Domus Ecclesiae
Por Dom Gregori Maria

 

Capítulo 53: La Casulla (y II) (11/02/2012)

En cuanto a la decoración de la casulla, nótese que desde los primeros siglos las pénulas profanas lucían motivos ornamentales, como por ejemplo, las dos franjas púrpuras verticales que vemos en la pénula del orante en el cementerio de Calixto. Las casullas del mosaico de San Venancio en Letrán muestran un simple friso con galón en torno a la obertura del cuello. En los mosaicos de Ravenna, la decoración de la casulla del obispo Ecclesius y Maximiliano, tiene la apariencia de una cruz bifurcada. Sin embargo un sistema consolidado de ornamentación de la casulla no aparece antes del siglo XI. Hacia esta época se aplicaba en la centro de la parte posterior de la casulla, un listón vertical que iba subiendo hasta la nuca, pero que al llegar a la altura de los hombros se dividía en dos brazos oblicuos (Y – cruz bífida-trífida) los cuales giraban alrededor del cuello y se encontraban en el pecho por la parte delantera para bajar hasta el borde inferior. Dentro del listón si bordaban diseños de estilo o figuras humanas: sujeto favorito eran las representaciones de bustos de santos, dispuestos en compartimentos circulares, ojivales o cuadrados, mientras en la intersección si colocaba una imagen del Salvador, de la Virgen o del Santo Patrono. En el siglo XIII, especialmente en Inglaterra, Francis y Alemania, comienza a introducirse la cruz con brazos horizontales, pero solo en la espalda, prototipo de la decoración que después prevaleció y que a partir del siglo XV se convirtió en común. En cambio en Italia, se usó preferentemente un simple listón vertical sobre las dos caras de la casulla, junto con una ornamentación horizontal a la altura del pecho, con el único fin de impedir una rotura de la tela. Es el tipo romano vigente. Nótese que el diseño de la cruz bifurcada en la espalda no se debe, como querrían algunos ni a una verdadera figuración de la cruz, ni a una estrategia para ocultar las costuras de la tela: es simplemente un motivo ornamental no desconocido por las pénulas paganas, que más tarde fue interpretado en sentido cristiano.

Para la confección de las casullas se usaron desde antiguo las telas más preciosas. Encontramos ya tejidos de seda en la indumentaria eclesiástica de muchas iglesias del siglo V, procedentes de las famosas fábricas de Alejandría, Damasco o Bizancio. En la Edad Media tomaron renombre las telas árabes procedentes de Sicilia y España; después del siglo XIII los adamascados, los brocados y terciopelos de Génova, Lucca y Venecia.

Casullas romanas s. XVII-XVIII

Junto a la seda se usaba, aunque raramente, la lana, las telas de lino y el algodón. En la catedral de Praga se conserva incluso una casulla tejida en paja. Las telas medievales llevaban comúnmente algún diseño o geométrico o floral estilizado, la granada sobretodo, o más a menudo el ancla. Figuras solas o emparejadas con animales reales o fantásticos, leones, gacelas, halcones, águilas bicéfalas, etc.

Casulla S. Juan Ortega s.XII

Brocado veneciano
del siglo XVI

 

Al unísono con la calidad de las telas fue en aumento la riqueza de los bordados que convertía las vestiduras sagradas en piezas de valor artístico muy apreciable. El arte del bordado, ya conocido bajo el Imperio, nació y se perfeccionó sobretodo en Oriente, primero entre los frigios y los griegos, posteriormente entre los árabes y bizantinos. Los bordados, originalmente de lana sobre seda, con pocos hilos de oro y de seda, se fueron desarrollando y adquiriendo finura y esplendor, conservando sin embargo el diseño y los escasos colores utilizados, una pizca de ingenuidad y simplicidad que subrayaba la infancia del arte. Pero con la llegada del siglo XI el arte del bordado en Bizancio y entre los árabes (el italiano ricamare procede del verbo árabe recamar (bordar) ) se perfecciona y adquiera altura.

Las cruzadas traían a Occidente el gusto, los procedimientos técnicos y las combinaciones de colores.

En los siglos XIII y XIV las vestiduras litúrgicas de catedrales y colegiatas, de monasterios y abadías se encuentran inundadas de oro, perlas y se recubren de arabescos, flores, animales y se enriquecen con aquellos famosos bordados historiados y con imágenes bíblicas, llamadas “pinturas al aguja” “auro et serico acu pícate”( pintadas con aguja en oro y seda) en las que sobresalían los artistas ingleses y flamencos. En ese momento triunfó, cosa que ha desaparecido, el oro sombreado, es decir un fondo dorado que la aguja difuminaba con seda de colores. Por otra parte el empaste de los colores alcanzó efectos decorativos que posteriormente el periodo renacentista y barroco pudo emular, pero difícilmente superar.

Insignes ejemplares de bordado en Italia son: el Velo de Classe (s.IX) conservado en el Museo de Ravenna; la dalmática de Carlo Magno (s. XIV), la capa pluvial de Nicolás V en Áscoli Piceno, o la de Pío II en Pienza (s. XIII); la casulla de la Capilla Chigi en Siena, diseñada por Rafael y finalmente los restos de la terna de San Juan del Duomo de Florencia. Antonio Pollajolo hizo los diseños, y la terna se confeccionó durante 26 años bajo la dirección de Paolo Veronese, por ocho bordadores, dos de entre ellos flamencos y cuatro franceses.

 

Dalmática Carlomagno (Museo Vaticano) y capa pluvial siglo XIV

 
 

Bordados ingleses en seda, oro y plata s. XIV

 

Por el hecho de que la casulla se reviste sobre las otras vestiduras y a todas cubre, desde la alta Edad Media fue considerada símbolo de la caridad que “cubre multitud de pecados”. Efectivamente el obispo, en la ordenación de los presbíteros, revistiéndoles de la casulla dice: Accipe vestem sacerdotalem per quam charitas intelligitur ( recibe la vestidura sacerdotal que se entiende como símbolo de la caridad).

De la misma manera, como la casulla se endosa sobre los hombros, fue considerada símbolo del yugo del Señor, de aquí a que el sacerdote al revestirse de ella diga: “Señor que dijiste mi yugo es suave y mi carga ligera, haz que llevándola consiga tu gracia”

 

 

Capítulo 52: La casulla (I) (4/02/2012)

La casulla, junto con la dalmática y la capa pluvial, pertenece al conjunto de vestiduras sagradas superiores.

Su denominación ( casula ) significa pequeña casa. San Isidoro de Sevilla la llama ya planeta del griego planasthai “quia oris errantibus evagatur” (1). Llamada también amphíbolus es la derivación de la antigua poenula romana, la cual en el siglo III se convirtió en una prenda de uso cotidiano por lo que debía formar parte del vestuario litúrgico. Tertuliano hace referencia a ella, bromeando con aquellos que por superstición o por comodidad deponían la pénula antes de rezar “ ut si Deus non audiat poenulatos” (como si Dios no escuchase a los que visten pénula ) Un fresco del cementerio de Priscila del siglo III representa un obispo vestido con la pénula mientras oficia litúrgicamente. Sulpicio Severo atestigua que San Martín de Tours (+400) ofrecía el Santo Sacrificio en túnica y amphíbolus.

Los retratos de un mosaico de San Ambrosio en la Capilla de San Sátiro de la basílica ambrosiana de Milán (s. V) y de San Maximiano en la de San Vital de Ravenna (s. VI) representan a obispos vestidos con la pénula . Todo esto prueba que el mismo tipo de pénula que los obispos y presbíteros llevaban fuera de la iglesia, eran usados para el servicio litúrgico.

El primero que se refiere a la casulla como vestidura específicamente litúrgica y sagrada es el pseudo Germán de París: Casula, quam amphilobus vocant, quod sacerdos induitur, unita intrinsecus, non scissa, non aperta, tota unita sine manicis (2).

En Hispania, el IV concilio de Toledo (633) habla de la casulla como indumentaria característica del sacerdote: Presbyter…si a gradu suo injuste dejectus, in secunda sínodo innocens reperitur, non potest esse quod fuerat, nisi gradus amissos recipiat….si presbyter, orarium et planetam… (3)

En Roma, según el primero de los Ordines, el Papa, una vez llegado en procesión a la iglesia estacional, depone en la sacristía ( secretarium ) las vestiduras comunes para revestirse de las sagradas, la ultima de las cuales es la casulla.

Capilla de San Martín-Basílica inferior de Asís 1315

 

La casulla, debido a su origen, era una vestidura común a todos los ministros sagrados: pertinet generaliter ad omnes clericos (4), dice Amalario. En los Ordines Romani antiguos la vemos usar por acólitos, lectores, subdiáconos y diáconos. Estos últimos tenían ya como propia insignia litúrgica la dalmática, vestidura de color claro y considerada símbolo de alegría; pero la deponían en las procesiones y en los días de luto y penitencia, para vestir la casulla fusca aut nigra ( oscura o negra). Lo recuerda Amalario y el Ordo de San Amando hasta el siglo IX permaneciendo este uso preceptuado por las rúbricas del Misal durante siglos. En efecto, en Adviento, en Cuaresma, en las témporas penitenciales, en las procesiones de la Candelaria, de Ramos o en la bendición del fuego, del incienso y de la fuente bautismal durante la Vigilia Pascual, diácono y subdiácono no llevaban dalmática ni tunicela sino planeta plicata ( doblada o recogida) mediante fíbulas por la parte delantera. El uso evolucionó y para mayor comodidad del servicio que desarrollaban, se la quitaban completamente, la doblaban convirtiéndola en un rollo, se la ponían sobre el hombro izquierdo pasándola como una banda bajo el brazo derecho, atando los dos extremos con el cíngulo: de aquí evolucionó el estolón diaconal “stola latior ponitur super humerum diaconi in modum planetae plicatae” (5)

La casulla mantuvo durante muchos siglos las formas anchas y majestuosas de la poenula nobilis antigua. Los mosaicos y frescos antiguos en los que se representa dejan suponer que su circunferencia en la base se acercaba a un círculo perfecto, mientras que subiendo hacia arriba se estrechase a la manera de un cono. Resulta sin embargo más que evidente que esta forma amplia de la casulla debía acarrear muchas incomodidades al celebrante en el movimiento de los brazos, tanto más cuanto más rica y pesada se fue haciendo la tela, como llegó a ser frecuente en la época carolingia. De aquí que hacia el siglo X-XI se produjese una primera modificación consistente en recortar notablemente la parte anterior en semicírculo o en punta.

 

En los siglos siguientes (XII-XIII) prevalecen las casullas llamadas de campana, amplias y pendiendo por ambos lados, empezando a dar paso a las romboidales. Hacia finales del siglo XV, con la difusión de las telas bordadas, empiezan las grandes mutilaciones que a pesar de los esfuerzos de San Carlos Borromeo, la van llevando hacia la forma que adquirirá en el siglo XVI, tan poco conforme a las antiguas tradiciones y a la majestuosidad del servicio litúrgico, según mi parecer. Aunque de gustos…

 

Hacia la mitad del siglo XVI el canónigo Bock de Aquisgrán en Alemania y Dom Pugin en Inglaterra encabezaron el movimiento a favor del regreso a la casulla de forma gótica, pero la Santa Sede, interpelada por el arzobispo de Münster, respondió desautorizándola. A principio del siglo XX, el movimiento se revigorizó, recogiendo amplios consensos, que fueron coronados el 9 de diciembre de 1927 por una respuesta de la Santa Sede, ambigua e interpretada de manera diversa, pero considerada favorable por muchos obispos. Rápidamente las llamadas casullas góticas se difundieron por Alemania, Bélgica, Francia y el norte de Italia, así como en los más importantes monasterios, catedrales y colegiatas que reintrodujeron su uso en los más solemnes oficios pontificales.

 
 

Casullas neogóticas actuales de uso ordinario Casulla 1951

NOTAS

  1. Porque con los bordes errantes se desparrama.
  2. La casulla, que llaman “ amphilobus ”, que se viste el sacerdote, unida por dentro, no cortada, no abierta, toda unida sin mangas.
  3. El presbítero… si expulsado de su grado injustamente, es encontrado inocente en un segundo sínodo, no puede volver a ser lo que era si no recibe los grados perdidos… si es presbítero, la estola y la casulla.
  4. Pertenece generalmente a todos los clérigos.
  5. Una estola más ancha se pone sobre los hombros del diácono, a modo de casulla plegada

 

 

Capítulo 51: El roquete y el sobrepelliz (28/01/2012) 

Clérigos con sobrepelliz (s. XIV D. Ghirlandaio)

 

El roquete, llamado en la Edad Media en latín camisia, alba romana o subta o en Alemania sarcos o sarcotium es una derivación del alba que generalmente usaban los eclesiásticos en el medioevo como vestido cotidiano y por encima de la cual endosaban el alba de lino propiamente dicha, para el servicio litúrgico. Un anónimo del siglo IX recuerda expresamente la linea interiore que se lleva bajo el alba, la linea exterior. Riculfo de Soissons en el 889 prohibió a su clero de servirse del alba cotidiana (interior) para la celebración de la misa. Sin embargo en Roma, parece ser que ésta pronto se convirtió en un distintivo propio de los clérigos más insignes. De este modo, ya en el IV Concilio Lateranense se recomienda a los obispos de llevar incluso fuera de la iglesia superindumenta linea. Como distintivo propio de los obispos y prelados seculares poco a poco se fue imponiendo por doquier, y más tarde su uso fue sancionado en el Ceremonial de los Obispos y el Misal, y también extendido como privilegio a los canónigos y a los párrocos.

 
 

Roquetes diversos

La forma antigua del roquete era la misma que la camisia o alba litúrgica , o sea, llegada hasta los talones y se ceñía por la cintura. Aún en el siglo XV llegaba más debajo de las rodillas y llevaba algún ornamento. La forma actual, tan extraordinariamente recortada y enriquecida con encajes apareció a principios del siglo XVII. Siempre lleva las mangas estrechas y llegando hasta las muñecas. No es considerada vestis sacra, sino únicamente junto con la muceta, hábito coral. Debiéndose administrar los sacramentos es obligatorio revestirse de sobrepelliz.

La sobrepelliz (o comúnmente el sobrepelliz) es una vestidura procedente de los países septentrionales. Los clérigos y los monjes que durante el riguroso invierno debían ir a la iglesia diversas veces al día para el oficio coral, usaban para repararse el frío, pieles anchas y pesadas. Encima de ellas se ponían el alba, la cual por necesidad debía ser ancha de cintura y de mangas. Poco a poco, la sobrepelliz se convirtió, por motivos de comodidad fáciles de comprender, de hábito coral a vestidura litúrgica común a todos los clérigos. Como tal aparece ya en el siglo XIII y mantuvo durante mucho tiempo formas amplias y majestuosas (cuadro del Ghirlandaio) En el siglo XVII se fue acortando y enriqueciendo con vainicas de entredós, bordados y encajes. En la disciplina actual es la indumentaria ordinaria prescrita para la administración de los sacramentos y sacramentales. Se diferencia del roquete porque no lleva ceñida la manga a la muñeca.

 
 

Sobrepellices (cotta, surplis, chorhemd..)

En España ha pervivido, hasta hace bien poco, la sobrepelliz mozárabe con alas rizadas y dobladas sobre las mangas que parece ser aún es conservada en Sevilla y Toledo. Y en Valencia adopta una forma más simple pero muy airosa (no lleva las alas rizadas) revistiéndola los sacristanes y algunos “escolans majors”.

En Cataluña los monaguillos frecuentemente las llevaban sin mangas a la manera de la Escolanía de Montserrat, ponemos algunas fotos sin duda aleccionadoras de todo ello.

 
 

Clérigos con sobrepelliz mozárabe

 
 

Sobrepelliz valenciano

 
 

Monaguillo catalán y escolans de Montserrat

 

 

Capítulo 50: El alba y el cíngulo (21/01/2012) 

El alba ( tunica alba -túnica blanca), denominada en los primeros Ordines romanos linea (de lino) o camisia ( en italiano hoy camice) no es otra que la antigua túnica romana talaris et manicata ( hasta los talones y con mangas). Como vestimenta litúrgica se encuentra mencionada en el Concilio de Carbona (a. 589) en los escritos atribuidos a S. Germán de Paris (+576) que la consideran una vestimenta común a todos los clérigos, incluidos los de órdenes menores. El alba en la Edad Media sufrió notables modificaciones de forma. A pesar de conservar el carácter talar (hasta los talones) empezó a confeccionarse con el faldón inferior muy ancho pero muy estrecha en las mangas y la cintura. Refiere Sicardo de Cremona: alba descendens usque ad talos medio angustatur in extremitate multis commissuris dilatatur, stringet manus et brachia (1). Con el paso del tiempo volvió a la antigua forma más regular. Las primitivas albas medievales eran de lana y más raramente de lino y seda. Más tarde, en el siglo IX, como citan Alcuino y otros escritores, el uso del lino se generalizó.

 
 

Boceto del alba de San Bernulfo

Alba con galoncillo o tapapuntos

A semejanza del amito, también el alba, después del siglo X, frecuentemente se adornaba con bordados o telas preciosas (parurae, plagulae, aurifrisia grammata) que en un primer momento daban la vuelta alrededor del faldón y en las muñecas en forma de galón o tapapuntos, pero que posteriormente para favorecer una mayor libertad de movimientos, quedaron reducidos a dos grandes cuadrados de tela aplicados en la parte inferior delantera y trasera, y también en el extremo de las mangas. El alba enriquecida con preciados galones, con que fue amortajado el papa Bonifacio VIII (1303) es descrita así por un contemporáneo: Alba, quae et camisium dicitur, erat ex tela subtili Cameracenti ( de Flandes ) cum fimbris (parurae) ante et post tibias, necnon ad manus et pectus, quae fimbriae ante et post tibias singularum ipsarum habent in latitudine palmos tres cum dimidio, in longitudinem palmum unum, in quibus auro et serico acu píctae infrascriptae habentur historiae: Annuntiationis, Visitationis, Nativitatis, Apparitionis angelorum ad pastores et aliae permultae, Alba longa erat usque ad pedes” (2).

Albas con aplicaciones en bajos y mangas

 

El uso de los antiguos galones ( fimbrias ) medievales fue desapareciendo después del siglo XV con el progreso de la industria del encaje, que fue ocupando el lugar del galón. Sólo en la iglesia ambrosiana de Milán se conservó algún vestigio.

Con el Movimiento Litúrgico se introdujo la costumbre, a mi parecer muy bella, de bordar directamente sobre los bajos del alba símbolos de la antigüedad cristiana (crismones, anclas, cestos con panes, laureles, peces, pelícanos, etc…); quizá otro tipo de diseños que pertenecen a época más tardía (barroca) como cálices con hostias, ángeles, festones floreales, custodias, corazones y demás, no sean tan acordes. También resulta hermosa la elaboración de algún entredós, especialmente cuando se viste sotana, pues realza el contraste.

En las últimas décadas se ha introducido la costumbre, especialmente en las concelebraciones, de llevar albas con el faldón y las mangas muy anchas, vestidas sin cíngulo ni ningún tipo de ceñidor, más parecidas a las cogullas monásticas.

Alba-cogulla moderna


Alba con entredós de vainica

Con encaje de bolillos

 

El cíngulo ( cingulum, zona) como ha sido dicho, era para los romanos un accesorio casi indispensable de la túnica. Debió también pues, en consecuencia, pasar directamente con el alba al vestuario litúrgico. En la Iglesia galicana no se usaba entre los clérigos menores: “ Alba autem non costríngitur cíngulo, sed suspensa legit levitae corpusculum” (3). afirma San Germán de Paris.

Los cíngulos usados comúnmente en el medioevo, según el testimonio de los escritores de aquel tiempo, eran mayormente de lino y tenían la forma de una larga cinta de unos seis o siete centímetros de ancha, que se ceñía mediante una hebilla o fiador. De cíngulos-cordón se mencionan muy raramente y se hicieron habituales a partir del siglo XV. En la cinta se bordaban motivos ornamentales de flores o animales e incluso brillaban piedras preciosas o láminas de oro y plata.

 
 

Cíngulos: un mundo lleno de posibilidades…

Los documentos medievales, como ya dijimos en otro lugar, recuerdan una cinta especial añadida al cíngulo por el Obispo llamada subcingulum, subcintorium, perizoma o balteus . Resulta difícil precisar la forma, habiéndose perdido la memoria. Honorio de Autún (1136) da una idea afirmando: “ Subcingulum, quod perizoma vel subcintorium dicitur, circa pudenda duplex suspenditur” (4). Un autor milanés del siglo XIII, Giovanni de Guerciis añade: subcingulum quoddam in stola quod ligatur cum cíngulo (5). Debía ser, pues, como un cinturón de algunos centímetros de ancho que doblado, se colgaba al cíngulo por encima del vientre y que servía para fijar la estola del obispo al cíngulo. Más tarde, perdido el uso y el significado primitivo, se transformó en un simple adorno, que ya en el siglo XV fue exclusivo del Papa.

 

NOTAS

  1. El alba, que desciende hasta los talones, se estrecha en el medio, mientras que en el extremo se ensancha con múltiples pliegues, y se ajusta en los brazos y en las manos.
  2. El alba, que también se llama camisón, era de tela fina de Flandes, con cenefas a la altura de las rodillas y de los tobillos, así como junto a las manos y el pecho. Estas cenefas tienen cada una de ellas antes y después de las canillas, tres palmos y medio de anchas, y de largas un palmo, en las cuales hay bordadas en oro y seda las historias de la Anunciación, de la Visitación, de la Natividad, de la aparición de los ángeles a los pastores y otras muchas. El alba era larga hasta los pies.
  3. El alba sin embargo no se recoge con un cíngulo, sino que suspendida ciñe el cuerpecillo del levita.
  4. El subcíngulo, que se llama “ perizoma ” o “ subcinctorium ” se suspende doble cerca de las partes pudendas.
  5. Una especie de subcíngulo en la estola, que se ata con el cíngulo.

 

 

Capítulo 49: Vestiduras inferiores (I): El amito (14/01/2012)

 
A semejanza de las antiguas vestiduras romanas, en la indumentaria litúrgica que deriva de ellas, salvo algunas ligeras modificaciones, debe distinguirse entre inferior y superior. Empezaremos a hablar de las primeras, es decir, de las vestiduras inferiores que son: 1. El amito 2. El alba con el cíngulo 3. El roquete 4. La sobrepelliz

El amito:  

El amito, que en el uso romano de hoy en día los ministros sagrados ponen sobre los hombros antes de endosar el alba, no tuvo esta denominación antes del siglo IX. Los antiguos Ordines Romani lo llaman anagolaium o anagolagium ( del griego anabolaion= manteleta o toquilla); más tarde especialmente en Alemania después del siglo XI, tuvo el nombre de humerale. El amito no deriva del velo con que los romanos y los griegos se cubrían la cabeza durante los sacrificios; ni el llamado palliolum o focal que usaban para proteger la parte del cuello dejada al descubierto por la túnica, sino más bien de un paño de forma alargada que bajanda de lo alto de la nuca a los hombros y pasando por las dos partes de las axilas a manera de corsé, tenía la finalidad de ceñir más estrechamente las vestiduras a la cintura y facultar la movilidad de los brazos. Es recordado por Casiano como costumbre de los monjes egipcios, y fue adoptado en Occidente por San Benito y sus monjes.

Por vez primera hay una referencia al amito como ornamento propio del Pontífice en las grandes solemnidades, y de los diáconos y subdiáconos, los cuales lo colocaban sobre el alba. El uso del amito, en un principio, fue exclusivamente romano. En la Galia entró con los carolingios y no en todos los lugares, pero al extenderse fuera de Italia su uso se hizo extensivo a todos los clérigos, que lo vestían bajo el alba. La costumbre antigua de sobreponerlo al alba quedó como un privilegio del Romano Pontífice y de los presbíteros asistentes al trono episcopal en las funciones pontificales. Esta es la práctica que aún se conserva en la Iglesia Ambrosiana.

 
 

Dominico revistiéndose

Dalmática hispánica

Una usanza característica, que aún está vigente hoy en día entre los franciscanos, dominicos y algunos benedictinos, fue introducida después del siglo X: cubrirse la cabeza con el amito en la sacristía, dejándolo caer sobre la casulla o la dalmática apenas llegar al altar. Esta práctica, destinada probablemente a mantener la limpieza y dignidad de los ricos ornamentos litúrgicos, dio lugar al simbolismo del amito como galea salutis , contenido en las preces que el misal proporciona para ser rezadas durante el revestimiento.

Amito aurifrisium

 

Otra costumbre, muy en boga después del siglo XII, derivó de la manera antes indicada de llevar el amito en la cabeza: adornar el borde superior con un rico bordado de seda u oro, o con un galón de tela preciosa, de modo que doblándolo sobre la casulla o dalmática, formase un artístico collar. Era llamado parura, plaga, aurifrisium o frisium . Esta lujosa forma de amito cayó en desuso con la reforma de San Pío V del siglo XVI. El frisium se conservo sin embargo entre los ambrosianos o en los ornamentos diaconales y subdiaconales hispánicos, en forma de un cuello, separado del amito, que se convierte en una pieza individual que se une a la dalmática o con un fiador o con ganchos.

 
 

Fanón papal endosado por Pablo VI y Juan Pablo II

Una derivación del amito es el Fanón ( del latín fano= paño ) llevado por el Papa en las funciones pontificales encima de la casulla. Está formado por un paño redondo de seda blanca, abierto por el centro para pasar la cabeza, surcado de rayas perpendiculares de color rojo-oro, que a manera de amplio collar, le recubre los hombros y desciende hasta la mitad del pecho y de la espalda.

Este en origen no es otra cosa que el anagolaium del que hablan los Ordines Romani, común entonces a otros clérigos. Pero quedó de pertenencia exclusiva del Romano Pontífice entre los siglos X y XII; y lo era ya al tiempo de Inocencio III (+1216) que habla en este sentido. Acerca de su forma más antigua no se tienen informaciones seguras; parece ser que hasta el siglo XV tuviese más bien forma cuadrangular.

 

 

Capítulo 48: Las antiguas vestiduras romanas (7/01/2012) 

Después de la introducción general en torno al origen y desarrollo de las vestiduras sagradas, es necesario, antes de tratarlas individualmente, esbozar un breve perfil sobre las antiguas vestiduras romanas de las cuales derivaron.

En el vestido romano usado bajo el Imperio, hace falta distinguir entre las vestiduras inferiores y las superiores. La inferior, omitiendo la faja lumbar y los calzones cortos adheridos a la piel, estaba constituida esencialmente por la Túnica, una larga vestidura en forma de camisa, originalmente corta y de lana, sin mangas y abrochada con dos hebillas sobre los hombros; más tarde, hacia el siglo IV, fue provista de mangas hasta las muñecas y con caída hasta los talones ( tunica talaris et manicata ). Era de hilo, blanca o de color claro, de donde el nombre de alba que se le otorgó en la Edad Media y adornada con dos galones purpúreos ( clavi ) más o menos anchos según la dignidad de la persona, que pendían paralelos por la parte delantera.

Era más o menos parecida a la túnica tarcisiana que en los últimos años, como una recreación paleocristiana, endosan algunos monaguillos italianos.

Túnica tarsiciana

Dalmática
 

La túnica que en casa se dejaba suelta sin ceñidor, en público se ceñía con un cordón o una correa a la cintura, levantándola a veces por la parte delantera para mayor comodidad y practicidad. Aunque muchos no lo hacían (tunica distincta).

La vestidura superior comprendía formas diversas según los tiempos y las personas. La más solemne era la Toga, hábito eminentemente romano, amplísimo y de forma circular o elíptica que se envolvía artísticamente sobre la túnica. No obstante era pesada e incomoda, por lo cual en época imperial, habiendo sufrido diversas modificaciones, fue reservada para ciertas ceremonias solemnes, y comúnmente sustituida por la dalmática, por la paenula o el pallium..

La dalmática, introducida en Roma por el emperador Cómodo, era una especie de túnica que se llevaba sobre la túnica talar, pero diferente de esta por ser más corta (hasta las rodillas) sin ceñir y dotada de mangas más largas que no sobrepasaban el codo. Era muy usada como vestidura de paseo y casi siempre adornada de dos listas o clavi, púrpuras o doradas, perpendiculares por la parte delantera. Algunas veces se enriquecían con bordados en forma de palma ( tunica palmata ) o discos rojos a manera de estrellas bordados dentro de círculos o flores y racimos de frutos.

Paenula

La paenula (amphibolus) era un vestido pesado de lana, de forma redonda, cerrado por todas partes, dotado de capucha ( cucullus) que a través de una apertura por el centro se vestía por la cabeza y que envolvía el cuerpo; debiendo liberar las manos era necesario levantar las mangas por ambos lados y hacerlas descansar sobre los brazos o los hombros. En un origen, la paenula se llevaba en los viajes o durante el mal tiempo para protegerse de la lluvia o del frío, posteriormente se convirtió en un vestido común y elegante. Acabó confeccionándose con telas preciosas y con amplias caídas adornadas con púrpura. Fue adoptado como vestido senatorial a finales del siglo IV. Sin embargo el pueblo la llevaba en forma más reducida con la parte delantera más corta y la posterior larga hasta las pantorrillas.

Pallium azul

 

El pallium, de procedencia griega, era el hábito de los filósofos, al parecer llevado por Cristo y los Apóstoles, fue elogiado particularmente por Tertuliano. Consistía en un paño de lana, tres veces más largo que ancho (oblongo), que se ponía haciendo reposar un tercio sobre el hombro izquierdo; los otros dos tercios se echaban hacia atrás, recogidos por la mano y de nuevo echados para atrás. Resultaba más bien incomodo, porque necesitaba ponerlo en su sitio frecuentemente, por lo cual se fijaba sobre el hombro izquierdo con una hebilla o broche. Por este motivo en el siglo IV el pallium fue sustituido por la paenula, mucho más cómoda. Sin embargo no se abolió del todo. Como la toga, sufrió el proceso de la contabulatio, y vestido sobre la paenula a manera de bufanda, se convirtió en ornamental. Así lo encontramos como vestido de los oficiales del ejército.

En la Cataluña rural pervivió hasta el siglo XIX entre los payeses bajo el nombre de tapaboques , confeccionado en lana y vestido idénticamente.

En África más que en otro sitio, se introdujo después del siglo I, el uso de la Lacerna, un manto corto a modo de chal, abierto por delante, que se echaba sobre los hombros y que se abrochaba por delante por medio de la ligula, pequeña banda de paño o de cuero con dos botones, o bien una hebilla. Era la preferida por los militares para resguardarse de la intemperie, por ser más cómoda que la paenula, pero la llevaban también las personas distinguidas, por encima de la toga o sobre la dalmática para protegerse el polvo o la lluvia. San Cipriano la llevaba en el momento de su martirio. Idéntico a la lacerna era el byrrus, el cual tenía capucha. También esta era una vestidura muy común en África.

Del examen de las diversas vestiduras romanas podemos deducir que la indumentaria ordinaria de un hombre de bien del siglo IV, se componía esencialmente de túnica talar et manicata, dalmática y vestido superior variable (paenula, lacerna o toga para las grandes ocasiones…)

 

 

Capítulo 47: La indumentaria litúrgica. Origen y desarrollo (II) (31/12/2011) 

Hacia el siglo VI con la introducción de costumbres bárbaras en Occidente, empieza a delinearse un más que notable cambio en la moda profana, que llevará a la radical diferenciación de la indumentaria civil de la eclesiástica.

La túnica talar ( alba ) que hasta finales del siglo III constituía la indumentaria básica común, cede progresivamente el puesto a una túnica bastante más corta y menos ceremoniosa ( sagum ); y la tradicional penula , cerrada por los lados, es sustituida por un largo manto abierto por delante. Eran los nuevos aires puestos de moda por los bárbaros. Tenemos un ejemplo en el mosaico de San Vital de Ravena que representa al emperador Justiniano con su corte y al arzobispo Maximiano con sus diáconos. En él el vestido litúrgico de los eclesiásticos se presenta en sus formas tradicionales (dalmática, casulla…) mientras que el de los funcionarios imperiales es ya diverso.

Frente a estas innovaciones, la Iglesia insistió enérgicamente a sus clérigos para que mantuvieran inalteradas las vestiduras antiguas: “non sagis laicorum more, sed casulis utantur, ritu servorum Dei” exhorta un sínodo de Ratisbona del 742. En la práctica se obtuvo que las llevasen únicamente durante el servicio litúrgico. Un concilio de Carbona del 589 ordena al diácono y al lector de no sacarse el alba antes que la misa haya acabado. Ello prueba que este ornamento litúrgico se sobreponía al vestido ordinario de calle. El mismo Ordo Romano hace notar que el Papa, llegado a la iglesia estacional, entra en la sacristía y entonces “cambia sus vestiduras por otras solemnes”. Y lo mismo hacen los demás ministros.

Vestiduras de un acólito hacia el s. X

Un posterior desarrollo tuvo la indumentaria litúrgica en tiempo de los carolingios, en cuyo periodo se fijaron definitivamente los ornamentos propios de cada una de las órdenes, excepto la casulla, y de las insignias episcopales, excepto la mitra. Quedaron establecidas la competencia y la forma que aún conservan hoy en día.

Refiere Braun: “Observamos que la planeta, la estola y el manípulo dejan de llevarse por los acólitos, y también la planeta y la estola por los subdiáconos; además se confecciona para el subdiácono un ornamento para las funciones consistente en una tunicela parecida a la dalmática junto con el manípulo, como insignia del orden subdiaconal; más tarde se introducen el pluvial y el sobrepelliz. Finalmente acaba de institucionalizarse los ornamentos del obispo. Los zapatos litúrgicos ( caligae ) se convierten en exclusivo de los obispos, y los ornamentos episcopales se enriquecen con nuevas prendas, el succintorio , los guantes o quirotecas y la mitra, a los cuales se añade en Alemania el racional.

Succintorio o subcíngulo

Quirotecas episcopales

 

El succintorio era un accesorio usado exclusivamente por el Papa en las Misas pontificales, de forma similar al manípulo, decorado en las dos extremidades con una cruz y un cordero, y que pendía del lado izquierdo del cíngulo. En la Edad Media era usada por los obispos y servía para sujetar la estola que entonces era mucho más larga que hoy y no era sujetada por el cíngulo. Posteriormente se convirtió en un ornamento más, limitado al Pontífice. El succintorio tenía una bolsa en uno de los extremos que contenñia la limosna que el Papa distribuía a los pobres.

El racional también llamado sobrehumeral o lógion era endosado por los obispos del norte de Europa, sobre la casulla o planeta durate la celebración eucarística. Era parecido al palio pero con diverso significado, ya que tenía un objetivo de embellecimiento y no jurisdiccional como el palio.

 

Racional o sobrehumeral

El papa Juan Pablo II lo usaba cuando era arzobispo de Cracovia.

Pudiera parecer extraño que fuese la indumentaria episcopal la que en este periodo se perfeccionase y se concretase más. Pero puede comprenderse al recordar como desde los tiempos carolingios creció en todas partes el prestigio de la dignidad episcopal, y que tal crecimiento debía tener como natural consecuencia una sensible expresión en un mayor enriquecimiento ornamental.

Casulla del siglo XIII

 

Las últimas fases del desarrollo de la indumentaria litúrgica se inscriben en el siglo XII con la fijación del canon de los colores, pareja a la creciente importancia que adquiere el sobrepelliz en sustitución del alba, y la capa pluvial como vestidura litúrgica de los clérigos inferiores; y después del siglo XIII, con una tendencia a recortar sensiblemente las antiguas vestiduras, especialmente la dalmática y la casulla, acercándolas cada vez más a la forma a la que llegó en el siglo XVI.

A este proceso de recorte contribuyó el singular aumento de la calidad de las telas preciosas que se utilizaban en la confección. Iglesias, abadías, príncipes y pueblos, después del siglo XI competían por procurarse suntuosos paramentos, en los cuales la riqueza de los tejidos (terciopelo, damasco, brocado,…) y el arte del bordado en su más alta expresión, daban sus mejores muestras. Todo esto no podía suceder sin menoscabo de la ligereza y la flexibilidad de los ornamentos, obligando por exigencias prácticas de manejo y economía, a suprimir cuanto no fuese estrictamente necesario.

 

 

Capítulo 46: La indumentaria litúrgica. Origen y desarrollo (I) (17/12/2011) 

El origen de la indumentaria litúrgica no hay que buscarlo, como erróneamente aseguraban algunos liturgistas medievales, en las vestiduras litúrgicas prescritas por Moisés y adoptadas por el Templo; como máximo, la Iglesia pudo adoptar de éstas la idea de la conveniencia de una indumentaria litúrgica diferenciada para el servicio del culto.

Nuestros indumentos litúrgicos derivan simplemente de las antiguas vestiduras civiles grecorromanas. El mismo estilo de vestir que utilizaban en su uso civil las personas en sus relaciones sociales, sirvió en la celebración del servicio litúrgico. Escribe W. Strabon: “ Primis temporibus communi indumento vestita missas agebant, sicut et hactenus quidam orientalium facere perhibentur ” (1). A este propósito no tenemos testimonios explícitos de los primeros siglos, pero podemos suplirlos con pruebas monumentales aportadas por las pinturas de las catacumbas, en las cuales los ministros sagrados están representados durante la celebración del culto con vestiduras no diversas de las usadas por el común de los ciudadanos romanos.

Esta identidad de vestuario civil y litúrgico, se mantuvo en la Iglesia durante bastantes siglos, incluso llegada la paz, como dan fe muchos documentos, de entre los cuales daremos cuenta de los más importantes.

El papa Inocencio I en el año 428 escribe a algunos obispos de la Galia: les reprende ciertas extrañas singularidades introducidas por ellos en su forma de vestir, declarando que el clero debe distinguirse del pueblo “doctrina, non veste; conversatione, non habitu; mentis puritate, non cultu” (2).

En África, San Agustín (+430) atestigua de sí mismo diciendo que vestía del mismo modo que cualquiera de sus diáconos y sus compañeros, bastándole una túnica linea ( túnica de lino) como vestido y el byrrus por encima.

Unos frescos en el cementerio de Calixto, construido por el papa Juan III (560-573) representa al papa Sixto II y a Cornelio, vestidos con la dalmática, la planeta y el palio. Éstas, excepto el palio que era una insignia netamente eclesiástica, constituían la indumentaria civil de los honestiores (más acomodados) en tiempo de San Gregorio Magno (+606). Su biógrafo refiere haber visto en el monasterio romano ad clivum Scauri los retratos de su padre, el senador Gordiano, y del mismo Pontífice, representados ambos con la misma indumentaria, con dalmática y planeta. Sólo el palio distinguía a San Gregorio.

Byrrus provincial (dibujo)

S. Ambrosio (mosaico)

 

Sin embargo es fácil comprender que por reverencia y respeto hacia los Sagrados Misterios, los ministros sagrados endosasen durante el Santo Sacrificio, la mejor indumentaria, reservada probablemente para tales funciones. Esta circunstancia explica algunas expresiones un poco ambiguas que leemos en algunos escritores de la antigüedad a este respecto.

En el Canones atribuido a San Hipólito se habla de presbíteros y diáconos revestidos para la Sinaxis con indumentos más bellos de lo habitual: “induti vestimentis albis pulchrioribus toto populo, potissimum autem splendidis…; etiam lectores habeant festiva indumenta” (3).

Orígenes observa que aliis indumentis sacerdos utitur dum est in sacrificiorum ministerio, et aliis cum procedit ad populum” (4).

Paladio, en su vida de San Juan Crisóstomo, narra que cuando éste comulgó, en la vigilia de su muerte, en el oratorio de San Basilisco, “depuestos los vestidos ordinarios, endosó los cándidos (blancos)”.

Otro tanto atestigua San Jerónimo, respondiendo a ciertos herejes que consideraban la gloria de la indumentaria contraria a Dios: “ Quae sunt ergo inimicitiae contra Deum, si tunicam habuero mundiorem? Si episcopus, presbyter, diaconus et reliquus ordo ecclesiasticus in administratione sacrificiorum candida veste processerint?” (5).

El Liber Pontificalis atribuye al papa Esteban I (257-260) una ordenanza en torno a las vestiduras sagradas que demuestra evidentemente ser un anacronismo: sacerdotes et levitas vestibus sacratis in usu cuotidiano non uti, nisi in ecclesia (6).

Después de esto, únicamente se puede probar que a principios del siglo VI cuando se hizo la compilación del Liber Pontificalis , había vestiduras exclusivamente reservadas para la celebración litúrgica, no en razón de su forma particular, sino sólo por su uso cultual. Más tarde este respeto reverencial es frecuentemente recordado por las ordenanzas episcopales.

Aún en el año 889, Ricolfo de Soissons prohibía a los sacerdotes celebrar con la misma túnica (alba) que habitualmente vestían en su vida ordinaria.

NOTAS

  1. En los primeros tiempos hacían la misa vestidos con ropa común, como hasta hoy vemos hacer a algunos orientales.
  2. por la doctrina, no por el vestido; por la conversación, no por el porte; por la pureza de la mente, no por el acicalamiento.
  3. Vestidos con vestimentas blancas más hermosas que las de todo el pueblo, y mejor todavía, espléndidas…; también los lectores lleven ropas de fiesta.
  4. Unas vestiduras usa el sacerdote mientras está en el ministerio de los sacrificios, y otras cuando se dirige al pueblo.
  5. ¿Cuáles son pues las enemistades contra Dios, si llevo una túnica más limpia? Si el obispo, el presbítero, el diácono y el restante orden eclesiástico van con vestiduras blancas para la administración de los sacrificios?
  6. Los sacerdotes y los levitas no usan las vestiduras sagradas en el uso cotidiano, sino sólo en la iglesia.

 

 

Capítulo 45: Pilas y Acetre (10/12/2011) 

 

La pila es el vaso para depositar el agua bendita. Cuando se halla colocado en la puerta de entrada de las iglesias, tiene generalmente forma de cuenco o barreño y suele ser de piedra esculpida (mármol, alabastro…), muchas veces dotada de un pie a manera de tronco que la fija de manera estable en el pavimento. A veces las de menor tamaño se encuentran fijadas o empotradas en el muro. Muchas veces asumen formas artísticas y monumentales.

Si en cambio sirve para transportar el agua bendita, recibe la forma de un pequeño balde metálico con un asa para su mejor manejo. El agua bendita se dispone para las personas o estas son rociadas, así como los objetos mediante un instrumento apósito llamado aspersorio o hisopo, dotado de una bola agujereada en la punta, de la cual salen las gotas para la aspersión. Esta es la forma moderna que remonta al siglo XV. En un principio se usaba un ramito de laurel o de hisopo, como aún se encuentra prescrito en el rito de consagración de una iglesia; o también como en el periodo medieval a un mango de plata o marfil se fijaban pequeños ramitos de cerdas.

Aspersorio con cerdas o fibras vegetales

Aspersorio de escobilla

 

La pila de agua bendita en las iglesias no es, como algunos piensan, el sucedáneo del cantharus o fuente que en la antigüedad estaba en el centro del atrio basilical o en los monasterios, donde los fieles o monjes se lavaban las manos y la cara a manera de purificación, antes de entrar en el templo para la oración. Hay que recordar que el agua del cantharus no estaba en ningún modo bendecida. La pila nació de la voluntad de satisfacer el deseo de aquellos que no habiendo podido asistir a la aspersión dominical, querían santiguarse con agua bendita y poder llevarse algo de ella para su devoción privada. El uso de las pilas de agua bendita en las iglesias no debe ser anterior al siglo IX, es decir un poco posterior a la introducción de la solemne aspersión dominical, instituida al parecer en Francia hacia la mitad del siglo VIII.

 

Acetre de marfil de Godofredo de Milán (s.X)

El 2º de los Capitula de Hincmaro de Reims (+882) prescribe que cada domingo los párrocos, antes de la misa cantada, bendigan el agua in vase nitido et tanto ministerio conveniente; de qua populus intrans ecclesiam aspergatur, et qui voluerit in vasculis suis nitidis ex illa accipiant.

Esto prueba que la pila de agua bendita permanecía en la iglesia a disposición de los fieles. Sin embargo era necesario que hubiese un acetre portátil para el Asperges dominical. Tales vasos tenían generalmente la forma de cubo, confeccionados en estaño o cobre, más o menos labrados y elaborados, redondos o ligeramente abultados en la parte inferior.

Tenemos un magnífico ejemplar en el acetre de marfil del arzobispo Godofredo de Milán conservado en el Tesoro del Duomo.

Salpàs en St Bertomeu del Grau (años 60)

 

También hallamos bastantes vasos de los siglos V-VI en arcilla, metal o madera, con inscripciones cristianas esculpidas, los cuales debieron servir para contener y transportar el agua bendita con finalidad litúrgica, para visitar enfermos, exorcismos, bendición de casas y establos. En catalán el conjunto de acetre e hisopo adoptó el mismo nombre popular otorgado al sacramental de bendición pascual de casas y establos, Salpàs , en el cual se bendecían el agua y la sal para protección de animales y personas.

El más antiguo de todos los acetres hallados, y que puede remontarse al siglo IV o V, es el acetre de Túnez, vaso elíptico de plomo, con una aplicación de placas historiadas con símbolos y figuras, algunas con significado eucarístico y otras alusivas al martirio de las santas Perpetua y Felicidad, junto con otras figuras mitológicas. En la parte superior muestra una inscripción en griego, cita del profeta Isaias: “Sacareis aguas con gozo”.

Muchos Sínodos medievales insisten en el deber de mantener bien limpios los acetres y las pilas, mostrando cuidado de renovar

 

 

Capítulo 44: Los Vasos Sagrados secundarios: Vinajeras y crismeras (3/11/2011)

1º Las vinajeras

 Son los vasos que contienen el vino y el agua para el sacrificio ( amae, amulae, urceoli …) El uso litúrgico debió requerir de ellas desde el principio; de hecho aparecen en los más antiguos documentos como parte de los utensilios de una iglesia. El inventario de la iglesia de Cirta del año 303 comprende 6 ampollas de plata, y el Liber Pontificalis enumerando las ofrendas realizadas por Constantino para las basílicas romanas recuerda muchas de oro y plata. Más tarde en los Ordines Romani , en las rúbricas ofertoriales a menudo hacen mención de las amulae del clero y del pueblo. Conteniendo el vino ofrecido por ellos, y del cual el arcediano (archidiácono) tomaba la cantidad necesaria para la consagración, trasvasándolo mediante un filtro ( colatorium) al cáliz. Hacia finales del siglo V los Statuta ecclesiae antiqua hacen mención del urceolum cum aqua, consignado al subdiácono en el rito de su consagración y del urceolum vacuum ad suggerendum vinum in eucharistiam sanguinis Christi (ampolla vacía para el vino que en la eucaristía será la sangre de Cristo) confiado al acólito durante el rito de su institución como tal.

Una antigua ampolla (vinajera) del género podría ser la encontrada en Concevreux(Aisne). Tiene unos 20 cm de altura y unos 17 de ancha, de bronce, no excesivamente ensanchada en el centro, de forma circular, dotada de pie y puede remontar al siglo VI. Su uso eucarístico está indicado clarísimamente en la inscripción: Calicem salutaris accipiam et nomen Domini invocabo.(Tomaré el caliz de salvación invocando el nombre del Señor)

Hemos de creer que generalmente estas fuesen de vidrio, cristal o terracota, más raramente de ónice o de metales preciosos, con la forma que presentan las ánforas romanas, más o menos como son las actuales. Actualmente la ampolla (vinajera) que contiene el agua destinada al cáliz es distinta en las misas cantadas o solemnes de la que sirve para la ablución de las manos (aguamanil) Esta última es más grande, y en el periodo medieval estaba decorada con figuras de animales (leones, grifones, palomas, etc..) Sim embargo en las misas ordinarias, para simplificar el servicio del altar, la misma vinajera sirve a ambos fines.

Destaquemos sin embargo la llamada “Aguila de Súger” aguamanil en pórfido y bronce del año 1140, de la Abadía de Saint Denís

 

Evolución de las crismeras a través de los siglos

 

2º Las crismeras

Son vasos metálicos, al inicio en forma de paloma, conteniendo el Santo Crisma, que se conservaban colgados en el baptisterio para las unciones del bautismo y la confirmación. La inicial forma de paloma de tales vasos había sido sugerida por el episodio evangélico del bautismo de Cristo, durante el cual el Espíritu Santo había aleteado sobre él en forma de paloma. El uso de estas debe ser antiquísimo ya que Tertuliano alude a ellas; de todos modos en los siglos V-VI eran bastante comunes en las iglesias tanto de oriente como de occidente. Sabemos que en el año 468 el Papa Hilario donó una de oro al baptisterio lateranense. No hemos de excluir sin embargo que para conservas los santos óleos sirviesen las ampollas de terracota o de vidrio de uso común en las iglesias. Optato de Mileto hace alusión a un vaso de tal género, lleno de crisma, que los herejes donatistas tiraron por la ventana sin que se rompiese; parecidas son las ampollas de vidrio o metal, de procedencia oriental en las cuales el sacerdote Giovanni di Monza, recogió un poco de aceite del que ardía en las tumbas de los mártires en Roma, y que llevó como reliquia a la reina Teodolinda.

Durante la Edad Media, junto a las palomas crismales, se usaron ampollas de plata y estaño ( chrismatorium, chrismarium, phialae…) o incluso cuernos de animales fijos sobre una base, o también vasos de cristal montados a manera de píxide. Tal es el chrismatorium del tesoro de San Waast, en Praga que servía para la consagración de los reyes de Bohemia. Los santos óleos se conservaban en la sacristía, o en la iglesia, dentro de un armarito ( armariolo) empotrado en la pared, parecido al eucarístico, de esta manera cuando después de Trento se trasladó la Eucaristía al altar, los tabernáculos murales eucarísticos pasaron a custodiar los santos óleos.

 

Capítulo 43: Los Relicarios (26/11/2011)

 

Lipsanoteca de Brescia (s. IV) compuesta y descompuesta en cruz

 

Nos referimos aquí a los vasos o receptáculos de diversos tipos en los que la Iglesia a través de los siglos ha guardado determinados objetos de culto. Entre éstos figuran, en primer lugar, las reliquias de los mártires y de los santos. La memoria de éstos no se limitaba únicamente a la lectura de sus gestas, ni sólo a la inscripción de sus nombres en los dípticos, sino que principalmente iba unida a la veneración de sus reliquias, ya estuviesen éstas encerradas dentro de una capsa, si se trataba del cuerpo entero, o en una capsella o cofrecito, si era solamente una parte de los huesos o cenizas, ya fuesen, en fin, reliquias de mero contacto ( brandea, palliola ).

A partir del siglo IV son frecuentes las alusiones a cajas de metal, madera y marfil que conteniendo reliquias se colocan en los altares en el acto de su dedicación o se entierran junto a las sepulturas de los difuntos para su sufragio, o bien se llevan al cuello ( encolpia ) o se tienen en casa como objeto de devoción.

El ejemplar más antiguo y precioso que ha llegado hasta nosotros es la Lipsanoteca, de Brescia (primera mitad del s.IV), el más bello de los marfiles cristianos, en un principio tenía la forma de cofrecito; más tarde fue descompuesta, y cada una de las tapas puestas en comisa en forma de cruz perdiendo su primitiva forma de cofrecito, últimamente ha sido recompuesta y devuelta a su estado original.

Capsella de San Nazario de Milán

 

Algo posterior en el tiempo es la capsella argéntea de la basílica de San Nazario, en Milán, donde en 382 San Ambrosio depuso algunas reliquias que consiguió en Roma. Otras vetustas arquillas con representaciones o emblemas cristianos son la de Brivio, en Brianza (s.V); la de Rímini (s.V), la de Grado (s.V), que lleva grabados los nombres de los santos cuyas son las reliquias; la de Monza (s. VIII), de factura tosca, pero toda ella incrustada de piedras preciosas. Son además interesantes, aunque de distinto carácter, las numerosas ampollas de plata (s.V-VI) que se conservan también en Monza; fueron llevadas de Roma para la reina Teodolinda con aceite de los santos mártires; provenían del Oriente y reproducen escenas de la pasión según el tipo de las medallas allí usadas.

La fe viva e ingenua del Medioevo, especialmente a partir del siglo XI, acrecentó en el pueblo cristiano la veneración de las reliquias, llevándola a pesar de las reservas de Roma, a un contacto más directo con el culto. La capsa o urna que conservaba los restos del santo patrón pasó desde las criptas subterráneas hasta ocupar un lugar en el altar cerca de la Eucaristía, convirtiéndose en meta de peregrinaciones fue considerada el estandarte de la ciudad y asociada a las alegrías y desventuras de la patria. Era natural pues que el pueblo la quisiese significada por su valor y por la belleza artística. Desde el siglo XI las capsae se convierten en el objeto más vistoso en las iglesias y asumen dimensiones y formas imponentes.

En el periodo románico prevaleció un tipo arquitectónico que, manteniendo las líneas tradicionales del cofrecito, lo acercaron a la forma de un pequeño edificio rectangular, cubierto de un techo a dos aguas, revestido de placas metálicas adornadas con filigranas, esmaltes o piedras preciosas y exóticas; en los dos flancos una separación de arcos llevaba incisa o en relieve algunas imágenes de los santos o episodios de la vida del Señor o del patrón, mientras en las dos extremidades se colocaba a Cristo majestuosamente sentado o la Virgen y el santo patrón. Son ejemplos el arca de San Millán de la Cogolla, la San Potenciano (s. XII) o la de San Remaclio, construida en torno a 1267.

Arca de San Millán

Arca de Carlomagno en Aquisgrán

 

Con la llegada del gótico, las urnas de los siglos XIV-XV cada vez más pierden el aspecto de caja-cofre para transformarse en pequeñas catedrales con naves, contrafuertes, pináculos, etc, donde las estatuas y los detalles decorativos alcanzan una finura increíble.

Un ejemplo magnífico es el Arca procesional de plata dorada con las cenizas de San Juan Bautista del Duomo de Génova. Esta reposa sobre 4 leones agachados con 10 compartimentos en cada cara representando la vida del Precursor y con uno de los santos protectores de la ciudad en cada una de las cuatro esquinas.

Junto con las grandes capsae de diversos tipos estilísticos encontramos relicarios menores, cerrados los más antiguos, abiertos los posteriores al siglo XIII, la mayor parte con pie; o también a manera de busto para colocar en las gradas de la parte posterior del altar, ante el retablo, con un pequeño cilindro de cristal o una teca en el pecho conteniendo la reliquia.

 

Bustos de San Jenaro (Nápoles) y de San Lorenzo (Zaragoza)

 

Muchos de estos hermosos y antiguos relicarios fueron destruidos en las luchas religiosas provocadas por la reforma protestante o la Revolución francesa.

Mención a parte merecen los veneradísimos relicarios que contienen partículas de la Santa Cruz (staurotecas) Los mas antiguos tenían forma de cruz pectoral, vacía en su interior que se abrían por una lado con una cierre. A menudo eran llevados al cuello con un cordón.

En la época de las Cruzadas fueron traídos a Europa muchos relicarios bizantinos que contenían reliquias de la Santa Cruz y estaban constituidos por una cruz con doble travesaño de medida desigual, llamada Cruz del Santo Sepulcro o de Lorena. El travesaño más pequeño está encima y no es otra cosa que la transformación del Título de la Cruz (INRI) por el cual los orientales tuvieron siempre veneración.

Entre todos los relicarios de la Cruz hay que recordar el que el Papa San Símaco hizo colocar en el Oratorio de la Santa Cruz cerca de San Pedro y que después del siglo VIII servía en la función del Viernes Santo en la basílica de Santa Cruz de Jerusalén en Roma. Tiene forma de cruz, todo de oro, recubierto de placas de esmalte de colores, reproduciendo escenas de la vida de Cristo y que se conserva en el Sancta Sanctorum de Letrán.

 

 

Capítulo 42: La Custodia u Ostensorio Eucarístico (19/11/2011)

Custodia gótica de Città di Castello

Arca-ostensorio del duomo de Génova

 

La historia de la custodia u ostensorio ( monstrancia) empieza a mediados del siglo XIV, cuando se va introduciendo la costumbre de exponer a vista de los fieles la Sagrada Hostia consagrada. Para tal fin se necesitaba obligatoriamente un vaso dotado de cristal. Es probable que en un primer tiempo sirviese la píxide misma, adaptando a la copa un cristal cilíndrico cerrado y sostenido en la parte posterior por la tapa. Pero bien pronto se sintió la necesidad de construir vasos apósitos en los cuales la Hostia, colocada en una luna, fuese más o menos visible, según la construcción adoptada.  

Las primeras custodias parece surgieron en Prusia Oriental, porque fue allí, más concretamente en Dánzig, desde donde tenemos noticias a través de la beata Dorotea de Prusia (+1394) de una exposición prolongada del Santísimo Sacramento en un ostensorio transparente. Hacia finales del siglo XIV las custodias se encuentras atestadas, a través de documentos, por todas partes. Nos las describen de diversos tipos y formas. Encontramos entre los más antiguos los de estilo gótico, forjados a manera de torre poligonal y cúspide, con pequeños ventanales de cristales coloreados, de los cuales tenemos ejemplos en Bari y Molfetta; otros estaban constituidos por imágenes de la Virgen con el Niño o de Cristo, que sobre el pecho o la frente, se colocaba, dentro de un cristal, la Sagrada Hostia; finalmente hacia el siglo XVI, se empezaron a confeccionar a modo de sol radiante, que en el centro mostraba la Sagrada Eucaristía.

El Santissim Misteri de Sant Joan de les Abadesses (En el ostensorio que el Sto. Cristo lleva en la frente se conservó incorrupta durante 7 siglos la Eucaristía)

 

Un impulso extraordinario para la elaboración de custodias fue dado a partir de la institución de la procesión de Corpus Christi que se generalizó y se solemnizó hacia la mitad del siglo XIV. En un principio el Cuerpo del Señor era llevado en un copón cerrado o arca ( capsa) cubierta con un conopeo o lienzo que lo recubría. Posteriormente se quiso poner la Hostia al descubierto y empezaron a construirse custodias procesionales abiertas. Los inventarios de las iglesias de los siglos XIV-XV hacen expresa mención.

A este propósito, durante los siglos XV y XVI comienza en muchos países una competitividad por poseer custodias de proporciones monumentales: como el arca-ostensorio del Duomo de Génova, insigne trabajo renacentista, hecha construir en 1553, y que necesita de ocho sacerdotes para ser procesionada. Entre todos los ostensorios y custodias sobresalen los de España, la mayoría de más de 3 metros de altura, de una suntuosidad y belleza extraordinarias.

En Francia y Alemania se multiplican en esta época las capillas eucarísticas, con grandes custodias visibles a través de rejas y en las cuales el pueblo fiel podía visitar y contemplar el Santísimo Sacramento.

Ostensorio gótico (obra de Vannini

Custodia del siglo XVIII..

 

 

 

Capítulo 41: El copón-ciborio o píxide (12/11/2011)

Píxide de Pésaro s. IV

 

 Con el nombre de píxide ( de pyxis= boj) se designa actualmente el vaso sagrado destinado a contener las partículas eucarísticas consagradas. Es cierto que de vasos similares se tienen noticias desde la primerísima era cristiana, pero el uso litúrgico de los diversos tiempos les otorgó nombres y formas diferentes. El más antiguo es canistrum o cista, pequeña cesta de mimbre que se encuentra representada a principios del siglo II en los dos famosos frescos del cementerio de Calixto. En ellos la cista , junto con el simbólico pez, está llena de panes señalados con una cruz y deja entrever, a través del trenzado del mimbre, un cáliz de vidrio con vino tinto. Estos cestos, que volvemos a encontrar frecuentemente en los frescos eucarísticos de las catacumbas en Roma y en otros lugares, se encuentran mencionados por San Jerónimo, haciendo referencia a S. Exuperio, obispo de Tolosa, en el siglo IV: Nihil illo divitius, qui corpus Domini in cenistro vimineo portat (1), y permanecían en uso hasta principios del siglo VI, ya que en el 519 Doroteo de Tesalónica, dudando que a causa de la persecución inminente sus fieles no pudiesen recibir la Eucaristía, hizo consignarles cestos rebosantes del sagrado Pan.

 
 

Píxides altomedievales

En relación a esta antiquísima costumbre de llevar y custodiar la eucaristía en las casas particulares, San Cipriano hace mención a un cofrecillo (arca) que cada fiel poseía con esta finalidad: Cum quaedam (mulier) arcam suma, in qua Domini sanctum fuit, manibus immundis temptasset aperire, igne inde surgente deterrita est (2). Una representación de tales arcas eucarísticas proviene de una pintura del cementerio de los santos Marcelino y Pedro, que puede datarse hacia la primera mitad del siglo III. La piadosa costumbre de llevar consigo la eucaristía, para tutelarla en casa, en el trabajo o durante los viajes, perduró mucho tiempo en la Iglesia; en Irlanda en los siglos VI-VII los sacerdotes ponían la teca, llamada chrismale , en una pequeña bolsa llamada férula y se la colgaban al cuello bajo las ropas.

Después de todo lo dicho, no se puede poner en duda que también en las iglesias se conservase la eucaristía, no con finalidad de culto (cosa que aconteció a partir del siglo XI) sino para tenerla siempre pronta para confortar a los moribundos o para enviarla en signo de comunión a algún obispo. La reserva del pan consagrado necesaria para ello era exigua, y para tal fin bastaban vasos de pequeñas dimensiones. Los ejemplares llegados hasta nosotros la mayoría tienen una capacidad muy limitada. Eran cajas de forma cilíndrica, sin pie, generalmente de madera de boj o de marfil, más raramente de metal precioso, alguna vez de cristal, que se cerraban mediante un broche, con una tapa plana sobre la parte superior o, como en Francia, rematada con una pequeña torre cónica y una cruz, de donde el nombre de turriculum o torre, dada por San Gregorio de Tours y recogida en los libros litúrgicos galicanos. De aquí la denominación ciborio.

Píxide con broche

 

El píxide se conservaba en el secretarium (sacristía).

Poseemos ejemplares bellísimos, como el de Berlín del siglo IV: cilíndrico, de marfil de factura clásica, representando en la parte anterior a Cristo, sentado en la cátedra con los apóstoles y en la parte posterior el sacrificio de Abraham. Otros temas esculpidos son la multiplicación de los panes y los peces (píxide de Livorno s. IV), la visita de los Reyes Magos (Florencia s. V) la resurrección de Lázaro, la curación del ciego de nacimiento, etc.

A partir del siglo IX, la disciplina eucarística se modifica. La Admonitio synodalis legaliza la costumbre, adoptada por muchas iglesias en Francia e Inglaterra, de tener el píxide sobre el altar. En otras en cambio, quizá por influencia oriental, se adopta el uso de conservar una columba (paloma) de metal noble, que se abría por el lomo mediante una tapa con broche. La columba colocada sobre un plato y cubierta por un velo, estaba suspendida delante del altar mediante un estante de hierro. En Italia y Alemania se conservó preferentemente la tradición del píxide, custodiado en los tabernáculos de pared.

Los píxides, incluso después del siglo XI, se mantuvieron siempre de pequeña capacidad, de forma cilíndrica, sin pie, pero coronados con una tapa cónica cada vez más elaborada.

Píxide del siglo XII

Píxide gótico

Píxide barroco

 

Eran generalmente de cobre dorado con esmaltes de colores, salidos de las orfebrerías de Limoges, que en los siglos XII-XIV fueron el mayor centro de producción en Europa. A partir del siglo XIII, encontramos los primeros píxides dotados de pie, primero bajo y circular, más tarde alto y hexagonal, armonizando con el copón también convertido en hexagonal. La tapa tiende a elevarse, y especialmente en el periodo gótico, asume el aspecto de una verdadera aguja con arcos, contrafuertes, etc. En la cúspide se pone una cruz.

Píxide para viático

 

Junto a estos copones más grandes, el uso pastoral conservó el uso de las pequeñas tecas eucarísticas. De hecho, en los siglos XV-XVI los Sínodos y los Rituales recomiendan tener dos especies de píxides: una mayor, que debe permanecer en el sagrario, y otra más pequeña para llevar el viático a los enfermos. Muchos sacerdotes para ser fieles a la verdad, ponían la sagrada Hostia en un simple corporal o en una bolsita, o incluso entre las hojas del Breviario.

Con la llegada del siglo XVI se difundió cada vez más la práctica de la comunión privada extra missam y con ello los píxides adquieren poco a poco dimensiones mayores; la copa adquiere una boca más amplia y la tapa por necesidad de manejo se vuelve independiente. La forma actual del píxide no es sustancialmente diferente. En la disciplina actual los copones son bendecidos y no consagrados.

NOTAS:

  1. Nadie más rico que el que lleva el cuerpo del Señor en el cesto de mimbre.
  2. Una mujer al intentar abrir con las manos sucias el arca en la que estuvo el sagrado cuerpo del Señor, fue quemada por el fuego que salió de ésta.

 

 

Capítulo 40: La Patena. (5/11/2011)

Patena llamada de Sión (mozárabe año 570)

 

El plato plano o patena (de patere =estar abierto ) era, juntamente con el cáliz, un utensilio esencial del banquete que servía para poner en él el pan o las viandas. Los evangelistas, en el relato de la última cena, mencionan, en efecto, la paropsis o catinum que Jesús tenía delante de sí sobre la mesa. Tal fue desde un principio la función litúrgica esencial de la patena: recibir el pan consagrado y servir de plato antes y después de la consagración para partir las sagradas especies y distribuirlas luego a los fieles. El Líber pontificalis refiere -no sabernos con qué fundamento- del papa Ceferino (203-229) que dio orden para que, delante del obispo celebrante, los ministros sostuvieran patenas de vidrio, de las cuales cada uno de los sacerdotes asistentes debía tomar la corona consagrada para distribuirla entre el pueblo. El mismo Líber pontificalis atestigua veinte años después que el papa Urbano “ fecit ministeria sacrata omnia argéntea, et patenas argénteas XXV posuit” (1); o sea que suministró para el servicio litúrgico tantas patenas de plata cuantos eran los títulos presbiterales, ya que, como fue más tarde establecido por los papas Melquíades, Siricio e Inocencio, cada sacerdote titular debía, en señal de comunión con el pontífice, distribuir a los fieles las especies por éste consagradas.

 

Santo Catino de Génova (esmeralda)

Patena del tesoro merovíngio de Gourdon

Podemos creer, por tanto, que primitivamente la patena era de vidrio, como el cáliz, y que posteriormente fue cuando se fabricó con materiales más sólidos y preciosos. De ordinario tuvo forma redonda, pero podía también ser cuadrangular, como la patena de oro anexa al cáliz de Gourdon (s.VI-VII).

El ejemplar más antiguo de patena vítrea que ha llegado hasta nosotros es el de Colonia (actualmente en el Museo Británico, de Londres), descubierto en 1864. Es una patena redonda con el centro deteriorado y perdido; en torno a la periferia lleva una ancha franja con escenas bíblicas de factura clásica, que se remontan a los siglos III o IV. En el año 1935, en Canosio (Umbría) fueron hallados varios vasos eucarísticos de los siglos V o VI, y con ellos cuatro patenas de plata; la más interesante tiene en el centro grabada una cruz, rodeada de una corona de palmas, y, junto al borde, la inscripción siguiente: “ + De donis Dei et sancti martyris Agapiti mater es felíx ” (2).

En la baja Edad Media, las patenas conservaron substancialmente la simplicidad de la forma circular antigua. En el fondo de la concavidad se grababa la cruz o la figura del Cordero o una mano nimbada, símbolo de la divinidad, o la efigie de Cristo bendiciendo. También había, a veces, una inscripción conmemorativa, como ésta:

“+ En panis sacer, et fidei laudabile munus, ómnibus omnis adest, et sufficit ómnibus unus.” (3)

Asimismo se encuentran patenas con la superficie modelada en forma de medallones, quizá guardando relación con la costumbre mozárabe de agrupar las oblatas sobre la patena en determinada forma simbólica.

Patena de Silos (de influencia mozárabe)

Patena ministerial de San Marcos

 

En cuanto a las dimensiones, podemos creer que las patenas antiguas, usadas en la época de las ofrendas en especie, serían ligeramente diversas unas de otras. Había una pequeña para uso del celebrante, sobre la cual éste consagraba la oblata; los Ordines romani prescribían que esta patena debía colocarse a la derecha del cáliz. Además se usaban otras, llamadas ministeriales, bastante más amplias, en las que se hacía la fracción del pan consagrado, y de las cuales el sacerdote tomaba una a una las porciones que daba en comunión a los fieles. En efecto, el Líber pontificalis, a propósito de algunos papas de los siglos VII-VIII, consigna regalos de patenas que pesaban veinte y más libras, y algunas incluso provistas de asas.

 
 

Patenas actuales

Una rica patena ministerial de estilo bizantino es la que se conserva en Venecia, en el tesoro de San Marcos. Es de alabastro y tan amplia, que en cada una de las seis cavidades que rodean la figura del Salvador en esmalte cabe perfectamente una de nuestras más grandes hostias de celebrar. La patena está circundada por una lujosa corona de perlas, y el esmalte central por la inscripción en griego: Tomad y comed, éste es mi cuerpo. En los siglos X-XI, al cesar el rito del ofertorio popular y extenderse el empleo de las planchas para fabricar las hostias, éstas fueron poco a poco reduciendo su tamaño, y, por consiguiente, también las patenas acortaron sus dimensiones.

Así como para sorber el vino consagrado se servían con frecuencia los sacerdotes y los fieles de una cánula de oro, así también, aunque menos frecuentemente, hallamos que el celebrante, para tomar de la patena la partícula u hostia consagrada y darla a los fieles, usaba una pinza de oro. Un inventario de Praga de 1354 hace explícita mención. ¿Fue utilizado este tipo de pinza, aunque más sobria, para dar la comunión a los apestados?

NOTAS

  1. Hizo todos los utensilios sagrados de plata, y puso 25 patenas de plata.
  2. De los dones de Dios y del santo mártir Agapito, eres madre feliz.
  3. He aquí el pan sagrado, y el don loable de la fe, todo él está a disposición de todos, y él solo es suficiente para todos.

 

 

Capítulo 39: Los vasos sagrados: el cáliz (29/10/2011)

Cáliz s. XI (Cluny)

 

El cáliz ( calix, poterion ) , aquella copa que Jesús eligió en la última cena para obrar en ella el prodigio de la primera consagración eucarística, es el más importante de los vasos sagrados. Ya San Pablo lo identifica con la sangre misma de Cristo; y, más tarde, Optato de Mileto lo llamará "custodio de la sangre de Cristo."

Del cáliz o copa que utilizó el Señor no nos han llegado tradiciones atendibles. El Breviarium de Hierosolyma o Itinerarium, del Pseudo-Antonino de Piacenza, asegura (c. 570) que era de ónix y se conservaba en la basílica constantiniana de Jerusalén. Más tarde, el Venerable Beda dice ser de plata y con dos asas. En la Edad Media, varias iglesias, entre ellas la de Cluny, creían poseerlo. Puede afirmarse con mucha probabilidad que el cáliz de la cena pudiera haber sido de vidrio, porque de esta materia eran generalmente las copas rituales usadas por los judíos en la época de Augusto.

De vidrio también fueron los primeros cálices, conforme al uso doméstico de los romanos. Lo dice Tertuliano, y además puede verse en la reproducción que se conserva en el fresco eucarístico del cementerio de Calixto, donde, dentro de un canasto rebosante de panes, se entrevé un vaso de vidrio que contiene un líquido rojo. San Ireneo cuenta que el gnóstico Marcos, hacia fines del siglo II, celebraba una pseudo-eucaristía sirviéndose de un cáliz de vidrio, cuyo contenido se volvía rojo mientras recitaba sobre él una oración. San Atanasio, escribiendo hacia el año 335, atestigua que el cáliz místico (esto es, eucarístico) era normalmente de vidrio. Como ejemplares antiguos de cáliz cristiano de vidrio pueden considerarse: el cáliz de vidrio azul hallado cerca de Amiéns, actualmente en el Museo Británico, muy semejante al del célebre mosaico de San Vital, y el cáliz descubierto en el cementerio Ostriano, de Roma, que se conserva hoy en el Museo de Letrán. Además de los cálices de vidrio, que se usaron hasta el tiempo de San Gregorio Magno (604), debió de haber otros de materia más sólida, como hueso, madera dura, cobre, pero sobre todo de metales preciosos. El Líber Pontificalis -no sabemos con qué rigor histórico- dice refiriéndose al papa Urbano I (227-233): “ fecit ministeria sacrata omnia argéntea et patenas argenteas XXV ” (1).

El inventario de la pequeña iglesia de Cirta, del 303, registra dos cálices de oro y seis de plata. San Juan Crisóstomo tiene palabras fuertes para ciertos ricos de su tiempo que, habiéndose enriquecido con los bienes de los huérfanos, regalaban después a la Iglesia cálices de oro. El Líber Pontificalis nos ha conservado abundantes noticias sobre la riqueza notable de las iglesias romanas de los siglos IV y V en cálices de oro y plata, provenientes de la munificencia de emperadores y papas, pero que fueron bien pronto objeto de la rapiña de los bárbaros. Éstos también en otras partes despojaban las iglesias de sus cálices: Gregorio de Tours refiere que el rey Childeberto, al regresar de su expedición a España (531), trajo consigo “ sexaginta cálices, quindecim patenas... omnia ex auro puro ac gemmis pretiosis ornata” (2).

Patena y cáliz del Tesoro de Gourdon s.VII

 

En cuanto a la forma, podemos en general afirmar que los cálices antiguos se asemejaban más a una taza o ánfora. Es decir, que tenían una línea poco esbelta, con la copa muy ancha y profunda y unida al pie mediante un cortísimo cuello. A los lados presentaban dos asas para facilitar el manejo. En los documentos anteriores al año 1000 se distinguen dos clases de cálices: los que servían para la consagración del vino, llamados propiamente maiores, provistos siempre de asas, muy pesados y bastante capaces, y otros llamados ministeriales, con asas o sin ellas, pero más ligeros y manejables, que servían para distribuir la comunión a los fieles bajo la especie de vino. El vino que los fieles ofrecían se recogía primeramente en las amae, ánforas de gran cabida; de éstas se escanciaba luego todo o parte en el cáliz maior, que estaba colocado sobre el altar delante del celebrante; finalmente, de este cáliz se repartía, mediante un instrumento apto (cuchara o cazo, por ejemplo), a los cálices ministeriales.

Estas exigencias litúrgicas trataron de satisfacer el arte bárbaro de la alta Edad Media, olvidada ya de la técnica clásica. Producto de este arte fueron los cálices de la época, de forma burda, pesada y a veces de proporciones exageradas. Del papa Adriano II (772-795) leemos, en efecto, que donó a la basílica de San Pedro, para el servicio ordinario del altar, una patena y un cáliz de oro cuyo peso global era de unos ocho kilogramos; León III (795-816) regala igualmente un calicem maiorem cum gemmis et ansis duabus pensantem libras 18 (3), o sea unos nueve kilogramos; Carlomagno da cálices preciosos que llegan a pesar hasta 19 kilogramos. Sin embargo, no siempre se trataba de cálices para el servicio litúrgico; muchas veces eran puramente ornamentales, que solían colgarse de la pérgola o del baldaquín en los días festivos.

Los cálices de la primera Edad Media que se conservan en nuestros días, son bastante escasos. Entre los principales, recordaremos: el llamado cáliz de Antioquía, atribuido a los siglos V o VI, y el del Museo Vaticano, del siglo V, entrambos todavía de carácter clásico; el de Gourdon (s.VI); el de Kremsmünster (Austria septentrional), con el nombre del duque Tasilón de Baviera (c.788); el de Zamón (Italia, Trentino), en plata, del siglo VI, con la inscripción “ de donis Dei Ursus diaconus sancto Petro et sancto Paulo obtulit” (4) el de Pavía, en madera, de copa muy ancha (s.VIII): el de Gozzelino, obispo de Toul (+962), en Nancy; casi todos éstos carecen de asas y son de auténtico estilo germánico. De piedra dura y alabastro son los cálices de estilo bizantino (s. X y XI) del tesoro de San Marcos, de Venecia. Por los siglos XI y XII comienza a decaer la comunión de los fieles bajo la especie del vino, por lo cual los cálices de dos asas apenas si se usan, y ya no se fabrican.

Cáliz de San Gozelino de Nancy s. X

 

Sobre los cálices se grababan con frecuencia inscripciones, llamadas unas dedicatorias, como la mencionada del diácono Ursus, derivada de la fórmula litúrgica de tuis donis ac datis... (5) y otras deprecativas, como ésta, que se lee sobre el cáliz de San Remigio de Reims (+ 533):

Hauriat hinc populus vitam de sanguine sacro, injecto aeternus quem fudit vulnere Christus (6).

Llegó después un tiempo en que los cálices se fundían para rescatar prisioneros hechos por los normandos. No era novedad en la Iglesia. San Ambrosio hace mención de las críticas de algunos observantes por el mismo motivo: Quod confregimus vasa mystica, ut captivos redimeremus (7). Con idéntica finalidad, San Cesáreo de Arles (+ 543) vendió los cálices y patenas de su iglesia, limitándose a celebrar en cálices de vidrio; dice justificándose: Non credo contrarium esse Deo de ministerio suo redemptionem dari, qui seipsum pro hominis redemptione tradidit (8).

Ya en el siglo XI, el cáliz participa del renacimiento general del culto. Los sínodos regulan la materia, prohibiendo la madera, el vidrio y el cobre, debido a su fácil oxidación, y el cuerno ( quia de sanguine est ) (9); se tolera el estaño, pero sobre todo son recomendados los metales preciosos que se convierten de uso común junto con el cobre dorado. El arte lo hace objeto de una elaboración técnica superior, adquiriendo los mejores motivos estilísticos de su tiempo.

 

Cáliz barroco burgalés

En Italia prevaleció una forma de cáliz con copa semiesférica muy ancha, poco profunda, con pie circular de gran diámetro, nudo sencillo y decoración no excesivamente rica: ejemplo típico es el cáliz de San Francisco del tesoro de Asís (s. XIII). En cambio en el norte de Europa el tipo que prevalece es más bajo de altura, rico de ornamentación labrada en el nudo y en el pie, como el cáliz del museo de Cluny. Después del siglo XIII el estilo gótico dominante modifica sensiblemente las formas tradicionales. La copa se transforma en cónica o con forma de embudo, a veces inserida en una falsa copa. El tallo, antes cilíndrico, se vuelve poligonal a seis u ocho caras decoradas con incisiones. Las nervaduras del nudo aparecen decoradas con esmaltes o incrustaciones de esmaltes. Las piedras preciosas resultan ya raras. Ejemplo de todos ellos es el cáliz de Gravedona (Lombardía) o el cáliz de Belem (Portugal) con campanillas alrededor de la copa

La tradición gótica no se interrumpió con el Renacimiento. En cambio en el periodo barroco (XVII-XVIII) la copa se convierte en una tulipa redondeada o campana invertida y llevando el cáliz a una altura exagerada, restringiendo el diámetro del pie, que continuó enriqueciéndose con añadidos. El arte moderno no ha innovado mucho al respecto, y aunque se nota un regreso a las formas antiguas, se tiende a enriquecerlas simbólicamente aún más.

Con la historia de los cálices ministeriales tiene relación la llamada cannula ( fístula, calamus ) , especie de cañita que servía para que los fieles sorbieran cómodamente del cáliz el vino consagrado. En Roma y en otras partes parece que se usaba ya en el siglo VII. La rúbrica del X Ordo romanus describe así el empleo que se hacía de la cánula: Diaconus, tenens calicem et fistulam, stet ante episcopum, usque dum de sanguine Christi, quantum voluerit, sumat; et sic calicem et fistulam subdiacono commendet (10). Con el fin de la comunión bajo las dos especies también desapareció el uso de la cánula, que permaneció en vigor para la Misa papal.

Gótico del obispo Galcerán de Vilanova (Urgel s. XI)

 

También el flabellum o abanico se introdujo en función del cáliz, a fin de alejar de él los insectos, y especialmente las moscas, durante el tiempo del calor; de ahí que se le llamara asimismo muscatorium. De este utensilio hablan ya las Constituciones apostólicas, que nombran a dos diáconos para que a ambos lados del altar agiten flabelos de papel fino o de plumas de pavo real. En la Edad Media, en Roma y en todo el Occidente, el flabellum se utilizaba durante la misa desde la secreta hasta el final del canon: lo atestigua así Durando en pleno siglo XIII; pero más tarde, al cesar la comunión bajo la especie de vino, cayó en desuso, permaneciendo todavía como señal de honor en el cortejo del romano pontífice.

Recordaremos, finalmente, los llamados cálices bautismales, que la Iglesia antigua utilizaba para dar a beber a los neófitos la leche y la miel. Alude a ello el Líber pontificalis a propósito de Inocencio I (+ 417), que regaló cálices “ ad baptismum III, pensantes singulos lib. II” (11). El Museo Vaticano conserva un hermoso vaso de vidrio blanco, salpicado de peces y conchas en relieve, que, según De Rossi, es un cáliz bautismal.

La Iglesia hasta la reforma posconciliar prescribía que el cáliz fuera consagrado mediante la unción del crisma y conforme a las fórmulas del Pontifical, que se encuentran ya en el sacramentario gelasiano y en los libros galicanos. En un principio, sin embargo, el uso romano consideraba los vasos litúrgicos como res sacra (12) por el mero hecho de haber sido utilizados una sola vez para el santo sacrificio. San Agustín lo advierte claramente: “ Sed et nos pleraque instrumenta et vasa huiusmodi materia ( argento et auro ) habemus in usum celebrandorum sacramentorum, quae. ipso ministerio consecrata, sancta dicuntur” (13). Por esa razón la reforma posconciliar pasó a bendecir los cálices y no a consagrarlos.

Algún escritor ha interpretado la cruz que muchos cálices medievales llevan grabada en el pie como el signaculum o contraseña de haber sido consagrados. A juicio del P. Braun, se trata de una cruz ornamental o bien de una señal que indica la posición normal de esos mismos cálices.

Por razón del carácter sagrado del cáliz, la antigua disciplina prohibía a los ministros inferiores, excepción hecha de los diáconos, el tocar el cáliz y la patena. Así el concilio de Laodicea. Pero más tarde la Iglesia latina mitigó este rigor, concediendo primero al subdiácono y luego a los acólitos y a todos los clérigos el poder tocar los vasos sagrados. Pío IX extendió tal facultad a los seglares y a las religiosas que en las respectivas iglesias desempeñen el cargo de sacristán.

El velo con que se cubre el cáliz en las misas privadas es, probablemente, la transformación del pannus offertorius (13) que, según el I Ordo romanus (n.84), envolvía por reverencia las asas del cáliz mientras estaba sobre el altar.

NOTAS

  1. Hizo todos los utensilios sagrados de plata, y 25 patenas de plata.
  2. 60 cálices, 15 patenas… todo de oro puro y adornado con piedras preciosas.
  3. Cáliz mayor con piedras preciosas y con dos asas, que pesaba 18 libras.
  4. De los dones de Dios, lo ofreció Urso diácono a san Pedro y a san Pablo.
  5. De tus dones y gracias…
  6. Beba de aquí el pueblo la vida que mana de la sagrada sangre, que derramó Cristo eterno al infligírsele la herida (del costado).
  7. Porque rompimos los vasos sagrados para redimir a los cautivos.
  8. No creo que sea contrario a Dios que demos redención (rescate) de su ministerio, cuando Él se entregó a sí mismo por la redención del hombre.
  9. Porque es de sangre (de materia viva).
  10. El diácono, sosteniendo el cáliz y la cánula, esté en pie ante el obispo hasta que tomo de la sangre de Cristo tanto como quisiere; y así pase el cáliz y la cánula al subdiacono.
  11. para el bautismo 3, pesando cada uno 2 libras.
  12. Cosa sagrada.
  13. Pero también nosotros tenemos en uso para celebrar los sacramentos, la mayor parte de los utensilios y vasos de este género de material (oro y plata), los cuales se llaman santos por estar consagrados para el mismo ministerio.
  14. Paño ofertorio.

 

 

Capítulo 38: Campanas y Campanario (22/10/2011)


Campanario del Duomo de Florencia

 

El arte de construir instrumentos de metal (hierro, bronce) para obtener un sonido mediante un golpe, es antiquísimo. Los chinos lo conocían muchos siglos antes de Cristo; y los romanos, bajo el Imperio, se servían de campanillas (tintinnabula) para dar las señales, como la apertura de los mercados y de las termas, el levantarse de los esclavos, el paso de un cortejo sagrado...

También, los cristianos las debieron usar en las catacumbas, porque se han encontrado en gran número. No hay que maravillarse, por tanto, si en seguida se ha pensado en tales instrumentos para dar, más eficazmente que otros, las señales en relación con las exigencias de la vida religiosa en común. Esto se encuentra, en primer lugar, en los monasterios de la Campania, donde, a juzgar por una carta del diácono Ferrando de Cartago al abad Eugipio, los monjes al final del siglo V eran convocados ad consortium boni operis (1) mediante una campana sonora. Es cierto que, desde el siglo VI en adelante, el uso de la campana, bajo nombres varios de signum, nola, clocca, campana, se encuentra difundido un poco por todas partes: en Irlanda, en España, en Alemania, en Italia. San Gregorio de Tours (+ 394), no sólo hace expresa mención del signum, que en los monasterios llamaba a los ejercicios en común, y de la cuerda de quo signum commovetur (2), sino que añade que también las iglesias parroquiales las tenían para convocar a los fieles. Las campanas en Roma fueron introducidas, a mitad del siglo VIII, bajo los papas Zacarías (+ 742) y Esteban II (+ 757), el cual regaló tres a la basílica vaticana.

Campana de Canino (Viterbo)

 

Una campana que puede remontarse al siglo VII fue excavada en Canino (Viterbo). Tiene la forma de las actuales campanas, con un triple anillo en la parte superior; está adornada de dos cruces y lleva abajo la inscripción (en parte, borrosa): (In honorem) Dni. N. I(esu) Christi et Scti. (Michaeli)s Arcangeli (offert) Viventius (3).

La campana de Canino es de modestas proporciones, y tales debían de ser todas las de su tiempo. Cuando en el siglo XI el rey Roberto quiso regalar a la catedral de Orléans una grandiosa campana, ésta no superaba los doce quintales. Posteriormente, con el perfeccionamiento del arte de la fundición, al cual estaban dedicados los monjes y muchas veces compañías de fundidores laicos ambulantes con su oficina, se fabricaron campanas mucho más grandes, como la María gloriosa, del 1497, en la catedral de Erfurt, de trece toneladas de peso. Muchas campanas modernas en Milán (Duomo), Roma (San Pedro), Colonia (Dom), París (Montmartre) y Londres (San Pablo) tienen dimensiones y peso muy superiores.

Desde el principio fue costumbre grabar sobre las campanas inscripciones o dedicatorias, como la de Canino, o deprecatorias, como ésta, muy en uso en la Edad Media:“Protege prece pía quos convoco, sancta María”(4); o bien indicadoras de los oficios a los cuales sirve la campana:
Vox mea, vox vitae; voco vos ad sacra, venite. Laudo Deum verum, plebem voco, congrego clerum, defunctos ploro, nimbum fugo, festa decoro (5).

A las inscripciones se añadieron también adornos e improntas figuradas, especialmente emblemas e imágenes de santos, que a veces forman exquisitas decoraciones, como en la gran campana del Museo de San Marcos, de Florencia, con adornos de cabezas de ángeles.

Las campanas, además del normal encargo de señalar la hora de los servicios religiosos, tuvieron también otros oficios parecidos, todavía vivos en las iglesias, como el de advertir la agonía y la muerte de un fiel, para que se rezase por su alma, costumbre de proveniencia monástica; de conjurar los temporales, o, mejor, los espíritus malignos, que, según la creencia medieval, serían los que los suscitaban; de anunciar la tarde anterior el ayuno del día sucesivo; de señalar la hora del cubrefuego; de imprimir una nota de alegría en las circunstancias solemnes de la iglesia y aun otros de carácter civil (reloj), pero siempre de interés colectivo.

 

San Donato (Génova)

Campanario gótico de León.

Casa de las campanas es el campanario. El campanario entendido como construcción elevada para difundir lejos el sonido de la campana y llevar a todos los fieles la invitación de la iglesia, es creación esencialmente cristiana y no anterior al siglo VIII. Se derivó probablemente de las antiguas torres escalonadas, erigidas desde el siglo V sobre las fachadas de las iglesias o a sus lados como órganos de defensa y al mismo tiempo, aptos, mediante pequeñas escaleras circulares, para hacer accesibles las partes más altas del edificio.

Los más antiguos aparecen en Roma: uno, junto a la basílica del Laterano, erigido por el papa Zacarías (+ 742); el otro, en San Pedro, construido por Esteban II (+ 757), ambos derribados en el 1610. Ginulfo, abad de Montecasino, erigió en el 797 uno grandioso, sostenido por ocho grandes columnas.

Los campanarios de Rávena (San Apolinar el Nuevo, San Apolinar in Classe, Santa María la Mayor y San Juan Evangelista), hasta ahora creídos como del siglo VI, son ahora reconocidos como pertenecientes al siglo IX, y todo lo más, al final del siglo VIII. El tipo de estas primeras torres en forma de campanarios de Rávena, todavía existentes, es muy simple y tosco; se adoptó un doble esquema planimétrico, circular o cuadrado. El primero fue en seguida abandonado, salvo raras excepciones; el segundo, en cambio, tuvo muchos seguidores y revistió, además, las formas estilísticas lombardas, románicas o góticas de la época en la cual surgió. Raros se presentan los campanarios de base poligonal, si bien quedan entre nosotros ejemplos graciosos como San Donato, en Génova (s.XII); San Gotardo, en Milán; la Badia, en Florencia, y San Andrés, en Orvieto.

Basílica de Superga en Turín

 

Generalmente, en Italia el campanario se levantó aislado, distinto del cuerpo de la iglesia. Hasta el 1500 prevaleció el tipo lombardo-románico, así constituido: planta cuadrada, muro de ladrillo o piedra labrada, pilastras angulares un poco salientes, divisiones horizontales de los diversos planos, constituidas por una serie de arquitos con centro plano; ventanas en número progresivo de abajo arriba, techo bajo a cuatro vertientes; o también, a partir del siglo XI, agujas piramidales de ladrillo. Este tipo, con ligeras variantes regionales, más decorativas que constructivas, se conservó tenazmente aun en los siglos XIII y XV, cuando el arte gótico en Europa hacía de los campanarios uno de los campos más buscados para sus virtuosismos arquitectónicos.

Fuera de Italia, los campanarios de las iglesias románicas en los siglos XI y XII recibieron formas diversas, con marcado carácter monumental. Generalmente fueron dispuestos o a los dos lados de la fachada o en la extremidad del coro o del transepto; a veces se añade también un tercero sobre el cruce del transepto con la nave, desarrollado de la linterna.

En el período gótico, los campanarios conservan la tradicional planta cuadrada, pero los varios planos se restringen a medida que van ascendiendo hasta la base de la aguja terminal o flecha, que asume forma octogonal muy atrevida, rodeada generalmente por cuatro pináculos. Junto a estos campanarios de tipo ordinario, construidos con simplicidad de líneas, con sobriedad de ornamentación, pero también de un singular efecto monumental, hay que señalar aquellos de mayor importancia erigidos sobre la fachada de las catedrales, donde la fantasía de los arquitectos y de los artistas góticos ha transformado la piedra como una blonda y la ha plegado como si fuese metal para expresar el más complicado y además el más delicado himno humano hacia el cielo. Citamos por ejemplo los campanarios de Chartres, de Rúan, de Reims, de Amiéns, de Friburgo, de Ulm, de Colonia, de Salisbury, de Norvich, de Burgos, de Toledo, etcétera, algunos de los cuales alcanzan proporciones y alturas fantásticas.

San Biagio-Montepulciano

 

Después del 500, la técnica de los campanarios no adquiere nada de substancial. Al admirable organismo de las aéreas nervaturas góticas le substituye el románico predominio del lleno sobre el vacío, y, manteniendo la división del fuste en troncos, las pilastras son el motivo predominante de las paredes. Estas se presentan simples y acopladas y se sobreponen según los órdenes clásicos de la arquitectura. Es un tipo exacto de éstos el campanario de San Biagio, en Montepulciano (s.XVI).

El arte barroco aplicó sus métodos también a los campanarios; curvó las líneas, cortó los frontales y superpuso los miembros para dar el máximo movimiento al grupo arquitectónico y un sentido de mayor ligereza. Puede ser un ejemplo los campanarios de la basílica de Superga en Turin

El campanario, como las campanas, fue siempre considerado como una cosa sagrada. Se ponían en sus fundamentos reliquias, como hizo en el 1017 el abad Didiero de Montecassino, y se consagraba con una fórmula especial de bendición.
En su parte superior, frecuentemente sobre la cruz terminal, el Medievo usó colocar la figura de un gallo, por un evidente significado simbólico; es decir, el de expresar la vigilancia y el coraje, recordar su canto matutino, que en la hora de la resurrección de Cristo anuncia el fin de las tinieblas y el retorno de la luz.

NOTAS

  1. A congregarse para el bien trabajo
  2. Por medio de la cual se mueve la campana (el signo).
  3. En honor de nuestro Señor Jesús Cristo y de San Miguel Arcángel ofrece (esta campana) Vivencio.
  4. Protege con piadosa plegaria a los que convoco, Santa María.
  5. Mi voz es voz de vida; os convoco a los ritos sagrados, venid. Alabo al Dios verdadero, llamo al pueblo, congrego al clero, lloro a los difuntos, ahuyento la tempestad, decoro las fiestas.

 

 

Capítulo 37: La sacristía (15/10/2011)

Sacristía Nueva de San Lorenzo de Florencia (Miguel Angel)

 

La sacristía ( secretarium ) es aquella sala, generalmente contigua al presbiterio, en la cual se conserva el ajuar del culto y donde los ministros sagrados se revisten de las vestiduras litúrgicas.

En la época antigua, las iglesias más importantes poseían más de una. Las Constituciones apostólicas hacen mención de dos pastophoria o sacristía, una de las cuales era habilitada para la custodia de la Santísima Eucaristía según un uso que duró en muchas iglesias occidentales hasta el siglo XVI. San Paulino de Nola (+ 431), describiendo la basílica de San Félix, por él reedificada, alude claramente a dos sacristías adyacentes al ábside de la basílica. En una de ellas se preparaban los sacerdotes para el sacrificio; en la otra se guardaban los libros escriturísticos, especialmente el evangeliario. En las antiguas basílicas romanas, el secretarium estaba generalmente a la izquierda del atrio, fuera de la iglesia propiamente dicha; tal era el caso de las basílicas de San Pedro y de San Juan de Letrán. Este debía tener medidas bastante grandes, porque el papa recibía allí, en determinadas circunstancias, el homenaje de los aristócratas del laicado y no raramente se celebraban sínodos. El concilio de Cartago del 419, que contaba 217 obispos presentes, fue celebrado en el secretarium de la basílica Fausti.

Sacristía Catedral de Mondoñedo

 

Durante el Medioevo, las pequeñas iglesias no siempre estaban provistas de sacristía o tenían una muy pequeña. El modesto ajuar sagrado se guardaba en bancos o armarios puestos detrás o a los lados del altar o sobre la cantoría. El sacerdote tomaba y dejaba los ornamentos sobre el ángulo mismo del altar o sobre algún banco del coro. Las grandes cómodas sacristías actuales son más bien de época reciente, sin hablar de algunas monumentales, como la de San Sátiro, de Milán, construida por Bramante, y las dos de San Lorenzo, en Florencia, obra de Brunelleschi y de Miguel Ángel. San Carlos Borromeo fue el celoso promotor de estos modestos pero importantes lugares, recomendando la erección y la oportuna ubicación para la necesaria custodia del ajuar sagrado.

 

Con el sacrario o pila al fondo (Chiva)

En un ángulo de la sacristía, hoy se suele colocar el sacrario, formado por una pequeña cisterna subterránea que se abre al exterior mediante una ventanita excavada en el muro o una boca abierta sobre el pavimento, provista de cobertura de piedra. El sacrario, que no debe confundirse con el armario en el muro, que guardaba en el pasado el Santísimo Sacramento, sirve para recibir el agua de las abluciones litúrgicas, como también los desperfectos y las cenizas de objetos sagrados que se hacen inservibles, como el algodón usado para las unciones de los santos óleos y parecidos.

En las iglesias medievales, el sacrario, destinado a recoger el agua de la ablución de las manos del sacerdote en la misa y después de ésta, era generalmente construido a un lado del altar. Prope altare — escribía Durando — collocatur piscina, seu lavacrum(1). Tenía, además, la forma de ventanita, abierta en el espesor del muro, y que tenía en la base un recipiente redondo o poligonal, provisto de orificio para el libre paso del agua. Una toalla se colgaba a los lados para secarse las manos.

NOTAS

  1. Cerca del altar se coloca la piscina o lavatorio ..

 

 

Capítulo 36: El confesionario (8/10/2011)

Confesionario tipo “judicial”

 

Del rito de la confesión descrito en los antiguos Ordines penitenciales, tanto anteriores como posteriores al siglo XI, se deduce que el sacerdote administraba la penitencia privada en casa, estando sentado sobre cualquier asiento, abierto, movible, mientras el penitente, sentado también ante él, después de la acusación de las faltas, se ponía de rodillas para recibir la absolución. El gesto mismo, siempre usado, de imponerle las manos sobre la cabeza, deja comprender que entre el confesor y el penitente había un contacto directo. Así están representados en las figuras medievales.

Después del siglo XI en muchas fórmulas del Confiteor recitado por el penitente se encuentra la frase: “ Confiteor…coram hoc altari sancto”(Yo confieso…ante este altar) lo que indica como la confesión tenía lugar en la iglesia ante un altar, probablemente no un altar mayor, sino uno lateral. El penitente estaba a un lado de la cancela y el sacerdote en el otro. Los primeros confesionarios situados en una pared de la iglesia, pero siempre abiertos, se encuentran en Pisa en el siglo XIV.

San Carlos Borromeo en las normas diocesanas de 1565 determinó que las “sedes o cátedras penitenciales” se cerrasen por ambos flancos con paredes provistas de rejilla (celosía) El Ritual Romano de Paulo V acogió esta disposición y propagó de manera eficaz su difusión en Italia y fuera de ella, donde no llegaron a ser del todo adoptadas hasta el siglo XVII.

En muchos lugares permaneció la costumbre de que los hombres y los niños se confesaran a cara descubierta por la parte anterior y sólo las mujeres lo hicieran por la rejilla. El motivo parece más que evidente.

El arte barroco encontró en este nuevo elemento de los accesorios sagrados del templo un nuevo elemento para desahogar su virtuosidad creativa, creando confesionarios grandiosos y casi monumentales.

En otros lugares arraigó la costumbre de dar al confesionario una tipología de escaño judicial, para subrayar que el confesionario es el “tribunal de la misericordia divina” pero tribunal al fin y al cabo.

No faltaron nunca en las sacristías, reclinatorios y asientos para confesores (foto izq.) de manera que se facilitase la confesión de sordos o penitentes que requerían una confesión rápida o urgente, así como especiales confesionarios para religiosas de clausura (foto der.).

En los últimos decenios nuevos lugares para la administración de la penitencia han sido incorporados en los templos, con mayor o menor acierto artístico. Algunos ofreciendo la doble posibilidad de la anónima discreción del penitente o de un diálogo más tête-à-tête.


 

Capítulo 35: El baptisterio (1/10/2011)

Baptisterio longobardo en Sta Maria Maggiore de Lomello (Pavía)

 

Dadas las especiales exigencias prácticas requeridas para la administración del bautismo, podemos creer que la disposición de un lugar adaptado, distinto de la iglesia propiamente dicha, debió en buena hora ser objeto de las solicitudes de todas las comunidades. No era difícil, por lo demás, encontrar en las casas patricias adaptadas para iglesia doméstica, un ambiente propicio: por ejemplo, la sala del baño, el impluvium del atrio o el gineceo. Un texto de Plinio el Joven alude a ello, reclamando también el término baptísteríum, que después entrará en el lenguaje eclesiástico: cella frigidaria in qua baptisterium amplium et opacum est (1). San Justino también alude expresamente cuando, a propósito del catecúmeno, escribe: "Después lo conducimos allí, donde hay agua." Y poco tiempo después, Tertuliano atestigua lo mismo para África: Denique ut a baptismate ingredíar, aquam adíturi, ibídem, sed aliquando prius, in ecclesia, sub antistitis manu contestamur (2).

 

Baptisterio de Santa Maria de Egara

En la basílica de Santa María de Egara (Terrassa) se conserva el baptisterio, encontrado en las excavaciones realizadas en el año 1947, en el interior de la nave cerca del transepto sur. Era una piscina bautismal de inmersión, de planta cuadrada cubierta con un baldaquín y que se encontraba en un edificio aislado de la basílica y de planta octogonal. Su descubrimiento ha sido un verdadero hallazgo, puesto que es el único baptisterio de estas características que podemos encontrar en la península. Sobre esta basílica se construyó la gran catedral de Egara. Para realizar esta construcción de tres naves, separadas por arcos apoyados en columnas, se destruyó la piscina bautismal y se construyó un nuevo pavimento. A los pies de la iglesia se construye una estancia, separada del templo, donde se ubica la nueva piscina bautismal. En las últimas obras de restauración se descubrió este espacio, situado en la vicaría. 

En los siglos IV y V, los baptisterios surgen junto a las grandes basílicas y según las sedes episcopales, en dimensiones más o menos vastas. El de Constantinopla, por ejemplo, acogió el concilio que condenó por primera vez la herejía de Eutiques, y San Juan Crisóstomo convocó en el 403 el grupo de cuarenta obispos seguidores suyos. Los baptisterios tenían preferentemente forma circular u octogonal, reminiscencia, según algunos, de los ninfeos paganos; o, mejor, expresión de un vetusto simbolismo cristiano, y se distinguen por una rica decoración simbólica alusiva a los misterios del bautismo. Queda un espléndido ejemplo en el baptisterio de los ortodoxos, en Rávena (s.VI). Para expresar sensiblemente el concepto místico, que está en la base del sacramento, ya también enunciado por San Pablo, se descendía, mediante algunas escaleras, a la piscina sagrada, que por esto estaba excavada por debajo del plano del pavimento y rodeada por un parapeto octógono. De éste se levantaban columnas o antenas de arquitrabe, que sostenían las cortinas necesarias para salvaguardar la decencia de los dos sexos en el acto del bautismo. El agua afluía a la pila por conductos o era llevada por medio de cubos, o en casas particulares caía de lo alto por medio de surtidores, como resulta de la descripción de la fuente de San Esteban, de Milán, que nos ha dejado Ennodio de Pavía.

Baptisterio de S. Frediano (Lucca)

 

El principio de la separación del baptisterio de la iglesia perduró en Occidente según el sistema adoptado en el bautismo. En las iglesias de más allá de los Alpes, quizá por las condiciones más rígidas del clima, comenzado el siglo IX, el bautismo por infusión substituyó poco a poco al de inmersión, mientras en Italia éste se mantuvo durante mucho más tiempo. Consecuentemente, vemos que las pequeñas conchas bautismales en los siglos IX-X entran a formar parte del ajuar interno de las iglesias del norte de Europa. En Italia, por el contrario, todavía en el siglo XII y XIII, las grandes catedrales de Génova, Pisa, Lucca, Parma, Florencia, Piacenza, Padua, Siena, Pistoya y otras menores, construyen en edificio aparte sus grandes baptisterios, dotados de piscinas monumentales y adornados en las paredes de maravillosos ciclos pictóricos.

Los baptisterios medievales de las iglesias urbanas todavía existentes no son muchos y no se remontan más allá del siglo XI. Los más antiguos, que debían de servir para el bautismo de inmersión, todavía en uso para los niños, tienen la forma de bañera circular, más raramente octogonal; en el interior, muy ancha y profunda; en el exterior, raramente redonda, más frecuentemente cuadrada, rodeada en los ángulos por columnitas con base cuadrangular. En la parte externa llevan esculpidas decoraciones geométricas o figuras simbólicas acompañadas frecuentemente de inscripciones. Los baptisterios de fecha superior al siglo XIII presentan generalmente una concavidad hemisférica menos ancha y profunda, consecuencia del abandono hecho ya general del bautismo por inmersión; reposa generalmente sobre un tronco estilizado en las formas ojivales o clásicas, que apoya con ancha base sobre el pavimento. Pero no faltan bañeras de tipo octogonal, como la de la catedral de Orvieto; más aún, en Italia fueron preferidas por los artistas del Renacimiento; son magníficos ejemplares los baptisterios de la catedral de Florencia y de Cerreto Guidi. El interior de la bañera estaba frecuentemente dividido en dos secciones: en una se conservaba el agua bautismal; en la otra se recogía el agua que caía de la cabeza del bautizado.

 

Plano baptisterio Letrán

Baptisterio de Pisa

Entre los baptisterios antiguos llegados hasta nosotros, el primero, desde el punto de vista litúrgico, es el de la iglesia de Roma anejo a la basílica lateranense. Fue erigido por el papa Sixto III (432-440) sobre el lugar donde desde el tiempo de Constantino Magno existía un baptisterio de planta circular; se conserva todavía en sus construcciones primitivas, no obstante la total expoliación de los muebles preciosos que en un tiempo lo enriquecían. Está precedido de un atrio o pórtico, llamado de San Venancio, cerrado a derecha y a izquierda por dos ábsides, de los cuales el primero muestra todavía el antiguo mosaico representando la viña de Dios, sembrada de cruces de oro. Del pórtico se entra en el baptisterio octogonal, cuyo centro está ocupado por la amplia piscina de pórfido, también octogonal, a la cual se descendía mediante gradas. Ocho gruesas columnas de pórfido sostienen la parte superior del edificio, que en un principio terminaba con cúpula sobre la piscina y con bóveda circular sobre los lados. Sobre la viga marmórea se lee todavía la inscripción en versos puesta por el papa Sixto, eco quizá de las controversias gelasianas de su tiempo. Comienza así:

Gens sacranda polis hic semine nascitur almo, quam fecundatis Spiritus edit aquis (3).

Enfrente de la entrada, una puerta llevaba al oratorio de la Santa Cruz, construido por el papa Hilario (+ 468), donde el pontífice solía administrar la confirmación a los neófitos. A derecha e izquierda del baptisterio se abrían otros dos oratorios, levantados también por el papa Hilario, y todavía existentes, dedicados, el uno, a San Juan Bautista; el otro, a San Juan Evangelista. En el centro de la piscina se levantaba un gran candelabro de pórfido, que tenía en la extremidad un vaso de oro lleno de óleo de bálsamo, en el cual ardían mechas, dando luz y perfume. Alrededor de la piscina había dos estatuas: de Cristo y del Bautista, teniendo en medio un cordero de oro con la inscripción Ecce agnus Dei, ecce qui tollit peccata mundi (4). A los pies del cordero salía el chorro principal de agua; siete cabezas de ciervos dispuestas a los lados lanzaban al mismo tiempo sus chorros.

La consagración del baptisterio tuvo lugar el 29 de junio; la fecha es referida en el Martirologio jeronimiano con el nombre de dedicación del antiguo baptisterio de Roma. Otros importantes baptisterios antiguos en Italia se encuentran en Albenga (s.V); en Nócera, junto a Salerno (s.VI); en Rávena, San Juan in Ponte, riquísimo de mosaicos (s.VI); en Parenzo, en Istria (s.V) y en Cividale del Friuli, en forma de ciborio (s.VIII).

Baptisterio del Duomo de Cremona

 

El Ritual romano respecto al baptisterio sanciona: Baptisterium sit decenti (ecclesiae) loco et (decenti) forma materiaque solida et quae aquam bene contineat, decenter ornatum et cancellis circumseptum, sera et clave muniíum atque ita obseratum, ut pulvis vel aliae sordes intro non penetrent, in eoque, ubi commode fieri potest, depingatur imago S. loannis Christum baptizantis (5).

Tales prescripciones responden a la tradición litúrgica, que prefería colocar el baptisterio junto a la puerta de la iglesia, en una capilla de la parte norte. Para guardar el baptisterio, las concavidades bautismales tuvieron siempre una cobertura de madera o de metal, ya plana, ya piramidal o en forma de baldaquino, con frescos e inscripciones, y más frecuentemente la figuración del bautismo de Cristo y del Cordero estauróforo. Antiguamente era uso común el poner sobre la fuente el símbolo de la paloma, que recordaba al Espíritu Santo, aparecido bajo esta forma en el bautismo de Cristo y místicamente presente para fecundar las aguas de la sagrada fuente. Se lee en el Líber pontificalis que el papa Hilario (+ 468) regaló una al baptisterio lateranense: columbam auream, pensantem libras duas (6); y en el 518, el clero de Antioquía acusó al herético Severo el haber robado las palomas de oro y de plata, que tenían la forma del Espíritu Santo, suspendidas sobre los sagrados lavatorios y altares. Muchos sínodos medievales recordaban también el poner sobre la fuente un revestimiento o conopeo de seda blanca o purpúrea. El Ritual no dice nada, pero la costumbre se mantiene todavía en algunas iglesias.

NOTAS

  1. La sala del baño frío, en la que hay un baptisterio amplio y opaco.
  2. Finalmente para entrar al bautismo hemos de añadir agua ahí mismo, pero un poco antes, en la iglesia, comprobamos bajo la mano del pontífice.
  3. Gente que ha de ser consagrada nace de la semilla creadora, a la que da a luz el Espíritu fecundando las aguas.
  4. He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que carga con los pecados del mundo.
  5. Esté el baptisterio en un lugar noble (de la iglesia), y hecho de material noble y de forma elegante, tal que contenga bien el agua, adornado dignamente y rodeado de cancelas, dotadas de cerradura y llave, y de tal modo cubierto, que no penetren dentro ni el polvo ni cualquier otra suciedad. Y en él, donde pueda hacerse con espacio suficiente, píntese la imagen de San Juan bautizando a Cristo.

 

 

Capítulo 34: Ambón, púlpito y coro con órgano (23/09/2011)

Púlpito barroco del Gesù en Roma

Ambón y candelabro en S. Clemente

 

El ambón (de a?aßa??e?? = subir; llamado también suggestum, analogium, pulpito ) es, en general, una construcción levantada en las iglesias con el fin de dar lugar al que lee, o canta, o predica para que sea mejor entendido por los fieles. Existía ya en las sinagogas y en los coros civiles para uso de los abogados. San Cipriano, a propósito de Roma, alude al ambón de la epístola y del gradual en la basílica de San Clemente, de la que San Celerino de Cartago, confesor de la fe, hace referencia: "Habiendo venido a vosotros todo cubierto con los estigmas gloriosos de la victoria, he creído fuese lo mejor hacerlo subir al púlpito para que desde este lugar eminente, donde será expuesto a la vista de todo el pueblo, él lea el evangelio y los preceptos de Nuestro Señor."

En las iglesias antiguas, cuando el oficio de cantor estaba ligado íntimamente a la liturgia, el ambón estaba constituido por una doble construcción erigida en la nave central inmediatamente delante de las cancelas del altar e incorporado al recinto reservado a la Schola cantorum. El ambón de la derecha, el más alto, al que se accedía por una doble escalinata, era propio del obispo cuando no hablaba desde la cátedra, y del diácono para la lectura del evangelio.

 

Santa Maria en Castel Sant´Elia (Viterbo-Lacio)

San Giovanni Fuoricivitas (Pistoia)

Más tarde se erigió al lado un majestuoso candelabro para el cirio pascual. El de la izquierda estaba dividido en dos planos: en el inferior estaba el cantor del responsorio-gradual; en el superior, el lector de la epístola. Tal era la disposición del ambón clásico de la basílica de San Clemente, en Roma, construido en el siglo V, cuyo tipo fue preferido en Occidente, aunque en las iglesias menores fue frecuentemente reducido a un cuerpo solo y a líneas de mayor simplicidad. Por ejemplo, el ambón de la iglesia de Santa María en Castel Sant´Elia, junto a Nepi (Viterbo-Lacio), construido en el siglo VIII.

Los fines del ambón eran bien ilustrados en los versículos que tenía esculpidos el de la basílica constantiniana de San Pedro, erigido bajo Pelagio II (578-590): Praepositus secundicerius Julianus. Scandite cantantes Domino Dominumque legentes. Ex alto populis verba superna sonent (1). Las iglesias de Oriente, inspirándose en principios estilísticos bizantinos, prefirieron dar al ambón una forma concéntrica según el tipo del erigido en Santa Sofía, que nos ha descrito Pablo Silenciario, imitado más tarde (s.XI) en San Marcos de Venecia.

Después del 1000, las iglesias construidas en Italia continúan dando un realce particular al ambón-coro, que se presenta generalmente como una amplia tribuna cuadrangular puesta al lado del altar, levantado por cuatro o más columnas, que se apoyan sobre el dorso de leones o de otras cariátides. Los rostros son ricos de inscripciones originalísimas, como en el ambón de Lavello, Canosa y Barí, o bien de escenas bíblicas esculpidas en altorrelieve, como en los grandiosos púlpitos de Pisa, Siena y Pistoya. En el centro del parapeto de la pared principal se ponía generalmente un águila que, con las alas extendidas, servía de sostén al libro santo : según la visión del Apocalipsis.

 

Jube de la Madeleine en Troyes

En las iglesias del norte de Europa, durante este periodo (s. XI-XIII) como consecuencia del cambio sufrido por el traslado del Coro desde el ábside al presbiterio y, quizá para tutelar el santuario de los tumultos entre facciones, frecuente en aquellos tiempos, se creó un nuevo elemento arquitectónico, levantado entre el presbiterio y la nave, una alta cerca monumental que los separaba netamente, subdividida en tres o cuatro partes, con una puerta central, a través de la cual se podía contemplar el altar. A la parte superior se accedía por ambos lados del coro y desde allí se leían la epístola y el evangelio, de ahí el nombre de Lectorium o Jube (por la petición de bendición que el diácono hace al preste Jube, domne benedicere ) (2). A este fin, a menudo eran construidos dos ambones en las extremidades de la tribuna. Son éstos los que después de la demolición de los jubes en los s. XV y XVI quedaron en servicio para las dos lecturas de la Misa. La tribuna no era todavía un lugar propicio para la predicación, especialmente en relación con las vastas iglesias medievales. De aquí la necesidad de un púlpito especial, colocado oportunamente en la gran nave; éste comienza a difundirse después de la mitad del siglo XIII con el advenimiento de las órdenes mendicantes.  

Coro del duomo de Florencia

Un coro del duomo de Monza

 

En cuanto a la schola cantorum se refiere, en Italia durante todo el s. XIII permaneció en el coro del ábside o delante del altar. Pero con las exigencias del nuevo arte polifónico y la consiguiente necesidad de un número mayor de cantores, incluso laicos, quizá para aumentar el sentido místico y el efecto del canto, pareció más conveniente trasladarla a pequeños palcos provisionales, de madera, erigidos en el transepto o en cualquier capilla lateral cercana al altar. Fue después, a principio del siglo XV, que se sintió la necesidad de darle un lugar más estable, construyendo coros en forma de tribuna, como la que Donatello y Luca della Robbia construyeron para el Duomo de Florencia, o las dos erigidas sobre columnas del Duomo de Monza, una de ellas más tarde, como en tantos otros lugares, ocupada por el órgano. Más tarde y finalmente, se trasladaron coro y órgano a un solo cuerpo, imponente éste a veces, en el muro de entrada de las iglesias.

NOTAS

  1. Llevad el compás los que cantáis al Señor y los que leéis al Señor. Suenen desde lo alto al pueblo las altísimas palabras.
  2. Sírvete, señor, bendecirme.

 

 

Capítulo 33: La cátedra, la sede y el coro. (17/09/2011)

Cátedra del obispo Maximiano de Rávena

 

Se llama cathedra (de ?a?ed?a, sedes ) la silla eminente reservada al obispo cuando preside la asamblea litúrgica. Utilizamos la palabra sede para designar litúrgicamente el asiento del celebrante, de rango específico aunque subsidiario en relación con la cátedra episcopal.

En las reuniones primitivas podemos creer que la silla episcopal fuese una silla distinguida, de madera, móvil, según el tipo de las sillas curules o de tijera senatoriales, con respaldo más o menos alto, que se adornaba, cuando ocurría, con telas y cojines según la costumbre del tiempo. Así nos es descrita por Poncio la silla de San Cipriano, sedile ligneum sectum (1) cubierto de lino. Puede servir de modelo, la cátedra en la que se sentó San Hipólito Romano, grupo en mármol, que se remonta a la mitad del siglo III. Sabemos que las cátedras usadas por los apóstoles y por los primeros obispos eran conservadas celosamente en las iglesias, y por una fácil deducción habían llegado a ser símbolo perenne de una autoridad y de un magisterio superior. Percurre ecclesias apostólicas — decía ya Tertuliano — apud quas ipsae adhuc cathedrae apostolorum suis locis praesident (2)

En Roma, en efecto, la cátedra de San Pedro fue en seguida objeto de culto litúrgico dirigido a su suprema paternidad espiritual. Un objeto que desde final del siglo II se presenta frecuentemente en el arte cristiano es el Cristo sentado en la cátedra, como Maestro que enseña a los apóstoles, colocados alrededor de él; más aún, más tarde la sola cátedra, vacía o coronada por una cruz, se convierte en el símbolo de la divinidad.

Desde la cátedra, el obispo predica; a menos que, para ser mejor entendido, en ciertas grandes basílicas subiese a un ambón, como hacía San Juan Crisóstomo, o se colocase junto a la cancela del altar sentado sobre una silla gestatoria, como puede haber sido la del obispo Maximiano, conservada en Rávena, o la de San Pedro, hoy encerrada en el altar de la tribuna de la basílica. Sentado sobre lo alto de la cátedra, notaba ya San Agustín, el obispo veía todo; allí se sentía realmente obispo, es decir, inspector y guardián de todo su pueblo; de aquí que él lo compare a la torreta desde la cual el viñador vigila su tierra, specula vinitoris est (3). Ciertamente, esta fascinación de la cátedra podría despertar ambiciones; y, en efecto, no faltaron desde el principio los opositores, razón por la cual San Agustín amonestaba: Oportet ut in congregatione christianorum praepositi plebis eminentíus sedeant, ut ipsa sede distinguantur et eorum officium satis appareat; non tamen ut inflentur de sede (4).

Este concepto preeminente de la dignidad episcopal aneja a la cátedra ha sido eficazmente puesto de relieve en la liturgia mediante la ceremonia característica de la inthronizatio (entronización) que forma parte, desde la más alta antigüedad, del ritual de la ordenación de los obispos. Ya en las actas del concilio de Calcedonia (451) se habla de un cierto Próculo, obispo de Cízico, sentado en las reuniones conciliares para dirigirse a Gangra, inthronizare episcopum (5). Y actualmente el Pontifical romano, siguiendo en esto a todos los más antiguos rituales medievales, prescribe que, si el neoobispo es consagrado en su iglesia propia, después de que haya recibido las insignias pontificales, sea llevado solemnemente por el consagrante a sentarse sobre la cátedra episcopal, con el fin evidente no sólo de tomar, por medio de ese gesto, posesión simbólica de la diócesis, sino, más aún, de designar de manera explícita a los fieles en su persona, su pastor, maestro y gran sacerdote.

La cátedra en las basílicas antiguas y después en las iglesias episcopales hasta los siglos XI-XII era generalmente de piedra o de mármol, ricamente adornada con mosaicos o esculturas, provista de respaldo alto, colocada en el centro del hemiciclo absidal; tenía acceso por tres o más escalones, de manera que estuviera un poco más elevada que los asientos que estaban a los dos lados del ábside y servían de asiento común a los sacerdotes (presbiterio). Si éstos eran numerosos, los bancos ( subsellia ) podían ser colocados en dos o tres series superpuestas, como en la basílica de Torcello, que presenta tres órdenes sucesivos dispuestos en forma de anfiteatro.

Esta colocación de la cátedra episcopal se ha mantenido siempre en la Iglesia y es aún oficialmente tenida en cuenta por el Ceremonial de los obispos . Pero ya el V Ordo, de la época carolingia, supone que, durante el sacrificio, el pontífice tenga su cátedra no en el ábside, sino al lado derecho del altar ( cornu evangelio , el lado del Evangelio ). Tal es, en efecto, el puesto litúrgico que hoy es asignado a la cátedra. La cual, según las prescripciones del antiguo Ceremonial, debe ser praealta et sublimis , sive ex ligno, sive ex marmore, aut alia materia fabricata in modum cathedrae et throni immobilis (6) tradicionalmente revestida con paños preciosos según el color litúrgico del día, y hasta las prescripciones posconciliares cubierta con un baldaquín y provista de cojines. Tampoco las cátedras antiguas carecían de tales accesorios ornamentales, según refiere San Agustín.

Cátedra marmórea de San Gregorio (en el Celio)

 

La iglesia donde el obispo tiene su cátedra recibe el titulo de catedral. Es, por tanto, la más importante ( ecclesia maior , senior iglesia mayor, más antigua ) , el centro litúrgico y espiritual de la diócesis porque designa el lugar donde el obispo reside, donde gobierna, donde celebra, donde enseña, donde, a través de las ordenaciones, provee y renueva las filas del clero. Conforme a estos conceptos, las iglesias catedrales fueron siempre construidas más eminentes y más grandiosas que ninguna, dominando la ciudad entera, Su erección era decretada por un plebiscito universal, casi un acto de fe colectiva. Para ella se derrochaban riquezas, se traían desde lejos mármoles y columnas y era construida por todos con la propia fatiga. La empresa era sagrada y merecía indulgencias; Roma las concedía de buen grado. En aquel libro de piedra no firmaban generalmente ni arquitectos ni trabajadores; la obra colectiva debía ser el credo y la alegría de todos; era, sobre todo, un sagrado patrimonio común.

Las parroquias diocesanas debían anualmente contribuir a su conservación ( cathedraticum ) y promover en el tiempo de Pentecostés una peregrinación que tuviese vivo en las filiales el recuerdo de la iglesia madre y en que le llevasen sus ofrendas. He aquí por qué la devoción a la iglesia catedral tuvo por derecho un título litúrgico especialísimo, que se expresa cada año con la conmemoración del aniversario de su dedicación. Tal fecha es celebrada con rito más solemne, separadamente de la colectiva de todas las otras iglesias consagradas.

Coro de Toledo ocupando los dos tramos inmediatos al crucero

 

En cuánto a los bancos del clero asistente, es preciso recordar que en Italia se mantuvieron generalmente dispuestos a lo largo del muro absidal; en otras partes, por el contrario, sufrieron una importante transposición. En los siglos XII y XIII, como en muchas iglesias monásticas y colegiatas, el gran número de religiosos no podía encontrar puesto en el ábside, o porque estaba en uso el colocar un altar de reliquias o porque la introducción de las capillas absidiales estorbaba los oficios, los bancos del clero fueron colocados delante del altar mayor; y, cuando el espacio faltó aquí, también en el transepto y en la gran nave de la iglesia.

En esta época es cuando el coro, es decir, el lugar donde se reúnen los sacerdotes y los monjes de una determinada iglesia para el canto del oficio divino, comienza a tomar un desarrollo extraordinario, hasta el punto de obstruir prácticamente la visibilidad del altar a los ojos de los fieles.

Abandonados los tradicionales bancos de piedra, se construyeron en madera los escaños (italiano stalli alemán stellen -asientos), más o menos elevados y adornados según el grado jerárquico; se proveen de oportunos respaldos para comodidad de los viejos y de los cansados y se rodean de altas cancelas a la entrada.

 

NOTAS

  1. Asiento de madera labrada.
  2. Recorre las iglesias apostólicas en las que aún están presidiendo en sus lugares las cátedras de los apóstoles.
  3. Es la torreta del viñador.
  4. Conviene que en la congregación de los cristianos, los que están al frente de la plebe se sienten más alto, a fin de que sean distinguidos por el mismo asiento y resulte más vistoso su ministerio; pero no para que se enorgullezcan por la sede.
  5. A entronizar al obispo.
  6. Más alta que las demás y sublime, fabricada en madera o en mármol o en otro material, a modo de cátedra o trono no movible.

 

 

Capítulo 32: Elementos secundarios . Flores, sacras y atril. (10/09/2011)

Los últimos accesorios del altar son: las flores, las sacras (tabella secretarum ) y el atril.

Flores

El Ceremonial de los obispos, al admitir sobre el altar las flores, vascula cum floribus , y consentir que el baldaquín, la confesión y las puertas se adornen los días festivos con flores y guirnaldas, no hace sino consagrar una tradición antiquísima en la Iglesia, mencionada ya por la Traditio cuando habla de rosas y lirios ofrendados para el altar: sed et aliquoties et flores offeruntur; offeratur ergo rosa et lilium , et alia vero non (1). Desde el siglo IV, y probablemente también antes, los sepulcros de los mártires se adornaban con el perfume de las flores; conforme a la usanza universal, que así honraba todas las sepulturas, eran adornados con el aroma de las flores, y también lo sería la mesa del altar, que guardaba las reliquias de aquéllos.

Festón floral romano tradicional

 

“Nos tecta fovebimus ossa violis et fronde frequenti ” (2). Así cantaba Prudencio (+ 410). San Jerónimo alaba a Nepociano porque adornaba diligentemente con flores la iglesia: qui basílicas ecclesiae et martyrum conciliabula díversis floribus et arborum comis vitiumque pampinis adumbrabat (3). San Agustín recuerda el gesto de un cristiano que, después de haber orado ante el altar de San Esteban, abscedens, aliquid de altari florum quod occurrit, tulio (4). Según Le Blant, los agujeros existentes en el borde de la mesa de algunos altares antiguos servían para colgar festones de flores. En el siglo VI, Venancio Fortunato describe en magníficos versos el uso que de las flores se hacía en su tiempo:

At vos non vobis, sed Christo fertis odores, has quoque primitias ad pía templa datis. Texistis variís altaría festa coronis, pingitur, ut filis floribus ara novis (5).

Por lo demás, todos los siglos han tributado el gentil homenaje de las flores al altar de Dios. La misma Iglesia las ha bendecido en el domingo de Ramos, asociándolas al triunfo de Cristo, y en la festividad de la Pascua de Pentecostés ha escogido las flores como símbolo de las lenguas de fuego y de los dones del Espíritu Santo.

Sacras y atril

Las tabellae secretarum (las tablillas de las oraciones secretas), como las llama el Misal Romano, quieren ser una ayuda para la memoria del celebrante, poniendo delante de sus ojos, en caso de olvido o equívoco, el texto de las oraciones del Gloria, del Credo, del ofertorio, de la consagración, para evitar cualquier interrupción de la celebración buscando en el misal o pasando hojas innecesariamente. Esta sacra central entró en uso después del siglo XVI y es la única prescrita; las otras dos con el Lavabo y el inicio del evangelio de San Juan, fueron introducidas en el siglo XVII. El ejemplo más antiguo de estas tablillas mnemotécnicas nos es dado en un pergamino del siglo XIII dividido en tres columnas: en una se encuentra el Gloria y el Credo, en la del medio la Consagración, adornada de una ilustración con una Piedad; en la tercera columna finalmente el último evangelio (el inicio del de San Juan).

Almohadón y atril de madera

El almohadón o atril que, conforme a la rúbrica, se pone en el altar para reposar el Misal, tuvo su origen en un almohadón que en el siglo XIII es recordado por Inocencio III y que servía para acomodar el Evangeliario o el Sacramentario (misal) con el fin de proteger las tapas de plata y marfil con que generalmente eran encuadernados los sagrados libros rituales. Subdiaconus ferens pulvillum, quem libro supponat, ut molliter sedeat (6). Más tarde, sin desdeñar esa misión de protección y custodia del oracional en cuestión, se añadió el uso práctico de facilitar una mejor lectura del mismo por parte del sacerdote.

Actualmente el almohadón se ha substituido en muchos casos por un armazón de madera o metal llamado atril. Un ejemplar en madera con figuras simbólicas de talla se conserva en Poitiers (en la fotografía), y se considera perteneciente a fines del siglo VI.

 

NOTAS

  1. Pero de vez en cuando también se ofrecen flores; ofrézcanse por tanto la rosa y el lirio, pero no otras.
  2. Nosotros adornaremos los huesos ocultos con lirios y ramajes.
  3. Que embellecía las basílicas de la iglesia y las capillas de los mártires con diversas flores y con ramajes de los árboles y con pámpanos de vides
  4. Al retirarse cogió unas flores del altar que le venían a mano.
  5. Pero vosotros traéis perfumes no para vosotros, sino para Cristo, y también dais estas piadosas primicias a los templos. Tejisteis los altares con variedad de coronas festivas; el altar mediante las flores es coloreado con nuevas hebras.
  6. El subdiácono llevando un cojín que pone bajo el libro para posarlo en él más suavemente.

 

 

Capítulo 31: Los accesorios del altar (y 3): Candelabros y velas (3/09/2011)

En el centro, el altar con las tres gruesas velas ardientes. Thabraca

 

Un tosco mosaico sepulcral de los siglos IV o V hallado en Thabraca (Túnez), y que representa el interior de una basílica cristiana de tres naves, trae, entre otras cosas, la figura del altar, sobre el cual arden tres gruesas velas. Se trata del más antiguo documento sobre este punto; sin embargo, acerca de su valor documental puede dudarse, ya que ningún escritor de aquella época hace alusión a candelas o candelabros que se pusieran sobre el altar conforme a la práctica litúrgica vigente. El primer testimonio auténtico relativo a un servicio de luces ( cereostata ) directamente ordenadas a la celebración de la misa, se contiene en una rúbrica del I OR. Describiendo el rito de la misa papal en la iglesia estacional, dice que en el cortejo que acompaña al pontífice desde el secretarium hasta el altar, septem acolyti illius regionis cuius domus vel dies fuerit, portantes septem cereostata accensa, praecedunt ante Pontificem usque ante altare (1). Algunos liturgistas, entre ellos Batiffol, han visto en los siete cirios una práctica inspirada en la visión apocalíptica del Hijo del Hombre entre los siete candeleros de oro; otros, más verosímilmente, como dijimos, los relacionan con la costumbre, propia del protocolo ceremonial romano, de hacer que precedan a ciertos altos magistrados, cuando entran en la sala de audiencia, cierto número de lacayos con antorchas encendidas y un oficial con el Líber mandatorum, es decir, el código. El libro se colocaba luego encima de una mesa delante del magistrado, y a los dos lados se dejaban los candelabros encendidos.

Misa inicio pontificado Juan Pablo II (1978)

 

Sea lo que fuere de tales hipótesis, el mencionado I Ordo añade que los siete acólitos, llegados al altar, dejen en tierra los candelabros, cuatro a la derecha y tres a la izquierda, y que continúen éstos encendidos hasta el final de la misa. Esta práctica de colocar en tierra los candeleros delante del altar se mantuvo invariablemente durante la Edad Media; dan fe de ello expresamente las antiguas Consuetudines de los monasterios.

Pero he aquí que a un cierto punto, al parecer durante la primera mitad del siglo XI, que se empiezan a poner los candelabros sobre el altar. Encontramos dos sobre la mensa en un fresco del siglo XI en la basílica de San Clemente en Roma y en algunas miniaturas de la misma época. Al final del siglo XII, Inocencio III atestigua que ésa es la praxis romana: In cornibus altaris duo sunt constituta candelabra, quae mediante Cruce, faculas ferunt accensas (2). Con todo, el uso no se convirtió en común tan rápidamente. Son frecuentes las miniaturas de los siglos XIII y XIV en las que, a excepción del cirio que lleva en la mano el acólito, no se ven candelabros sobre el altar o a lo máximo ponen uno solo en un lado, en simetría con la cruz puesta en el otro.

Al estilo benedictino: 6 candelabros sobre el muro

En lo referente al número de cirios en el altar, parece ser que se colocaban según el grado de la solemnidad del día. Las Consuetudines Farfenses del siglo XI prescriben que ante el altar se enciendan 7 en la fiesta de Santo Tomás y en la Circuncisión, 12 de Navidad a Epifanía, en Pascua 12 y 10 más detrás del altar. Las Consuetudines Fructurarienses contemplan 7 para las fiestas más importantes, 5 para las intermedias y 3 para las ordinarias.

En cambio, como hemos dicho, bajo Inocencio III el uso de Roma sólo consentía 2 incluso para los solemnes días estacionales. Fue en la segunda mitad del s. XIII cuando, seguramente bajo influencia monástica, la Capilla Papal admitió 7 candelabros sobre el altar. El XIV Ordo del Cardenal Stefaneschi observa: Quando Papa celebrat solemniter, debent poni super altare faculae semptem (3). Este número septenario es el prescrito por el Ceremonial de los Obispos para las Misas Pontificales. Para las misas solemnes prescribe 6, 4 para las cantadas y 2 para las misas rezadas.

Los procedimientos utilizados en la antigüedad cristiana para iluminar convenientemente el altar fueron varios. De ordinario se colgaba del centro del baldaquín un candelero a manera de araña ( pharus ) , en forma de corona, sobre el que se disponían muchas lámparas. Así era el ya mencionado que regaló Constantino a la basílica de Letrán. También encima del baldaquín se solían colocar algunas velas. La medalla de Successa (s.IV) contiene tres en gradación descendente.

Candelabro de Hettilo (s. XI) Catedral de Hildesheim

En los intercolumnios de la nave central, así como en el arquitrabe de la pérgola, se suspendían las llamadas gabatae, especie de platos de bronce o plata con emblemas sagrados que llevaban en el borde tres o más lámparas. El Líber pontificalis recuerda del papa Símaco que fecit gabatas sex cum cruce ex argento purissimo, quae pendent ante arcum maiorem (4). Algunas lámparas ardían día y noche: gabatas argénteas cum lampadibus obtulit et continuatim vigiliis ardere praecepit (5). Tampoco faltaban candelabros fijos alrededor del altar, generalmente de bronce, provistos de lámparas de cera o de aceite ( cicendelae ) o bien rematados en una copa que se llenaba de cera y se encendía mediante una mecha especial. El Líber pontijicalis enumera entre los regalos de Constantino a las iglesias: Candelabra aurichalca septem ante altaría, quae sunt in pedibus X, cum ornatu suo ex argento interclusa sigillis prophetarum, pens. singula libras triginta (6). El inventario del año 303 de la iglesia de Cirta (África) comprende dos candelabros. Es célebre el Polycandelum de plata en forma de cruz, sobre el que podían disponerse en hermosa simetría 1.570 candelas, mandado colocar en San Pedro por el papa Adriano I (+ 795). Los escritores antiguos, celebrando la iluminación de las iglesias en sus tiempos, sobre todo los días de fiesta, usan términos enfáticos y a veces hiperbólicos. Baste ver lo que escribe Eteria sobre la iglesia de la Natividad, de Jerusalén, en el día de la Epifanía: Numerus autem vel ponderatio de ceriofalis. vel cicindelis, aut lucernis vel diverso ministerio, numquid vel existimari aut scribi potest ? (7)

También en la Edad Media se proveyó para iluminar la iglesia y el altar con lámparas de aceite, con lámparas colgantes de grandes dimensiones en forma de corona, imitando las iluminaciones de las ciudades del momento, como la de Hildesheim (s. XI) o de Aquisgrán (s. XII), o en forma de doble cruz como la de San Marcos en Venecia o en forma de árbol ramificado como en el Duomo de Milán. Se colgaban en el coro, delante del altar o en el transepto. En el periodo gótico las tradicionales coronas colgantes cayeron en desuso y se prefirieron los simples candelabros de hierro forjado con un trípode como base y portando a una cierta altura dos o tres círculos concéntricos, móviles, con punzones sobre los cuales se clavaban las velas, Aún quedan muchos ejemplares similares a aquellos en nuestras iglesias.


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