Domus Ecclesiae
Por Dom Gregori Maria

 

Allá va la despedida: ideado, compilado y acabado (21/04/2012)

Ad maiorem Dei gloriam!

En el mes de mayo de 2007, iniciada la andadura de Germinans, comencé la serie “El fiador: historia de un colapso”. En tres meses y medio intenté condensar la historia del llamado Movimiento Litúrgico desde sus orígenes con Dom Guéranger hasta la década de los 20, y desde allí hasta la reforma litúrgica del Vaticano II. Posteriormente, en septiembre de 2007 y hasta junio de 2008 pasé a explicar los caminos y vicisitudes por las que pasó la liturgia romana desde sus orígenes hasta las puertas de la renovación litúrgica del siglo XIX. En esos capítulos, en total 13 meses, nos quedamos en los aspectos en los que la liturgia romana en su crecimiento y expansión fue favorecida u obstaculizada en el contexto histórico de cada momento.

Acabada esa serie se veía necesaria otra, en la que se explicara el sentido de todas y cada una de las partes de la llamada Misa Romana: se trataba de explicar el rito eucarístico y la comprensión de sus diversos elementos constituyentes. Tales episodios nos acompañaron desde septiembre de 2008 hasta octubre de 2009.

Acabada esa fase, sin duda densa y de fuerte carácter erudito, di un cambio de orientación a mis trabajos, permitiéndome glosar al sacerdote y periodista Don José Luis Martín Descalzo. Él fue un privilegiado cronista del Concilio Vaticano II y de todas las sesiones conciliares. De aquellas crónicas, publicadas posteriormente en 4 volúmenes, me interesé en sus reflexiones litúrgicas que constituyen una magnífica radiografía sobre el clima litúrgico conciliar. Desde octubre de 2009 hasta julio de 2010 ése fue mi cometido.

Posteriormente me apercibí de que muchos de los que seguían las series litúrgicas no comprendían el valor y el significado de los gestos litúrgicos en sí mismos: los sacramentales, los de oración o penitencia, de saludo, fraternidad o reverencia. Ciertamente nuestra cultura contemporánea y especialmente las nuevas generaciones, han perdido el valor del simbolismo gestual de los ritos cristianos. Era necesario acometer ese objetivo. Lo hice desde septiembre hasta diciembre de 2010.

Ya únicamente nos quedaba recorrer la historia del arte cristiano, sea de sus edificios, con sus partes y dependencias, y eso en su evolución histórica, sea de sus vasos sagrados y sus vestiduras litúrgicas. Han sido 60 capítulos, 16 meses desde enero de 2011 hasta este abril de 2012.

Toda esta ingente obra de compilación fue ideada para satisfacer las necesidades de formación de laicos y sacerdotes, huérfanos de una formación teológica litúrgica. Ha sido un intento, sólo un ensayo. Era empresa demasiado audaz y presuntuosa pretender algo más. Audaz por la materia vasta y compleja, en muchos puntos inexplorada y oscura. Presuntuosa por mi escasa preparación y por las reducidas posibilidades que he tenido en consultar bibliotecas, libros o publicaciones que hubiese querido tener en mis manos. Si a pesar todo lo he intentado, me excusa el amor a la Liturgia romana que he deseado servir con la máxima dignidad y estudiar con apasionado ardor.

Estoy convencido de que el esperanzador momento que vivimos con el pontificado de Benedicto XVI, propiciará el interés del clero y del pueblo por acercarse a las fuentes vivas y perennes de la piedad litúrgica, y creo que ésta se desarrollará felizmente, pero sólo si se basa en una diligente cultura histórica y dogmática que construya la urdimbre de su robusto y sólido fundamento.

Como se habrá percibido, deliberadamente he dejado de lado el estudio de las rúbricas, dignísimo y necesario ciertamente, pero ya existen excelentes libros con ese objetivo. Si de algo pecaba la formación preconciliar, fue de excesiva formación rubricista. Sin embargo no la he ignorado: he hecho referencia a las rúbricas para tratar de coordinar el pasado y el presente, para iluminar uno con otro.

También dejé de lado los apuntes ascéticos: no era ésta la intención de la obra, si bien puede decirse que el estudio mismo de la liturgia en sí misma y en su comprensión teológica e histórica, constituye una enseñanza completa y verdaderamente superior del dogma y de la vida ascética.

Confío estos cinco años de trabajo a vuestra benévola indulgencia. He tratado, a través de muchos correos, de escuchar y complacer el interés de los lectores. Pido perdón por las omisiones, los defectos y los errores, que seguramente serán bastantes. Mis pasos llegaron al final del camino.

P A X

 

 

Capítulo 60: El anillo y la cruz pectoral (14/04/2012)

Anillo y cruz pectoral de Monseñor. Magdaleno (1742-1750)

 

En España, el anillo, símbolo de las bodas místicas entre el obispo y su Iglesia, entraba a formar parte de las insignias episcopales desde el principio del siglo VII. El IV Concilio de Toledo (633) y San Isidoro de Sevilla hacen explícita mención. “Datur episcopo dum consecratur et annulus propter signum pontificalis honoris vel signaculum secretorum” (1)

De estas palabras se desprende como muy probable, que el uso del anillo fue introducido más que por razones simbólicas, por la conveniencia de que los obispos autentificaran son un sello sus actos jurídicos escritos, costumbre muy frecuente en la antigüedad. Ya San Agustín escribía a su coadjutor Victorino: “Hanc epistolam signatam nisi annulo, qui exprimit faciem hominis attendentis in latus”(2).

En el siglo IX el uso del anillo se generalizó entre los obispos. Los abades comenzaron a usarlo en el siglo XI y en un primer momento únicamente como privilegio de la Santa Sede.

Los anillos pontificales generalmente se realizaban en oro, adornados de piedras preciosas. Inocencio III a este propósito prescribió: “Annulus ex auro puro sólide conflatus palam habeas cum gemma, in qua nihil sculpi esse debet”(3).El obispo lleva ex jure el anillo en el anular derecho, también durante la Misa, mientras que los prelados deben deponerlo.

Se desconoce el origen del llamado “anillo del pescador” usado por el Papa para sellar los breves pontificios. Encontramos la primera mención en una carta de Clemente IV en 1265. Es de oro y lleva incisa la imagen de San Pedro en una barca de pescador con el nombre del pontífice reinante alrededor del mismo.

 

Anillo de Benedicto XVI y anillo del Pescador de León XIII

 

El origen de la Cruz Pectoral debemos encontrarlo en los enkolpía (de “enkolpos”  seno, pecho…) especie de medallas que los antiguos cristianos llevan en el pecho o en el cuello. Su uso se encuentra documentado ya desde el siglo IV. Eran generalmente sutiles láminas de metal o pequeñas cajitas, a menudo en forma de cruz, que contenían reliquias de mártires o cosas santas, sentencias del Evangelio, invocaciones a Dios o astillitas de la Vera Cruz. Esta piadosa costumbre la encontramos viva y en uso en la Edad Media, especialmente por los obispos. Llevaban esas medallas San Gregorio de Tours, San Gregorio Magno, San Aidano, San Rotadio de Soissons, San Élfego de Canterbury, etc.

La cruz pectoral como ornamento litúrgico del Papa es mencionada por vez primera por Inocencio III que, observa, la llevaba sobre el pecho. A su tiempo era ya usada por los obispos, aunque no de manera obligatoria, ya que un Pontifical del siglo XII enumerando los ornamentos, dice de ésta: “Crux pectoralis, si quis ea uti velit” (4).
Actualmente el obispo puede llevarla siempre y en todo lugar, mientras que los prelados inferiores, que han obtenido el privilegio, sólo pueden hacerlo durante las funciones sagradas. Algunos metropolitanos, como el patriarca de Lisboa o el arzobispo de Armagh, primado de Irlanda, la usan con dos barras transversales, según el modelo de la cruz de Lorena (cruz patriarcal)

Card. J.F. D´Alton (1946-1963) Primado de Irlanda

Pectoral del Papa Pablo VI

 

NOTAS

  1. Se le da al obispo mientras se le consagra también el anillo, como signo del honor pontifical o como signo (sello) de los secretos.
  2. Esta carta no es sellada sino con el anillo, que representa a un lado la cara de un hombre que atiende.
  3. Un anillo de oro puro sólidamente fundido has de tener, con una piedra preciosa en la cual no debe haber nada esculpido.
  4. La cruz pectoral, si alguien quiere servirse de ella.

 

 

 

Capítulo 59: Las insignias pontificales (2). El báculo (31/03/2012)

La mención más antigua del báculo pastoral ( baculus, pedum, ferula, cambuta ) como insignia litúrgica de los obispos y de los abades, quizá es la contenida en una rúbrica del Liber Ordinum español, que remonta al menos al siglo VII, relativa a la consagración de un abad: Tradetur ei baculum ab episcopo (1). En un época un poco posterior es recordado por el canon 28 del IV Concilio de Toledo (633) por San Isidoro de Sevilla, que ve en él el símbolo de la autoridad episcopal. Lo mismo encontramos en Inglaterra, en el Penitencial de Teodoro de Canterbury (+690).

El uso del báculo sin embargo, debía ser más antiguo, si efectivamente alude a él una frase del Papa Celestino I (423-432) dirigida a los obispos de la Narbonense. Algunos han querido ver en el báculo una imitación de una costumbre oriental, basándose para ello en un discurso de S. Gregorio Nacianzeno. De todas manera no tenemos representaciones de báculos anteriores al siglo VIII, ya que no pocos báculos conservados en las viejas catedrales de Europa, atribuidos a personajes apostólicos o sub-apostólicos no pueden considerarse auténticos.

En el siglo IX era insignia común a todos los obispos de la Galia. Carlos el Calvo en una carta al Papa Nicolás, escribía a este propósito del arzobispo Etton: Omnes suffraganei qui eo absente ordinati fuerant, anulos et báculos et suae confirmationis scripta, more gallicarum Ecclesiarum, ab eo (archiepiscopo) acceperunt (2).

Se discute si en Roma el papa lo llevaba. En el siglo X hay una referencia a una ferula pontificalis , ya que a propósito de la deposición del papa Benedicto V (933) se narra que estos pallium sibi abstulit quod simul pontificali ferula, quam manu gestabat, domino papae Leoni VIII reddidit, quam ferulam idem papa fregit (3). Pero quizá tal férula era insignia de la potestad temporal, de otro modo no se explica que dos siglos después, Inocencio III (+1266) afirmase que: Romanus Pontifex pastorali virga non utitur (4). Esta particularidad, debida sencillamente al mantenimiento de la antigua tradición romana, viene explicada por una curiosa leyenda: San Pedro habría entregado su báculo a San Marcial, enviado en misión a la Galia, para resucitar a San Austricliniano, su compañero, muerto inesperadamente por el camino. Aún hoy en día el papa no usa báculo, sino la férula papal, con la cruz.

Tau copta.

Tau armenia.

Férula pontificia

La forma más antigua del báculo pastoral era la de un asta de madera acabada o en una bola o una cruz, como se ve en el famoso Díptico de Monza, o bien terminada en un pequeño travesaño horizontal de hueso o marfil a manera de tau griega, de donde el nombre de Tau dado a estos báculos. El tau de San Heriberto, arzobispo de Colonia, a principio del siglo XI, está esculpido bellamente en marfil.

 

Paterisa y kazranion

 

Los obispos ortodoxos en los oficios litúrgicos llevan la paterisa, el báculo pastoral rematado con una cruz rodeada por serpientes enfrentadas que simbolizan la prudencia y la sabiduría con que el obispo debe dirigir a la feligresía a su cargo. Fuera de la liturgia usan el kazranion , bastón de plata con una bola de plata como empuñadura.

En el siglo XIII empiezan a ser comunes los báculos curvados en espiral. Un motivo figurativo y simbólico muy frecuente era esculpir en el campo encerrado por la espiral la lucha de San Miguel Arcángel contra el dragón. Más tarde hacia finales del XIII e inicio del XIV, cuando las miniaturas arquitectónicas se hicieron de uso común, los animales y las representaciones vegetales fueron sustituidos por estatuillas, pináculos y ventanales góticos. En esta época empezó a colocarse un sudarium en el nudo del báculo, como elemento de respeto al obispo que debía empuñarlo o para evitar que el sudor lo perjudicara. Aún hoy en día el ministro porta- insignias, en los pontificales, lo lleva recubriéndose las manos con un velo de seda.

 

Báculos de los siglos X al XII

 

Las partes del báculo (espiral, asta y punta inferior) fueron interpretadas alegóricamente por los místicos medievales. Una nota del Corpus Juris Canonici tiene estos versos:

In baculi forma, praesul, datur haec tibi norma:

Atrahe per primum, medio rege, punge per imum

Atrahe peccantes, rege iustos, punge vagantes.

Atrahe, sustenta, stimula vaga, morbida, lenta (5).

Estos mismos sentimientos están contenidos en la fórmula del Pontifical con que el obispo consagrante consigna al neo consagrado el báculo:

Accipe baculum pastoralis officii, ut sis in corrigendis vitiis pie saeviens, judicium sine ira tenens, in fovendis virtutibus auditorum animos demulcens, in tranquillitate severitatis censuram non deserens (6).

El báculo pastoral, símbolo de esta plena jurisidicción, es usado por el obispo en las funciones pontificales, en las ordenaciones, en las procesiones, en las bendiciones solemnes, pero no en los funerales.

NOTAS

  1. Le será entregado el báculo por el obispo.
  2. Todos los sufragáneos que habían sido ordenados estando él ausente, recibieron de él (del arzobispo) los anillos, los báculos y los escritos de su confirmación según la costumbre de las iglesias galas.
  3. Se quitó el palio que, junto con la férula pontifical que llevaba en la mano, entregó al señor papa León VIII; esta férula la rompió el mismo papa.
  4. El romano pontífice no usa bastón pastoral.
  5. En la forma del báculo, prelado, se te da esta norma: atrae por lo primero, rige por el medio, aguijonea por lo bajo. Atrae a los que pecan, rige a los justos, aguijonea a los que andan perdidos. Atrae, sustenta, estimula lo que está inactivo, lo enfermizo, lo lento.
  6. Recibe el báculo del oficio pastoral, para que seas piadosamente severo en la corrección de los vicios, para que mantengas el juicio sin ira, para que estimules los ánimos de los oyentes en el fomento de las virtudes, para que no abandones la censura de la severidad en la tranquilidad.

 

 

Capítulo 58: Las insignias pontificales (1). La Mitra (24/03/2012)

A diferencia de las vestales o los sacerdotes paganos que en los sacrificios lucían en la cabeza la mitra o la ínfula ( Fascia in modum diadematis a qua vittae in utraque parte dependet, quae plerumque lata est, plerumque tortilis de albo et cocco) (1) es cierto que los obispos y los presbíteros cristianos en los primeros siglos no usaron nada parecido durante el servicio litúrgico. Escribe Tertuliano: Quis apostolus, aut evangelista, aut episcopus, invenitur coronatus? (2). San Pablo además en I Cor 11,4 había mandado que los hombres rezasen con la cabeza descubierta. La mitra sin embargo se encuentra referida ya desde el siglo IV, pero como un sombrero característico llevado por las vírgenes consagradas a Dios. Hacen referencia a ello tanto San Optato de Mileto como San Isidoro. Y el Liber Ordinum de la liturgia hispano-mozárabe lo recuerda como uno de los ornamentos de las abadesas. Los obispos hispanos ya llevaban mitras en el siglo VI.  San Isidoro ya mencionaba la mitra (que también se llamaba cetharim ) en sus Etymologias y luego Leovigildo  en su De Habitu Clericorum también.  Desgraciadamente no quedan ejemplares del tipo de mitra que ellos describían (toda blanca, con flecos rojos en los extremos de las ínfulas de atrás) pero sí quedan varios ejemplos del siglo posterior.

Mitra de San Valero (Huesca)

 

En la vida doméstica, tanto hombres como mujeres portaban un gorro de origen oriental en forma semiesférica baja, llamado pileus porque originariamente era de fieltro, pilos en griego. Probablemente de uno de estos sombreros, para el uso privado del Papa, derivan la mitra episcopal y la tiara pontificia. Hay referencias explícitas de donaciones y de uso por parte de los papas de un sombrero bajo y redondo de color blanco llamado camelaucum o calamaucum que los papas utilizan en las procesiones.

A principios del siglo XI esta insignia litúrgica pontificia con el nombre de mitra romana es concedida por el Papa como un privilegio a algunos obispos, abades y presbíteros fuera de Roma. León IX la otorga a Eberardo de Tréveris, Liutbaldo de Maguncia y Hentwig de Bramberg y a los canónigos de Besançon, todo ello en el siglo XI. Su sucesor Alejandro II continúa haciendo lo mismo con el abad Egelsino de Canterbury. Con el multiplicarse de este privilegio, la mitra se convierte en una insignia de uso común y universal. Inocencio II (1130-1143) la menciona como un distintivo episcopal ordinario.

Las más antiguas representaciones de la mitra en el siglo XI nos la muestran como gorro blanco coniforme, en un principio terminado en punta, posteriormente un poco achatado en la extremidad. Pero a inicios del siglo XII al acentuarse el surco central de la mitra, empiezan a desarrollarse por ambos lados dos prominencias cornua, que posteriormente se distinguirán cada vez más a causa del hundimiento provocado por el galón decorativo. Este tipo de mitra fue usual hasta mediados del siglo XII.

Desarrollo de la mitra hasta hoy día

 

El paso de esta mitra de dos “abultamientos” laterales a la mitra actual de dos “cuernos” puntiagudos delante y detrás, fue propiciado por una forma de mitra en la que los abultamientos laterales aparecen transformados en cuernos rígidos tiesos y acabados en punta. Los encontramos por doquier y especialmente en Francia. En Roma los encontramos en un fresco del siglo XIII de la iglesia de los Cuatro Santos Coronados (el Papa con la tiara y los obispos con mitra)

Esta fue la transición de la que derivó la forma actual de la mitra. Por razones de estética, los dos cuernos fueron girados de modo de situarse no sobre las sienes, sino sobre la frente y el occipital.

 

Iglesia de los Cuatro Santos Coronados (Roma)

 

Las mitras en aquel siglo XII eran más bien bajas, entre 19 y 22 cm. Posteriormente se va estrechando la base y elevando las puntas de manera exagerada hasta los 50-55 cm que adquieren en el siglo XVI-XVII especialmente en Italia, España y Francia. En los países septentrionales siempre predominaran las líneas sobrias y regulares de la mitra antigua.

Ejemplares conservados de mitras diversas

 

Las dos bandas ( fascia, vittae ) que desde el inicio están unidas a la mitra y cuelgan sobre los hombros o sobre los lados, no son a pesar del nombre “ínfulas”, una derivación de la antigua costumbre pagana, sino más bien una moda provocada por la necesidad o el deseo de atarla por debajo del mentón para que no se moviese. Como la corona imperial germana que llevada dos ínfulas similares.

En la Edad Media se diferenciaban dos tipos de mitra: la simplex , blanca y sin ornamento alguno, que el obispo llevaba en los días y tiempos penitenciales y los funerales; y la aurifrisiata bordada en oro, sobre seda y con adorno de piedras preciosas. Sobre ésta, el bordado podía aplicarse de tres maneras: in titulo es decir verticalmente, in circulo horizontalmente o circulare en círculo.

Hoy en día siguen distinguiéndose tres tipos de mitra: la pretiosa , con gemas, láminas de oro y plata, que el obispo lleva en las fiestas insignes, la aurifrisiata, sin piedras preciosas, pero con ligeros bordados en oro sobre seda blanca o de tela dorada sin otro ornamento y la simplex, de tela de lino blanca con ínfulas con flecos rojos en los extremos. El obispo la usa para los tiempos penitenciales, el Viernes Santo, los funerales, la bendición de las candelas el 2 de febrero y en la consigna del palio a un arzobispo recién creado.

Como puede verse, la mitra no participa del color litúrgico de los ornamentos: mantiene el blanco primitivo, si bien en el pasado no fuesen raras las mitras de colores.

La mitra abacial deriva también del camelaucum pontificio y al inicio fue un privilegio concedido sólo a algunos abades. El uso de la mitra abacial fue regulado por Clemente IV en el año 1266, el cual decretó que los abades exentos no llevasen la mitra pretiosa, sino sólo la aurifrisiata, mientras que los no exentos llevasen únicamente la mitra simplex.  

 

De izquierda a derecha: Obispos Liviere, Castet, Aillet, el nuevo abad de Fontgombault Jean Pateau , obispos Maillard y Aumonier, y finalmente el abad emérito Dom Forgeot. (octubre de 2011)

 

NOTAS

  1. Cinta en forma de diadema de la que penden dos ínfulas en ambas partes, que en algunos casos es lisa; y en otros, entrelazada de blanco y escarlata.
  2. ¿Qué apóstol o evangelista u obispo se encuentra coronado?

 

Capítulo 57: El Palio (17/03/2012)  

El palio, como insignia litúrgica propia del Papa, se encuentra atestado desde los tiempos del papa San Marcos (+336), el cual, según recoge el Liber Pontificalis, lo confirió al obispo suburbicario de Ostia, uno de los consagrantes del Papa. Hacia mediados del siglo V encontramos la primera representación monumental en el famoso marfil de Tréveris que muestra a dos arzobispos en el carro con el relicario en las manos, los cuales llevan en torno al cuello y colgando por delante, una faja que no puede ser otra cosa que el palio.  

Informaciones más numerosas y seguras encontramos en el siglo VI. En el año 513 el Papa Símaco concede el privilegio del palio a S. Cesareo de Arles, y en el 545-546 el papa Vigilio hace lo mismo con los sucesores del obispo arelatense, Auxanio y Aureliano. Hacia esta época encontramos una segura y autentica representación del palio romano en un fresco del cementerio de San Calixto, obra del papa Juan (560-573) los santos Sixto, papa y Optato, obispo. En lo sucesivo se multiplican las concesiones del palio, hechas por los pontífices a obispos de Italia y de fuera de ella. En las otras Iglesias de Occidente, fuera de Roma, no parece haber existido dicha insignia, si no cuando a los obispos se les concedia ese privilegio por la Santa Sede.

 

Marfil del Tesoro del Dom de Tréveris (s. VI)

 

No se puede confundir el palio romano, con el “omoforion” que todos los obispos orientales llevan como emblema de su ministerio episcopal.

Sobre los orígenes del palio, uno de los problemas litúrgicos más debatidos, han sido elaboradas varias hipótesis.

Algunos dijeron que derivaba de un pretendido manto de San Pedro, del cual se habrían ido cortando trozos, hasta que agotados, fueron elaborados otros sucesivos a imitación de los primeros. Es una piadosa fantasía que no tiene ni sombra de fundamento histórico.

Otros ven en el palio una concesión imperial. Se basan en una teoría según la cual el emperador Constantino ofreció al papa San Silvestre el sobrehumeral (superhumerale) copia de la insignia con que el emperador solia rodearse el cuello y desde entonces todos serían una sucesiva repetición de un emblema que implicaría el permiso de la autoridad gubernativa en el nombramiento de obispos. Pero lo cierto es que los Papas han concedido o retirado el palio, de motu proprio, sin jamás ninguna referencia a la autoridad imperial.

 

Benedicto XVI con las dos formas en el porte del Palio

 

Braun propugna para el palio un orígen netamente eclesiástico: los papas lo habrían ideado como insignia litúrgica propia.

Más genial és la hipótesis de Wilpert que lo relacionaría con el pallium, el manto de los filósofos, vestidura preferida por los primeros fieles. Su recorte iría en paralelo al recorte de la toga, que replegada sobre sí misma ( toga contabulata ) acabaría como una simple banda. El hecho de que se comenzase a usar a partir del siglo IV una vestidura más comoda, la pénula, hizo que se sobrepusiese a esta de forma “contabulada” ( a tablas). Esta hipótesis no encuentra el apoyo de ningun testimonio histórico de pallium contabulatum.

El palio litúrgico, ciertamente y hay que reconocerlo, en sus representaciones más antiguas aparece como una banda completamente abierta y dispuesta sobre los hombros con el mismo porte que tenía el palio-manto filosofal. Esta manera de llevar el palio se mantuvo hasta el siglo IX, cuando con alfileres preciosos, se empezó a colocar de tal modo que los dos extremos colgasen exactamente por el centro del pecho y de la espalda. Sustituyendo los alfileres con una costura fija se llega a la forma circular con la que lo encontramos colocado a partir de entonces. Sin embargo los dos extremos conservaron una considerable longitud y sólo a partir del siglo XV empezaron a recortarse hasta la forma actual.  

Benedicto XVI al inicio de su pontificado, restaurar la primitiva forma de colocación del palio, tal como aparece en los monumentos antiguos. Más tarde, quizás por practicidad, volvio al uso ordinario de los últimos seis siglos. Aunque permaneciendo el color rojo de las cruces bordadas, mucho más antiguo que el negro en su confección.  

Alfileres para la colocación del palio

 

Actualmente en los extremos se encastan pequeñas barritas de plomo, recubiertas con flecos de seda negra. El color del palio siempre ha sido blanco. Los tres alfileres con gemas que al principio tenían como misión fijarlo en su lugar, acabaron convirtiendose en objeto decorativo sin más.

Actualmente el palio pues, es una insignia de honor y jurisdicción reservada de jure al Papa y a los arzobispos.

El arzobispo, antes de los tres meses de s consagración o nombramiento, por medio de un abogado consistorial, suplica al Santo Padre le concede el palio instanter, instantius, instantissime. Nada más acordado, si el titular está presente en Roma, lo recibe del primer Cardenal diácono; si está ausente, como normalmente sucede, un obispo es encargado de imponérselo. Este, en el dia establecido, después de celebrar la misa, sentado en el faldistorio, recibe el juramento de fidelidad del arzobispo de rodillas y con la mano derecha en el evangelio, posteriormente este le impone el palio que se encuentra preparado sobre el altar, con la formula prescrita por el Pontifical.

Muchos, lo reciben de manos del Papa en la fiesta de los Santos Apostoles Pedro y Pablo.

La imposición del palio al Papa viene realizada el dia del inicio de su pontificado de manos del Cardenal archidiácono.

 

La lana con la que se confeccionan los palios procede de corderitos criados por las religiosas del convento romano de San Lorenzo in Panisperna y son ofrecidos al Papa para su bendición por los Canónigos Regulares Lateranenses en la memoria litúrgica de Santa Inés, el 21 de enero en la basílica de Santa Inés Extramuros. Santa Inés es la martir romana que en la iconografía tradicional viene representada con un cordero a los pies.

Imposición al Card. Pappalardo 29/6/2009

 

Los palios los confeccionan las religiosas de Torre de´Specchi en Roma y en la mañana de la vigilia de los Santos Pedro y Pablo, son llevados a la Confesión de San Pedro, y después de las primeras visperas son bendecidos por el Papa, el cual los encierra en una urna o cofre de plata que se conserva cerca del sepulcro del Apóstol. La costumbre en el siglo XII era dejarlos sobre la tumba de San Pedro durante la noche precedente a la fiesta, mientras el clero de la basílica añadía en el oficio nocturno de Maitines especiales oraciones. Era la ceremonia llamada vigilare pallia (velar los palios). Este inmediato contacto que el sagrado palio tiene con las sagradas reliquias, hizo que se considerase siempre como la transmisión de un poder superior, casi como una participación al oficio de pastorear.

Benedicto XVI últimamente lo señaló como imagen de la oveja perdida que el Buen Pastor buscó y encontró para devolver al redil. Sin duda alguna el palio es un expresivo simbolo de unidad y de comunión con la Sede Apostólica.

 

 

Capítulo 57: Las insignias litúrgicas (2). El manípulo (10/03/2012)

El manípulo ( manipulus, mappula, sestace, brachiale, o fano =del alemán fahne -paño) es una imitación de aquel lienzo a manera de pañuelo que, entre los romanos, los cónsules y los altos cargos del Estado llevaban como objeto de etiqueta en ciertos vestidos de gala. Se sostenía en la mano o se ataba al vestido. El Liber Pontificalis nos lo presenta como una insignia honorífica, concedida por el Papa Silvestre (+314) a los diáconos romanos para el servicio litúrgico “ pallea linostima leva eorum tegerentur” (1). Esta pallea linostima tenía que ser de un tejido noble, de lana o seda en trama de hilo. Que fuesen honoríficos resulta del hecho de ser portados en la mano derecha, de la cual casi nadie se sirve.

Durante todo el siglo VI se mantuvo como una prerrogativa del clero romano, y sólo San Gregorio Magno, por la insistencia de los de Ravenna, se lo concedió únicamente al archidiácono de aquella sede. Entonces la máppula se llevaba en la mano izquierda y no sobre el brazo. Tal uso duró mucho tiempo, al menos hasta el siglo XII. En un fresco de la basílica de San Clemente (s. XI) el santo sostiene el manípulo entre los dedos; en el VI Ord. Romano se dice de los manípulos de los subdiáconos: mappulae in sinistra manu ferendae (… han de ser llevados en la mano izquierda ) . Hacia finales del XII y ya en el XIII se empezó a fijar el manípulo en el antebrazo izquierdo y antes de la casulla, pues ésta ya había sido recortada notablemente por ambos lados.

Sacramentario de Ivrea (s. X)

Descubrimos el mismo uso en una miniatura del Sacramentario de Ivrea, de finales del siglo X, encargado por el obispo Warmondo, donde reconocemos la costumbre que los obispos tenían de posarlo sobre al altar después del Confiteor, no tanto por razones simbólicas, sino porque al revestirse en el altar, no se lo ponía hasta que pasaba de la sede al altar. Algo de ese espíritu práctico quedó en las rúbricas del Pontifical y en la prescripción de que el sacerdote lo deponga en el altar cuando debe predicar, tanto si sube o no al púlpito (si es que lo hay).

El manípulo conservó la forma de pañuelo al menos hasta el siglo IX. Rabano Mauro habla de él como de un sudario de uso sagrado, lo mismo que Amalario que de él dice: Postea ponit calicem in altari diaconus et sudarium suum in dextro cornu altaris; est habile ad hoc, ut quidquid accesserit sordidi, illo tergatur et sacerdotis mundissimum maneat (2).

Un Ordo missae camaldulense del siglo XIII hace suponer que el manípulo conservaba aún entonces la primitiva forma sin sujeción porque prescribe que en el ofertorio el diácono consigne al subdiácono la patena “qui eam teneat manipulo per totam celebrationem usque ad finem Pater noster” (3).

Poco a poco, doblado sobre sí mismo, fue adquiriendo la forma de banda larga y estrecha, adornado con flecos en los dos extremos, incluso con campanillas, enriquecido con hilos y bordados de oro, hasta que hacia finales del siglo XIV, ya había adquirido la forma definitiva: un estrecha banda de tela de la misma hechura que la estola y la casulla. El ornato con la cruz fue raro en el medioevo y no se prescribió hasta el misal de Pío V. El derecho de llevarlo corresponde a las órdenes mayores desde el subdiaconado y limitadamente a la celebración eucarística. Al no haber referencia de él, en el capítulo sobre las Vestiduras Sagradas de las Normas Generales del Misal Romano de 1969, cayó en desuso, aunque jamás ha sido expresamente prohibido.

En algunos lugares vuelve su uso (Novus Ordo)

 

Sin embargo, en virtud del Motu Proprio Summorum Pontificum , del Papa Benedicto XVI , que regula la liturgia de rito latino en su forma extraordinaria, el manípulo ha vuelto a ser un objeto litúrgico en uso, también, en algunos lugares y por concomitancia, para la misa post-conciliar, como vemos en la foto anterior.

Se usa asimismo en la epístola y el Evangelio de la bendición de Ramos y en el Exultet de la Vigilia Pascual. Jamás se usa con la capa pluvial. El manípulo, que ha de ser del color litúrgico del día, debe tener en su centro, que viene encima mismo del brazo, una cruz que ha de besar el que lo lleva, tanto antes de ponérselo como al momento de quitárselo. Ordinariamente también suele colocarse una cruz a cada extremo, aunque no está propiamente mandado. Espiritualmente, este ornamento nos recuerda las buenas obras y que los trabajos y el dolor ofrecidos a Dios serán espléndidamente recompensados con haces de frutos y ricos dones: “felices al atardecer volverán trayendo al hombro sus gavillas”. La oración que el sacerdote pronuncia al ponérselo es:   « Merezca, Señor, llevar el manípulo del llanto y del dolor, para poder recibir con alegría el premio de mis trabajos». En el recuerdo de la Pasión, el manípulo representa las ataduras con que fueron ceñidas las manos de Nuestro Señor al ser azotado. El diácono y subdiácono, que ayudan a revestirse al preste, lo endosan después de la dalmática y la tunicela.

Neo-sacerdotes en Cádiz a inicios de la década de los 60, con ornamentos neo-góticos.

Cardenal Cañizares en el Seminario del ICRS

 

El V Ord. Romano lo concedía también a los acólitos, y en algunos monasterios de la Galia, p. ej. Cluny, se introdujo la costumbre de llevarlo en el coro todos los monjes incluso los legos “ in coenobiis monachorum, etiam laici, cum albis indumentis…solent ferre manipulum” (4).

Pero se consideró un abuso abolido por el sínodo de Poitiers (1100) el cual lo permitió sólo a los monjes que fuesen subdiáconos.

NOTAS

  1. Cubrieran su izquierda con un paño de lino.
  2. Después el diácono pone el cáliz en el altar y su sudario en el extremo derecho del altar; es útil para que si hubiera algo sucio, se limpie con él y todo lo del sacerdote permanezca limpísimo.
  3. que la sostenga con el manípulo durante toda la celebración hasta el final del Pater noster.
  4. En los cenobios de los monjes, también los laicos, con blancas vestiduras… suelen llevar manípulo.

 

 

Capítulo 56: Las insignias litúrgicas (I): La Estola (3/02/2012)

La estola, insignia litúrgica común a los diáconos, presbíteros y obispos, no tiene este nombre en los documentos más antiguos, sino que es llamada en occidente orarium y en oriente othòne orárion. El orarium, llamado también mappa, sudarium, era en el uso profano un paño más bien fino, propio de las personas distinguidas y destinado a enjugar el rostro o a enrollarse en torno al cuello como una ancha corbata. San Sátiro, hermano de San Ambrosio, al naufragar, escondió la Eucaristía en su orario y se lo ató alrededor del cuello. El othone ( linteum) de los griegos era también un velo amplio de hilo, correspondiente a nuestra toalla. Este es el sentido que le da S. Isidoro de Pelusio (+440). Dice Wilpert que el othone “con el cual hacen su servicio los diáconos en los sagrados misterios rememora la humildad del Señor cuando lavó y enjugó los pies de sus discípulos”.

El término estola stola que en la lengua clásica designaba la ancha vestidura de las matronas romanas, aparece con el significado litúrgico de orarium, en la Galia de finales del siglo VI. A este intercambio de palabras quizás contribuyó el haber olvidado, en los países del norte, el sentido antiguo de orarium, para derivarlo de orare ( hablar, predicar) convirtiéndola en una insignia de los predicadores. Escribe Rábano Mauro: “ Este género de vestidura solo les es otorgado usar a los que tienen el ofiuco de predicar, ya que conviene a los oradores de Cristo llevar “orarium”. Interpretado en este sentido, resultaba natural aplicarle las palabras del Eclesiástico: In medio ecclesiae aperiet sapientia os eius et adimplebit illum sapientiae et intellectus, et stola gloriae vestiet illum . (En medio de la asamblea le abrió la boca con sabiduría y le lleno de espíritu de sabiduría e inteligencia, y lo revistió de estola de gloria)

Después del siglo XII, el término orarium se abandonó casi completamente, para sustituirlo por el de estola.

Diácono con estola y evangeliario. Unx (Navarra)

Diácono con la estola sobre la dalmática s.XIV

 

La estola es revestida de manera diversa: los diáconos la llevan sobre el hombre izquierdo cruzada sobre el pecho y anudada bajo el brazo derecho, los presbíteros la llevan pendiendo del cuello en la administración de los sacramentos y, después de la reforma litúrgica del 69 también de esa manera bajo la casulla. Hasta entonces y desde la alta Edad Media, se llevaba cruzada debajo de esta. Los obispos nunca la cruzan porque llevan ya la cruz pectoral. Los presbíteros en España la llevaban como los obispos, hasta el III Concilio de Braga del año 675, que prescribió la cruzasen sobre el cuello y fue así como se extendió su uso por doquier, aunque muy poco a poco. El misal de San Pío V la prescribe usada de esta manera. También en España, y al parecer en otros países occidentales fuera de Roma, los diáconos la llevaban sobre el hombro izquierdo colgando por delante y por detrás, sobre la dalmática, y siempre de color blanco en tela o lana, a partir del siglo XII cruzada a modo de banda y desde el siglo XV del color de la dalmática y bajo esta. En el rito ambrosiano aún hoy se lleva sobre la dalmática.  

En Oriente, por decisión del concilio de Laodicea, era una insignia litúrgica prohibida a los subdiáconos y a otros clérigos inferiores y, según testimonio de San Juan Crisóstomo, los diáconos la llevaban sobre el hombro izquierdo aleteando. Ese mismo uso está documentado en la mayor parte de países occidentales, fuera de Roma. El II Concilio de Braga del año 563 prescribió no esconderlo debajo del alba, sino ponerlo sobre esta en el hombro izquierdo para ser diferenciados de los subdiáconos. El II Concilio de Toledo prohibió a los diáconos llevar dos orarios y describe la praxis antes referida de llevarla a manera de bufanda dispuesta sobre la dalmática, siempre blanca, pendiendo ambas partes perpendicularmente del hombro izquierdo. Solo a partir del siglo XII la encontramos cruzada como hoy en día, pero siempre por encima de la dalmática. Sólo a partir del siglo XVI la vemos del color de la dalmática y por debajo de esta.

En cambio a los presbíteros los vemos siempre con la estola por debajo de la casulla, en torno al cuello, con ambos lados pendiendo perpendiculares y paralelos, como en la reforma de 1969. Empezó a usarse cruzada sobre el pecho a partir del siglo XIV y así fue prescrito su uso por el misal de San Pío V.

Estola de misacantano

 

Los orígenes de la estola son oscuros. Wilpert afirma que la estola de los diáconos deriva del mantile o linteum que ya usaban los ministros de los sacrificios paganos ( camilla), dado su oficio de servir la mesa del sacrificio eucarístico. Poco a poco, cesando su servicio material, se transformó en un objeto ornamental y distintivo de su orden, convirtiéndose en lo que hoy es. En cambio, piensa que la presbiteral, fue en su origen un verdadero orarium para proteger del frío en invierno y secarse el sudor en verano. Ese doble origen, explicaría la doble denominación con que los griegos diferencian la diaconal (orarion) y la presbiteral ( epitrachélion -sobre el cuello). Al convertirse en simple insignia, el protector del sudor pasó a ser el amito.

En cambio Braun defiende la hipótesis según la cual el orarium fue instituido por la Iglesia desde la antigüedad por una disposición propia y concreta. Y si bien es cierto que desde el siglo IV, en Oriente, en Hispania y en la Galia, la vemos como un elemento esencial en el rito de la ordenación de los diáconos, presbíteros y obispos, creo debemos preferir la hipótesis de Wilpert que explica mejor el origen de la estola presbiteral porque es inconcebible que se crease una insignia para ocultarla debajo de la casulla.

La disciplina actual la prescribe para la misa, los sacramentos y sacramentales y siempre que hay un contacto con la eucaristía. En la edad Media su uso era más extenso: los sacerdotes la debían llevar constantemente incluso fuera del servicio litúrgico (s. IX Maguncia-s. X Verona)

En algunos lugares los nuevos sacerdotes debían llevarla durante todo un año desde el día de su ordenación.

Al menos en Cataluña, hasta la reforma litúrgica de Pablo VI, los neo-presbíteros iban revestidos de estola blanca o dorada, siempre y en todo lugar hasta haber cantado las tres primeras misas. Así lo hizo este que os escribe, conservando aquella estola para ser amortajado con ella el día de mi entierro, siendo esta como en los documentos medievales, larga hasta los pies, como la estola encontrada en la tumba de San Bernulfo (+1056) (7 cm de ancha y 2,74 m de longitud sin contar con los 11 cm de flecos).

 

 

Capítulo 55: El Pluvial (25/02/2012)

El pluvial (pluvialis, cappa) llamado así en los países meridionales después del siglo IX y capa en los países del Norte, según algunos tiene su origen en la antigua lacerna o virus, alargada por debajo de las rodillas. Otros piensan que el pluvial no es otra cosa que la transformación de la pénula, provista de capucha para la lluvia y con abertura delantera para una mayor comodidad. Son más que evidentes las analogías de forma entre la capa medieval y la lacerna romana, pero también resulta evidente que cuando el pluvial apareció entre las vestiduras litúrgicas allá por los siglos VIII-IX, hacía ya mucho que la lacerna había pasado de moda y no pertenecía a la indumentaria civil. La primera mención la encontramos en un inventario del monasterio de Obona en Asturias del siglo VIII. Braun en su Die liturgische Gewandung demuestra que el pluvial fue originariamente una capa provista de capucha ( cucullus ) que en los días más solemnes llevan los miembros más sobresalientes de la comunidad monástica, especialmente los primeros cantores.

Desde los monasterios, gracias sobretodo a la influencia de Cluny, se extendió rápidamente por toda la Iglesia. Mientras la casulla, por razones prevalentemente simbólicas, mantenía en la misa la forma tradicional, la capa pluvial, tan cómoda por el libre movimiento de los brazos, conquistó su lugar en las funciones menores (procesiones, incensación en Laudes y Vísperas ( de ahí el nombre dado por los alemanes de Rauchmantel o Vespermantel –“manto del humo-manto de vísperas”- ), las bendiciones o consagraciones solemnes. En el siglo I X pues, el pluvial había adquirido un uso generalizado.

Pluvial de Pienza s.XV don de Pío II

 

Es difícil precisar cuando el cucullus (capucha), accesorio de la capa, finalizada su función primitiva de protección para la lluvia, fue erradicado del uso litúrgico. En los pluviales del siglo XII-XIII o ha desaparecido del todo o al máximo, como se puede ver en el pluvial de Pienza, donado por Pío II (+1464) o en el de San Pablo de Karnten, ha quedado reducido a un simple trozo de tela triangular de proporciones minúsculas, que aparece más bien como elemento decorativo.

En el siglo XIV ese rudimentario resto de capucha empezó a ser más grande y a redondear los lados hasta convertirse en una especie de escudo ( clipeus) que se mantuvo suspendido de la orilla superior del pluvial, cerca de la nuca, o como no era otra cosa que una decoración, se cosió más abajo como en el uso romano a partir del siglo XVI.

 

Pluviales siglo XIV

 

La hebilla ( formale, pectorale ) que abrochaba sobre el pecho las dos partes de la capa, asumió rápidamente una importancia ornamental característica bajo forma de placa ancha, oval o rectangular, de oro o plata y a menudo enriquecida con esmaltes, piedras preciosas o cincelados de gran valor artístico.

 

Hebillas medievales

 

El ornato del pluvial comportaba ordinariamente un friso que a manera de festón recorría todo el borde superior de la capa, de manera que al revestirlo figurasen dos columnas verticales en la parte delantera, como en el pluvial de la catedral de Trieste de factura alemana del siglo XVI.

 

Pluvial de Trieste

 

También la capucha, después de aumentar de tamaño, fue el objeto donde el arte del bordado se explayó dando lugar a auténticas obras de arte.

 

Bordados en seda del borde y del capuchón

 

El pluvial nunca constituyó un ornamento propiamente sacerdotal. Desde el siglo XI lo llevan los cantores en el oficio coral y en los pontificales se revisten con él los portainsígnias (báculo y mitra).

Es preceptivo en las procesiones, en la exposición del Santísimo Sacramento, en las bendiciones de las candelas, de la ceniza, de Ramos, en las exequias, en la administración de la Confirmación y en las funciones pontificales por el presbítero asistente.

 

 

Capítulo 54: La Dalmática y la Tunicela (18/02/2012)

La dalmática, que a principios del siglo III se había ya convertido en la vestimenta de las personas más honorables, se nos presenta por vez primera como vestidura sacra en un fresco del siglo III de las catacumbas de Priscila que representa la consagración de una virgen llevada a cabo por un obispo (quizá el Papa mismo) revestido de dalmática y pénula. En el siglo IV el Liber Pontificalis la nombra como un distintivo honorífico concedido a los diáconos romanos por el Papa San Silvestre (314-355) para distinguirlos entre el clero con motivo de las especiales relaciones que estos tenían con el Papa. La noticia se encuentra confirmada por el autor de las Quaestionum ex Vet. Testamento (a. 370) el cual, no sin una pizca de ironía, escribe: Hodie diaconi dalmaticis induuntur sicut episcopi (Hoy en día los diáconos se revisten de dalmática como los obispos). Esto prueba que la Iglesia Romana consideraba el uso de la dalmática como suyo propio, y que sólo el Papa podía conferir. De hecho, el Papa Símaco (498-514) lo concede a los diáconos de Arles, San Gregorio Magno al obispo y a los diáconos de Gap, Esteban II en el año 757 concede a Futrado, abad de San Dionisio, el privilegio de ser asistido en la misa por seis diáconos revestidos de dalmática. Pero, con la expansión de la liturgia romana en la Galia en la época carolingia, la dalmática adquiere un uso común, aunque los papas continuasen a concederla como privilegio. Estrabón (+849) atestigua que en su tiempo la llevaban no sólo los obispos y los diáconos, sino también los presbíteros debajo de la casulla.

La dalmática conservó substancialmente hasta nuestros días la forma primitiva, aunque a partir del siglo XI se recortó un poco y hacia el siglo XII se empezó a abrir por los lados, primero con dos cortes verticales simples o en forma de V, hasta casi llegar a los brazos. En el siglo XVI se abrieron las mangas, cerrando con cintas las mismas.

Las antiguas dalmáticas eran ordinariamente de lana o lino. El I Ordo Rom

Recuerda la dalmática de lino endosada por el Papa en la sacristía. Más tarde fueron usadas preferentemente las de seda. El color se mantuvo blanco durante mucho tiempo, quizá hasta el siglo XI. Blanca es la dalmática que endosa el diácono en una miniatura del Tropario de Prüm. Hugo de San Victor (+1141) es el primero a hacer mención de una dalmática episcopal de color jacinto. Pero sobre el fondo claro de la vestidura, conforme a la antigua moda profana, se usó desde el inicio el aplicar dos tiras de color púrpura, que a manera de listones bajaban en paralelo por la parte posterior y anterior todo lo largo de la dalmática, extendiéndose también por las mangas. Rábano Mauro la describe así. Las tiras rojas, testimoniadas aún por Inocencio III, desaparecieron cuando la dalmática compartió los colores de la casulla, aunque fueron substituidas con tiras bordadas y, después del siglo XV, con otras bandas horizontales aplicadas en número oscilante. Las borlas que se cuelgan por detrás de los hombros, no derivan de las bandas color púrpura de antaño, sino que probablemente son un desarrollo ornamental de las ataduras con que se cerraba la abertura de la cabeza.

Ordenación diaconal 1960 Seminario de Barcelona (el 3º es nuestro Cardenal Martínez Sistach)

 

La tunicela ( subtile, stricta ) actual vestidura litúrgica del subdiácono y uno de los indumentos pontificales del obispo, es una imitación de la dalmática. Como vestidura episcopal es recordada en los siglos VII-VIII: es la dalmática minor de la que se hace mención al describir los ornamentos con que el Papa se reviste antes de la misa. Es difícil precisar cuando los subdiáconos empiezan a usarla. Probablemente fue hacia el siglo IX, siendo lógico su uso, vista la importancia que iban adquiriendo los subdiáconos y que la llevaban como vestidura ordinaria para el servicio litúrgico cuando el subdiaconado era considerado como una orden menor. Es muy probable que acaeciese en la Galia. En cuanto a la forma, sufrió las mismas vicisitudes que la dalmática. Fue progresivamente recortada y abierta por los flancos, hasta convertirse en casi igual a la dalmática, tal como sucede hoy en día. En España es tradicional su uso por acólitos y demás servidores litúrgicos, especialmente en las procesiones y funciones solemnes.

 

Uso lato de la tunicela en España por acólitos y ministros inferiores.

 
 

La dalmática y la tunicela, en razón del color blanco primitivo, fueron consideradas vestiduras de alegría, por lo cual eran depuestas en los días de penitencia, substituyéndolas por planetas plegadas ( pianetae plicatae).

 

 

Capítulo 53: La Casulla (y II) (11/02/2012)

En cuanto a la decoración de la casulla, nótese que desde los primeros siglos las pénulas profanas lucían motivos ornamentales, como por ejemplo, las dos franjas púrpuras verticales que vemos en la pénula del orante en el cementerio de Calixto. Las casullas del mosaico de San Venancio en Letrán muestran un simple friso con galón en torno a la obertura del cuello. En los mosaicos de Ravenna, la decoración de la casulla del obispo Ecclesius y Maximiliano, tiene la apariencia de una cruz bifurcada. Sin embargo un sistema consolidado de ornamentación de la casulla no aparece antes del siglo XI. Hacia esta época se aplicaba en la centro de la parte posterior de la casulla, un listón vertical que iba subiendo hasta la nuca, pero que al llegar a la altura de los hombros se dividía en dos brazos oblicuos (Y – cruz bífida-trífida) los cuales giraban alrededor del cuello y se encontraban en el pecho por la parte delantera para bajar hasta el borde inferior. Dentro del listón si bordaban diseños de estilo o figuras humanas: sujeto favorito eran las representaciones de bustos de santos, dispuestos en compartimentos circulares, ojivales o cuadrados, mientras en la intersección si colocaba una imagen del Salvador, de la Virgen o del Santo Patrono. En el siglo XIII, especialmente en Inglaterra, Francis y Alemania, comienza a introducirse la cruz con brazos horizontales, pero solo en la espalda, prototipo de la decoración que después prevaleció y que a partir del siglo XV se convirtió en común. En cambio en Italia, se usó preferentemente un simple listón vertical sobre las dos caras de la casulla, junto con una ornamentación horizontal a la altura del pecho, con el único fin de impedir una rotura de la tela. Es el tipo romano vigente. Nótese que el diseño de la cruz bifurcada en la espalda no se debe, como querrían algunos ni a una verdadera figuración de la cruz, ni a una estrategia para ocultar las costuras de la tela: es simplemente un motivo ornamental no desconocido por las pénulas paganas, que más tarde fue interpretado en sentido cristiano.

Para la confección de las casullas se usaron desde antiguo las telas más preciosas. Encontramos ya tejidos de seda en la indumentaria eclesiástica de muchas iglesias del siglo V, procedentes de las famosas fábricas de Alejandría, Damasco o Bizancio. En la Edad Media tomaron renombre las telas árabes procedentes de Sicilia y España; después del siglo XIII los adamascados, los brocados y terciopelos de Génova, Lucca y Venecia.

Casullas romanas s. XVII-XVIII

Junto a la seda se usaba, aunque raramente, la lana, las telas de lino y el algodón. En la catedral de Praga se conserva incluso una casulla tejida en paja. Las telas medievales llevaban comúnmente algún diseño o geométrico o floral estilizado, la granada sobretodo, o más a menudo el ancla. Figuras solas o emparejadas con animales reales o fantásticos, leones, gacelas, halcones, águilas bicéfalas, etc.

Casulla S. Juan Ortega s.XII

Brocado veneciano
del siglo XVI

 

Al unísono con la calidad de las telas fue en aumento la riqueza de los bordados que convertía las vestiduras sagradas en piezas de valor artístico muy apreciable. El arte del bordado, ya conocido bajo el Imperio, nació y se perfeccionó sobretodo en Oriente, primero entre los frigios y los griegos, posteriormente entre los árabes y bizantinos. Los bordados, originalmente de lana sobre seda, con pocos hilos de oro y de seda, se fueron desarrollando y adquiriendo finura y esplendor, conservando sin embargo el diseño y los escasos colores utilizados, una pizca de ingenuidad y simplicidad que subrayaba la infancia del arte. Pero con la llegada del siglo XI el arte del bordado en Bizancio y entre los árabes (el italiano ricamare procede del verbo árabe recamar (bordar) ) se perfecciona y adquiera altura.

Las cruzadas traían a Occidente el gusto, los procedimientos técnicos y las combinaciones de colores.

En los siglos XIII y XIV las vestiduras litúrgicas de catedrales y colegiatas, de monasterios y abadías se encuentran inundadas de oro, perlas y se recubren de arabescos, flores, animales y se enriquecen con aquellos famosos bordados historiados y con imágenes bíblicas, llamadas “pinturas al aguja” “auro et serico acu pícate”( pintadas con aguja en oro y seda) en las que sobresalían los artistas ingleses y flamencos. En ese momento triunfó, cosa que ha desaparecido, el oro sombreado, es decir un fondo dorado que la aguja difuminaba con seda de colores. Por otra parte el empaste de los colores alcanzó efectos decorativos que posteriormente el periodo renacentista y barroco pudo emular, pero difícilmente superar.

Insignes ejemplares de bordado en Italia son: el Velo de Classe (s.IX) conservado en el Museo de Ravenna; la dalmática de Carlo Magno (s. XIV), la capa pluvial de Nicolás V en Áscoli Piceno, o la de Pío II en Pienza (s. XIII); la casulla de la Capilla Chigi en Siena, diseñada por Rafael y finalmente los restos de la terna de San Juan del Duomo de Florencia. Antonio Pollajolo hizo los diseños, y la terna se confeccionó durante 26 años bajo la dirección de Paolo Veronese, por ocho bordadores, dos de entre ellos flamencos y cuatro franceses.

 

Dalmática Carlomagno (Museo Vaticano) y capa pluvial siglo XIV

 
 

Bordados ingleses en seda, oro y plata s. XIV

 

Por el hecho de que la casulla se reviste sobre las otras vestiduras y a todas cubre, desde la alta Edad Media fue considerada símbolo de la caridad que “cubre multitud de pecados”. Efectivamente el obispo, en la ordenación de los presbíteros, revistiéndoles de la casulla dice: Accipe vestem sacerdotalem per quam charitas intelligitur ( recibe la vestidura sacerdotal que se entiende como símbolo de la caridad).

De la misma manera, como la casulla se endosa sobre los hombros, fue considerada símbolo del yugo del Señor, de aquí a que el sacerdote al revestirse de ella diga: “Señor que dijiste mi yugo es suave y mi carga ligera, haz que llevándola consiga tu gracia”


artículos anteriores

 

     

Volver a la página principal

 

Otras Secciones


Non omnis moriar
Por Prudentius de Bárcino

Desde los últimos bancos
Por Oriolt

Splendor Veritatis
Por Antoninus Pius

Agere contra
Por Quinto Sertorius Crescens

El Directorio de Mayo Floreal
de Germinans Germinabit

De omnibus rebus
Por Diversos colaboradores

Domus Ecclesiae
Por Dom Gregori Maria

Quodlibetales Sociales
Por Guilhem de Maiança

 

Antiguas Secciones


Semper Idem
Por Aurelius Augustinus

Liturgia aestiva
Por Dom Gregori Maria

Roma 1962-1963: El clima litúrgico conciliar
Por Dom Gregori Maria

La MISA ROMANA: Historia del rito
Por Dom Gregori Maria

El Fiador: Historia de un colapso
Por Dom Gregori Maria

Los gestos litúrgicos
Por Dom Gregori Maria

z<<< z<<< z<<<