la Guerra Civil. Cuando se restablecerá lo hará ya "herido" por los contragolpes de las desviaciones alemanas y francesas. Pero aún es este momento primero. El pequeño Estanislao Franquesa, más tarde Adalbert, es un niño de "payés" en la hermosa población de Moià, que juega con el aro y al escondite como todos los niños de su edad, que sin embargo se debe estar planteando ya la posibilidad de entrar en Montserrat...Veremos que sucederá con él y algunos monjes refugiados durante la guerra en monasterios germánicos...

Espero no aburriros.

Pax

 

¡Ahorradle el disgusto a Tena! - 19/05/2007


Si, y lo repito, tratad de ahorrarle el disgusto a Mons. Pere Tena Garriga, al referirle el hilo conductor de los próximas 3 o 4 entregas de esta columna porque su salud no las va a resistir. Porque voy a hacer un intento en dar respuesta a la pregunta que él mismo honestamente debería haberse hecho hace muchísimos años, en vez de lamentarse continuamente por los abusos y excentricidades, por las arbitrariedades y desmanes litúrgicos de los que él es responsable causal en una buena parte aunque quizás no quiera tener conciencia de ello. Basta pues de reprimendas y broncas a los que, como un engendro, han surgido a consecuencia de todas las "herejías litúrgicas" consolidadas en los últimos decenios. No hay que LAMENTARSE POR LAS CONSECUENCIAS, HAY QUE IR A LAS CAUSAS. Hoy en nuestra diócesis, como por otro lado es común y generalizado en toda la Iglesia, no existirían liturgias a la carta, fruto de la espontanea improvisación y "genio" de los "numerosos actores participantes" y creadores ad hoc de la celebración litúrgica del momento. Refería  esto Mons. Tena hace 7 años, celebrando los 35 años de la conclusión del Concilio Vaticano II, lamentándose que hoy en día prevalezca más "la liturgia a la carta que un menú preestablecido" y  que esa realidad era consecuencia del individualismo engendrado a  partir de la cultura del 68. Si ese juicio de valor hubiera sido pronunciado por cualquier otra persona hubiera sido en cierto modo tolerable. Pero no de los labios de Mons. Pere Tena. Nadie como él conoce las autenticas causas que están llevando al colapso de la liturgia, porque no voy a decir desde temprana hora, pero si desde un muy importantísimo momento, el asintió y colaboró, mejor dicho fue protagonista y autor, de aquel periodo desviado del Movimiento Litúrgico que a partir de la década de los 50 asumiría las riendas del devenir litúrgico no sólo de nuestro país sino de la Iglesia entera.

No tiene pues derecho a escandalizarse porque a la mayoría de sacerdotes en nuestra diócesis el Misal les parezca un corsé inaguantable y hagan constantes e improvisadas mutaciones de las oraciones, ni si a partir del esquema de una plegaria eucarística cualquiera (normalmente la II) se vaya improvisando el canon, porque "ya no hay canon"... Ni si un buen numero de parroquias, no contentas con haber montando tantos altares de marmolina en el post-concilio ahora los hayan ya repudiado sustituyéndolos por una mesita de madera en el plano de la nave, con los bancos o sillas de manera circular a su alrededor. No debe indignarse porque el ofertorio haya desaparecido como tal: que la mayoría de los curas pasen el cáliz y la patenas de barro ya llenas de pan "cualquiera" y de vino desde el extremo de la mesa hasta el centro para dar comienzo así a sus "relatos". Porque la eucaristía se ha transformado en un "relato" y nada más...

Eso sí, después de mucha lectura y mucho guitarreo (o disgustoso canturreo), homilías muchas veces "participadas" por las intervenciones del cada vez menos concurrido público, micrófono inalámbrico en mano. Así llegamos a los apretones de manos, a una distribución de la comunión con "suca-suca" (moja-moja) por unos laicos cada vez más envejecidos y decrépitos que distribuyen el "pan" como quien distribuye gomas de borrar en el colegio. Acabada la "comunión" ellos mismos "a peu dret" (a pié de calle) amontonan los restos de una patena a otra y, pim-pam, lo llevan en una carrerilla al sagrario, le pegan una vuelta de llave y sanseacabó. Una oración, normalmente inventada, un cantito y una lavado al cáliz con "chorro vivo" en el grifo de la sacristía. Y él sabe que es así...Y lo sabemos todos. En unos sitios de manera más acentuada que en otros. Pero la tendencia es inevitable y, quiero reconocerlo con honestidad, muy consecuente y razonable con las premisas que la fundan. Aquí, en Francia y Alemania, en Camerún y Brasil, en Holanda y en Madrid. ¿Que  quizás se ha ido poniendo coto a los desmanes con múltiples decretos correctores de admonición? También es verdad. Pero nunca de sanción. De ahí las innumerables y estériles broncas que Mons. Tena durante su ejercicio como auxiliar pegaba al visitar las parroquias de su demarcación. Pero eso y nada, nada. Porque esas realidades son consecuencia de unas causas. Causas que Farnés, Bellavista, Tena conocen como las conocen los monjes de Montserrat y las conocía el P. Aldazabal, Dios lo haya perdonado y lo tenga en su gloria. Quizás no las conozcan en profundidad los sacerdotes menores de 55 años para los cuales el Movimiento Litúrgico es únicamente aquel movimiento que preparó la Reforma Litúrgica Conciliar. Y no es así. El Movimiento Litúrgico, que empezara con tan buen pié bajo la sabia mano de Dom Prosper Guéranger, restaurador de Solesmes y la Congregación Benedictina de Francia a mediados del siglo XIX, impulsado maravillosamente por San Pio X a inicios del XX, sufrió una desviación. Y en los próximos capítulos veremos como esa desviación llegada a nuestro país a finales de los 40 con veinte o treinta años de retraso con respecto a Francia, Bélgica y Alemania fue letal. Creció con la década de los 50 y acabó colocándose como hegemónica en el proceso de reforma litúrgica conciliar de manera escandalosa.

No recomiendo leer los capítulos que seguirán a mentes susceptibles de escándalo. Yo no soy un "escandalizado" ni a estas alturas de la vida me escandalizo por nada o por nadie. Por eso afirmo: quien no quiera llegar a las consecuencias que no conozca las causas, porque si las conoce y conoce lo que ellas han engendrado no podrá sino poner las premisas que engendren una nueva página en la historia litúrgica de la Iglesia. En la Historia nunca se va hacia atrás aparentemente y no existe el "restauracionismo" como en el 85 advertía Tena calificándolo de imposible en aquel libro publicado por Saurí como resumen del Sínodo de los Obispos de aquel año. ¡Sempre endavant! (siempre adelante), pero muchas veces sin poder controlar ya el rumbo cuando la carta de navegación estaba errada.

Pax

 

Lex orandi, lex credendi - 09/05/2007

Por las cosas que os voy a relatar semanalmente en esta columna vais a comprender que ya no soy un niño aunque me sigo mirando al espejo y sigo encontrando aquel joven seminarista y luego sacerdote que con ilusión e ingenuidad cantaba su Primera Misa, Missa Nova decimos en catalán, hace ya casi medio siglo.

Parece ser que ha llegado la hora de explicar la orientación de mi colaboración en el experimento que nace, el presente diario digital. Para ello nada mejor que comprender en primer lugar qué es un fiador. Muchos de vosotros, los más jóvenes ,es muy posible que jamás hayáis visto uno. Era el fiador un adminículo muy peculiar y propio de los roquetes, sobrepellices y albas en toda España. Mientras los italianos, como de otra parte los franceses, preferían los cuellos rectangulares o las cintas a modo de lazo para abrochar dichas prendas, preferíamos en estas latitudes unos cordoncillos acabados en borla con un pasador movible para "fiar" es decir apretar o ensanchar los cuellos a voluntad y comodidad del clérigo en cuestión. Era de una cierta distinción poseerlos de varios colores, según el propio del tiempo, aunque un poco reprobables ,por ostentosos, los elaborados con hilos de oro o plata. En Cataluña siempre ingeniosa en su léxico pues ahí reside la peculiaridad de nuestro humor un tanto negro y ácido, eran llamados popularmente "escanyavicaris", es decir algo así como "ahoga-coadjutores”. Ciertamente un uso demasiado extremado del fiador en cuestión podía llevar a un colapso de la respiración como es de lógica.

Con esta imagen peculiar a modo de título quisiera explicar regularmente la historia de un colapso: el colapso litúrgico; y con él, el colapso en la espiritualidad y en la fe, no sólo del clero sino de todo el pueblo cristiano. Trataré, y no será fácil el empeño, de esbozar como el llamado "movimiento litúrgico" nacido hace más de un siglo, bendecido y aprobado por todos los Papas desde San Pio X hasta los mismos umbrales del Concilio, pasando especialmente por Pio XII, fue evolucionando desde posiciones renovadoras que enriquecieron la espiritualidad y el amor al sacerdocio de muchas generaciones hasta el colapso litúrgico y espiritual que desgraciadamente hoy vivimos. No creo recoger con esta opinión un juicio aislado. En la autobiografía que el entonces Cardenal Ratzinger publicó no hace muchos años lanza opiniones muy parecidas a las que pienso relatar de modo vivencial y en primera persona en los próximos meses. Y digo meses, porque deseo que esto vaya para largo, y este es mi augurio para este nuevo espacio de opinión y reflexión que encomiendo al Señor con mi más profunda felicitación inicial por el esfuerzo de convergencia y de unión que esto supone para un clero desanimado, desorientado sino descorazonado como el nuestro. Mi seudónimo es un homenaje a todos los monjes benedictinos desde nuestros autores-maestros Dom Prosper Guéranger y Dom Pius Parsch pasando por el Abad Sunyol y tantos otros, que nos ayudaron a amar más a Cristo manifestado, vivido y celebrado en la Sagrada Liturgia. El objetivo final es recuperar esa idea clara que ha presidido desde los albores de la Iglesia toda su historia: cualquier cambio o mutación en la Liturgia no sólo influye sino que afecta radicalmente la trasmisión de la Fe a través de los siglos alas generaciones futuras, o como decían los Padres de la Iglesia :Lex orandi, lex credendi.

Pax